Tuesday, February 27, 2007

07-02-27: Hacia el rediseño de la seguridad social

Uno de los avances más destacados dentro de las naciones civilizadas es el desarrollo de un Estado del Bienestar, entendido como un sistema comprensivo de seguridad social. Éste no ha estado exento de críticas y problemas económicos, pero es un indudable hito de la civilización. El mensaje clave del Estado del Bienestar es que ningún ciudadano debe estar sometido a los avatares de la vida sin ninguna protección.

En Colombia el sistema de seguridad social tiene muchos de los problemas de un sistema maduro, pero sin haberse desarrollado plenamente. Adicionalmente, se ha concentrado mucho en los componentes de salud y de pensiones, abandonando otros que son igualmente importantes.

Un buen sistema de seguridad social debe proteger al individuo durante todo su ciclo de vida. Al niño debe ofrecerle nutrición y educación preescolar adecuados, al joven debe ofrecerle una buena educación, al adulto debe ofrecerle un trabajo digno, con el que pueda sostenerse, y al anciano debe proveerle unos medios básicos para que se pueda sostener en su tercera edad. Y a todos debe ofrecerles una adecuada atención médica y vivienda a lo largo de la vida.

Me parece a mí que el elemento clave de un buen sistema de seguridad social es el trabajo. Me parece que, si un adulto tiene un trabajo digno, entonces puede atender a sus hijos y garantizarse una vejez tranquila. Puede mantenerse, pagar una vivienda y comprar un seguro médico que lo cobije a él y a su familia. Me parece que, si una sociedad fracasa en emplear a quienes están en edad de trabajar, está invitando al desastre. No hay determinante más importante de la pobreza que estar desempleado, ni hay una sensación más paralizante desde el punto de vista sicológico que la sensación de no ser valorado y de no sentirse útil, ni desperdicio mayor que un considerable número de personas que podrían estar haciendo algo y no hacen nada.

Por estas razones, me niego a pensar que el mercado laboral debe ser tratado como un mercado más, sujeto a las leyes de la oferta y la demanda, y que el desempleo es una consecuencia infortunada, pero necesaria, del ajuste económico. Creo que el objetivo más básico de una sociedad civilizada es garantizar el empleo a todos aquellos que lo estén buscando. Cuando los mercados de manera espontánea producen una situación de pleno empleo, o cercana a éste, se genera una señal de salud o vigor del sistema económico inigualable. Pero muchas economías, incluida la colombiana, están muy lejos de que los mercados logren producir esa señal, y por lo tanto se requiere una adecuada intervención del Estado.

Lo que sigue son pensamientos en borrador, que tratan de combinar la racionalidad económica con el imperativo moral de que todos los que quieran trabajar en una sociedad puedan hacerlo. Lo primero es reconocer que el primer objetivo, la prioridad, de un adecuado sistema de seguridad social no debe ser la salud o las pensiones, como en Colombia, sino el pleno empleo. Con pleno empleo de calidad, todo lo demás (salud, vivienda, pensiones) sigue. Sin empleo, otras protecciones que ofrezca la seguridad social son incompletas e insuficientes.

Pienso, pues, que la seguridad social debe poder ofrecer una garantía de trabajo básico a todo aquel que quiera trabajar. Esta idea contrasta con la que algunos han propuesto, de que todos los ciudadanos tienen derecho a un ingreso básico: “Dése a todos los ciudadanos un ingreso modesto, pero incondicional, y permítaseles complementarlo a voluntad con ingresos de otras fuentes” (ver Philippe Van Parijs, 2006, “Basic Income: A Simple and Powerful Idea for the Twenty-First Century”, en Ackerman, Alstott y Van Parijs, 2006, Redesigning Distribution, London: Verso, p. 3). Mi idea es distinta de la del ingreso básico. Aunque creo que todos los ciudadanos deben tener derecho a éste, creo que la diferencia clave entre los conceptos de trabajo básico e ingreso básico es la condicionalidad: el ingreso básico es incondicional; el trabajo básico otorga un ingreso básico condicionado a que los individuos estén trabajando.

Por lo tanto propongo un sistema de seguridad social en el cual cualquier ciudadano que no pueda encontrar empleo en el mercado lo halle automáticamente en el sistema de seguridad social. Surgen inmediatamente algunas preguntas. La primera es: ¿cómo se paga ese empleo? Para que ese empleo pueda pagarse, tiene que ser productivo, pero el hecho de que sea o no productivo no puede ser una excusa para no proveerlo. El imperativo es que, si la gente no halla empleo en otra parte, pueda hallarlo en el sistema de seguridad social. De modo que yo estaría dispuesto a montar el sistema, incluso si eso, en un principio, implicara un componente importante de subsidio por parte del Estado. Se puede pensar que el sistema de seguridad social ofrece un empleo de reserva, al que se accede si no hay empleo en otros sectores de la economía. También se podría pensar que el salario que se paga en el sistema de seguridad social es, de facto, el salario mínimo de la economía: si usted tiene mejores oportunidades laborales en otro lado, usted abandona el sistema de seguridad social. Pero, si usted no tiene otras oportunidades, le queda al menos el salario “mínimo” que paga el sistema.

¿Cómo garantizar que el empleo sea productivo? Esta es una propuesta que obviamente puede ser refinada y mejorada: suponga usted que el Estado constituye grupos de personas incluidas en el programa. Cada grupo queda bajo la supervisión de un gerente, que tendría fundamentalmente dos responsabilidades: una, garantizar que los objetivos sociales del programa, sobre los cuales hablaré más adelante, se cumplan, y dos, garantizar que la fuerza laboral contenida en su grupo se utilice productivamente. La primera responsabilidad del gerente es mantener a su grupo laboralmente ocupado, así sea tapando huecos en las calles o recogiendo hojas en los parques.

El gerente administra los recursos del Estado que sirven para pagar los salarios de quienes están en su grupo del sistema de seguridad social. De esta manera, se puede entender que el gerente recibe una fuerza laboral a cero costo para él. Su deber es utilizarla de forma productiva, ya sea porque él mismo monta un proyecto productivo, o porque facilita esa fuerza productiva a otros proyectos. Al gerente se le deben otorgar unos incentivos tales que todos los ingresos que genere por encima de los costos laborales de su grupo sean ganancias para él. Los ingresos que sirvan para cubrir los costos laborales simplemente alivian el componente de subsidio del programa de seguridad social.

La idea general es que el sistema de seguridad social, al tiempo que provee un seguro contra el desempleo, provea incentivos para la iniciativa empresarial. Cualquier nuevo empresario que requiera mano de obra puede acudir al sistema de seguridad social y solicitar que le asignen un grupo de personas. El grupo es mano de obra a cero costo para el empresario. Éste monta su actividad económica y, cuando ésta sea productiva, cubre los costos del subsidio inicial otorgado por el Estado. De esta manera, un elemento clave del programa sería que un gerente no podría tener indefinidamente un grupo financiado con recursos del Estado. Sin embargo, también es clave que todo desempleado halle un grupo en el sistema de seguridad social.

El gerente, a cambio de disponer de mano de obra gratis (es decir, subsidiada por el Estado), adquiere algunas obligaciones de tipo social, por ser agente del sistema de seguridad social. La primera es garantizar que los empleados de su grupo son empleados formales, es decir, que cuentan con contratos laborales que respetan todos los requisitos de ley y que están inscritos en otros instrumentos de la seguridad social, como la salud y las pensiones. Al gerente también se le puede exigir que sus empleados estén inscritos en programas de mejoramiento de la capacidad laboral cuando sea necesario (es posible que muchos empleados del sistema de seguridad social tengan una educación deficiente, que haya que complementar, y, aunque ese no sea el caso, siempre es cierto que todos nosotros tenemos la posibilidad de mejorar nuestras capacidades laborales), y que sus dependientes estén bien atendidos. Por ejemplo, que sus hijos cumplan con algunas metas en materia de nutrición, salud y educación: esto sería parte de la condicionalidad por pertenecer al sistema de seguridad social que garantiza el empleo.

Naturalmente, las ideas que acabo de exponer son preliminares y, sometidas a crítica, pueden ser refinadas y mejoradas. Pero un mensaje esencial es clave. Una sociedad con desempleados es un pecado, tanto con los propios desempleados como con la misma sociedad. Las energías de la seguridad social hay que reenfocarlas hacia la erradicación del desempleo.

Monday, February 26, 2007

07-02-26: Sobre el proyecto de transferencias

El Partido Liberal y el Polo Democrático Alternativo andan con la idea de promover un referendo con contra del proyecto de transferencias que el Gobierno ha puesto a consideración del Congreso (ver Portafolio, 21-02-07, p. 11). Esa me parece una mala idea.

La razón es que me parece una idea que, si bien puede tener alguna viabilidad política (se puede hacer un populismo fácil cuando uno se presenta como el campeón del gasto regional), no tiene ninguna viabilidad económica. La izquierda, pues, mantiene la tradición de hacer propuestas políticamente atractivas pero económicamente irresponsables. La derecha, por su parte, entiende muy bien la necesidad de estabilidad económica, pero las propuestas económicamente sanas no siempre son políticamente viables. En mi opinión, una buena política pública debe ser tanto económica como políticamente viable. Es una lección elemental, que sin embargo el país no ha podido aprender.

El proyecto de transferencias es necesario para mantener la viabilidad fiscal del país. Aquél levanta pasiones porque, desde el punto de vista de las regiones, les recorta recursos a éstas. En cambio, desde el punto de vista del Gobierno, el proyecto aumenta los recursos para las regiones, y por lo tanto fortalece la descentralización. La discrepancia surge, literalmente, de los distintos puntos de vista de las partes.

Las regiones hablan desde el punto de vista de la promesa que les hizo la Constitución Nacional de 1991. En efecto, ésta dispone que el situado fiscal (el porcentaje de los ingresos corrientes de la nación que es cedido a los departamentos para atención de la educación y la salud) “aumentará anualmente hasta llegar a un porcentaje de los ingresos corrientes de la nación que permita atender adecuadamente los servicios para los cuales está destinado”. La ley 60 de 1993 estableció que ese porcentaje debía llegar al 24.5% en 1996. De otra parte, la Constitución también establece que los municipios también deben participar en los ingresos corrientes de la nación, y que esa participación debía llegar, como mínimo al 22% en 2002. De cumplirse la Constitución, entonces, de cada peso recaudado por la nación, casi medio (el 46.5%, exactamente) se debería estar yendo a las regiones. Con lo hasta hoy convenido en el Congreso, las regiones dejarían de recibir una cifra ligeramente inferior a los 50 billones de pesos corrientes (unos 39 billones de pesos constantes de 2006) entre 2008 y 2016, de modo que esta es la justificación de que las regiones se sientan esquilmadas.

Por su parte, el Gobierno habla desde el punto de vista del monto de recursos provenientes de los ingresos corrientes de la Nación que en la actualidad se transfieren a las regiones. Lo que hoy ocurre está determinado por el Acto Legislativo 1 de 2001, modificatorio de la Constitución, que estableció que el Sistema General de Participaciones (situado fiscal más participaciones de los municipios) crecería en términos reales 2% entre 2002 y 2005 y 2,5% entre 2006 y 2008 (es decir, inflación más dos puntos e inflación más dos coma cinco puntos, respectivamente).

Con respecto a ese esfuerzo descentralizador que actualmente se hace, la propuesta del Gobierno es claramente generosa. La propuesta hoy aprobada dice que el SGP crecerá en términos reales 4% entre 2008 y 2009, 3,5% en 2010, y 3% entre 2011 y 2016, más un 1% para educación en todos estos años (aunque este 1% no aumenta la base sobre la cual se calculan los crecimientos de los próximos años). Por si fuera poco, si la economía crece más del 4%, todo el crecimiento en exceso de esta cifra va para las regiones, y, si la economía crece menos del 2%, las regiones no se afectan. De este modo, también se puede decir que, con respecto a como estamos hoy, la descentralización se profundiza y no se debilita.

¿Cuál es el punto de vista correcto? ¿El de las regiones o el del Gobierno? A mí no me cabe duda de que el punto de vista que más se aproxima a ser correcto es el del Gobierno. El referente debe ser cómo estamos hoy; no cómo dijo la Constitución que debíamos estar. La razón es que la Constitución hizo una promesa que hoy es imposible de cumplir sin crear una crisis fiscal. Como se mencionó atrás, no aprobar la reforma a las transferencias implica un gasto adicional por unos 50 billones entre 2008 y 2016, que claramente está más allá de toda posibilidad fiscal.

Las regiones se quejarán de que la promesa está escrita en la Constitución, y además que el Gobierno central podría hacer esas transferencias adicionales si él mismo se hubiera adelgazado. Son argumentos inocuos: la verdad monda y lironda es que uno no puede transferir lo que no tiene, y que, en las actuales circunstancias, pensar un Gobierno central más delgado es altamente inviable.

Se puede hacer un debate al proyecto de transferencias más inteligente que el que el Partido Liberal y el Polo están proponiendo. Me parece que hay por lo menos cinco temas esenciales donde cabrían aportes importantes. El primero es la desconstitucionalización del tema de las transferencias. El tratamiento en la Constitución del tema del Sistema General de Participaciones sólo hace su manejo innecesariamente rígido.

El segundo tema es la definición precisa de las competencias de los diversos niveles de gobierno. Es decir, se trata de definir con precisión cuáles objetivos de política son responsabilidad de cuáles niveles de gobierno. Por ejemplo, decir que la educación básica es responsabilidad de los departamentos, mientras que la seguridad nacional es responsabilidad del Gobierno central. En Colombia sigue siendo cierto que el Gobierno central sigue teniendo mucha injerencia en el gasto propiamente regional, como consecuencia de una mala asignación de competencias.

El tercer tema es la adecuación institucional de los diversos niveles de gobierno para asumir las responsabilidades que les correspondan, de acuerdo con la definición precisa de competencias. Una cosa es el municipio de Cali; otra el municipio de Chigorodó. Una cosa es el departamento de Antioquia; otra el departamento de Vichada. ¿Podemos sensatamente transferir las mismas competencias a los distintos departamentos y municipios, con la diversidad de estructuras institucionales que tienen? Esto sugiere que, fuera del tema de la fortaleza institucional, un tema que tiene que pensarse es la relación entre descentralización y ordenamiento territorial.

El cuarto tema es la asignación de recursos por objetivos de política, no por niveles de gobierno. En Colombia, con la Constitución de 1991, creímos que habría descentralización si, de cada peso que recauda el Estado, la mitad la gastan los departamentos y municipios. Qué visión tan miope de la descentralización. Si la plata va a los departamentos y municipios, yo, para recibir plata, tengo que ser departamento o municipio. Eso en lo que ha resultado es en la vergonzosa pelea por plata entre el Gobierno central y las regiones que ahora vemos. Pero la discusión no es si las regiones merecen más o menos plata. La discusión es qué objetivos de política deben ser fortalecidos con más recursos presupuestales. La discusión debe ser si queremos más niños en las escuelas, más cobertura de agua potable o más facilidades de transporte. Si eso favorece al Gobierno central o a las regiones debería ser un tema secundario. Esta es una discusión dinámica, que queda mal resuelta en la Constitución y que sólo se puede resolver bien, flexiblemente, en el nivel presupuestal, con una visión integral.

El quinto y último tema es la descentralización del recaudo, de acuerdo con la distribución de competencias entre niveles de gobierno. Otra forma de ponerlo es el fortalecimiento del recaudo subnacional. Mientras el Estado nacional sea el que recaude y sean los Estados regionales y locales los que gasten, habrá una perversión implícita en el esquema de descentralización. Yo me volví adulto cuando dejé de pedirle plata a mi papá para mi mantenimiento. Mientras las regiones, para mantenerse, tengan que pedirle plata al Estado central, no podrá hablarse nunca propiamente de descentralización. ¿Está Colombia en capacidad de descentralizar el recaudo, no sólo el gasto? ¿Cuántas regiones en Colombia, si fueran perfectamente descentralizadas, tendrían capacidad de recaudar sumas significativas?

Estos temas esenciales no surgirán en el debate porque la oposición no ofrece un reto intelectual al Gobierno. La oposición se contenta con decir que a las regiones hay que darles más plata. Pero la oposición no se pregunta: ¿por qué? ¿Para qué? ¿De dónde? Por eso lo mejor que le puede pasar a la propuesta de la oposición es que descanse en paz.

Tuesday, February 20, 2007

07-02-20: Las elecciones regionales y el Partido Liberal

El 2007 es año de elecciones regionales en Colombia. Serán, sin duda, unas elecciones polémicas, porque ronda el fantasma del paramilitarismo. Pero también serán unas elecciones interesantes, porque habrá que ver cómo se acomodan el Partido Liberal y el Polo Democrático Alternativo.

Naturalmente, una elección crucial será la del alcalde de Bogotá. En las encuestas puntean Enrique Peñalosa y María Emma Mejía. Es curioso: ambos son (o fueron) liberales, pero ninguno es candidato por el Partido Liberal. Todavía no tengo claro si éste tendrá candidato oficial a la alcaldía, pero el único candidato liberal que hasta el momento ha aparecido, Antonio Galán, no da trazas de ser el gallo para ganarla.

