Monday, January 16, 2012

12-01-16: Diatriba contra el socialismo cubano

Pasé el fin de año en Cuba. Fue mi segunda visita a la isla. La primera la hice en 2005, cuando Fidel todavía gobernaba. Mis impresiones sobre ese primer viaje las consigné en este blog (ver la entrada del 07-02-20). Aquí quiero consignar mis impresiones sobre el segundo. En síntesis, Cuba es una bella isla, y su gente es encantadora, pero sus sistemas político y económico no funcionan. Políticamente, Cuba es una tiranía. Económicamente, el socialismo en Cuba puede haber tenido algunos logros, pero ha pospuesto el desarrollo de la isla por más de medio siglo, y mantiene a todos los cubanos en la pobreza. En síntesis, el arreglo político-económico cubano no es uno que pueda servir como ejemplo para el mundo en general, y para América Latina en particular. Incluso, no veo razón para que sus logros no puedan ser alcanzados por Estados no socialistas, siempre que tengan una clara vocación de atención de las necesidades sociales.

El primer problema es político. Creo que nada justifica que una persona se mantenga casi medio siglo en el poder. Ese hecho señala que los mecanismos democráticos no funcionan. Claro: yo soy de los que creen que la democracia es buena. Es cierto que la democracia no es un sistema perfecto, pero una tiranía es un sistema mucho peor. Usualmente, los problemas de la democracia se arreglan con más democracia, no con menos. En el caso concreto de Cuba, lo que percibe es que Fidel es una persona obstinada y dogmática. Tiene un tipo de carácter que quizás es muy bueno para hacer líderes (imagino que Napoleón tenía un carácter similar), pero que es un desastre para ponderar opciones, para valorar alternativas, en fin, para el arte político de conciliar intereses distintos.

De otra parte, es claro que en Cuba no hay más opinión que la del régimen. La única propaganda aceptada es la del régimen. En todos lados hay vallas o letreros con frases célebres, no tan célebres o francamente estúpidas de Fidel, Raúl y el Che. El régimen idoliza a sus líderes. Los vuelve santos de una religión secular. Políticamente, hay dos santos: Fidel y Raúl. La revolución tiene otros dos: Ernesto "el Che" Guevara y Camilo Cienfuegos. Camilo Cienfuegos es un santo reciente. La primera vez que fui a Cuba su efigie no adornaba la Plaza de la Revolución. Hoy sí. Es claro que Camilo Cienfuegos está en proceso de santificación, para tener un santo cubano al lado de la figura mítica del Che.

La figura del Che es extremadamente compleja y enigmática. Ella se ha vuelvo un ícono de la cultura pop. Yo creo que en Occidente hay gente que se pone camisetas con la efigie del Che solo porque es "cool", pero que ignora completamente quién fue el personaje. Incluso para los iniciados es difícil conocerlo. El Che hablaba del Hombre Nuevo, ese nuevo tipo de ser humano que produciría la revolución, que no estaría contaminado por intereses materiales. Es claro que la revolución no cambió la naturaleza humana. El Che hablaba del valor de la vida humana, pero era despiadado en combate y con sus prisioneros de guerra. Fue el Che quien, sin ninguna clemencia, se encargó de fusilar a los oficiales del régimen prerrevolucionario. Él no veía ningún punto medio para el revolucionario: éste vence o muere. El Che venció en Cuba, pero no se pudo adaptar a las tareas más prosaicas del ejercicio del poder. Entonces escogió morir en Congo o en Bolivia, donde finalmente lo mataron.

El segundo problema es económico. Fidel no llegó al poder siendo comunista. Él se volvió comunista una vez en el poder. A esa evolución ayudaron, sin duda, los excesos y errores norteamericanos. En buena parte, Fidel fue una reacción a los intentos neocolonialistas e imperialistas de Estados Unidos en Cuba. De eso no cabe duda. Una vez Fidel llegó al poder, Estados Unidos tampoco jugó sus cartas bien. Pero lo que es claro es que el comunismo castrista no le ha traído desarrollo a Cuba. De hecho, la isla parece una foto foto deslucida de sí misma, en la que toda grandeza es prerrevolucionaria y el presente luce en ruinas. La Cuba de hoy es la Cuba de hace cincuenta años, pero sin ningún mantenimiento en el entretanto. Es evidente que en Cuba, para todos los efectos prácticos, la creación de riqueza está prohibida. La distribución de la riqueza domina tanto a su creación que la única riqueza que existe es la que se acumuló antes de Castro y que no alcanzaron a sacar los cubanos que emigraron a Estados Unidos.

