Tuesday, February 13, 2007

07-02-13: El joven y la política: una mirada desde Aristóteles

Hace algún tiempo, cuando mi sobrina estaba en el colegio, me invitó a dar una charla allá. Hice un primer intento de charla en prosa, que no terminé, y que es el que presento abajo. Luego hice una presentación en PowerPoint, que fue la que finalmente di. Pero quizás el texto original, incompleto y todo, tenga algún valor.

Estoy aquí porque mi sobrina, Camila Castellanos, me invitó a este Foro, y nadie en este colegio, adulto o no, en posición de autoridad o no, tuvo el buen juicio de desaconsejarla. Estoy aquí para hablar, si estoy bien enterado, de El joven y la política: una mirada desde Aristóteles, con la dificultad de que lo último que me leí en serio de Aristóteles fue quizás hace dos décadas, es decir, más años de los que las alumnas de este colegio llevan viviendo. Y si este no fuera suficiente reto, tengo el reto mayor de hablarles a niñas adolescentes, y, sin tener la oportunidad de ser un locutor o animador de “La Mega” o “Radioactiva”, tengo que mantenerlas en todo caso entretenidas, y hacerles creer que lo que estoy diciendo es interesante y vale la pena ser escuchado.

Comenzaré por decir que no soy un experto en Aristóteles. De lo que leí hace muchos años de él, quedé con la impresión de que ese tipo era de un intelecto muy superior, con una curiosidad y con una inteligencia infinitas. Casi podría decirse que toda la filosofía posterior puede, de alguna manera, reducirse a un diálogo entre el idealismo platónico y las ideas, a veces en honda discrepancia, de Aristóteles. La obra de Aristóteles definió por siglos lo que era “el saber”. En el siglo XIII, unos 16 siglos después de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino luchaba por conciliar el saber aristotélico con la fe cristiana, y aun hoy, más de 23 siglos después de Aristóteles, sus escritos sobre la lógica, por ejemplo, siguen pareciendo modernos. Sin embargo, mucho de lo que componía el saber de Aristóteles hoy está enteramente revaluado, y en nuestros días jovencitas como ustedes tienen a sus disposición mucho más conocimiento que el que él pudo recoger, organizar y presentar en toda una vida de trabajo. No cabe duda de que Aristóteles fue el gran pensador de la Grecia antigua (aunque él no era, exactamente, griego. Era, como Alejandro Magno, macedonio), y, sin embargo, mucho de lo que pensó hoy nos causa condescendencia y ternura.

(Me pregunto si ustedes sabrán qué quiere decir “condescendencia”. Me pregunto si ustedes, para satisfacción de Yolanda, la profesora de español, saben escribir “condescendencia” sin errores de ortografía).

Me parece que de esto hay que sacar una lección básica. Uno tiene que saber de dónde viene, pero para saber para dónde va. El pasado es necesario para definir el futuro que se quiere. Ustedes, niñas, no tienen que saber sobre Aristóteles y ya. Ustedes tienen que saber sobre Aristóteles, y sobre muchas otras cosas, para imaginar el futuro que ustedes quieren para ustedes.

Hoy me corresponde hablar de jóvenes y de política. La primera pregunta es: ¿qué es la política? Yo creo que uno no puede responder esa pregunta sin responder antes qué es la sociedad. Hay que comenzar por reconocer que hay una interrelación muy estrecha entre los conceptos de “sociedad” y de “política”. Aristóteles decía que el ser humano es por naturaleza un animal político. Es difícil creer que él pensara que hay alguna distinción importante entre la expresión “animal político” y “animal social”. Es decir, parece ser que, donde hay sociedad, hay política.

Hay una cierta idea trivial de sociedad. Hay sociedad siempre que hay interacciones y contactos entre individuos. Robinson Crusoe, el personaje de la famosa novela de Daniel Defoe, no podía vivir en sociedad porque vivía solo en una isla desierta. Pero la generalidad de los seres humanos, en condiciones normales, vivimos en sociedad, es decir, vivimos interactuando con otros seres humanos. Es lo normal. Un grupo de amigos es una sociedad, una pareja de novios es una sociedad, una familia es una sociedad, un colegio como este es una sociedad, una fiesta es una sociedad, un grupo de personas que montan un negocio es una sociedad, los habitantes de un país (una nación) es una sociedad. Estamos rodeados de vida social por todas partes.

Para nosotros, como individuos, es muy importante sentir que somos parte de la sociedad, que la sociedad nos acepta como miembros de ella. Hoy, en la etapa de la vida en que están ustedes, haciendo el paso de niñas a mujeres, mucho del comportamiento típico de la edad está marcado por dos cosas: afirmación de la individualidad (como queriendo decir “yo existo”) y búsqueda de reconocimiento social (como queriendo decir “yo quiero pertenecer al grupo”). Déjenme hablar por un momento de esas dos cosas.