Me parece que lo de Peñalosa y María Emma es sintomático: los liberales con potencial electoral cada vez más están fuera del partido. El Partido Liberal nunca fue doctrinariamente muy riguroso: es de liberales respetar tendencias y disensos. La tradicional definición de que el liberalismo era una coalición de diversos matices de izquierda parecía una buena. Pero hoy el liberalismo está en la encrucijada: no es capaz de retener ni a los votantes de centro ni a los de izquierda, así como tampoco a los candidatos de una y otra tendencia.

Luce, pues, que el Partido Liberal volverá a perder la alcaldía de Bogotá. Y la ironía es que muy probablemente va a perderla con gente que se hizo en el Partido. Es decir, le va a pasar lo mismo que le pasó con las elecciones presidenciales de 2002 y 2006: perdió contra gente que pudo haber sido suya.

Es urgente que el liberalismo recupere la capacidad de reunir diversas tendencias en su seno. Pero, asumiendo una posición cerrada, dictada por los insiders del Partido, ha perdido la capacidad de interpretar a la opinión pública. Ojalá el congreso del Partido que se va a celebrar en abril sirva para que se aireen otras posiciones. La pregunta es simple: ¿qué puede hacer el Partido para atraer a los liberales que ahora se sienten mejor dentro del uribismo o dentro del Polo? ¿No puede volver a haber un Partido Liberal de centro izquierda y de amplia acogida popular? Por ahora, qué pesar, luce como que el Partido seguirá siendo inferior a sus retos.

07-02-20: Impresiones sobre Cuba

Cuando trabajaba en el BBVA, alguna vez (probablemente 2005) fui incluido en uno de los viajes de "incentivación" que ese tipo de entidades hace como premio para sus empleados. A mí me tocó en suerte Cuba. Después de ese viaje, escribí las siguientes notas:

El viaje de incentivación a Cuba organizado por el BBVA Colombia tuvo muchas facetas interesantes; una de ellas fue poder percibir de primera mano cómo es la vida en un país socialista. La primera impresión es que Cuba no ha superado la pobreza. Qué ha ocurrido con la pobreza extrema es difícil de decir. Sí hay mendigos en Cuba, pero usualmente no piden dinero sino bolsas de leche o cosas por el estilo. A una compañera que le lanzó miradas de cariño a una negrita de unos dos años, los padres de la niña le dijeron que se hiciera cargo de ella; que se volviera su “madrina”. Dicen también por ahí, aunque no puedo verificar la autenticidad de la historia, que los padres de una niña adolescente la ofrecieron sexualmente al presidente del Banco. Ambas son historias terribles. Pero, a pesar de ellas, quizás el Estado sí ha sido capaz de erradicar la más extrema de las miserias. Esto ha tenido un costo. En ninguna parte se ve opulencia, a no ser la opulencia en ruinas de la Cuba prerrevolucionaria. Así, podría decirse que Cuba, con tal de eliminar la pobreza extrema, ha escogido ser pobre. Esto es paradójico porque Cuba, en los años 20 del siglo pasado, fue uno de los países más ricos de América Latina (superado sólo por Argentina y Venezuela, que tenían ingresos per cápita propios del Primer Mundo). Ahora, la distribución del ingreso debe ser mucho más igualitaria, pero es la uniformidad que surge de una pobreza generalizada: Cuba tiene el aspecto de un país uniformemente pobre.

Es difícil medir los proclamados logros de la Revolución: la educación, la salud y la cultura. Es probable que sean muy importantes. Sin embargo, parece que la educación primaria se imparte en instalaciones muy precarias. La Universidad de La Habana es hermosa, pero comparte la decadencia locativa de toda la ciudad, lo mismo que los hospitales que tuvimos a la vista. A juzgar por nuestra guía, el nivel educativo es alto: ella estaba preparada a hablar de temas que un guía promedio en Colombia no tocaría. Sin embargo, es presumible que los guías sean cuidadosamente seleccionados por el régimen. Da la sensación de que altos niveles de educación no son rentables en Cuba. En general parecería que, si bien el capital humano es alto, el capital físico y los incentivos para explotar el capital humano son bastante pobres.

De otra parte, es claro que en Cuba se respetan las expresiones culturales. Los cubanos son un pueblo musical y artístico. Mi primer contacto con Cuba fue el video que transmitió Cubana de Aviación en el avión hacia la isla. Era un video sobre “Los Van Van”, la famosa orquesta de salsa cubana dirigida por Juan Formell. El video exaltaba cómo Los Van Van lograron ganar un Grammy en Estados Unidos, a pesar de la férrea oposición de los cubanos norteamericanos (o “gusanos”, como les dicen en Cuba), que organizaron nutridas marchas, con desórdenes incluidos, para tratar de impedir que la orquesta tocara en Estados Unidos. A uno le cuesta entender tanta asociación entre los temas artísticos y los políticos, pero así ha sido: recuérdese cómo Estados Unidos y Rusia se saboteraron sus respectivos Juegos Olímpicos por razones políticas. De otra parte, el disco de Buena Vista Social Club, reuniendo lo mejor de las viejas glorias de la música cubana, le dio la vuelta al mundo. Es claro que Cuba, si uno pudiera prescindir de las apreciaciones atravesadas por la política, es una isla bella llena de gente bella, y orgullosa de su “cubanía”.

La cubanía es un concepto hermoso de identidad nacional, que aflora a pesar de todo. La presencia hispánica en Cuba es muy importante, ya que la isla fue colonia española hasta 1898. El padre de Fidel Castro era español, y todavía quedan clubes de cubanos asturianos, o gallegos, o lo que sea, según el lugar de origen de sus antepasados. Muchos exiliados de la Guerra Civil española llegaron Cuba, así como inmigrantes de otros países europeos, e incluso asiáticos: la colonia china en Cuba es muy importante. La otra gran influencia es la influencia negra, que está presente en toda la isla. Negros congos, yorubas, carabalíes, bosongos, lucumíes, mandingas. Negros bozales y ladinos, negros esclavos, cimarrones y mambíes. Ya no hay mayorales que los azoten, ni parece haber racismo, aunque el trabajo en los cañaduzales continúa. Y la cultura negra impregna la música, el baile y la religión. Cuba es tierra multirreligiosa, donde florece la santería, ese culto afrocubano que es una mezcla maravillosa entre cristianismo y paganismo, practicado muchas veces por sociedades secretas como los abakuá. Nosotros también somos un poco esas sectas, porque ¿quién no ha cantado alguna vez “ekua, ekua, ekua, babalú ayé ekua”?

La influencia norteamericana, que ahora es tan activamente rechazada, todavía es manifiesta. Es imposible no sentir que el show de Tropicana fue, en sus comienzos, un show para gringos, y que por Cuba se paseaban a su antojo, buscando rumba, personajes tan diversos como Ernest Hemingway, Errol Flynn y Meyer Lansky. Y es importante no olvidar que ahí, en la tarima del Tropicana, donde yo bailé sin reatos, antes de la Revolución un nacionalista puso una bomba, que en su momento causó tanto impacto como la bomba en el Club El Nogal. En verdad sí parece que Cuba, antes de la Revolución, iba en trance de “floridizarse” (de hacerse cada vez más similar a La Florida en Estados Unidos); era, como le decían, el “prostíbulo de América” (donde “América” en este caso significa Estados Unidos); y era, como cuenta la película “El Padrino”, un centro de reunión del gangsterismo norteamericano (remember Lansky). La Cuba prerrevolucionaria de Batista era tan podrida que Castro tumbó el régimen con una guerrilla que se contaba en decenas, y en el mejor de los casos en centenas. Mejor dicho, sólo había que soplar para tumbar a Batista. Ahora, sin lugar a dudas, Cuba ya no se parece a La Florida, sino que ha sabido mantener su identidad, y los gángsters parecen haberse ido. La cubanía es, pues, una feliz mezcla de diversos elementos españoles, negros, indios e internacionales, que producen una cultura típicamente cubana, muy exaltada por el régimen, que así defiende la dignidad del país frente a Estados Unidos. Pero, infortunadamente, sigue siendo un prostíbulo. Las historias sobre las famosas “jineteras” no son exageradas. De hecho, yo fui abordado por una hermosa prostituta negra de 18 años (o eso dijo, para enfatizar que tener sexo con ella era legal), pero me abandonó cuando, en vez de sexo, le propuse que se casara conmigo. Parece que los dólares que esa industria aporta son bienvenidos.

La infraestructura cubana no parece ser impresionante, lo cual es llamativo porque Cuba es un país pequeño tanto en extensión como en población (sólo 11 millones de habitantes). Aunque el aeropuerto de La Habana compite en buenos términos con El Dorado, las llamadas telefónicas internacionales tienen muchos problemas, el agua potable parece ser escasa y el tema político de moda durante nuestra estancia fue la crisis energética. El transporte público parece ser un desastre. Los cubanos se han resignado a un transporte público muy esporádico y supremamente incómodo. La infraestructura hotelera para los turistas, en cambio, parece muy adecuada. Se diría que Varadero tiene mejor infraestructura hotelera que Cartagena, por ejemplo. El turismo debe ser ahora una fuente importante de divisas para Cuba. En Cuba circulan dos monedas locales, el peso local y el peso convertible. El peso convertible se transa a la par con el dólar, aunque el dólar, por razones políticas, no es oficialmente aceptado. Así, el peso convertible acaba transándose como si fuera un euro. En cambio, se dan 24 o 25 pesos locales por un euro. Este sistema dual con tasas de cambio tan dispares sugiere que, para un cubano, tener acceso a divisas es muy valioso. Una forma obvia de timar a un turista es recibir como pago pesos convertibles y dar a cambio pesos locales. Sin embargo, hay que decir que los cubanos no parecen particularmente criminales; todo lo contrario. En ese sentido, me parecieron similares a los árabes: ya que robar, en los países árabes, es castigado severamente, utilizan todo método legal, pero que bordea lo ilegal, para obtener propinas de los turistas.

La falta de libertad individual es patente. El Estado es omnipresente y controla las actuaciones de los ciudadanos. Vi guardias en el inútil papel de controlar que el transporte público fuera realmente utilizado por el público. Vi cómo la policía impedía que un compañero se sentara en una banca al lado de la mía, pero permitía que yo siguiera sentado en la mía. Vi cómo la policía restringía las fotografías en un lugar inocente de la Plaza de la Revolución. Hubo el episodio del número de personas en un catamarán que abordamos: el Estado afirmaba que había más de las que en efecto habían abordado, tratando de controlar así que otro cubano más se convirtiera en balsero. Me dicen que la policía fue efectiva en cuestionar a un compañero del grupo por regalar objetos del hotel (jabones y cosas así) a algún cubano que los solicitó.

De otra parte, me parece que la noción que manejan de la eliminación de la propiedad privada es excesiva. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que la gente no sea dueña de su vivienda? Si hay algún sentido en que la propiedad sea pública, es el de la propiedad pública de los medios de producción. Pero las viviendas no son un medio de producción (nadie se ha hecho más rico por tener vivienda), y sin embargo son públicas.

Sigo sin entender por qué el socialismo es incompatible con el sistema de precios. En un sistema operante la escasez se cura, no desestimulando la oferta con bajos precios y racionando la demanda, sino permitiendo que el precio del bien escaso suba. Sin embargo, en Cuba se prefiere el racionamiento y la escasez. Las tiendas de propiedad del Estado tienen un surtido lamentable. Peor aún, los repetidos discursos de Castro para solicitar que se ahorrara energía me parecieron patéticos: eran como decir que lo malo no es que haya poca energía, sino que la gente quiera usar más de la que se produce. Llama la atención la ausencia de toda propaganda comercial, y la ubicuidad de la propaganda del régimen. La valla que más me llamó la atención fue una con una foto de Fidel y una leyenda que decía: “vamos bien”. Otras vallas me recordaron que Cuba está sometida a un bloqueo infame por parte de Estados Unidos, que quién sabe en cuánto ha ayudado a propagar la pobreza en la isla. Me llamó la atención la resignación de los cubanos a aceptar las cosas como son, sin preguntarse mucho por qué son así. No es, creo yo, que sean impermeables a las críticas, sino que saben que cuestionar puede ser peligroso.

En síntesis, a pesar de que me compré una camiseta del Che Guevara, no me pareció que Cuba fuera un modelo a seguir. Lo más detestable es la autoridad absoluta de Castro. Eso choca contra mi espíritu contestatario: yo creo que no debe haber hombres, por poderosos que sean, a los que yo no pueda cuestionar. El Che soñaba con que la Revolución produciría un Hombre Nuevo. No me parece que lo haya logrado. El régimen quiere vender la idea, que ya Martí repetía antes de que hubiera Revolución socialista, de que Cuba es capaz de resistirlo todo, excepto perder su dignidad. Y, la verdad, hay algo de admirable en eso. Causa algo de emoción que Cuba no se arrodille ante Estados Unidos, a pesar del costo que efectivamente paga por eso, en un comportamiento que contrasta tanto con el de Colombia.

No cabe duda de que el viaje me dejó enriquecido, y no puedo menos que estar agradecido por eso. Cuba causa repulsión y afecto por igual. Hay que tenerle paciencia. Debe recordarse que Cuba nunca en su historia ha sido verdaderamente libre: fue colonia de España hasta 1898, fue un satélite de Estados Unidos hasta 1959, y fue un satélite de la Unión Soviética hasta 1989. Lleva, si se quiere, 16 años de vida independiente (aunque todavía no verdaderamente libre). Casi la misma edad de la putica que se me acercó. ¿Qué diría el Che de ver que el resultado concreto del esfuerzo por producir un Hombre Nuevo bajo su socialismo histórico es una jinetera negra de 18 años que se llama Claudia? Es evidente que, en Cuba, la dignidad nacional no llega al plano personal. Y, sin embargo, ¿quién soy yo para juzgar? Cuba me pareció un país fascinante, como toda América Latina. Y me dolió. Me dolió porque vi, como dice Eduardo Galeano, las venas abiertas de América Latina. Y Claudia se me volvió una metáfora de Cuba: puta, pero hermosa. No muy distinta de lo que es mi Colombia. El viaje a Cuba, bien mirado, fue un viaje al fondo de mí mismo. Y a uno, a veces, no le gustan las cosas que ve en esos viajes. ¿Pero quién dejaría de quererse por saber que está lleno de heces por dentro? Esa putica no me pareció peor que yo, y Colombia, quién sabe en cuántos sentidos, es peor (o mejor) que Cuba.

07-02-20: Comentarios a Santiago Montenegro

Hace algún tiempo, Santiago Montenegro publicó un libro, Sociedad abierta, geografía y desarrollo. Antes de publicarlo, Santiago me pidió comentarios sobre su primer capítulo, que era como un resumen del libro. Estos fueron mis comentarios:

Santiago:

Primero que todo, muchas gracias por la tarea que me puso. Se la agradezco de todo corazón.

El esfuerzo que ha hecho se necesitaba. Un lugar donde dejar plasmada su visión del mundo. Tiene el mérito, además, de que lo ha hecho a una edad no “muy” avanzada. Un capítulo así debió haber sido su introducción al plan de desarrollo.

Escribiré aquí lo que no entiendo o no comparto. Eso dará la impresión de que no exalto lo bueno que tiene su trabajo. Espero que me perdone por eso. Creo que su trabajo es muy bueno, y su aproximación “humanista” me parece un oasis de agua fresca dentro del formalismo de los tecnócratas.

Pa’ comenzar, el tema de los determinismos o mecanicismos. No entendí muy bien en contra de qué ideas o autores está usted. Ese combate no me quedó muy claro. Me vino a la cabeza la idea de los sociobiólogos y de los sicólogos evolutivos de que el comportamiento humano está biológicamente (genéticamente) determinado. Yo no es que esté muy persuadido por ese tipo de determinismos y hay que tratarlos con mucho cuidado (antes me gustaban mucho), pero me parece que es difícil desecharlos a la ligera.

En segundo lugar está la idea de que la historia no tiene leyes, y que por lo tanto no es posible predecir el futuro. Esta idea es, en sí misma, no controversial, pero a veces suena (ver, por ejemplo, p. 10, segundo párrafo) como si usted creyera que la vida y la sociedad tampoco tienen leyes. Esta idea, para un economista, es difícil de tragar. Si la sociedad no tiene leyes, ¿puede haber una comprensión científica de la sociedad? Yo creo que, aunque no es posible predecir el futuro, sí es posible creer en algunas leyes sociales, que son las que permiten el análisis científico de las sociedades. Me parece que es un debate similar al de la evolución. Nadie argumenta que puede predecir el curso de la evolución, pero nadie tampoco, excepto los creacionistas, argumenta que la evolución no tiene leyes. El mérito de Darwin fue identificarlas.

En tercer lugar está la idea de que los valores son contradictorios e inconmensurables. Son contradictorios, sin duda, pero lo de que son inconmensurables es muy cuestionable. Eso, me parece, está relacionado con el teorema de la imposibilidad de Arrow. Para establecer su resultado, Arrow exige que no pueda haber comparabilidad interpersonal de las utilidades individuales, es decir, que las utilidades individuales sean interpersonalmente inconmensurables. Muchos han señalado que esa es una restricción excesiva e innecesaria (por ejemplo Harsanyi). Yo mismo he demostrado que la no comparabilidad es inconsistente, es decir, que usted no puede tener al tiempo no comparabilidad y una función de bienestar social. Así, la no comparabilidad (la inconmensurabilidad) es suficiente para obtener el resultado de Arrow. En otras palabras, si usted sostiene como un axioma que los valores son incomparables, entonces no se puede construir una noción de bien común. A mí me parece que esa es una estrategia equivocada: me parece que uno debe abordar de manera explícita el problema de la conmensurabilidad de los valores. Así lo han hecho los teóricos de juegos preocupados por cuestiones éticas, como Harsanyi o Binmore.

