Los Congresos de Colombia y Estados Unidos se aprestan a estudiar para su ratificación el tratado de libre comercio (TLC) entre esos dos países. El ánimo político con respecto al TLC en Estados Unidos ha cambiado, debido a la nueva composición política del Congreso, hoy con mayoría demócrata. Los demócratas, con el argumento de fortalecer la legislación que defiende a los trabajadores y al medio ambiente, quieren erigir barreras al TLC, que pueden resultar insalvables. En el Congreso de Colombia es bien posible que se recoja el apoyo suficiente para que el TLC pase. Sin embargo, en algunos sectores de opinión todavía existen algunas voces estentóreas en contra del TLC.
Es curioso que el TLC genere temores tanto en Estados Unidos como en Colombia. En Estados Unidos, los demócratas temen que los tratados de libre comercio terminen exportando trabajo fuera del país. En Colombia el temor es que el TLC perpetúe la condición de dependencia de la economía. Estos temores no se compadecen con la ortodoxia económica, que dice que el libre comercio es bueno. Sin embargo, esa ortodoxia está basada en un modelo simplificado, que quizás no hace justicia a todas las complejidades del mundo real. La principal debilidad de la ortodoxia consiste en que el principal argumento a favor del libre comercio se basa en los beneficios a los consumidores por la posibilidad de comprar más barato, pero ignora los efectos del comercio sobre la localización y la especialización de la actividad económica. Es posible que el comercio especialice a una economía en sectores económicos con pocas posibilidades de dinamismo.
De otra parte, parece que hay ciclos en los cuales una economía, cuando logra niveles altos de productividad, promueve el libre comercio. Así mismo, la mayor productividad encarece el trabajo. Cuando el trabajo se encarece demasiado, las economías menos desarrolladas se vuelven atractivas, ya que las economías más desarrolladas encuentran más barato producir en el exterior. Por lo tanto, en épocas de auge, es probable que los países prefieran el libre comercio. En épocas de atraso, o de consolidación económica, es cuando surgirían los apetitos proteccionistas.
Es interesante notar que las ideas librecambistas usualmente se invocan por fuerzas muy dinámicas, incluso revolucionarias. En el siglo XIX la “burguesía” librecambista representaba una nueva fuerza económica, que buscaba su propio espacio tratando de romper las pesadas estructuras feudales, atadas a la tierra, heredadas de la economía colonial. En el mundo del siglo XIX, era la economía de Gran Bretaña, la más dinámica del mundo, la que promovía el libre comercio. En la segunda mitad del siglo XX, en toda América Latina primó el proteccionismo, como respuesta al poderío económico del Primer Mundo. Hoy en Estados Unidos afloran ideas proteccionistas por las amenazas que se perciben desde China y desde otros países del Tercer Mundo. El libre comercio parece una posición agresiva; el proteccionismo una posición defensiva.
De esta manera, no es curioso que el debate entre libre comercio y proteccionismo sea recurrente. Es un poco más curioso que la afiliación política de quienes defienden uno u otro varíe con el tiempo. Por ejemplo, la doctrina del libre comercio fue una bandera del liberalismo colombiano del siglo XIX, mientras que el liberalismo actual parece más próximo a las ideas proteccionistas. Hoy, tanto en Estados Unidos como en Colombia, el libre comercio es una idea conservadora, y el proteccionismo es una idea de izquierda.
Mucha gente en Colombia protestó que el poder de negociación del país en el TLC no se podía comparar con el de Estados Unidos. Por esta razón, quizás hubiera sido mejor que los negociadores del tratado fueran gente aversa al libre comercio, pero obligada en todo caso a lograr algún acuerdo. Estados Unidos, en efecto, obtuvo ventajas que en otros contextos no habría obtenido. Ese país podrá seguir exportando productos agrícolas ampliamente subsidiados; se respetarán sus derechos de propiedad intelectual tal como ellos quieren; en términos migratorios, mientras todos los norteamericanos tendrán fácil acceso a Colombia, sólo los empresarios e inversionistas colombianos tendrán acceso a Estados Unidos. Pero ya no vale la pena llorar sobre la leche derramada. El punto sigue siendo que el TLC es mejor tenerlo que no tenerlo. Las razones de esto son las mismas que las que esgrimían los liberales colombianos del siglo XIX: el libre comercio es la mejor forma que tiene el país de combatir una actitud mental que no promueve la innovación y el emprendimiento, y de luchar contra una serie de privilegios locales que se van consolidando durante las épocas de proteccionismo.
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