En ese sentido, el comunismo castrista luce desbalanceado. Uno no puede hacer una propuesta económica que ignore tan olímpicamente la eficiencia económica. Así uno quiera calificar con muy buenas notas los éxitos de la revolución en materia de justicia social, creo que no alcanzan a compensar el desastre que es la revolución en materia de eficiencia económica, generación de riqueza y desarrollo: si la igualdad impera en Cuba, es gracias a que la revolución ha logrado mantener a todos los cubanos en la pobreza.

Uno de los problemas manifiestos del sistema económico castrista es que las cosas no valen lo que cuestan. El Estado ha decidido subsidiar todos los bienes básicos a la población, lo cual permite que pueda pagar salarios muy bajos a sus trabajadores, en un lugar donde el Estado es el único empleador posible. Como toda la producción es estatal, las unidades productivas no tienen ningún incentivo para ser eficientes. El resultado es que en Cuba todo es muy barato, incluso regalado, para los cubanos, pero la otra cara de la moneda es que no hay nada en Cuba. Las escaseces de todo son evidentes. De transporte, de carne, de energía, de bienes básicos. La Cuba castrista ha vivido más de la solidaridad política que de la racionalidad económica. Como nos dijo un cubano, la isla vivió de "la teta de la URSS" hasta 1991, cuando el colapso de este país produjo una crisis económica profunda en Cuba, conocida como el "período especial". Hoy Cuba envía sus médicos para obtener petróleo venezolano, pero los estragos del "período especial" siguen, en alguna medida, vigentes.

Después del colapso de la URSS, Cuba ha tenido que hacerle algunas concesiones a la racionalidad económica. Ha permitido que los dólares entren a la isla, y ha permitido un cierto desarrollo de la industria turística. Hasta donde entiendo, esta industria se ha convertido en la principal fuente de las necesitadas divisas para el país. La economía está montada para aprovecharse de esa nueva teta. El país tiene dos monedas: el peso convertible y el peso local. Los extranjeros solo pueden comprar pesos convertibles. Su tasa de cambio es a la par con el dólar (aunque, por traer la moneda del "imperio", los turistas deben pagar un impuesto extra). El peso local se cambia a una tasa de 25 pesos locales por un peso convertible. Esto obliga a los turistas a pagar todo 25 veces más caro que los cubanos. En pesos convertibles, La Habana no es barata. Pero los pesos convertibles son la única esperanza de acceder a tiendas con algún surtido mínimo.

El hecho de que exista una moneda dual ilustra el tipo de distorsiones económicas que imperan en Cuba. Con la moneda dual, el Estado puede comprar divisas mucho más barato que si aceptara la racionalidad del mercado. En condiciones normales, la moneda local debería sufrir una fuerte depreciación, lo cual haría a Cuba muy barata para los turistas y haría los bienes o los viajes al extranjero muy costosos para los cubanos, pero generaría estímulos para que los cubanos exportaran al exterior. Sin embargo, como toda la producción es estatal, los beneficios de la depreciación no pueden ser percibidos por ninguna unidad productiva. Por lo tanto, el régimen prefiere mantener la moneda dual, para poder seguir comprando divisas baratas. La moneda dual no quiere decir que los bienes o los viajes al exterior sean baratos para los cubanos, porque para eso están los precios y sueldos en moneda local: si no fueran prohibidos por el régimen, los viajes de los cubanos al extranjero seguirían siendo impensables por razones económicas. Con un sueldo promedio de unos 20 o 25 pesos convertibles al mes, los cubanos no pueden soñar con viajar al extranjero. He aquí por qué un régimen económico absurdo requiere un régimen político dictatorial: se tiene que lograr por la fuerza lo que el sistema de precios haría de manera natural.