El problema, me parece a mí, es similar al problema clásico de la teoría del valor. ¿Cuál es el valor de unos zapatos, de un carro, de un banano? Ahora dejamos que el mercado resuelva eso, y sumamos zapatos con carros y bananos en el PIB, gracias al valor de cada uno de esos bienes determinado por el mercado. Pero ya sabemos las discusiones que hubo en torno al valor, y al problema de sumar zapatos con carros y bananos. Ahora la pregunta es: ¿cuál es el valor de los valores? ¿Podemos dejar que el mercado defina el valor de los valores? Yo creo que no. Yo creo que el valor de los valores se define en la arena política. ¿Qué sistema político es el más adecuado para valorar los valores? Yo concuerdo con usted en que es la democracia la que debe jugar ese papel. Pero quizás esto no es toda la respuesta. La pregunta clave es: ¿cuáles son los mejores métodos de votación? Arrow hubiera dicho que ninguno, pero Arrow está empezando a ser revaluado. La pregunta crucial es qué sistemas de votación reflejan mejor o peor la “voluntad popular”. La pregunta crucial es sobre la calidad de la democracia. Me parece a mí que lo fundamental es darse cuenta de que el papel del proceso político, un papel que nunca podrán hacer los mercados, es darles un valor a los valores. Y me parece a mí que el valor de la Justicia está subvalorado en Colombia, especialmente por algunos técnicos.

Muchas veces se dice, y usted recoge el argumento, que “la Economía busca la eficiencia y el Derecho la justicia”. Esta es una discusión relacionada con la anterior. Me parece que aquellos que creen que la economía sólo busca la eficiencia (y entre ellos está la mayoría de los estudiantes de los Andes) están totalmente equivocados. Basta recordar los dos teoremas fundamentales de la economía del bienestar. El uno está asociado, sí, con la eficiencia, pero el otro está asociado con la justicia. Arrow hizo mucho daño con el argumento de que no se pueden construir de manera no ambigua funciones de utilidad social, pero hay que recuperar la justicia para la economía. Estoy escribiendo un libro sobre economía política, y uno de los capítulos (cuyo borrador ya está listo) se dedica a estudiar la justicia con los instrumentos formales de la economía. Yo espero que, después de un capítulo de esos, nadie vuelva a decir que la economía es sólo eficiencia.

Tampoco entendí muy bien qué significa que el conocimiento sea teórico.

Veo además que usted forma parte de los historiadores “revisionistas” que, con Eduardo Posada Carbó a la cabeza, quieren refutar que Colombia es un país violento, que la pobreza y la desigualdad es causa de violencia y que la democracia y las instituciones en Colombia son débiles. Simpatizo con cierta parte de ese argumento. No es que seamos violentos por naturaleza, o cosas así; es cierto que la pobreza, por sí sola, no genera violencia; y nuestras instituciones, en el contexto latinoamericano, brillan por su vigor, tanto antes, cuando no fuimos presa de los caudillismos y las dictaduras, como ahora, cuando el régimen político de nuestros vecinos da grima.

Pero de ahí a decir que no ha habido violencia en Colombia, que no hay ninguna relación entre desigualdad y violencia, o que nuestras instituciones son fuertes, hay, creo, un amplio trecho. En particular sí creo que hemos tenido una historia violenta, y que los datos lo confirman. Al menos once guerras civiles en el siglo XIX, y, en el siglo XX, un periodo conocido como La Violencia, y luego la violencia de los 70 para acá. Colombia ha sido violenta, no cabe duda. Además, me parece que nuestra democracia es una democracia muy imperfecta. Me parece que es elitista y excluyente. No podemos olvidar que el Frente Nacional, en efecto, se empezó a acabar con Virgilio Barco. En Colombia los intereses populares nunca han sido verdaderamente representados. Fenómenos como Lucho Garzón o Angelino Garzón en el gobierno son en verdad novísimos. Me parece que los vínculos entre violencia y política en Colombia, sobre todo en el pasado no tan reciente, son manifiestos. Me parece que ese revisionismo histórico tan de moda ahora conduce a posiciones muy conservadoras, en particular en lo que a reforma institucional se refiere.

Tengo problemas también con su hipótesis de que los problemas de nuestro desarrollo son más económicos que políticos en su más profunda naturaleza. En particular, usted argumenta que nuestro modelo hacia dentro fue funesto. Los datos sugieren que el periodo de sustitución de importaciones no fue, en verdad, malo. Ya hubiéramos querido tener en los 80s y 90s los crecimientos de los 50s y 60s. Quizás un cambio de modelo era necesario, pero los últimos 15 años no han sido como para, como dicen los españoles, “tirar cohetes”. En particular, tuvimos la peor recesión de nuestra historia. ¿No es paradójico? ¿No teníamos técnicos capaces de estabilizar la economía? La respuesta fue: “no”. En el pasado, había un adecuado balance entre técnicos y políticos. Carlos Lleras era el epítome del técnico-político. Los 90s impusieron otra moda: la de los técnicos políticamente irresponsables. Carlos Lleras, obviamente, se volvió el símbolo de todo lo malo: el político intervencionista. Los técnicos se inventaron la idea de tener cuentas privadas de pensiones sin cerrar el Seguro Social (el principal lío fiscal de Colombia), la libertad en la cuenta de capitales (que ni Bhagwati, el campeón del libre comercio, defiende), la banda cambiaria (o la idea de que la tasa de cambio estable está por encima del desempeño real), la UPAC vinculada a la DTF (¿cuántas familias no perdieron su hogar?), la idea de subir los intereses cuando la economía se está desacelerando y otras joyas por el estilo. La responsabilidad de los técnicos en la crisis de 1999 todavía no se ha desnudado.

Así que yo no tiendo a favorecer su hipótesis de que fue el modelo económico cerrado el causante de nuestro subdesarrollo. Me parece que fue bueno para su tiempo, y que a las cosas hay que juzgarlas en su contexto histórico. Eso es lo que me parece malo del período de sustitución de importaciones. Me parece que hubo un vínculo muy estrecho entre el poder económico y el poder político. Así, veo nuestro régimen político como perpetuador de privilegios. Nunca se ha gobernado, digamos, contra la Andi o, en su momento, contra la Federación Nacional de Cafeteros. No hay lobby más poderoso en el Congreso que el de Bavaria. Nuestra política está llena de favores personales. No hemos tenido caudillos nacionales, pero a cambio las élites regionales y sus demandas son aún más provincianas. Necesitamos un sistema político que fuerce a los tomadores de decisiones a pensar en el bien nacional. Eso no ha existido. Existen unos intereses locales, particulares, privados. Una política armada así no puede ser buena. Lo que nos ha salvado, relativamente, es que nuestras élites son relativamente ilustradas.

Por último, queda el papel del TLC. Las autoridades están obnubiladas con ese tratado. Y la pregunta es, sin embargo, qué tan bueno es eso. Yo mismo le he dedicado buena parte de mi vida intelectual a entender los efectos del libre comercio. Mi tesis de PhD estuvo en buena parte dedicada a eso, y cuando llegué a los Andes llegué a dictar los cursos avanzados de Economía Internacional. Una pregunta crucial que siempre me pregunté es: “si el comercio internacional es tan bueno, ¿por qué la gran mayoría de los países no lo han adoptado en diversos momentos de su historia?”. La respuesta ortodoxa de la teoría es que los beneficios del comercio no son para todo el mundo: aunque el país gana, hay grupos dentro del país que salen ganando y otros que salen perdiendo. Si los grupos que salen perdiendo son políticamente poderosos, entonces no habrá libre comercio. Es decir, bajo la teoría ortodoxa, el proteccionismo es el resultado de un problema político, que impide que los ganadores compensen a los perdedores. No es casual, por tanto, que muchos de quienes han estudiado este problema (Grossman y Helpman, por ejemplo) hayan terminado haciendo economía política. Yo mismo, guardadas las proporciones, he seguido la misma ruta. En mi tesis de PhD demostré, en un par de papers, que el libre comercio en economías perfectamente competitivas y dinámicas no siempre es bueno. En un caso introduje comercio, no sólo de bienes, sino también de capital, y en el otro introduje producción asimétrica de conocimiento. Este último tema es muy sensible. Las teorías modernas del crecimiento le asignan al conocimiento un papel crucial. Si uno no tiene acceso a él, está en problemas. Los gringos, con razón, argumentan que el conocimiento es un bien público, y que por lo tanto su producción debe ser protegida, porque, de otro modo, el mercado producirá muy poco de él. Sin embargo, su solución a este problema es muy chimba: ellos proponen convertir el conocimiento, que es un bien público, es decir, una falla del mercado, en un monopolio, es decir, otra falla del mercado. Y justo la que no nos beneficia. No es casual que Bhagwati, en su libro “In Defense of Globalization”, tampoco defienda mucho los flujos internacionales de capital y la defensa de los derechos de propiedad intelectual (ver caps. 12 y 13). Sin embargo, el TLC no es sólo un problema de abrir mercados de bienes. Los puntos más sensibles del TLC, a mi juicio, son la protección agrícola unilateral de EU, la propiedad intelectual y el manejo de los flujos de capital. Pero la ortodoxia ordena que debemos tener TLC, no matter what. Me parece una ortodoxia muy ciega. La paradoja es que, si no tenemos TLC, no va a ser por decisión nuestra, sino por decisión de los gringos. La todopoderosa economía norteamericana no quiere aprobar el CAFTA: le tiene miedo a la competencia centroamericana. Y, si no hay CAFTA, no hay TLC. Esa sería una cruel paradoja: que nos quedaríamos sin la procesión y sin el santo, por ser más papistas que el papa.

Me parece a mí que el problema del TLC es, desde el punto de vista de los gringos, un problema de poder: habrá TLC si los gringos quieren que haya. Y desde el punto de vista de los colombianos, el TLC es un ejemplo más del respeto de las oligarquías a la teoría del respice polum o “mirar al polo” de Marco Fidel Suárez. Mejor dicho, nuestra clase dirigente está vendida a EU. Colombia tiene una proporción de su comercio exterior con EU excesivamente grande en comparación con toda América Latina, excluyendo, por obvias razones, México. Excluyendo Irak, Colombia es el tercer receptor de ayuda militar de EU en el mundo. Colombia es el único aliado incondicional que le queda a EU en Sudamérica. En Colombia se libra una lucha contra el narcotráfico diseñada y financiada por EU. En Colombia se echa glifosato si EU quiere que se eche glifosato. Me parece a mí, entonces, que el TLC es la última puntada de un matrimonio feliz entre una clase dirigente obsesionada con EU y una tecnocracia obsesionada con el neoliberalismo.

Yo creo, como usted, que el quiebre que hubo en los 90 hacia la derecha fue importante y necesario. Pero creo también que, dados ciertos resultados económicos y sociales, se nos fue la mano, y ahora tenemos que empezar a recoger ciertas banderas. Un libro que me leí recientemente, y que me impresionó mucho, a pesar de que es, en cierta manera, simplista, es “World on Fire”, un libro de Amy Chua, una profesora de Derecho en Yale. Su argumento es simple: en buena parte del mundo, si usted quiere implantar democracia y capitalismo al tiempo, lo que usted obtiene es inestabilidad y odio. El punto es que no todo el mundo está en las mismas condiciones de aprovechar las ventajas del capitalismo, y cuando el capitalismo crea desigualdades que se pueden expresar en un ambiente democrático, resulta la crisis. Me parece que esa historia general, con matices, resulta adecuada para la Colombia de los 90s y de este siglo: introdujimos más democracia con la Constitución del 91, e introdujimos más competencia capitalista con las reformas económicas. ¿Resultado? Una impresionante ingobernabilidad económica y política, sin notables logros sociales.

Como ve, tengo algunas diferencias con su visión. ¿Qué si me he convertido en un mamerto? Lejos de eso. ¿Qué si me parece terrible su visión? No, ciertamente. Su visión es claramente humanista, y de una perspectiva más amplia que la de muchos tecnócratas. Además, si su posición es: “no hay que hablar gratuitamente mal de Colombia”, esa posición es respetable e importante. No sé si le gusten estos comentarios o no. Sólo puedo decir que están hechos con todo respeto. Su esfuerzo es honesto e importante. Ha sido un placer leerlo.

Cordial saludo,

Daniel

07-02-20: La cuestión religiosa

Este es un texto viejo, que recupero para mi blog.

El ecumenismo y la tolerancia religiosa

Con estas notas se pretende promover la tolerancia entre los seres humanos, particularmente en materias religiosas. Creo que el mundo debe ser un hogar que acoja por igual a los miembros de todas las creencias religiosas en armonía, y que evite que las diferencias religiosas dividan al género humano. Creo que las cuestiones religiosas, las cuestiones éticas y morales, y las cuestiones científicas, tratadas adecuadamente cada una en su propio espacio, pueden convivir en un ambiente de tolerancia y respeto.

Creo que el diálogo entre los seres humanos se facilita cuando se aceptan con tolerancia y respeto las diferencias en materia religiosa y de fe. Un principio fundamental es, pues, respetar las fes de los otros. Promuevo el ecumenismo, entendido como la capacidad de diálogo de seres humanos con fes distintas. No debemos estar dispuestos a imponerles nuestras creencias, en especial las religiosas, a otros, así sea por su propio bien. Abomino de los conflictos humanos en general y de los conflictos humanos que tienen un sustrato religioso en particular, como el conflicto entre israelíes (judíos) y palestinos (musulmanes), o entre ingleses (protestantes) e irlandeses (católicos). Por el contrario, creo en una visión ecuménica, donde las diferencias religiosas no sean fuente de conflicto entre los seres humanos. Me parece que una sociedad bien organizada debe ser capaz de tolerar a diferentes expresiones religiosas, pero reconozco que el mundo actual está lejos de esa situación ideal.

Mi fe (o falta de ella)

En el plano personal, no soy un hombre religioso ni creo en Dios, o dioses. La pregunta de si creo en Dios me parece superflua. No tengo cómo saber si Dios existe. No sé si hay un dios, o muchos. No soy ni mono ni politeísta. Más precisamente, no soy teísta. No es que niegue a Dios, así como no lo afirmo. Simplemente, no sé si Dios existe.

Preguntarme sobre la existencia de Dios me parece una cuestión bizantina. Si Dios existe, supongo que será de una naturaleza tan inescrutable que Él entenderá que yo frente a Él me muestre perplejo. Puedo convivir con la incertidumbre. Sé que hay muchas cosas que no sabemos. Pienso que es mejor convivir con la ignorancia que con el error. No creo en ninguna autoridad que tenga la verdad absoluta, o que esté libre de la posibilidad de error. Creo en el libre examen de una comunidad bien informada como el procedimiento para ir desterrando el error de nuestras creencias. Creo, además, que la capacidad de convivir con la incertidumbre fomenta la tolerancia: la intolerancia frecuentemente surge de la convicción de algunos individuos de ser poseedores de la verdad absoluta.

Puede ser que Dios sea las fuerzas que dan forma al Universo. Todavía queda por entender qué hay detrás del Big Bang. Cualquier cosa que lo haya causado podría ser interpretada como Dios. Cómo relacionarse con Dios, por lo tanto, me parece un enigma.

Me parece que los seres humanos siempre han creado un Dios a su medida. Por lo tanto, me parece que el concepto de Dios que los hombres han construido dice más de los hombres que de Dios.

Mi actitud frente al cristianismo

Con respecto al cristianismo, diré que dudo hasta el escepticismo de cosas como que Jesús haya sido Dios, o de que su madre, María, haya sido virgen. En el catolicismo que me tocó en suerte, se negaba incluso que Jesús tuviera hermanos, a pesar de que lo dice explícitamente la Biblia (aunque no en la que yo leía: en ella los hermanos de Jesús eran convertidos en “primos hermanos”: lo que se nota es un esfuerzo evidente de divinizar a Jesús).

Así mismo, no creo en conceptos como el cielo o el infierno, aunque recientemente el Vaticano declaró que el infierno no es “un lugar”. Me pregunto si en un futuro pasará lo mismo con el cielo.

No creo en la “resurrección de los muertos”. No creo que los seres humanos tengan una “dimensión espiritual” que pueda sobrevivir al fin de la vida corporal. La noción de “alma” me parece no más que una metáfora. Me parece que lo que llamamos “alma” “muere” cuando muere el ser humano. De igual manera, la idea de la reencarnación, común en otras religiones, me parece aún más exótica y, por lo tanto, menos verosímil.

Me escandaliza que ciertos movimientos sociales recientes interpreten literalmente la creación de la vida que está descrita en la Biblia y que, por lo tanto, nieguen la masiva evidencia científica en contra de la evolución. Promuevo una visión secular del universo y la sociedad. Creo que el origen de la vida y de la humanidad en la Tierra es una cuestión que mejor aborda la ciencia que la fe. Al respecto, acepto como mejor respuesta provisional a los datos disponibles la teoría de que la vida y la humanidad surgieron en la Tierra por un proceso evolutivo que ha tomado miles de millones de años, del cual todavía ignoramos muchos aspectos puntuales.

