En este momento, estoy escribiendo desde Washington, DC, capital de los Estados Unidos de América. Mi visita a este país ha sido impactante. De una parte, cada vez más reconozco la grandeza de este país, cosa que en mi juventud me costaba reconocer. Es imposible desconocer los principios sobre los cuales este país fue fundado como una entidad política, la enormidad de su producción intelectual y el vigor de su economía. En síntesis, es el único superpoder del mundo. Eso debe causar algún asombro.
Aproveché esta visita para ir a Nueva York, una ciudad que, aunque no es bella, tiene muchos méritos para ser llamada la "capital del mundo". Hace un poco más de cinco años que un grupo de musulmanes fanáticos derribó las Torres Gemelas. Su silueta hace falta en el perfil de la ciudad. Sobra decir que, cuando las Torres Gemelas fueron derribadas, Estados Unidos ganó toda la solidaridad del mundo. Desde entonces, y a causa de ello, Estados Unidos ha librado dos guerras, una en Afganistán y otra en Irak. En Afganistán Estados Unidos reclamó la victoria bastante pronto. En Irak el presidente Bush recientemente dijo que "Estados Unidos no estaba perdiendo la batalla, pero que tampoco la estaba ganando". Hace muy poco se sobrepasó la marca de 3.000 norteamericanos muertos en Irak, con lo cual la guerra en ese país ha costado más vidas que las que se sacrificaron el fatídico 11 de septiembre de 2001. Donald Rumsfeld, el secretario de defensa, fue retirado poco después de las elecciones del pasado noviembre, donde los demócratas volvieron a ganar control del Congreso. Hace muy pocos días fue ahorcado Saddam Hussein.
No me gusta la guerra en Irak. Nunca me gustó. Cuando se inició, por el año 2.003, yo formaba parte del movimiento político de Noemí Sanín, mientras ella estaba (aún está) de embajadora en España. Con un grupo de personas, dentro de las cuales se destacaba Carlos Adolfo Arenas, firmamos una declaración en la que nos oponíamos a apoyar la guerra en Irak. La declaración no cayó bien en algunos sectores, pero hoy juzgo que está completamente reivindicada. Es tonto, pero saber que levanté una modesta voz de protesta en ese momento me da hoy una cierta paz.
Eran los tiempos de una lógica simple: Colombia tiene su propia guerra contra el terrorismo. Si Colombia quiere ser apoyada, particularmente por Estados Unidos, en su guerra contra el terrorismo, entonces Colombia tiene que apoyar a Estados Unidos en su propia guerra contra el "terrorismo". Colombia no llegó al extremo de mandar tropas a Irak, pero adoptó la posición, excepcional en América Latina, de apoyar una guerra injusta.
No que me guste Saddam Hussein. No me gusta, y nunca me gustó. Pero esa no es una razón para iniciar una guerra. La que ha llegado a ser conocida como la "Doctrina Bush", que sostiene que Estados Unidos tiene el derecho de llevar a cabo una guerra preventiva, ha demostrado ser un riesgo para la comunidad internacional. Estados Unidos y Gran Bretaña mintieron cuando alegaron, para justificar su guerra, que Irak tenía armas de destrucción masiva. Además, todo parece indicar que los asesores "halcones" de Bush ya tenían decidido atacar a Irak aun antes del 11 de septiembre de 2001. Esa fecha les dio la excusa perfecta.
Esa guerra no va a hacer que Estados Unidos sea más, sino menos, querido en el mundo musulmán. Sin lugar a dudas esa guerra ha permitido que ciertas "incertidumbres" sobre el abastecimiento petrolero de Estados Unidos se disipen, al menos por el momento. Pero no es claro que, después de esa guerra, Estados Unidos sea un lugar más seguro. Los gringos tienen una dificultad enorme para apreciar el odio que sus acciones en el exterior pueden llegar a generar. La actitud gringa es: si nosotros somos tan chéveres, ¿por qué nos odian? Stephen Kinzer provee una respuesta en su libro Overthrow: America's Century of Regime Change from Hawaii to Iraq. Un país que se arroga el derecho de decidir cómo otros países deben ser gobernados se arroga un poder que sólo debieran tener los dioses... O, más propiamente, los pueblos de cada país.
Yo tengo mi propia anécdota: mi evaluación histórica de Theodore Roosevelt está marcada por el hecho de que él fue el presidente de Estados Unidos que forzó la separación de Colombia y Panamá. Estados Unidos necesitaba un canal, y no tuvo reparo en partir un país para construirlo. Sin embargo, cada vez que leo sobre Theodore Roosevelt en Estados Unidos, es prominente que él "impulsó" la construcción del canal de Panamá, pero nunca aparece que, para lograrlo, se llevó a cabo un acto de intervencionismo inadmisible. Si los colombianos fuésemos de otro talante, semejante humillación sería menos olvidada.
Yo supongo que los árabes musulmanes son de otro talante, y pueden fácilmente llegar a odiar a los Estados Unidos. Yo no sé cómo desatar el nudo gordiano que se ha ido formando entre Occidente y el Medio Oriente. Supongo que la respuesta pasa por la resolución del problema palestino. Lo que, me parece, debió haber ocurrido, es la creación de una Palestina binacional, con musulmanes y judíos. Eso no ocurrió, y quizás ya es demasiado tarde para llorar sobre la leche derramada. Por lo tanto, parece ser que la única salida que queda es la conformación de un Estado palestino, al lado del Estado de Israel.
El conflicto palestino-israelí es una desgracia para el mundo, no sólo por la violencia sin sentido que allá se desata, sino también porque hace suponer al mundo que es imposible que pueblos distintos convivan pacíficamente en el mismo planeta. Ya Samuel Huntington, en un par de libros, ha sugerido que el "choque de civilizaciones" en la escala planetaria es inevitable, y que el enemigo interior de los Estados Unidos es la comunidad latina que se ha venido conformando. Semejante forma de pensar me parece una desgracia.
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