Para afirmar su individualidad, muchas de ustedes empiezan a hacer cosas que quienes toda la vida han estado encargados de cuidarlas no pueden seguir del todo. Es fundamental: se trata de reconocerse como individuo, separado de los pantalones y las faldas de los padres. Se trata de gritar: “yo tengo mis propios sentimientos y emociones, que son muy importantes para mí, y soy capaz de tomar mis propias decisiones. Ya no necesito a alguien que me esté vigilando a cada momento”. Empiezan a pensar que lo que saben sus padres no son más que tonterías anticuadas, y emiten la queja clásica del adolescente frente al adulto: “¡es que tú no me entiendes!”. Para afirmar su individualidad, empiezan a oír música que sus padres no escucharían, se arreglan de un modo que sus padres no emularían, como poniéndose piercings o pintándose el pelo de colores no convencionales, y hacen otras cosas por el estilo. La afirmación de la individualidad a veces puede ser dolorosa, porque puede implicar rupturas, más o menos severas, con los padres o con otras personas en posición de autoridad.

El punto clave aquí, me parece, es darse cuenta de que, para uno ser uno mismo, no es necesario entrar en peleas con nadie. La clave es el respeto. Si el adolescente se siente respetado, no tiene por qué entrar en conflicto con nadie. Me parece que lo difícil es que el adulto aprenda a respetar al joven, y que el joven aprenda cuáles son las cosas que realmente infunden respeto. En ciertos contextos, tomarse una cerveza en fondo blanco genera mucho respeto; en otros, luce como una franca tontería.

Volver a un niño en adulto es construirle de manera adecuada la autoestima.

La sexualidad es una parte muy importante de la afirmación de la individualidad. Es absolutamente normal que en la adolescencia uno empiece a sentir las urgencias de la sexualidad. Y la sexualidad es una parte muy, muy importante de la naturaleza humana. Voy a ilustrar esta idea de forma negativa. Estoy seguro de que, a pesar de todos los esfuerzos que han hecho en el colegio, ustedes se deben saber alguna grosería. Piensen en alguna de ellas. No la digan duro, porque no se trata de armar escándalos. Pero quiero que se den cuenta de que usualmente las groserías están asociadas con un tema sexual. Si ustedes realmente quieren desprestigiar a una niña, no le dicen bruta, o fea, o pobre, sino perra. Yo creo que esto es evidencia muy notable de que el sexo tiene una importancia individual y social muy grande, y que por lo tanto tiene que ser cuidadosamente regulado. Respetando todos los estilos de vida, yo creo que tener una sexualidad sana, física y sicológicamente, es muy importante para las personas. Yo no les puedo dar aquí lecciones moralistas de cómo vivir su sexualidad. Yo sólo les puedo decir que una buena sexualidad enaltece y una mala sexualidad rebaja y vilifica. En el sexo, como en el resto de cosas de la vida, si yo no me respeto no tengo por qué esperar que los demás me respeten.

Con respecto a la búsqueda de reconocimiento social, en la Grecia antigua, en épocas de Aristóteles, un castigo común para los criminales era el “ostracismo”, es decir, un exilio o destierro forzoso que obligaba a quienes lo recibían a vivir “fuera de la sociedad”. Un castigo horrible que algunas de ustedes aplican a otras es “excluirlas del grupo”, es decirles “tú no cabes aquí”. Y, para caber en el grupo, ustedes hacen todo lo que sea necesario: se cortan el pelo como sus amigas, quieren tener los mismos tenis Converse que tienen sus amigas, y cosas así. A mí no me cabe duda de que los griegos tenían razón: una de las peores condenas que uno le puede aplicar a alguien es la exclusión.

Cuando uno vive en sociedad, uno muchas veces tiene que preguntarse, no sólo qué es bueno para uno, sino también qué es bueno para la sociedad. Esta pregunta es muchas veces natural. ¿Ustedes se han preguntado por qué es tan importante para nosotros que a Colombia le vaya bien en fútbol, o que Catalina Sandino haya sido nominada a los Oscares, o que Juanes sea un duro y se ponga una camiseta que diga “se habla español”? Yo creo que el truco es notar que nosotros sentimos que ellos son un poco nosotros y hablan por la sociedad de la que formamos parte. Es normal sentir orgullo o vergüenza por nuestra sociedad. La suerte de nuestra sociedad también nos afecta a cada uno de nosotros. Es normal, pues, que terminemos preguntándonos qué es bueno para nuestra sociedad. Esta pregunta es tan importante que los seres humanos hemos terminado por definir “virtud” en términos de lo que es bueno para la sociedad. Lo virtuoso, lo lleno de virtud, es lo bueno para la sociedad; lo perverso es lo malo para la sociedad. Noten ustedes: a los criminales muchas veces los llamamos “antisociales”, es decir, “tipos que van contra la sociedad”. Así, lo prosocial termina siendo lo bueno, y lo antisocial lo malo.

Queda claro, pues, que a uno la suerte de la sociedad le importa. Muchos colombianos andamos con una pulserita con la bandera de Colombia. ¿Por qué haríamos eso si Colombia no nos importara?

Cómo decidir qué es bueno para la sociedad es la sustancia de que está hecha la política. Para mí, la política es el proceso por medio del cual se toman decisiones colectivas, es decir, sociales. Si tú vas a decidir con tu amiga o con tu novio qué película van a ver, esa es una decisión colectiva, es decir, política. Cuando una familia toma la decisión de a dónde irse de vacaciones, esa es una decisión colectiva, es decir, política. Cuando una nación elige un presidente y un Congreso, está haciendo una decisión colectiva, es decir, política.