No creo que la vida sea “sagrada”, en algún sentido místico. Pienso que el respeto a la vida es una regla adecuada de convivencia social y con la naturaleza, pero no es, en modo alguno, una regla inflexible que no admita interpretaciones. Prefiero un agnóstico que, por razones éticas y morales, se niegue a matar en la generalidad de las situaciones, a un cristiano que nominalmente respete el mandamiento de “no matarás”, pero que en la práctica pueda considerar excepciones a esa regla, como en el caso extremo del exterminio de seis millones de judíos en campos de concentración nazis. Me parece contradictorio, por ejemplo, que un cristiano apoye la pena de muerte. Yo mismo no la apoyo, pero por razones éticas y morales, no por razones dogmáticas.

Pienso que el aborto, así no me guste en el plano individual, es una decisión que la sociedad debe dejar tomar libremente a sus individuos. Pienso que a la sociedad en su conjunto no le hace daño que una mujer o una pareja decidan interrumpir un embarazo no deseado, y por lo tanto pienso que la sociedad no tiene ningún derecho a normatizar un comportamiento que debe ser mejor decidido en el ámbito del individuo o la pareja. Pienso que cada niño que nace debe ser deseado. Pienso que cada mujer o pareja que decide interrumpir un embarazo no está interrumpiendo una “vida” en ningún sentido significativo. Pienso que las posiciones anti-aborto que se justifican como defensoras de la vida cometen el doble error de atribuirle a la vida un sentido sagrado y de juzgar que un feto tiene vida o consciencia en algún sentido significativo.

El uso de anticonceptivos para disfrutar de la sexualidad sin el riesgo de embarazos no deseados o para prevenir la difusión de enfermedades de transmisión sexual me parece perfectamente legítimo.

Creo que la procreación no es el fin único y exclusivo de la sexualidad. Los seres humanos derivan placer de la sexualidad, y creo que están en todo su derecho de gozarla sin cohibirse por la posibilidad de la procreación. Si los seres humanos tienen, como en efecto tienen, la capacidad técnica de separar la sexualidad de la procreación, me parece correcto que lo hagan si lo que desean es derivar placer de la primera sin tener que enfrentar, si no lo desean, la posibilidad de la segunda.

Creo que la discriminación laboral por razones de género es insostenible. En particular, no entiendo por qué la religión católica niega el sacerdocio a las mujeres.

Así como no soy cristiano católico en términos religiosos, sí soy católico en términos culturales. Soy heredero de la tradición occidental que conjuga y desarrolla los elementos provistos por las culturas griega y romana y por la religión judeo-cristiana. En particular, soy heredero de la noción de “pecado” que probablemente Pablo introdujo en el cristianismo, y de la tradición occidental de la contrarreforma y la Inquisición que en España impulsó Felipe II, que tanta influencia tuvo en la conquista y la colonia de América, y que se mantiene hasta hoy. La historia de América no se podría entender sin la historia de los esfuerzos adoctrinadores de los ibéricos, y su influencia sobre Colombia y, en particular, sobre mí, es inmensa. La historia de Colombia está permanentemente cruzada por la influencia de la religión y el clero en la vida social, política, cultural y económica del país.

Mi visión no creyente, no religiosa, no está planteada para antagonizar a los creyentes en general o a los cristianos en particular. Mi visión ecuménica y tolerante exige para sí misma el mismo respeto que otorga a otras visiones. Plantear desacuerdos en materias religiosas no se debe entender como una ofensa, sino como una simple afirmación de la diversidad.

La posibilidad de los valores sin la fe

Todo lo anterior no implica que me sienta incapaz de la ética y de otros elevados propósitos, de lo que alguien más llamaría una “vida espiritual”. Pienso que un ser humano sin el soporte de la religión no es un ser humano sin principios ni valores morales. No creo que los seres humanos tengan una dimensión espiritual, pero sí creo que tienen una dimensión ética y moral. No pienso que un ser humano sea “peor” por no tener religión.

Buscar una rica vida espiritual, si bien me parece fácticamente imposible (en el sentido de que no creo que exista un “espíritu” independiente de la materia corporal), me parece metafóricamente adecuado. Creo, con el cristianismo, que la búsqueda de fines materiales en la vida, con exclusión de todos los demás, produce una vida extremadamente pobre. Bajo el entendido de que la noción de “vida espiritual” es una metáfora y no una descripción precisa de algo que en realidad existe, me parece que un individuo debe esforzarse por buscar una rica vida espiritual. Mi propósito es buscar una rica “vida espiritual” sin tener que justificarla por medio de una religión dogmática.
Creo, como afirman ciertas teorías biológicas recientes, que los seres humanos tenemos una cierta propensión biológica a creer en cuestiones de tipo religioso. Sin embargo, creo que el origen de los principios morales no es religioso: me parece que ellos son el producto de un proceso evolutivo, tanto biológico como social. Creo que la justificación de nuestras acciones no puede estar en unos pretendidos “cielo” o “infierno”. A las convenciones que facilitan la convivencia social no les otorgo un valor místico sino un mero sentido práctico. Una sociedad no maneja por la derecha (o por la izquierda) porque “Dios dijo”.

Monday, February 19, 2007

07-02-19: De ocho miles y parapolíticas

Durante la semana pasada el país vivió dos espectáculos noticiosos: las nuevas declaraciones de Fernando Botero Zea sobre el proceso 8.000, y la orden de aseguramiento de seis congresistas, acusados de tener vínculos con el paramilitarismo.

Ambos eventos no son tan distintos como se puede pensar a rimera vista. El proceso 8.000 reveló la influencia corruptora de los dineros del narcotráfico en los más altos niveles de la política colombiana. El escándalo parapolítico está revelando la influencia corruptora del narcoparamilitarismo en los mismos niveles del poder. Es evidente la continuidad del fenómeno: en el pasado, los narcotraficantes financiaban a los políticos, incluso a los de más alto nivel. Esa tolerancia de Colombia con el narcotráfico llegó a su más alto nivel en 1994, cuando estalló el escándalo. Hoy, los narcotraficantes, financian a los paramilitares, que, a su vez, hacen elegir a los políticos. La tolerancia de Colombia con el narcoparamilitarismo está llegando a su más alto nivel hoy, cuando estalla el escándalo. El escándalo no hace sino confirmar lo que ya sabíamos: ¿no nos había advertido ya un jefe paramilitar que las autodefensas tenían un 35 por ciento del Congreso? En ambos casos Colombia sabía del problema y se demoró en actuar. Sólo lo hizo cuando el problema se había salido de toda proporción.

De esas similitudes surge una pregunta inevitable: ¿qué tan responsables son los presidentes en ejercicio durante cada uno de esos dos escándalos? En el caso de Samper, me parece que la respuesta es fácil. Naturalmente, Samper no es responsable del auge del narcotráfico en Colombia, pero sí es responsable de no haberlo puesto en su lugar cuando su influencia llegó a cercarlo a él. Y muy probablemente no fue capaz de ponerlo en su lugar porque tenía rabo de paja. Ya no me importa si Botero dice la verdad cuando ahora, cambiando su versión, dice que Samper y Serpa sí sabían sobre la penetración de los dineros del narcotráfico en la campaña presidencial de 1994. Lo que me importa es que, judicialmente, el expresidente Samper está libre de toda culpa, pero políticamente no. Sin duda la infiltración de dineros del narcotráfico en la campaña presidencial de 1994 y el posterior escándalo que eso generó es una de las causas de que el Partido Liberal haya perdido las elecciones presidenciales en 1998, 2002 y 2006. El liberalismo todavía no ha podido romper convincentemente con el legado de la campaña de 1994. Como lo dijo el expresidente Gaviria, "Al Partido Liberal le hizo mucho daño el proceso 8.000. El liberalismo, en el proceso de depuración de sus costumbres políticas en el cual está comprometido, no puede salir en la defensa política de una interpretación que simplemente tenga como argumento los pronunciamientos judiciales de entonces". Lo dicho: puede que el expresidente Samper no sea jurídicamente responsable en el proceso 8.000, pero sí lo es políticamente.

La pregunta ahora es: ¿pasará lo mismo con el presidente Uribe y el escándalo de la parapolítica? De Uribe hay que decir algo similar a lo que se puede responder de Samper: naturalmente, Uribe no es responsable del auge del paramilitarismo en Colombia (aunque algunos así lo quieran hacer ver), pero sí es responsable de ponerlo en su lugar ahora que su influencia llega a cercarlo a él. Y será capaz de ponerlo en su lugar si no tiene rabo de paja. De lo contrario, es inevitable que también pague un costo político.

A primera vista parece que el debate sobre la parapolítica le hace más daño al gobierno que a la oposición, ya que la gran mayoría de congresistas implicados son uribistas. Sin embargo, el gobierno puede salir fortalecido si deja caer a todos los parapolíticos. El presidente Uribe cometería un error grave si deja creer que el debate contra la parapolítica es un debate contra él, contra su gobierno o contra sus políticas. Me parece que la lógica debe ser simple: si alguien tiene vínculos con los paramilitares, que pague. Por lo mismo, no creo que sea adecuado apoyar lo que algunos ya han pedido: la revocatoria del Congreso, o el acortamiento de su mandato. Aquí lo único que cabe son responsabilidades individuales, no colectivas. Aquí no está mal el Congreso, símbolo máximo de la democracia, sino algunos, quizás muchos, congresistas. Por eso garantizar que la Corte pueda seguir cumpliendo su función con independencia, eficiencia y prontitud es una prioridad para el gobierno y para el país. Y hay que proteger las próximas elecciones regionales, que en todo caso se deben hacer, con las debidas precauciones. Hay que proteger toda la estructura institucional en este episodio.

A pesar de que las responsabilidades son individuales, está bien que la canciller, María Consuelo Araújo, haya dejado el cargo. La mujer del César no sólo tiene que ser honorable, sino también parecerlo. Su renuncia es un gesto gallardo, que le facilita al Presidente cumplir sus funciones, y que le conviene al país.

La influencia del narcotráfico y el paramilitarismo en la vida política nacional son desgracias que nunca se pueden lamentar en demasía. Pero bien se puede decir que es mejor reaccionar tarde que nunca. A pesar de que en el 8.000 quedó la sensación de que no todos los que tenían que pagar pagaron, sí quedó en el ambiente que para Colombia era inaceptable que toda su institucionalidad, del presidente para abajo, quedara comprada por el narcotráfico. En las actuales circunstancias, no se puede esperar sino que pase algo similar, e incluso mejor: que todos los implicados reciban su castigo, y que quede el mensaje claro de que el narcoparamilitarismo puede ganar batallas, pero no la guerra, en la vida institucional del país.

Tuesday, February 13, 2007

07-02-13: Algunas lecciones de hacer planes de desarrollo

Hace poco me invitaron al tradicional seminario de Anif-Fedesarrollo, a hablar sobre si los planes de desarrollo son letra muerta. Yo, con mi indisciplina característica, hablé de eso, pero también de otras cosas. Hablé, en particular, de algunas lecciones que uno aprende cuando se mete en este negocio de hacer planes de desarrollo. Yo he aprendido muchas lecciones, pero en ese seminario, y aquí, sólo me refiero a tres:

  1. Colombia aún no ha entendido adecuadamente la importancia del crecimiento estructural.
  2. Colombia aún no ha entendido el papel del Estado. En particular, los colombianos todavía piensan que el Estado está para resolverles todos los problemas, y poco entienden cuándo el Estado es el problema, y cómo este tipo de problemas se resuelven.
  3. Es bien posible que la mejor manera de interpretar la evidencia en Colombia es que el subdesarrollo es un estado mental.

Colombia aún no ha entendido adecuadamente la importancia del crecimiento estructural

Es muy importante entender el papel del crecimiento en el desarrollo. Cuando yo era joven, el debate era si primero había que crecer para luego repartir, o si la distribución debía preceder al crecimiento. La visión de que primero había que crecer era llamada “desarrollismo”, y era asociada con la derecha. Su principal defensor, si mal no recuerdo, era Álvaro Gómez Hurtado. De otra parte, la visión de que primero hay que distribuir era una idea típica de la izquierda.

Hoy me parece que ese debate es igualito al debate sobre qué fue primero: si el huevo o la gallina. Supongo que la respuesta correcta a ese rompecabezas para tontos es que, gracias al proceso evolutivo, tanto el huevo como (los precursores de) la gallina se hicieron al tiempo. De igual manera, creo que el único crecimiento sostenible y sostenido es el que resuelve al tiempo los problemas de crecimiento y distribución. La distribución sin crecimiento sólo reparte pobreza, y el crecimiento sin distribución es una receta para el conflicto social.

De otra parte, quienes entienden mucho de macroeconomía pero poco de desarrollo ven al crecimiento como un problema de manejo de las tasas de interés, de la tasa de cambio, del déficit fiscal y de otras variables por el estilo. Sin embargo, es imperativo ver al crecimiento, no como un problema de manejo de los ciclos económicos, sino como un problema de carácter estructural. Cuando uno piensa el problema del crecimiento como uno estructural, rápidamente se da cuenta de que el crecimiento depende muy poco de las decisiones del Banco de la República.

He aprendido que el crecimiento es necesario, pero no suficiente, para el desarrollo. Sin embargo, he llegado a constatar lo difícil que es entender cabalmente que el crecimiento es necesario para el desarrollo. Porque conceder esto de manera literal es fácil. Lo difícil es entender qué es necesario para el crecimiento. El crecimiento, me parece a mí, es un fenómeno estructural, que florece mejor cuando, como en tantas otras cosas de la vida social, los incentivos colectivos están alineados con los incentivos individuales. De la misma manera que me parece insensato proponer una sociedad casta cuando los impulsos sexuales individuales son tan grandes, me parece que una sociedad no puede crecer adecuadamente cuando todos sus individuos no hallan incentivos adecuados para la inversión. Es quizás cierto que en una sociedad no todos pueden ser empresarios, pero sí es muy importante que todos los que quieran puedan serlo con facilidad.

Ya es un lugar común decir que el crecimiento requiere buena educación, un ánimo empresarial, seguridad física y jurídica, estabilidad macroeconómica, infraestructura, un sistema financiero desarrollado, respeto a la democracia, inclusión social, etcétera, pero lo notable en Colombia es qué tan poco de esas cosas tenemos, o qué tanto de unas promovemos a costa de otras. Por ejemplo, algunos documentos de la banca multilateral han denunciado que el énfasis en el ajuste macroeconómico en la América latina de décadas pasadas implicó posponer obras de infraestructura indispensables para el crecimiento. Como se verá más adelante, sobre esto hay debate, pero lo crucial es identificar los elementos estructurales del crecimiento, ver cómo articularlos, y concentrarse en ellos.

El crecimiento no es una cosa que ocurre de la noche a la mañana, y uno no puede perder el nervio: apuntalar el crecimiento es un esfuerzo sostenido de décadas, en el cual uno avanza en todos los temas atrás mencionados simultáneamente: para crecer, y desarrollarse, no hay más remedio que hacer un esfuerzo de largo aliento sobre lo estructural.

Colombia aún no ha entendido el papel del Estado

Los colombianos seguimos creyendo que el Estado nos debe resolver todos los problemas. Los pobres creen que son pobres porque el Estado no les ayuda. Los ricos tienen creencias más diversas: o creen que el Estado no les ayuda lo suficiente, o creen que el Estado es un verdadero estorbo, o creen que el Estado debe existir para dar expresión a sus intereses particulares. El político local siempre busca al Estado central para que le resuelva los problemas locales. Parafraseando a Kennedy, en Colombia vivimos sin ver la contradicción de que siempre nos preguntamos qué puede hacer el Estado por nosotros (como darme más gasto que me beneficie a mí y cobrarme menos impuestos), pero nunca nos preguntamos qué podemos hacer nosotros por el Estado… Como si el Estado no fuera nosotros mismos.

Me parece que en Colombia la ciudadanía es inmadura, en el mismo sentido en que decimos que un joven es inmaduro cuando todavía requiere a sus padres para que le resuelvan sus problemas. En Colombia la ciudadanía todavía ve al Estado como el papá que puede y tiene que resolverle a uno todos los problemas. La ciudadanía todavía ve al Estado de igual manera que el hijo que cree que puede pedirle todo al padre porque éste tiene el poder milagroso de obtener toda la plata que quiera con sólo meter una tarjeta en el cajero automático. Craso error. En Colombia, para el desarrollo hace falta una cultura de la responsabilidad y el emprendimiento individual.

Un reflejo de la falta de esa cultura es el debate sobre la descentralización en Colombia. Mientras el gobierno se desgañita señalando que Colombia es el país unitario más descentralizado de América Latina, las regiones de Colombia sólo ven amenazas en el gobierno central. Mientras el gobierno propone una modificación del Sistema General de Participaciones en el que las regiones van a recibir más recursos, las regiones se quejan porque se los van a recortar.

En el mismo seminario de Anif-Fedesarrollo del que surgen estas palabras, Armando Montenegro propuso la hipótesis de que Colombia carecía de grandes proyectos de infraestructura porque la discusión política del presupuesto y los planes de desarrollo hacía que éstos se distrajeran con proyectos sólo de interés local. Su remedio, consistentemente neoliberal, era devolver la planeación y presupuestación a los técnicos. Mi intuición me dice otra cosa, porque no creo en la distinción weberiana entre el científico y el político: cuando uno hurga lo suficiente, debajo de la fachada de un técnico impecable aparece su inevitable agenda política. En el seminario, por abrir la mente, mencioné la hipótesis alternativa, a la que me referí atrás, de que el énfasis en el ajuste macroeconómico ha causado el retraso en infraestructura que hoy frena el desarrollo.