Surge entonces la pregunta: si por cualquiera de las dos vías, la socialista y la de mercado, los cubanos no pueden soñar ni con bienes ni con viajes al extranjero, ¿por qué preocuparse por una u otra? La diferencia crucial está en que por la vía del mercado los recursos son asignados a sus usos más productivos. Si no hubiera moneda dual, Cuba debería estar inundada de turistas, porque sería muy barato ir a Cuba. Si los cubanos fueran libres de hacerlo, prestarían más servicios para los turistas, y por esa vía ganarían las divisas que les permitiría comprar bienes y hacer viajes al extranjero. Pero la ridiculez de fondo no es que exista una moneda dual. La ridiculez de fondo es que toda la producción tenga que ser llevada a cabo por el Estado.

Es cierto que, después de 1991, y en especial después de que Raúl asumió el poder, ha habido un cierto grado de liberalización económica. Ahora los cubanos pueden entrar a los hoteles de turistas o a los almacenes que tienen los precios marcados en pesos convertibles, tener teléfonos celulares, poseer sus propias casas, recibir dólares. Pero las reformas son todavía muy tímidas. Los únicos negocios privados son los paladares (restaurantes privados) y las casas particulares (alojamientos en casas de familia), ambos negocios cuidadosamente controlados por el Estado, porque en los dos se reciben pesos convertibles. La iniciativa privada todavía no puede surgir en toda su extensión. Todavía tener un carro, un computador, un teléfono celular es un lujo.

De modo que surge la pregunta: ¿es posible tener justicia social sin pobreza? Se dice que en Cuba ningún niño se levanta sin su vaso de leche, que todos tienen educación y vivienda gratuitas, que la salud es gratis para todos. Los socialistas creen que el Estado debe garantizar los "derechos básicos" de la gente, pero no se dan cuenta de que lo que el Estado da gratis en realidad a alguien le está costando. Como bien dicen los economistas, no hay almuerzos gratis. El costo de la "justicia social" para los cubanos ha sido una pobreza generalizada. Mi segundo viaje a Cuba me ha persuadido de que el sueño de la justicia social se logra mejor dentro de una economía de mercado con un Estado redistribuidor fuerte y democrático. Alguien podría decir que eso es, más o menos, lo que tenemos en Colombia, y que nuestro país tampoco es que sea una maravilla. No hay una receta fácil para el desarrollo. Es claro que ni los mercados ni el Estado funcionan bien si no existen las condiciones sociales adecuadas. Nuestro Estado, por ejemplo, todavía es demasiado ineficiente y corrupto, y la iniciativa privada todavía halla muchos obstáculos y no está abierta para todo el mundo. En Colombia todavía no hay consenso sobre el régimen democrático y el sistema de mercado. La violencia es generalizada y el Estado no la logrado controlar todo el territorio. Sin embargo, a pesar de todos los problemas, no cabe duda de que Colombia ha logrado mucho más desarrollo en los últimos 50 años que Cuba. Sé que Colombia no es ninguna maravilla, pero, al menos, al que no le guste puede irse. Bueno, más o menos: por lo menos el régimen no le prohíbe irse. Incluso a Cuba, si quiere.

El 26 de julio de 1953 Fidel Castro inició su revolución con el intento de toma del cuartel Moncada. Ese intento fue un fracaso, y Fidel fue apresado. Pero, como bien corresponde al régimen, Fidel supo convertir ese fracaso en un éxito. En el juicio que siguió al fallido intento de toma, Fidel se defendió a sí mismo, y pronunció un discurso que luego la revolución ha distribuido como un panfleto bajo el título de una de sus frases: "La historia me absolverá". Quizás Fidel creía que el tribunal iba a condenarlo, pero que la historia lo absolvería. Lo cierto es que el régimen batistiano fue relativamente benigno con Fidel. Es la historia la que lo debe tratar duramente, por obstinado, por terco, por robarle 50 años de desarrollo a su país. No es cierto, Fidel: la historia no te absolverá.

Monday, January 9, 2012

12-01-09: Informe sobre Sudáfrica

En octubre o noviembre pasado estuve en Sudáfrica. Solo hasta ahora cuelgo mi "informe" sobre ese viaje.