Hay ciertas evidencias que sugieren que la jóvenes de hoy no les interesa la política, es decir, las decisiones colectivas. Un informe reciente, La juventud en Iberoamérica: tendencias y urgencias, preparado por la CEPAL y la OIJ, que son la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas, y la Organización Iberoamericana de Juventud, hallan que las personas entre 10 y 29 años son casi el 40% de la población total, y que el 41% de los jóvenes son pobres (58 millones en toda América Latina, de los cuales 21 millones son indigentes). El informe señala que sólo la mitad de los jóvenes que se matriculan en primaria la terminan; que, sin embargo, los jóvenes ahora son más educados pero tienen menos empleo; que tienen más destrezas para la autonomía, pero menos opciones de materializarla (por ejemplo, los años sin una vivienda autónoma son excesivamente largos); que son más aptos para el cambio productivo, pero están más excluidos del mismo; que usan su tiempo libre viendo televisión, escuchando música, leyendo, yendo al cine, bailando, haciendo deporte, jugando videojuegos o “chateando” y “navegando” en Internet; que comienzan cada vez más temprano su vida sexual activa, pero que posponen cada vez más la formalización legal de los vínculos de pareja y la concepción de los primogénitos. Sin embargo, se observa la paradoja de que, mientras se reduce la fecundidad, aumenta el embarazo y la maternidad adolescentes. Y que el SIDA y, en países como Colombia, la violencia, donde alcanza niveles catastróficos, son las dos principales causas de mortalidad juvenil.

Yo no sé si a mí esta foto de la juventud me parece agradable. No es ninguna sorpresa que, frente al mundo que les toca vivir, algunos jóvenes terminen diciendo “¡me quiero morir!” y terminen teniendo una adolescencia difícil.

Pero, en lo que se refiere a nuestro tema, el joven y la política, el informe dice que “Pese a ser más cohesionada hacia adentro, la juventud muestra mayor impermeabilidad hacia fuera. Los nuevos patrones de consumo cultural proveen de íconos y referentes que generan identidades colectivas, pero éstas aún están poco consolidadas, son fragmentarias, a veces muy cerradas y tienen dificultad para armonizarse con el resto de la sociedad, particularmente con la autoridad”. El informe dice que los jóvenes tienen más acceso a información pero menos al poder; que están menos integrados a las esferas de decisión, sobre todo en el Estado, y que se sienten poco representados en el sistema político; que hay un mayor nivel de asociatividad en prácticas culturales tradicionales, particularmente religiosas y deportivas; que hay una tendencia a opinar y participar en temas de interés público mediante la conexión a redes virtuales; y que hay más tendencia a participar en organizaciones de voluntariado que en organizaciones políticas. Y, ya para terminar esta larga lista, el informe hace una observación que a mí me parece tremendamente importante: los jóvenes ya no se perciben a sí mismos como los grandes actores del cambio político y creen que la definición del nuevo modelo de participación está pendiente.

Yo siento que eso es, simplemente, una tragedia. Ya que si los jóvenes no son capaces de imaginarse una sociedad mejor, ¿entonces quién? En mi vida he tenido oportunidad de ser testigo de diversas erupciones de compromiso juvenil con la sociedad. Voy a recordar solamente dos: la primera es la conocida como “mayo del 68”, cuando la rebeldía juvenil casi tumba al presidente francés de la época, el prestigioso Charles de Gaulle, héroe de la Segunda Guerra Mundial, que se había convertido en sinónimo de todo lo viejo. A finales de los sesenta se respiraba un ambiente de utopía social inspirado por los jóvenes en el que se creía que todo podía ser mejor. En esa época, todo estaba cambiando. Eran tiempos de nuevos peinados, con pelo largo, para los hombres, y de la píldora y la minifalda para las mujeres. La música de entonces tenía un aire tan encantador que aún hoy, cuando mi sobrina y sus amigas oyen algún disco mío de canciones francesas de la época, dicen que quieren bailarlas en frente del colegio. Ellas, que no tienen ni idea de quiénes fueron Serge Gainsbourg o Eric el Rojo. El ambiente era tan surreal que el grito de guerra de los manifestantes de aquel mayo del 68 en el Barrio Latino de París era: “¡sed realistas! ¡Pedid lo imposible!”. Para más señas, el Barrio Latino de París se llama así porque en ese barrio queda el edificio principal de La Sorbona, la milenaria y reputada universidad de París. Como esa universidad viene desde la Edad Media, en siglos pasados los estudiantes hablaban, no en francés, sino en latín. Por eso el Barrio Latino. Porque estaba lleno de estudiantes que hablaban en latín. Hoy las cosas no han cambiado mucho: hoy sigue lleno de estudiantes, aunque ya no se habla latín. Estudiantes que en mayo de 1968 creían que iban a cambiar el mundo.

La gran pregunta es: ¿nos importa Colombia? ¿Lo social nos importa?

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