Mi viaje a Estados Unidos está llegando a su fin. Tengo que decir que ha sido un buen viaje. Estuve en Washington, Filadelfia y Nueva York, y cada ciudad me ofreció experiencias interesantes. Filadelfia, cuna de mucha historia norteamericana, con su museo de la Constitución, que me pareció muy impactante. Washington, una ciudad de políticos y burócratas, de museos, del Kennedy Center; en fin, una ciudad más interesante de lo que parece a primera vista. Y Nueva York... ¿Qué puedo decir? Nueva York es la capital del mundo.
Viajar siempre es una experiencia interesante. Viajar es importante porque combate el provincialismo y enseña que la realidad social se puede organizar de más de una manera. Viajar estimula mi curiosidad. Quiero aprender de dónde estoy, de su historia, de su gente. Tengo que decir que este viaje me ha enriquecido. Leí sobre Dante y sobre Aristóteles. Leí sobre la inexistencia de Dios. Vi, nuevamente, el "ground zero" donde alguna vez estuvieron las Torres Gemelas. Leí sobre la guerra de Irak. Vi cómo ahorcaban a Saddam Hussein (quizás no hubiera visto como vi el ahorcamiento de Saddam si no hubiera estado en Estados Unidos). Aprendí sobre la independencia norteamericana. Releí las palabras de Thomas Jefferson "We hold these truths to be self-evident: that all men are created equal...", que estaban tan presentes en mi cabeza al iniciar el viaje. Leí sobre Paul Wolfowitz y Donald Rumsfeld. Vi cine. Pasé el 31 de diciembre en un club de jazz. Vi una exposición de cuerpos disecados con una técnica nueva que sustituye el agua del cuerpo por algún polímero, de modo que ningún tejido cambia de aspecto ni se descompone. Vi The Cloisters y PS1 en Nueva York y The Corcoran y el zoológico en Washington. Me miré con un orangután como si ambos tuviésemos consciencia.
Gran país éste, Estados Unidos. Gran país, y, sin embargo, tan perfectible.
Ya me voy de Washington y toda partida es morir un poco. Toda partida es aproximar un poco más la partida definitiva, en la que uno deja todo atrás. Una de las últimas cosas que hice fue comprar un libro de la famosa fotógrafa Annie Leibovitz, que literalmente retrata su amor por la escritora Susan Sontag. Es un amor de la edad madura que termina con la muerte de Sontag y del padre de Leibovitz. Es un libro hermoso y triste, que le dejé a María Inés.
Le digo adiós no sé a qué. Digo adiós con un poco de pesar en mi alma. Es un sentimiento que últimamente no deja de acompañarme. Debe ser algo normal para quienes tienen más de cuarenta.
Ya veremos qué trae mañana...
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