Me parece que el problema que Montenegro denuncia es cierto, pero no es el resultado de que a la planeación se le mezcle política. De hecho, me parece, no sólo inevitable, sino deseable, que a la planeación se le mezcle política. El problema que Montenegro denuncia es en realidad el de un inadecuado diseño de la descentralización. Es decir, es un problema Político, con P mayúscula. Siempre he creído que, si a la gente se le pregunta de manera adecuada y en el nivel adecuado, responde de manera adecuada. Si algún político local viene al poder central a pedir ayuda para un proyecto de importancia sólo local, el problema no es la intermediación política. El problema es el problema político del diseño de la descentralización.

Me parece que el Estado en Colombia sin duda presenta fallas protuberantes, pero eso no me ha llevado a la conclusión neoliberal de que hay que abolirlo. Los economistas, que estudian sólo un mecanismo de agregación de las preferencias individuales, los mercados, viven embelesados con la impecabilidad lógica del teorema que demuestra que, si los mercados son competitivos, entonces son eficientes. Y, si no son competitivos, pues hay que moverlos en esa dirección. Pero el fracaso del Estado no se da por el hecho, muy probablemente cierto, de que los mercados son un mejor instrumento para lograr la eficiencia. El fracaso del Estado debe explicarse en términos de las funciones que le son propias. Y el papel del Estado no es promover la eficiencia: es promover la justicia. El Estado existe e importa porque la noción del bien común existe e importa. Y el Estado fracasa cuando deja de definir y promover el bien común. El Estado fracasa cuando sólo expresa intereses particulares, ya sean los del político corrupto o los del plutócrata poderoso. En toda sociedad tanto la eficiencia como la justicia son necesarias. En toda sociedad tanto los mercados como el Estado son necesarios.

Pero los economistas, burdos como somos, no hemos podido aplicar la batería de instrumentos de lógica impecable a los problemas del Estado, y los politólogos desconfían de las técnicas, llenas de matemáticas, de los economistas. El fracaso del Estado en Colombia sirve, por ende, para hacer tanto una denuncia de la irresponsabilidad individual como de las ciencias sociales, que han sido incapaces de estudiar la sociedad como un todo. Llegará el momento en el que no habrá economistas que, para cada problema social, recomienden más mercados, ni politólogos que recomienden más Estado. Habrá científicos sociales que serán capaces de recetar mercados, y Estado, y convenciones sociales, en las dosis adecuadas. Eso me permite pasar al tercer punto.

El subdesarrollo es un estado mental

En su famosa obra, Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Douglass North planteó que la gente actúa de acuerdo con sus creencias. La verdad, es poco lo que uno sabe y es mucho lo que uno cree. Y las creencias de la gente son fundamentales porque determinan su comportamiento. Por eso una sociedad tiene que ser cuidadosa con lo que cree.

Pero las creencias de los colombianos son primitivas. Por ejemplo, creemos que la existencia de una guerrilla fortalecida por el narcotráfico es justificación suficiente para combatirla con unos paramilitares fortalecidos con narcotráfico (en vez de fortalecer a las fuerzas legítimas del Estado). Estamos acostumbrados a pensar en chiquito; a ser impuntuales; a gastarnos el tiempo explicando por qué no se pueden hacer las cosas, en vez de ver cómo se pueden hacer. Estamos acostumbrados a una brecha aberrante entre lo formal y lo real, a una Constitución que habla de Estado Social de Derecho y de respeto a los Derechos Humanos, junto con una sociedad no muy dispuesta a hacer cumplir esas cosas.

Al país le falta intelectualidad, tanto de izquierda como de derecha. Al país le hace daño el vínculo tan estrecho entre medios de comunicación y grupos económicos. Al país le hace falta debate público de altura.

Y al país le hacen falta conceptos que, puestos así, suenan pasados de moda: me refiero a los conceptos de honor y de patria. Una persona honorable no sigue ciertas conductas porque ellas le parecen vergonzosas. Pero en Colombia no prima la vergüenza sino la desfachatez. Y falta el concepto de patria, de una noción más grande que uno, que enseñe que el colectivo es más grande que uno, y que uno, así como se debe a sí mismo, también se debe al colectivo.

En últimas, el desarrollo no puede ser sino un proceso de mejoramiento cultural y espiritual. Los economistas no son muy dados a ver el vínculo entre cultura y desarrollo, entre el conjunto de creencias sociales y el equilibrio social. Pero tendremos que aprender pronto. Porque el desarrollo no es nada si no produce mejores seres humanos.

07-02-13: El joven y la política: una mirada desde Aristóteles

Hace algún tiempo, cuando mi sobrina estaba en el colegio, me invitó a dar una charla allá. Hice un primer intento de charla en prosa, que no terminé, y que es el que presento abajo. Luego hice una presentación en PowerPoint, que fue la que finalmente di. Pero quizás el texto original, incompleto y todo, tenga algún valor.

Estoy aquí porque mi sobrina, Camila Castellanos, me invitó a este Foro, y nadie en este colegio, adulto o no, en posición de autoridad o no, tuvo el buen juicio de desaconsejarla. Estoy aquí para hablar, si estoy bien enterado, de El joven y la política: una mirada desde Aristóteles, con la dificultad de que lo último que me leí en serio de Aristóteles fue quizás hace dos décadas, es decir, más años de los que las alumnas de este colegio llevan viviendo. Y si este no fuera suficiente reto, tengo el reto mayor de hablarles a niñas adolescentes, y, sin tener la oportunidad de ser un locutor o animador de “La Mega” o “Radioactiva”, tengo que mantenerlas en todo caso entretenidas, y hacerles creer que lo que estoy diciendo es interesante y vale la pena ser escuchado.

Comenzaré por decir que no soy un experto en Aristóteles. De lo que leí hace muchos años de él, quedé con la impresión de que ese tipo era de un intelecto muy superior, con una curiosidad y con una inteligencia infinitas. Casi podría decirse que toda la filosofía posterior puede, de alguna manera, reducirse a un diálogo entre el idealismo platónico y las ideas, a veces en honda discrepancia, de Aristóteles. La obra de Aristóteles definió por siglos lo que era “el saber”. En el siglo XIII, unos 16 siglos después de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino luchaba por conciliar el saber aristotélico con la fe cristiana, y aun hoy, más de 23 siglos después de Aristóteles, sus escritos sobre la lógica, por ejemplo, siguen pareciendo modernos. Sin embargo, mucho de lo que componía el saber de Aristóteles hoy está enteramente revaluado, y en nuestros días jovencitas como ustedes tienen a sus disposición mucho más conocimiento que el que él pudo recoger, organizar y presentar en toda una vida de trabajo. No cabe duda de que Aristóteles fue el gran pensador de la Grecia antigua (aunque él no era, exactamente, griego. Era, como Alejandro Magno, macedonio), y, sin embargo, mucho de lo que pensó hoy nos causa condescendencia y ternura.

(Me pregunto si ustedes sabrán qué quiere decir “condescendencia”. Me pregunto si ustedes, para satisfacción de Yolanda, la profesora de español, saben escribir “condescendencia” sin errores de ortografía).

Me parece que de esto hay que sacar una lección básica. Uno tiene que saber de dónde viene, pero para saber para dónde va. El pasado es necesario para definir el futuro que se quiere. Ustedes, niñas, no tienen que saber sobre Aristóteles y ya. Ustedes tienen que saber sobre Aristóteles, y sobre muchas otras cosas, para imaginar el futuro que ustedes quieren para ustedes.

Hoy me corresponde hablar de jóvenes y de política. La primera pregunta es: ¿qué es la política? Yo creo que uno no puede responder esa pregunta sin responder antes qué es la sociedad. Hay que comenzar por reconocer que hay una interrelación muy estrecha entre los conceptos de “sociedad” y de “política”. Aristóteles decía que el ser humano es por naturaleza un animal político. Es difícil creer que él pensara que hay alguna distinción importante entre la expresión “animal político” y “animal social”. Es decir, parece ser que, donde hay sociedad, hay política.

Hay una cierta idea trivial de sociedad. Hay sociedad siempre que hay interacciones y contactos entre individuos. Robinson Crusoe, el personaje de la famosa novela de Daniel Defoe, no podía vivir en sociedad porque vivía solo en una isla desierta. Pero la generalidad de los seres humanos, en condiciones normales, vivimos en sociedad, es decir, vivimos interactuando con otros seres humanos. Es lo normal. Un grupo de amigos es una sociedad, una pareja de novios es una sociedad, una familia es una sociedad, un colegio como este es una sociedad, una fiesta es una sociedad, un grupo de personas que montan un negocio es una sociedad, los habitantes de un país (una nación) es una sociedad. Estamos rodeados de vida social por todas partes.

Para nosotros, como individuos, es muy importante sentir que somos parte de la sociedad, que la sociedad nos acepta como miembros de ella. Hoy, en la etapa de la vida en que están ustedes, haciendo el paso de niñas a mujeres, mucho del comportamiento típico de la edad está marcado por dos cosas: afirmación de la individualidad (como queriendo decir “yo existo”) y búsqueda de reconocimiento social (como queriendo decir “yo quiero pertenecer al grupo”). Déjenme hablar por un momento de esas dos cosas.

Para afirmar su individualidad, muchas de ustedes empiezan a hacer cosas que quienes toda la vida han estado encargados de cuidarlas no pueden seguir del todo. Es fundamental: se trata de reconocerse como individuo, separado de los pantalones y las faldas de los padres. Se trata de gritar: “yo tengo mis propios sentimientos y emociones, que son muy importantes para mí, y soy capaz de tomar mis propias decisiones. Ya no necesito a alguien que me esté vigilando a cada momento”. Empiezan a pensar que lo que saben sus padres no son más que tonterías anticuadas, y emiten la queja clásica del adolescente frente al adulto: “¡es que tú no me entiendes!”. Para afirmar su individualidad, empiezan a oír música que sus padres no escucharían, se arreglan de un modo que sus padres no emularían, como poniéndose piercings o pintándose el pelo de colores no convencionales, y hacen otras cosas por el estilo. La afirmación de la individualidad a veces puede ser dolorosa, porque puede implicar rupturas, más o menos severas, con los padres o con otras personas en posición de autoridad.

El punto clave aquí, me parece, es darse cuenta de que, para uno ser uno mismo, no es necesario entrar en peleas con nadie. La clave es el respeto. Si el adolescente se siente respetado, no tiene por qué entrar en conflicto con nadie. Me parece que lo difícil es que el adulto aprenda a respetar al joven, y que el joven aprenda cuáles son las cosas que realmente infunden respeto. En ciertos contextos, tomarse una cerveza en fondo blanco genera mucho respeto; en otros, luce como una franca tontería.

Volver a un niño en adulto es construirle de manera adecuada la autoestima.

La sexualidad es una parte muy importante de la afirmación de la individualidad. Es absolutamente normal que en la adolescencia uno empiece a sentir las urgencias de la sexualidad. Y la sexualidad es una parte muy, muy importante de la naturaleza humana. Voy a ilustrar esta idea de forma negativa. Estoy seguro de que, a pesar de todos los esfuerzos que han hecho en el colegio, ustedes se deben saber alguna grosería. Piensen en alguna de ellas. No la digan duro, porque no se trata de armar escándalos. Pero quiero que se den cuenta de que usualmente las groserías están asociadas con un tema sexual. Si ustedes realmente quieren desprestigiar a una niña, no le dicen bruta, o fea, o pobre, sino perra. Yo creo que esto es evidencia muy notable de que el sexo tiene una importancia individual y social muy grande, y que por lo tanto tiene que ser cuidadosamente regulado. Respetando todos los estilos de vida, yo creo que tener una sexualidad sana, física y sicológicamente, es muy importante para las personas. Yo no les puedo dar aquí lecciones moralistas de cómo vivir su sexualidad. Yo sólo les puedo decir que una buena sexualidad enaltece y una mala sexualidad rebaja y vilifica. En el sexo, como en el resto de cosas de la vida, si yo no me respeto no tengo por qué esperar que los demás me respeten.

Con respecto a la búsqueda de reconocimiento social, en la Grecia antigua, en épocas de Aristóteles, un castigo común para los criminales era el “ostracismo”, es decir, un exilio o destierro forzoso que obligaba a quienes lo recibían a vivir “fuera de la sociedad”. Un castigo horrible que algunas de ustedes aplican a otras es “excluirlas del grupo”, es decirles “tú no cabes aquí”. Y, para caber en el grupo, ustedes hacen todo lo que sea necesario: se cortan el pelo como sus amigas, quieren tener los mismos tenis Converse que tienen sus amigas, y cosas así. A mí no me cabe duda de que los griegos tenían razón: una de las peores condenas que uno le puede aplicar a alguien es la exclusión.

Cuando uno vive en sociedad, uno muchas veces tiene que preguntarse, no sólo qué es bueno para uno, sino también qué es bueno para la sociedad. Esta pregunta es muchas veces natural. ¿Ustedes se han preguntado por qué es tan importante para nosotros que a Colombia le vaya bien en fútbol, o que Catalina Sandino haya sido nominada a los Oscares, o que Juanes sea un duro y se ponga una camiseta que diga “se habla español”? Yo creo que el truco es notar que nosotros sentimos que ellos son un poco nosotros y hablan por la sociedad de la que formamos parte. Es normal sentir orgullo o vergüenza por nuestra sociedad. La suerte de nuestra sociedad también nos afecta a cada uno de nosotros. Es normal, pues, que terminemos preguntándonos qué es bueno para nuestra sociedad. Esta pregunta es tan importante que los seres humanos hemos terminado por definir “virtud” en términos de lo que es bueno para la sociedad. Lo virtuoso, lo lleno de virtud, es lo bueno para la sociedad; lo perverso es lo malo para la sociedad. Noten ustedes: a los criminales muchas veces los llamamos “antisociales”, es decir, “tipos que van contra la sociedad”. Así, lo prosocial termina siendo lo bueno, y lo antisocial lo malo.

Queda claro, pues, que a uno la suerte de la sociedad le importa. Muchos colombianos andamos con una pulserita con la bandera de Colombia. ¿Por qué haríamos eso si Colombia no nos importara?

Cómo decidir qué es bueno para la sociedad es la sustancia de que está hecha la política. Para mí, la política es el proceso por medio del cual se toman decisiones colectivas, es decir, sociales. Si tú vas a decidir con tu amiga o con tu novio qué película van a ver, esa es una decisión colectiva, es decir, política. Cuando una familia toma la decisión de a dónde irse de vacaciones, esa es una decisión colectiva, es decir, política. Cuando una nación elige un presidente y un Congreso, está haciendo una decisión colectiva, es decir, política.

Hay ciertas evidencias que sugieren que la jóvenes de hoy no les interesa la política, es decir, las decisiones colectivas. Un informe reciente, La juventud en Iberoamérica: tendencias y urgencias, preparado por la CEPAL y la OIJ, que son la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas, y la Organización Iberoamericana de Juventud, hallan que las personas entre 10 y 29 años son casi el 40% de la población total, y que el 41% de los jóvenes son pobres (58 millones en toda América Latina, de los cuales 21 millones son indigentes). El informe señala que sólo la mitad de los jóvenes que se matriculan en primaria la terminan; que, sin embargo, los jóvenes ahora son más educados pero tienen menos empleo; que tienen más destrezas para la autonomía, pero menos opciones de materializarla (por ejemplo, los años sin una vivienda autónoma son excesivamente largos); que son más aptos para el cambio productivo, pero están más excluidos del mismo; que usan su tiempo libre viendo televisión, escuchando música, leyendo, yendo al cine, bailando, haciendo deporte, jugando videojuegos o “chateando” y “navegando” en Internet; que comienzan cada vez más temprano su vida sexual activa, pero que posponen cada vez más la formalización legal de los vínculos de pareja y la concepción de los primogénitos. Sin embargo, se observa la paradoja de que, mientras se reduce la fecundidad, aumenta el embarazo y la maternidad adolescentes. Y que el SIDA y, en países como Colombia, la violencia, donde alcanza niveles catastróficos, son las dos principales causas de mortalidad juvenil.

Yo no sé si a mí esta foto de la juventud me parece agradable. No es ninguna sorpresa que, frente al mundo que les toca vivir, algunos jóvenes terminen diciendo “¡me quiero morir!” y terminen teniendo una adolescencia difícil.

Pero, en lo que se refiere a nuestro tema, el joven y la política, el informe dice que “Pese a ser más cohesionada hacia adentro, la juventud muestra mayor impermeabilidad hacia fuera. Los nuevos patrones de consumo cultural proveen de íconos y referentes que generan identidades colectivas, pero éstas aún están poco consolidadas, son fragmentarias, a veces muy cerradas y tienen dificultad para armonizarse con el resto de la sociedad, particularmente con la autoridad”. El informe dice que los jóvenes tienen más acceso a información pero menos al poder; que están menos integrados a las esferas de decisión, sobre todo en el Estado, y que se sienten poco representados en el sistema político; que hay un mayor nivel de asociatividad en prácticas culturales tradicionales, particularmente religiosas y deportivas; que hay una tendencia a opinar y participar en temas de interés público mediante la conexión a redes virtuales; y que hay más tendencia a participar en organizaciones de voluntariado que en organizaciones políticas. Y, ya para terminar esta larga lista, el informe hace una observación que a mí me parece tremendamente importante: los jóvenes ya no se perciben a sí mismos como los grandes actores del cambio político y creen que la definición del nuevo modelo de participación está pendiente.

Yo siento que eso es, simplemente, una tragedia. Ya que si los jóvenes no son capaces de imaginarse una sociedad mejor, ¿entonces quién? En mi vida he tenido oportunidad de ser testigo de diversas erupciones de compromiso juvenil con la sociedad. Voy a recordar solamente dos: la primera es la conocida como “mayo del 68”, cuando la rebeldía juvenil casi tumba al presidente francés de la época, el prestigioso Charles de Gaulle, héroe de la Segunda Guerra Mundial, que se había convertido en sinónimo de todo lo viejo. A finales de los sesenta se respiraba un ambiente de utopía social inspirado por los jóvenes en el que se creía que todo podía ser mejor. En esa época, todo estaba cambiando. Eran tiempos de nuevos peinados, con pelo largo, para los hombres, y de la píldora y la minifalda para las mujeres. La música de entonces tenía un aire tan encantador que aún hoy, cuando mi sobrina y sus amigas oyen algún disco mío de canciones francesas de la época, dicen que quieren bailarlas en frente del colegio. Ellas, que no tienen ni idea de quiénes fueron Serge Gainsbourg o Eric el Rojo. El ambiente era tan surreal que el grito de guerra de los manifestantes de aquel mayo del 68 en el Barrio Latino de París era: “¡sed realistas! ¡Pedid lo imposible!”. Para más señas, el Barrio Latino de París se llama así porque en ese barrio queda el edificio principal de La Sorbona, la milenaria y reputada universidad de París. Como esa universidad viene desde la Edad Media, en siglos pasados los estudiantes hablaban, no en francés, sino en latín. Por eso el Barrio Latino. Porque estaba lleno de estudiantes que hablaban en latín. Hoy las cosas no han cambiado mucho: hoy sigue lleno de estudiantes, aunque ya no se habla latín. Estudiantes que en mayo de 1968 creían que iban a cambiar el mundo.

La gran pregunta es: ¿nos importa Colombia? ¿Lo social nos importa?

07-02-13: Yo nunca vi jugar a Garrincha

Construí este texto, con palabras propias y ajenas, hace algún tiempo. Es un poco largo, pero lo cuelgo igual.

Para aquellos o aquellas de ustedes que no lo saben, el Mané Garrincha, o Garrincha a secas, cuyo nombre verdadero era Manuel Francisco dos Santos, fue un jugador brasileño de fútbol que alcanzó fama mundial. Garrincha, que ya murió, ha sido considerado variadamente como el mejor puntero derecho o el mejor dribleador (dribbler, dirían en inglés) de la historia, pero yo creo que el mejor título que él recibió fue el que popularmente le dieron en Brasil: “la alegría del pueblo”. ¿Qué más puede pedir un hombre de la vida?

Sin embargo, a pesar de ser “la alegría del pueblo”, Garrincha murió pobre y alcoholizado. Esta es, ciertamente, una paradoja, que tal vez valdría la pena tratar de explicar. ¿Cómo es posible que el hombre que fue “la alegría del pueblo” haya muerto pobre y alcoholizado? ¿Es posible que “la alegría del pueblo” haya cometido el enorme desatino de morir infeliz? Si “la alegría del pueblo” muere infeliz, ¿entonces qué podemos esperar nosotros, tú y yo, que acaso habremos tenido la fortuna de ser la alegría de alguien muy de vez en cuando?

Yo no sé qué tan infeliz murió Garrincha. En realidad, yo no sé mucho sobre Garrincha. Pero yo no escribo estas notas para hablar de él. Las escribo para hablar de mí: para confesar que Garrincha es mi ídolo. Pero no por lo que hizo o no hizo en las canchas. Yo nunca vi jugar a Garrincha. Estas notas existen para tratar de explicar, si es que eso es posible, por qué un jugador de fútbol al que nunca vi jugar puede llegar a convertirse en mi ídolo.

El primer mundial del que tengo memoria, el de México 70, cuando yo tenía seis o siete años, fue el primero sin el Mané. Lo que sé de Garrincha es parte de la leyenda (los detalles pueden variar: el año de su nacimiento; el número de goles que marcó en su debut; la nacionalidad del único equipo que derrotó a Brasil con Garrincha en la cancha; la forma de deletrear “Elsa”. Ninguno de esos detalles altera la leyenda). Que nació pobre en 1933. Que tenía las piernas deformes por la poliomielitis; que era zambo, con los pies torcidos hacia dentro; y, para colmo, que tenía una pierna seis centímetros más corta que la otra. Que fue operado de su deformidad, sin total éxito, lo que no le impidió una carrera en el fútbol. Que su apodo, Garrincha, se debe a un cierto pajarillo sin otra cualidad que la de ser muy veloz. Que jugó en ciertos clubes brasileños, en particular el Botafogo. Que el día de su debut como profesional marcó tres goles. Que fue dos veces campeón mundial, en 1958 y 1962, y que Pelé dijo que él nunca hubiera sido tres veces campeón mundial si no hubiera sido por Garrincha. Que la delantera de Brasil en 1958 era, nada más ni nada menos, Garrincha, Pelé, Didí, Vavá y Zagallo, quizás la mejor del mundo de todas las épocas. Que jugó sesenta partidos con la selección Brasil y que sólo perdió uno, su último, contra Hungría, en la Copa Mundo del 66 en Inglaterra. Que, cuando Garrincha y Pelé jugaron juntos en la selección, Brasil nunca perdió. Que su gambeta era de magia y que los defensas que tenían que sufrirla terminaron siendo llamados “Joao”, un apodo que, aunque inocente en principio (Joao sólo significa “Juan” en portugués), terminó describiendo toda la ignominia de ser sometido por un genio superior, algo así como lo que le pasa a Salieri con Mozart en la película Amadeus, de Milos Forman. Que perfeccionó lo que los ingleses terminaron denominando el banana shot, lo que me imagino es el tiro con comba, o con chanfle para utilizar un lenguaje más popular. Que enalteció el número siete de su camiseta, así como Pelé el diez en la suya. Así, Garrincha se convirtió en el siete por excelencia, el puntero derecho. Que, cuando jugaba, le dolían tanto las rodillas que muchas veces tuvo que jugar anestesiado, lo cual contribuyó a deteriorar sus piernas aún más. Que, en el ocaso de su carrera, jugó en Colombia (en el Junior de Barranquilla) y en Francia. Que abandonó a una esposa y a ocho hijos por una cantante de cabaret. Que en total tuvo tres esposas y trece hijos. Que su afición por las mujeres y el alcohol, y la persecución de que fue objeto por evadir impuestos, lo llevaron prematuramente, a los 49 años, a la tumba. Que en 1998 fue escogido para la Selección del Mundo de todos los tiempos.

Yo con Garrincha tengo muy pocas cosas en común. Que me gusta el fútbol, que me gustaba jugar con el número siete, y que las rodillas siempre fueron una dificultad en mis actividades deportivas. Lo del siete tiene un poco de historia. Muchos niños en el colegio se pelean por el diez de Pelé, de Maradona o del Pibe Valderrama. Yo nunca fui de esos. El primer puntero derecho que vi jugar en un mundial y que me impresionó fue Jairzinho, el brasileño que fue el único jugador que marcó al menos un gol en todos los partidos que jugó en el mundial del 70. Yo pensé que había sido Jair y la magia propia del número siete lo que me hacía pelearme ese número en el colegio, pero luego descubrí que la magia del siete venía heredada desde Garrincha. Jair fue un buen siete, pero el siete era Garrincha. A mí nunca me gustó el diez. A mí me gustaba el siete. Por Garrincha, por Jair, y por el carácter esotérico del siete. El siete es, definitivamente, un número más interesante que el diez.

De otra parte, a mí siempre me gustó el fútbol. Me gustaba más jugarlo que verlo, aunque a veces me quedaba viendo jugar cualquier “picado” de barrio. Yo fui poco a los estadios. Para ver fútbol en directo, me gustaba más el fútbol callejero. La primera vez que fui a París me sorprendió menos la torre Eiffel que el partidito que estaban jugando unos desconocidos en los parques que quedan en frente de Les Invalides. Pero a mí me gustaba más jugarlo que verlo. Sin embargo, nunca fui un buen jugador. Y el jugador que pude llegar a ser estuvo muy limitado por mis permanentes lesiones, sobre todo en las rodillas. De hecho, muchas veces, contra mi voluntad, terminé siendo arquero porque mis rodillas no me permitían jugar en otra posición. De hecho, el dolor en las rodillas ya no me permite jugar. Pero sí me permite entender un poco más a Garrincha, ese genio que jugaba con las rodillas anestesiadas para poder terminar los partidos. Es curioso, pero yo aprendí a querer a Garrincha por las rodillas. Es una desgracia que uno sea un genio para el fútbol, pero que no tenga rodillas para jugarlo. Como Beethoven al final de su carrera, sordo. Es un sino trágico que Dios dé y Dios quite de esa manera.

Hace no muchos días (el 16 de enero de 2005), en el Dominical de El Heraldo de Barranquilla, hicieron una semblanza del Mané Garrincha. Yo no la leí, porque no leo El Heraldo. Pero tengo la incierta fortuna de estar en la lista de correo electrónico de Óscar Domínguez, un periodista de la vieja guardia que lo llena a uno de informaciones y de textos de variada calidad, propios y ajenos. En uno de sus mensajes, Domínguez me (nos) informaba que el Dominical de El Heraldo del 16 de enero de 2005 publicaba una semblanza del Mané Garrincha, compuesta por varios artículos. La busqué en Internet, pero no pude abrir la edición atrasada del Dominical de El Heraldo. Domínguez mencionaba que el Dominical recogía la célebre entrevista de Álvaro Cepeda Samudio a Garrincha, hecha cuando éste, en el ocaso de su carrera, pasó por el Junior de Barranquilla. Como no pude abrir la versión electrónica del Dominical, no pude leer la entrevista de Cepeda a Garrincha, pero no fue muy grave: ya antes la había leído, de modo que ese día, por la noche, busqué el libro de textos de Álvaro Cepeda editado por Daniel Samper Pizano que está en mi biblioteca, Álvaro Cepeda Samudio: antología, y volví a leer la entrevista.

REPORTAJE A GARRINCHA

Por Álvaro Cepeda Samudio


ACS: He notado que los periódicos colombianos, al mencionar su nombre, sólo hablan de su espectacular romance con la cantante Elsa Soares. ¿Es que a usted ya no le interesa el fútbol?

El rostro abotagado de Manuel Dos Santos, taciturno, sin expresión, como la de un boxeador que ha perdido muchos combates, se ilumina de pronto en una sonrisa abierta, y los ojos hasta ahora pequeños, y también sin expresión, por primera vez comienzan a aparecer inteligentes, vivos, iluminados como la sonrisa. El hombre bueno y descomplicado que es realmente esta leyenda del fútbol mundial que se llama “Garrincha”, aparece como del cubilete de un prestidigitador al conjuro de un nombre: Elsa Soares.

Garrincha: “Yo no leo nunca las páginas deportivas de los periódicos, ni oigo lo que dicen por la radio: me volvería loco. Un día soy un genio del fútbol. Al otro día, mi vida privada está en todos los titulares y ya no soy un genio del fútbol porque casi nunca, al hablar de mí, se habla del fútbol, sino de lo que hago fuera de la cancha y lo que hago fuera, la novela que es mi vida, hace que se olviden del fútbol que yo juego. Entonces no se puede distinguir.

“Por eso no leo nunca lo que dicen de mí: si hablan bien, son mis amigos; si hablan mal también son mis amigos. ¿Para qué molestarme? Yo soy un hombre feliz”.

Esa felicidad le brota a Manuel Dos Santos por todas partes: no la esconde, muy por el contrario: la exhibe y la celebra con alegría del muchacho muy pobre, como lo fue él en Pau Grande, que por primera vez tiene un juguete. Cuatro o cinco cables salen de Barranquilla hacia Río de Janeiro todos los días, y otros tantos llegan. Además de feliz, Manuel Dos Santos es también un hombre enamorado.

ACS: ¿Todo esto de discutir su vida privada en las primeras páginas de los periódicos y a los cuatro vientos en la radio y en la televisión, no lo mortifica?

Garrincha: “A mí no. Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí”.

En el principio fue el fútbol

El pueblo es pequeño y en las colinas se amontonan las casas pobres, casi favelas, donde las gentes más pobres del pueblo dejan pasar el hambre viendo pasar los ríos, “montones de ríos”, dice “Garrincha”, que atraviesan el pueblo por todos lados. El pueblo es Pau Grande, a unos 200 kilómetros de Río. En este pueblo, y en una de las casas más pobres, nació Manuel Dos Santos “Garrincha”, el 18 de octubre de 1935.

Manuel Dos Santos no se acuerda cómo comenzó a jugar al fútbol en Pau Grande. Tampoco se acuerda cuándo comenzó a trabajar, aprendiendo a coser mangas a las camisas que se producían en la fábrica de confecciones que aún funciona en el pueblo. “Debió ser muy pequeño”, dice. Pero sí se acuerda del horario de la fábrica, porque todavía siente el cansancio de la jornada: de seis de la mañana a cuatro de la tarde, cosiendo mangas; de las cuatro hasta que oscurecía, jugando al fútbol; y de las siete de la noche a las nueve, estudiando en la escuela de la fábrica donde también trabajaba su padre, que era celador, y con quien se cruzaba todas las noches cuando el pequeño Manuel iniciaba el regreso, muerto de cansancio, a su casa pobre de la colina.

“Tanta pobreza y tanto trabajo no me dejaron campo para ser vanidoso ahora cuando, gracias al fútbol, lo tengo todo”. Y es cierto: porque este hombre, de cuerpo pequeño y regordete —altura, 1:69; peso, 72 kilos— que en 13 años con el equipo Botafogo marcó 353 goles y ha asombrado con su endiablado juego todo rapidez, malicia y picardía, al público de tres campeonatos mundiales, es, antes que todo, un hombre sencillo, amable; a quien no afectan ni el elogio delirante ni la diatriba más implacable porque: “los jugadores profesionales no somos más que payasos: salimos al campo a divertir a un público que paga por vernos ganar o vernos perder: al igual que los payasos en el circo, nos aplauden si lo hacemos bien y nos insultan si lo hacemos mal, pero de ambas maneras los estamos divirtiendo. Y si nos dejamos llevar por los insultos o los aplausos no podríamos hacer bien nuestro papel”.

1953. Botafogo

“Siete años —esto es lo que él recuerda— jugó Manuel Dos Santos en Pau Grande, en el ‘Sport Club América’, formado por los empleados de la fábrica cuyas camisas daban el nombre al equipo del pueblo. ‘Garrincha’, era un problema técnico en el Sport Club América; su puesto, el que le habían asignado los jugadores mayores y más altos que él, era el de mediocampista, pero su velocidad innata lo mantenía metido todo el tiempo dentro del arco contrario, entregando pelotas para que los otros anotaran los goles. ‘No había nada qué hacer porque ellos eran los dueños del balón’”.

Pero otra cosa era en los encuentros callejeros donde los ocho hijos del celador Dos Santos eran todos dueños del balón. Aquí Manuel jugaba en el puesto que entonces le gustaba más: puntero izquierdo. “Amadeo —cuenta Garrincha—, el mayor, compró una pelota y ocho camisetas cuyo valor hubo que pagárselo por pequeñas cuotas semanales porque él tampoco tenía dinero suficiente para pagar en el almacén.

“Más de dos años nos duraron la pelota y las camisetas y más de dos años estuve pagando las cuotas, pero todo este tiempo jugué en la punta”. En 1951 el Sport Club América fue llevado a Río de Janeiro para jugar contra otro equipo de quién sabe qué otra fábrica de camisas. Pero da la casualidad —no hay vida de personaje famoso cuya leyenda no esté llena de casualidades— que este encuentro, sin ninguna importancia, fue pitado, y por razones que es mejor no averiguar ahora porque se estropearía la magia de la leyenda, por Arití, uno de los árbitros más famosos del campeonato carioca.

Arití vio al pequeño Manuel, que a los 16 años seguía siendo muy pequeño para sus años, tragarse la cancha, tragarse los tarajallones del equipo contrario y tragarse el aire durante los 90 minutos con su increíble velocidad y el malabarismo de sus piernas manetas. Arití, como todo árbitro y contrariamente a lo que se cree, tenía su equipo favorito. Y habló a los dirigentes del Botafogo de este pequeño fenómeno del fútbol.

Los dirigentes del Botafogo, y ésta es quizá la única muestra de inteligencia que dieron durante los 13 años que Garrincha vistió la camiseta a rayas negras y blancas del equipo, no perdieron de vista al defensa —mediocampista— puntero de Pau Grande. Y un domingo de 1953, Manuel Dos Santos hacía su primer encuentro profesional en Río de Janeiro jugando en la punta izquierda del Botafogo contra el Flamengo. Resultado final: Botafogo 3; Flamengo 1. ¿Y Garrincha? Anotó dos goles. El improbable cosedor de mangas de Pau Grande había iniciado una carrera pocas veces igualada en la historia del fútbol, y el Brasil comenzaba a vislumbrar a uno de los hombres que llevaría los colores del país a conquistar dos campeonatos mundiales consecutivos.

“En Pau Grande —dice inicialmente— aprendí tres cosas: a ser humilde, a coser y a jugar al fútbol; en ese mismo orden”.

Siempre los dirigentes

De sus 13 años en Botafogo, Garrincha guarda un contradictorio recuerdo: a la institución, Botafogo, la venera, pero a sus dirigentes no les guarda ningún afecto. Aunque tampoco rencor, pues este sentimiento no entra en su inventario.

Con Garrincha, el Botafogo fue tres veces campeón del torneo carioca y dos veces campeón del Brasil. En su primer año de profesional empató con el paraguayo Benítez, el primer puesto en la casilla de goleadores con 33 anotaciones.

Su vinculación al Botafogo termina en 1965. Garrincha tenía una rodilla lesionada y varias veces jugó anestesiado para que no perdiera su cuadro. Los dirigentes insistían en que se sometiera a la operación con el médico del equipo; Garrincha prefería a su médico particular, en quien tenía más confianza: la diferencia era solamente de 50 dólares. Los dirigentes se obstinaron. Garrincha pagó de su bolsillo la operación y se largó del Botafogo. “Cuando Amarildo se fue a Italia, los directivos le dieron un gran banquete; a mí no me dijeron ni adiós. Así son siempre los dirigentes en todas partes: les interesa la empresa, los hombres que la hacen posible no valen nada para ellos.

“Al Botafogo como institución le debo mucho, a sus dirigentes nada: ellos me deben a mí”.

ACS: ¿Qué quiere decir “Garrincha”?

Garrincha: “Es un pájaro muy veloz, pero no es nada, no es un pájaro fino. No hace nada”.

ACS: ¿Cómo la golondrina?

Garrincha: “No, no; la golondrina tiene clase; se la menciona mucho. No, éste es un pájaro muy maluco. No hace nada; es un pájaro pobre, pero muy veloz, más veloz que cualquier pájaro”.

ACS: ¿Cómo el cucarachero?

Garrincha: “Tal vez sí. No lo conozco, pero debe ser así como usted dice. Mire: el garrincha es como yo”.

En Pau Grande el inquieto Manuel que a los cuatro años no debía levantar mucho del suelo, le encantaba ir a cazar pájaros con su honda. A esa edad andaba por entre el monte “como una exhalación del infierno”, decía su hermana Rosa Dos Santos, la mayor. Un día entró corriendo a su casa con un pájaro todavía aleteando en sus pequeñas y regordetas manos morenas. Manuel no sabía qué había cazado. Rosa le dijo: “es igualito a ti, vuela mucho, pero no sirve para nada: es un garrincha”. Manuel lo curó y lo conservó por mucho tiempo y nadie recuerda hoy qué se hizo el garrincha que perpetuó su nombre en uno de los mejores jugadores del mundo. Pero a este Garrincha sí lo recordará siempre la historia del deporte.

Bogotá, 1954

El recuerdo de Colombia es para Garrincha una mezcla de alegría y de mucha tristeza. Su primer partido internacional lo jugó en Bogotá contra Millonarios, el gran Millonarios de Rossi, Cozzi y Pedernera, que fue vencido por Botafogo dos por cero. Fue su alegría ganar el primer encuentro que jugaba fuera del Brasil. Pero al regresar a Río encontró que su hermana menor, Teresa, de tres años, había muerto ese mismo domingo que él jugaba en Bogotá. El 8 de agosto del mismo año, contra Santa Fe, y Botafogo volvió a ganar, esta vez dos por uno. Fue calificado por El Tiempo como el mejor de los visitantes. Elaboró, aunque no finalizó, el gol del triunfo.

“Se acostumbra uno a todo —dice Garrincha—, a lo bueno y a lo malo”.

Chile, 1962

Se jugaba la Copa Mundo en Santiago. El encuentro Brasil-Chile comienza muy fuerte y sigue peor. Se juega duro. El público hostiliza constantemente a los brasileros. Los chilenos consiguen el primer tanto y las graderías se enloquecen. Pelota al centro. Pelé a Vavá. Se escapa Garrincha con el pase de Vavá, y anota de un tiro violento. Quince minutos más tarde recoge una pelota de Nilton Santos en el medio campo. Pica la pelota y rebasa a la defensiva chilena para fusilar al guardavallas. De las graderías energúmenas vuela una botella; Garrincha cae al suelo bañado en sangre. Lo llevan a la clínica y no puede volver al partido. “Salí riéndome. Les gané yo solo a los chilenos 3-1. ¡3 a 1! Sí. Dos goles y un botellazo que también se cuenta”.

Los goles

“Se preocupan mucho de quién hace los goles en el fútbol, pero éste es y debe ser un juego de conjunto. En la cancha todos somos iguales. Detrás del que hace los goles está siempre alguien, otro jugador que no se ve y que no sale en los periódicos. Está el resto del equipo. Para mí, por ejemplo, que he anotado muchos goles, el mejor partido que creo he jugado en mi vida, fue en Chile contra Rusia, y no hice ningún gol”.

Suecia, 1958

De Suecia, característicamente, Garrincha no habla de la primera Copa Mundo en la cual participó a los 23 años y de donde Brasil regresó campeón con el equipo que repetiría la hazaña cuatro años más tarde en Chile. Lo que más le divirtió fue la ceremonia final, cuando el rey Gustavo Adolfo le regaló a cada uno de los once titulares un reloj de oro.

“Una tarde, dos años después, al terminar un partico en el Maracaná, descubrí que me habían robado el reloj. Me reí tanto pensando qué diría el rey de Suecia al enterarse de que yo había perdido su reloj”.

Inglaterra, 1966

En Inglaterra, para Garrincha sucedió lo que parecía imposible que sucediera: Brasil fue eliminado. En una frase define el resultado: “Nos masacraron”. La selección brasilera que fue a Inglaterra, según Garrincha, no podía perder. Tenía todos los elementos y condiciones para lograr el tercer campeonato mundial para el Brasil. Pero perdieron.

ACS: ¿Por qué perdieron?

Garrincha: “Todos los equipos jugaron contra nosotros; éramos el equipo para derrotar”.

ACS: ¿No jugaron fútbol?

Garrincha: “No nos dejaron jugar fútbol. Nos armaron una verdadera cacería humana. Pelé fue virtualmente cazado. Fue perseguido hasta que lo inutilizaron. Las películas lo muestran claramente”.

ACS: Esa es la excusa. La realidad es otra. El fútbol, mezcla del sistema rioplatense y de la velocidad en el manejo de la pelota sin fortaleza en los jugadores, sin físico para arrolar en el ataque y romper en la defensiva, la organización de los avances contrarios, el fútbol sin atletas, que es el fútbol sudamericano, hizo crisis en Inglaterra. La selección brasilera no estaba preparada para esta nueva modalidad del fútbol.

Garrincha: “No lo esperábamos. No estábamos preparados para un juego tan sucio. Quisimos jugar fútbol y no nos dejaron”.

ACS: ¿Usted diría que la selección que fue a Inglaterra era lo mejor que podía presentar el Brasil en ese momento?

Garrincha: “No sé si era lo mejor o no, pero debíamos ganar. La otra realidad, como usted dice, no salió a jugar a la cancha: la realidad de la ineptitud de los dirigentes, que los llevaron. Todo el mundo intervino en la selección del equipo, en su preparación, en su dirección. Con decirle que fuimos a Inglaterra 22 jugadores y 22 dirigentes”.

Pelé

Garrincha conoció a Pelé en 1956, cuando se enfrentaron por primera vez los dos más grandes jugadores del fútbol del Brasil, en un encuentro entre el Santos y el Botafogo. Ganó el Santos 4 a 1: Pelé hizo los cuatro goles.

ACS: ¿El rey Pelé?

Garrincha: “no somos reyes. Somos jugadores de fútbol profesional. Somos, ya lo dije, payasos. Todos somos iguales.

“Yo soy igual a Pelé”.

ACS: ¿Los goles?

Garrincha: “Detrás de cada gol de Pelé está uno de nosotros, uno del conjunto. El público aplaude a uno, no a todos. Es el fútbol. Lo de los reyes lo inventan los periódicos”.

El mejor: Todos

Para Garrincha, todos los jugadores son iguales: todos son sus amigos. Pero si se le insiste se van conociendo sus preferencias, aunque no duran. Son cambiantes para acomodar a todos. Garrincha parece médico. No habla mal de ningún colega, y al final de la conversación se vuelve lo mismo: “todos somos iguales”. Pelé es como Amarildo, Amarildo como Tostao, Garrincha como Pelé, y Ayrton como Garrincha. Pero una cosa se saca en claro: el jugador extranjero que más admira es a Yaschin, el guardamenta ruso. Y de los brasileros a Zizinho. Desde pequeño su ídolo ha sido Zizinho. Su gran ilusión era la de jugar al lado de él. Solamente una vez realizó ese sueño en un encuentro amistoso entre Brasil y Paraguay en el Maracaná en 1955. Su mayor satisfacción fue la de servir las pelotas con que Zizinho hizo los goles esa tarde. “Se cambiaron los papeles: ahora Zizinho es hincha mío”.

Pero se vuelve lo mismo: Nilton Santos, Vavá, Valentín, Boby Charlton, todos son iguales. Estoy seguro de que si a Garrincha se le pregunta qué le parece “Memuerde” García, dirá que es lo mismo de bueno que Pelé.

Junior, 1968

Para Garrincha, el Junior de este año con los jugadores que tiene, no debe perder. Un equipo cuya delantera hace siempre más de dos goles, tiene que ganar el partido, pero en el Junior todo es diferente. “Tal vez, dice Garrincha, pero ese equipo no puede perder este campeonato”. Se le habla de Marinho Rodríguez de Oliveira, a quien los directivos del Junior no supieron aprovechar. Marinho como director técnico del Botafogo es muy conocido de Garrincha. “Es un gran entrenador, es de los mejores entrenadores que he conocido. Sabe mucho de fútbol y maneja muy bien su equipo en la cancha. El Junior no sabe lo que perdió”. Sí sabe, pero le da lo mismo: los entrenadores no llenan estadios.

ACS: ¿Qué le gustaría hacer cuando deje el fútbol?

Garrincha: “No sé. Tal vez entrenador. Pero pienso que no sirvo para eso. Un entrenador tiene que ser duro y yo soy muy buena persona y no puedo ser duro con nadie. Con el entrenador se cometen injusticias. El jugador se juega su carrera él solo en cada partido. El entrenador se la juega en cada partido también, pero se la juega once veces con los once jugadores”.

Garrincha parece ser sincero cuando dice que es totalmente desinteresado. “El dinero no hace la felicidad”, dice como recordando la frase de una película romántica o de vaqueros que es lo que más le gusta hacer por las noches. “Soy un hombre casero; las películas me gustan en la televisión”.

ACS: ¿Por qué vino a jugar a Colombia? ¿No sería por el dinero?

Garrincha: “No”.

ACS: Entonces, ¿por qué no juega en Brasil?

Garrincha: “En Río no me dejan tranquilo. Yo soy mucha noticia. Yo vendo muchos periódicos y todos los días tienen que hacer una historia nueva sobre nosotros. Que si maté a Elsa y me suicidé. Que si mi primera esposa me va a meter a la cárcel. Que si dejo a Elsa. Que si Elsa me deja a mí. A nadie le interesa cómo juego al fútbol, sino lo que hacemos Elsa y yo”.

ACS: ¿Pero a usted le molesta eso?

Garrincha: “No, a mí no. A mí no me importa. Pero a Elsa sí. Se pone muy brava cuando hablan mal de mí en la televisión. Es mejor aquí en Barranquilla.

ACS: ¿Cuándo viene Elsa?

Garrincha: “Elsa no viene; yo me voy”.

ACS: ¿Cree que usted y Elsa ayuden a vender periódicos en Colombia?

Garrincha: “No sé. ¿Usted qué dice?”.

ACS: Creo que no. Sigamos hablando de Elsa.


Una buena entrevista, sin duda. Pensé mucho en ese encuentro de colosos, Cepeda Samudio y Garrincha, ambos muertos antes de tiempo. Pensé en lo que Colombia le debe a la Costa Atlántica, sobre todo en términos culturales: nuestras estrellas culturales internacionales, Gabo, Shakira, Carlos Vives y, más recientemente, esa ricura que es Maía, son costeñas (Maía es tan no sé que cosa que es capaz de aparecer en un programa de variedades en televisión y anunciar que está solita y sin compromiso y que recibe hojas de vida. ¿Nadie le ha advertido a ella que semejante “ingenuidad” es una invitación al desorden público que no debería pasar impune?). Pensé que el poeta más interesante de Colombia en la actualidad, a pesar de que ya está muerto, es el costeño Raúl Gómez Jattin, un personaje que, mientras deambulaba por las calles de Cartagena lanzando improperios, se deshacía en la locura: una figura tan atractiva y trágica como la de Garrincha. Pensé que los libros de Heriberto Fiorillo, La cueva, sobre esa hermandad de intelectuales que se formó en Barranquilla a la sombra de José Félix Fuenmayor y de la cual salieron Gabo y Álvaro Cepeda, entre otros, y Arde Raúl, sobre Raúl Gómez Jattin, a pesar de su irregular calidad, merecen ser mejor conocidos. Pensé que en todo caso Heriberto Fiorillo debe ser un tipo interesante porque escribe sobre figuras interesantes.

Una cosa de la entrevista de Cepeda a Garrincha que me llama la atención es que Garrincha tiene el valor de declarar que es un hombre feliz. ¿Qué se requiere para eso? ¿De qué material debe estar hecho un hombre para poder decir eso? Pienso, además, que esa es una declaración del ocaso de su carrera futbolística, no del ocaso de su vida. Al fin y al cabo, Garrincha sobreviviría más o menos unos 14 años a su declaración, y durante esos 14 años se hundiría más y más en la pobreza y el alcohol. Próximo a su muerte, ¿hubiera repetido Garrincha que era un hombre feliz?

La entrevista de Cepeda a Garrincha es buena. No hay ninguna duda. Pero esto ya lo dije. Lo que no he dicho es que esa semblanza de Garrincha hecha por el Dominical de El Heraldo de Barranquilla del 16 de enero de 2005 que yo no leí, sobre la cual Óscar Domínguez me (nos) llamó la atención, incluye una joya, que Domínguez se (nos) molestó en enviar por correo electrónico: un texto de Andrés Salcedo, preparado con base en declaraciones en primera persona de Elza Soares, tomadas de aquí y de allá, y hechas durante un lapso de muchos años. Elza Soares, la cantante de cabaret que enloqueció de amor a Garrincha.

Pienso sobre Manuel Francisco dos Santos. Pienso sobre Mané Garrincha. Un hombre que, al menos en algún momento de su vida, pudo declarar que era un hombre feliz. Un hombre al que sus conciudadanos llamaron “la alegría del pueblo”. ¿Qué más puede uno pedir? ¿De qué está hecho ese hombre? Todo lo anterior debería ser suficiente para poder justificar por qué Garrincha es mi ídolo. Pero no. Esas no son las razones. Yo nunca vi jugar a Garrincha. Yo no sé si Garrincha murió feliz. La razón por la cual Garrincha, un jugador de fútbol al que nunca vi jugar, es mi ídolo, es porque, sin ninguna ambigüedad, sentiría que mi vida habría valido la pena si, 20 años después de mi muerte, alguien hablara de mí como Elza Soares habla de Mané Garrincha.


MANÉ GARRINCHA POR ELZA SOARES

(Según la editó Andrés Salcedo)


Sí, yo sé que todavía hay gente por ahí que me sigue considerando una devoramachos, la Yoko Ono de Garrincha, la que le comió el coco, lo sacó del fútbol y lo empujó a la muerte. Eso me hacía sufrir antes, cuando todavía era joven y seguía enamorada de un carajo muerto hacía cuatro, cinco años. Como lo sigo estando ahora, 20 años después.
Y qué carajo tan fascinante, Garrincha. Una de esas criaturas que Dios nos manda cuando vuelve a escasear el amor aquí abajo, como quien echa una paletada de carbón en la locomotora. Cualquier día amaneció de buen genio y echó a volar hasta la tierra a Garrincha, que probablemente allá arriba, antes de que lo mandaran para acá, era un pájaro desorientado y desamparado, sobreviviente del edén.Garrincha es el ser más puro y noble que he conocido. Él vino a este mundo sólo a hacer el bien. Lo hizo sin esforzarse, limitándose a ser, simplemente, él mismo. En el estadio, en la calle, cuando estaba bravo, cuando me hacía el amor. Jugaba al fútbol con el mismo entusiasmo en el Maracaná, con las tribunas a reventar, o en cualquier peladero, donde, sin hacerse de rogar, y siendo ya campeón de mundo, se cambiaba de ropa como un pelado amateur y saltaba al campo a disputar un picadito con los malandros del barrio, bajo unos árboles atestados de mirones. Mané fue toda la vida un muchacho pueblerino incapaz de odiar a nadie, que nunca culpó a alguien de nada. Que jamás se quejó. Ni de las faltas que le hacían los defensas carniceros, que se la tenían jurada, ni de las zancadillas que le tendieron fuera del campo.
Mi Mané fue un hombre apasionado que vivió intensamente grandes amores, que amó y fue amado por varias mujeres, que supo conservar los mismos amigos de siempre, a los que nunca olvidó, tuviera o no tuviera un puto peso en el bolsillo.
Pero donde nuestras almas cabalgaban juntas, se derretían y se fundían era en la cama. En esos momentos en que todo quedaba subordinado a la pasión, la luz, la sombra, los ruidos, el pulso de la tierra se percibían como elementos de una sinfonía que Garrincha y yo improvisábamos, guiados por la mano de Dios. Ahí, en el delgado borde del desborde, acercaba su boca a mi oreja y me susurraba esa palabra con la que siempre me llamó, pero que pronunciada en ese preciso, vulnerable momento, envuelta en el calor de su aliento, me empujaba, sin remedio, al éxtasis: “Criolla”.
“Criolla”: siempre me llamó así. Nunca Elza o los otros nombres con que me conocen mis amigos y la gente de la farándula. “Criolla, hazme ese cafesinho colado que te enseñó tu mamá”, “Criolla, cántame la zambinha que tú sabes, que los dos sabemos”, “Criolla, ven, dame un beso”.
Con Garrincha descubrí lo que es el amor. Los otros hombres que pasaron por mi vida no pesaron, no dejaron huella. Con Mané aprendí que el amor es Dios. Es el sí y es el no de la vida. La sal, la poesía. Quizá eso fue posible en nuestro caso porque los dos vivimos nuestro amor con mucho respeto y a corazón abierto. La fatalidad lo interrumpió pero no pudo destruirlo.
Aquí estaría ahora, conmigo, ese bandido patas pandeadas, viendo la televisión, los dos con el pelo blanquito, bebiendo café. O escuchando la música que acompañó el hechizo de aquellos años. Las viejas baladinhas de nuestro amor. Ahora estaría yo oyendo por centésima vez la anécdota del zaguero negro de Millonarios, que lo enfrentó en Bogotá durante una gira del Botafogo, y la compasión y la solidaridad que sintió cuando miró para atrás y lo vio convertido en un montoncito de escombros, patas arriba en la pista atlética, después de comerse un par de amagues suyos y de sufrir la vergüenza pública de un túnel que desató las burlas hasta en el último rincón del estadio. Garrincha era así. Se divertía burlándose de sus marcadores pero después del partido, en la casa, con un cafesinho en la mano, los remordimientos le hacían pasar un mal rato.
Hoy las mujeres buscan a los futbolistas por puro interés. Porque ahora tienen la tula. Antes no era ningún privilegio empatarse con un futbolista y menos para alguien como yo, que ya era una estrella consagrada, reconocida internacionalmente y aceptada por los brasileños de todas las clases sociales. Yo fui durante 20 años la mujer de Mané sin exigirle nada, al contrario, ayudándolo económicamente siempre que pude. Mané no tenía ni donde caerse muerto. Nunca le pregunté cuanto tenía en el banco. Yo sólo contaba con lo que me daba a mí la música, que era más que suficiente, a mí nunca me faltaron los contratos.
No he conocido a nadie que amara tan intensamente. De vez en cuando sufría verdaderas crisis de pánico ante la sola idea de perderme, no importa que yo le prometiera, pasándole la mano por la cabeza, que eso jamás ocurriría y le canturreara al oído cancioncitas tiernas que hablaban de hadas y castillos, como se hace con los niños que no pueden dormirse.
Garrincha podía amar con tal intensidad a una mujer que el sentimiento de felicidad que me producía el tenerlo a mi lado, el gozar de sus palabras, sus mimos y sus besos, lo compartían -y se lo disputaban- la madre y la mujer que llevo dentro y esa lucha entre la pasión y la ternura, me dejaba a veces sin aliento. Pero satisfecha, como después de un orgasmo.
Hace poco vino a verme un joven periodista de Sao Paulo que quería hacerme una entrevista. Le abrí la puerta de mi casa en Praia Leme, después de muchos años en que me he negado a hablar de Garrincha con los periodistas, que siempre vienen a que les cuente las mismas anécdotas que todo el mundo conoce. Que si es verdad que yo era la que le compraba la ropa y le aconsejaba cómo debía combinarla para salir a la calle. Que si todavía me acuerdo de la receta de esa feijoada que yo le preparaba el día después de los partidos, lo que se convirtió en un ritual, al que invitaba a algunos amigos. Que les vuelva a contar lo ocurrido aquella tarde en que empezamos a insultarnos y a tirarnos los chismes de la cocina a la cabeza y terminamos riéndonos y abrazándonos, desnudos, en la cama, que era donde resolvíamos todas nuestras disputas.
Recibí a ese joven periodista de Sao Paolo con un cafesinho colado, como lo preparaban mi mamá y mi abuela, como le gustaba a él cuando regresaba de los partidos molido a patadas por los defensas. Yo también necesitaba decirle a la gente lo que siento ahora cuando ya han transcurrido tantos años y vuelvo a pensar en lo que pasó. En lo que nos hicieron los brasileños a Mané y a mí. Mejor dicho, en lo que no hicieron para ayudarlo y evitar que se fuera despedazando de a poquito.
Quería asomar un poco la cabeza sobre el muro que yo misma levanté delante de mi casa para protegerme de la gente, sin dejar de disfrutar cada día de lo que me da este Río luminoso que conoció nuestro amor.
Le dije a ese muchacho de Sao Paolo, lo que yo siempre he creído: que Garrincha y yo vivimos un amor comparable al de Romeo y Julieta. No es sino volver a ver las fotos que nos tomaron hace veinticinco, treinta años, donde se nos puede leer en la cara lo que nos estaba pasando. Estábamos tocados por la gracia de Dios. Los dos, jóvenes y radiantes, como si este pedazo de balón de la vida no se fuera a desinflar nunca.
Viví con él 20 años y le parí dos hijos que le robaron tiempo a mi carrera. Pero qué puede compararse con la dicha de tener una familia con el hombre que más hemos amado. Uno de esos hijos, lamentablemente, ya se me fue, a encontrarse con su papá, allá arriba. Me quedó Sorinha, que se ríe dormida, igual que Mané y me regaló a Joyce, mi linda nietecita. La vida te quita y te da.
Algunas tardes, me pongo a contarle a Joyce quién fue su abuelo. Pero es imposible abarcar con palabras que puedan ser entendidas por un niño, lo que fue Mané. El hombre que mejor encarnó el espíritu con que los brasileños juegan a fútbol, el que creó la mística de una camiseta con el número 7. Héroe, junto a Pelé, de dos mundiales. Los entendidos saben que Mané no fue menos importante que Pelé en las victorias de Brasil. El mismo Pelé lo sabe.
Mané fue Charlot, el mismo personaje de Charles Chaplin, pero transplantado al fútbol. Un romántico payaso del arrabal. Pelé, en cambio, supo oler a tiempo el gran negocio, la fabulosa industria que era el fútbol y las ventajas que se derivan del contacto con el poder y el dinero. Carros, mujeres, tarjetas de créditos, viagra. Ahí donde huele a prosperidad y a poder, encontraremos siempre a Pelé. Garrincha estaba hecho de otro barro. Mi Mané prefería quedarse una hora entera hablando de fútbol con el vendedor del quiosco de periódicos, que terminaba pidiéndole plata para pagar unas medicinas del hijo. Garrincha le entregaba todo lo que tenía en el bolsillo.
A Garrincha lo perjudicó el ser un carajo demasiado humano. La gente se aprovechó de su ingenuidad y de su nobleza. El fútbol le chupó la vida, lo dejó sin salud, sin plata, sin sangre, como quedan las víctimas de la víbora cuando nadie les pudo sacar el veneno del cuerpo.
El destino de Mané pudo cambiar de rumbo en 1962, recién obtenido el campeonato mundial en Chile y con su fama irradiando al mundo entero, pero con las rodillas vueltas cisco. Justo en ese momento, cuando se recuperaba conmigo, en la casa de un compadre en Niteroi, cerca de la playa, del tormento que fue para él ese mundial, jugando infiltrado todos los partidos, y recibiendo fouls de todos los calibres, llegan de Italia dos mandamases del Torino, que era el club de moda en el calcio, donde todas las estrellas del fútbol mundial querían jugar. Venían a ofrecerle 5 millones de dólares al Botafogo por el pase de Garrincha. Eso era una fortuna en esa época, sobre todo para alguien que ya estaba a punto de cumplir los 29 años y tenía estropeado el eje de todo futbolista, que son las rodillas.
Pero los sapos están llamados a cambiar la historia del mundo. Un italiano que vivía aquí en Río y que los dirigentes del Torino habían contratado como intérprete, les sugirió que le hicieran un examen a fondo a las rodillas de Garrincha. Llamaron entonces a un reumatólogo, el doctor Nelson Senise, que le sacó varias radiografías al pobre Mané en la Clínica Pío XII y diagnosticó una artrosis irreversible. Los dos italianos pidieron enseguida un taxi, recogieron sus motetes en el hotel y se fueron para el aeropuerto.
Los problemas con las rodillas venían de tiempo atrás. Jugaba un domingo y sus rodillas se inflamaban, así que tenía que guardar reposo varios días. Regresaba al campo y tácata, otra vez la bolsa sinovial, que es la que envuelve la articulación de la rodilla, poniendo problemas. Entonces tenían que extraerle el líquido y aplicarle la siguiente infiltración, que ya era con cortisona.
En todos esos años me convertí a la fuerza en una experta. Podía entender los preocupantes diálogos que sostenían los médicos frente a la cama donde Garrincha, acostado, con las piernas forradas en yeso, sonreía escuchando la radio en su pequeño transistor, comprado en Suecia en el 58, todo el tiempo pegado a la oreja. Como si la cosa no fuera con él. Como si esas piernas sobre cuyo problemático futuro discutían los médicos, le pertenecieran a otro paciente.
Garrincha era incapaz de meterse en la película de la realidad, mucho menos de aceptarla. Tenía una conflictiva mezcla de niño y de hombre. El niño era el duende que gobernaba sus piernas deformes. Salía a ratos durante los partidos y volvía a esconderse en el cuerpo de un hombre cálido y humano hasta el último hueso pero incapaz de manejar con tino su propia vida y de sacarle el merecido provecho a su fantástica manera de jugar al fútbol. Esa, hablando con dolorosa sinceridad, fue la razón por la cual la vida de Mané, fuera de los estadios, anduviera muchas veces al garete.
Un día, contra mi voluntad y el consejo de un médico amigo, dejó que le operaran los meniscos de la rodilla más afectada. Ese fue el fin de la película. Ahí comenzó la vida a pasarnos todas las facturas de una sola vez. La foto de la rodilla operada mostraba descarnadamente el estado en que quedó la poco confiable herramienta del genio de los estadios y apareció en todos los periódicos. Pero no despertó la solidaridad sino el morbo.
Eso fue en el 64. Un año negro. Nuestra vida entró en barrena. Los problemas de Mané repercutían negativamente en mi vida artística. No había muchos equipos que quisieran contratar a un hombre con las rodillas podridas.
Pasaban las semanas y los meses y él seguía desempleado y cada vez más enganchado a la botella. Para más fastidio, mi empresario empezó a cantaletearme con que mi imagen se estaba deteriorando por andar con Garrincha. Que había gente que no quería contratarme porque después él llegaba y se emborrachaba en el local y daba espectáculo. Cuando me decía eso yo lo amenazaba con no volver a cantar. Con dejarlo todo tirado. Qué iba yo a abandonar en su peor momento al hombre que amaba con toda el alma. El dinero que yo ganaba había veces que no alcanzaba pero siempre se les pudo cumplir a los hijos que él tuvo con las otras mujeres.
Mané estaba destrozado. La prensa brasileña se encargó de propagar su invalidez tras la operación. Claro que después la rodilla mejoró algo y él pudo disputar uno que otro partido y recoger algo de plata pues le pagaban por partido jugado. Como los clubes conocían su situación, sacaban el dinero de la taquilla y se lo entregaban en el mismo estadio después de los partidos.
La verdad es que su amor propio y su deseo de recoger los últimos dólares donde fuera para ayudarme a mí con los gastos de la casa, lo llevaron a cometer algunas imprudencias. Como esa de irse a jugar a Barranquilla. Garrincha, en ese momento, ya había empezado a morirse por dentro. Las mujeres leemos estas cosas en los ojos del hombre que amamos. Estaba acabado para el fútbol pero no lo quería admitir. Seguía diciendo lo mismo que dijo toda la vida: “Mañana va a estar mejor, Criolla. Hoy pierdo, mañana gano”.
Cuando regresó de la corta aventura de Barranquilla, que fue un fracaso, aunque le dejara unos buenos dólares, comenzó el drama en serio. Él estaba roto, literalmente. Desesperado. Decepcionado de la gente, que en ese momento ya le había dado la espalda. Los dirigentes, los periodistas, viejos hinchas, muchos compañeros, que dejaron de llamarlo, de preguntar por su vida. Ya la gente no se volteaba a verlo en la calle. Se entregó a la bebida. No paraba de tomar. Fueron años tormentosos, una situación que se hizo insoportable. Lo regañaba, me prometía que no volvería a beber. Al día siguiente no se acordaba de nada. Mañana será mejor, Criolla. Hoy pierdo, mañana gano.
Por las noches se iba a verme a los clubes nocturnos donde yo cantaba, se sentaba en una mesa y bebía sin parar. Aguardiente, vodca con limón, caipirinha, güisqui, lo que hubiera. Yo hice todo lo humanamente posible para apartarlo del trago. Llegué a prohibirles a los dueños de algunos locales que le sirvieran licor. Lo regañaba. Vete para la casa, Mané, acuérdate que mañana tienes que entrenar, llevas dos días sin dormir apenas. Pero él insistía en acompañarme a todas partes. Y se quedaba hasta el final de mis shows, que terminaban a las 4 de la madrugada. Garrincha era ya un caso perdido.
No me aparté un solo instante de su lado, sobre todo después de las advertencias de los médicos. Acompañé su largo y doloroso martirio físico, las piernas dañadas para siempre, el final de su carrera. Fueron demasiadas desgracias juntas para un hombre tan vulnerable.
Después me tocó enfrentar y lidiar la etapa final de su crisis, cuando su salud se desplomó del todo. Garrincha tocó fondo, es verdad, pero nunca se convirtió en un sonámbulo, o en un fantasma, como dijeron, con mala fe, los periodistas.
Lo terrible, lo que jamás olvidaré, aunque ya lo haya perdonado, es que nos dejaron solos en el momento más difícil. No hubo un solo brasileño, de los que lo llamaban “La alegría del pueblo” que se apareciera con algo en la mano o en el corazón. No tuve nadie a quien acudir, porque todo el mundo se desentendió del drama de Garrincha. A la gente le resultaba más fácil echarme la culpa a mí, la cantante de cabaré. La puta devoramachos.
Durante muchos años, el rencor por lo que nos hicieron no me dejaba vivir. Lo tenía atravesado en la garganta. Me afectaba a veces hasta para cantar. Pero un día decidí sepultar todo ese pasado. Ahora prefiero recordar los momentos lindos vividos al lado de Garrincha, viéndolo jugar, amándolo cada mañana y cada noche y oyéndolo decir a cada rato: Mañana va a esta mejor, Criolla. Hoy perdí, mañana voy a ganar. No tenía razón, pero era tan lindo oírselo decir. Sobre todo sabiendo, como lo sabía yo, que lo decía para que lo perdonáramos.

Muchos estadounidenses mayores dicen que recuerdan perfectamente qué estaban haciendo cuando mataron a John F. Kennedy. A pesar de que yo sólo tenía meses de nacido cuando mataron a Kennedy, yo conozco ese sentimiento. Yo recuerdo qué estaba haciendo cuando mataron a John Lennon, a Luis Carlos Galán, a Andrés Escobar. Sin embargo, no tengo ningún recuerdo del momento en que murió Garrincha. Yo ignoré totalmente su muerte. Él, que era “la alegría del pueblo” por haber sido el mejor dribleador en la historia del “hermoso juego”. El “hermoso juego”. Qué tonto, puede pensar uno, considerar un simple juego como una obra de arte, como algo superior a la vida misma. Ya saben ustedes la frase famosa de aquel británico cuyo nombre se me escapa ahora: “el fútbol no es una cuestión de vida o muerte: es mucho más importante que eso”. Que Borges se meta su desprecio al fútbol por el...

Tal vez el encanto del fútbol está en que se parece mucho a la vida. Se trata de ganar, es cierto, pero no se trata de eso. Uno no siempre puede ganar en fútbol. “Hoy perdí, mañana voy a ganar”. Se trata de cómo jugarlo. Y Garrincha, me dicen los que lo vieron jugar porque yo nunca vi jugar a Garrincha, fue el jugador más hermoso del juego más hermoso del mundo. Y eso, incluso eso, puede terminar siendo totalmente irrelevante. Como la vida misma. ¿Qué fe le puede quedar a uno después de eso? ¿Qué sentido le puede uno encontrar a la vida? Pero, a veces, de la manera más inesperada, aparece un rayo de esperanza, una luz que lo hace a uno seguir adelante. ¿Quién iba a pensar que, en mi caso, el instrumento de la divinidad, el ángel, iba a ser ese oscuro periodista jubilado que se llama Óscar Domínguez, que iba a poner en mis manos el texto de Elza Soares-Andrés Salcedo? ¡Ah, Mané, Mané, que decías “hoy perdí, mañana voy a ganar” sólo para que te perdonaran! ¡Perdóname tú a mí, que nunca te vi jugar, y que ni siquiera te recuerdo en el momento de tu muerte! ¡Ah, Mané, Mané! ¡Mi improbable ídolo, sólo porque me mostraste la fibra de que un hombre debe estar hecho para de verdad merecer ser amado!