Aquí estoy, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Aquí estoy, como diría la canción de Paul Simon, bajo cielos africanos. El cielo es azul y bello, con nubes como motas de algodón blanco. Así como Bogotá está tutelada por el cerro de Monserrate, Ciudad del Cabo está tutelada por la Table Mountain, una meseta con laderas talladas por el viento y, quizás, hace muchos años, por el mar. Los capetonianos dicen que es una de las montañas más viejas del mundo (260 millones de años. Los Andes -las montañas, no la universidad- tendrían 250 millones de años). También dicen que es una de las más bellas. A los colombianos nos gusta decir que tenemos la montaña costera más alta del mundo (la Sierra Nevada de Santa Marta, que es ciertamente espectacular), pero los 1.000 metros sobre el nivel del mar de la Table Mountain no dejan de impresionar. Yo, naturalmente, llegué a su cúspide, aunque el mérito de tal hazaña está un poco disminuido por el hecho de que hay un teleférico que ahorra buena parte de las dificultades. Mi mayor mérito fue no haber añadido mi nombre a la lista de personas que han muerto en la montaña, seguramente por no haber seguido las obvias recomendaciones de seguridad que uno encuentra por todas las rutas. Yo tampoco las seguí, pero viví para contarlo. La diferencia entre Bogotá y Ciudad del Cabo es que, mientras el cielo en Bogotá es frecuentemente gris, aquí, en Ciudad del Cabo, es azul, abierto e infinito. Solo en la cumbre de Table Mountain el cielo es encapotado.

Es imposible venir a Sudáfrica y no pensar en los orígenes de la humanidad. África en general, y Sudáfrica en particular, son una rica fuente de fósiles de homínidos. Fue aquí, en 1924 o 1925, donde encontraron el primer Australopithecus (el "mono del sur"), el niño de Taung. El ser humano moderno también proviene de África, y no puedo evitar sentir una profunda emoción al volver al sitio de donde surgimos, hace unos 150 mil o 200 mil años. Imagino el larguísimo viaje que los seres humanos siguieron desde África hasta América, vía el congelado estrecho de Behring, que comenzó hace unos 50.000 años y terminó hace unos 20.000. Mis ancestros directos, aquellos por los cuales llevo mis apellidos, debieron haber cruzaron el Atlántico hace menos de 500 años. Supongo que mis casi 24 horas de viaje para llegar a Ciudad del Cabo son una molestia menor, comparada con el tiempo que les tomó a mis antepasados llegar a Colombia. De hecho, mi padre fue el primer Castellanos en llegar a Bogotá. Con esto no quiero decir que sea el único Castellanos en esa ciudad, sino que yo mismo soy un inmigrante tanto en Bogotá como en Ciudad del Cabo. Solo 10.000 generaciones me separan de los primeros humanos, mil generaciones de los primeros americanos y máximo 20 o 25 generaciones de los primeros americanos con mis apellidos. Todos estamos de paso en este planeta.

Ciudad del Cabo se llama así porque está vinculada con un cabo que su descubridor, el portugués Bartolomé Díaz, denominó el Cabo de las Tormentas. Nombre premonitorio, porque una tormenta en ese lugar le costó la vida. La importancia de ese cabo es que señala el fin del viaje hacia el sur cuando se viaja por la costa occidental de África. Por eso el rey portugués decidió rebautizarlo, y llamarlo Cabo de Buena Esperanza, porque con ese lugar los portugueses de finales del siglo XV, como Vasco de Gama, siguiendo el sueño del rey Enrique el Navegante, probaron que el viaje al oriente por mar era posible, con lo cual se rompía el monopolio de la República de Venecia en el comercio con el oriente. En el cabo, pues, se juntan dos océanos: el Atlántico y el Índico. Como la ruta hacia el oriente por el sur estaba tomada por los portugueses, a los españoles, con Colón, no les quedó más remedio que viajar hacia el oeste con la esperanza de toparse con el oriente. No lo encontraron: a cambio, nos hallaron a nosotros. Pero no fueron los portugueses los que se establecieron en lo que hoy es la Ciudad del Cabo. Ellos tuvieron que contentarse con controlar Angola y Mozambique.

Fueron los holandeses quienes, en el siglo XVII, establecieron una base de abastecimiento para sus flotas de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en Ciudad del Cabo. Los colonos holandeses prosperaron en la región, sin mezclarse con la población indígena, pero sí usándola como fuerza de trabajo. Surgieron así unos africanos blancos (afrikaners) que aún hoy hablan un dialecto del holandés, el afrikaans, junto con una buena proporción de gente de color que aprendió (y le aportó a) esa lengua.

Los nativos que los holandeses encontraron fueron, esencialmente, dos grupos humanos cuyos nombres recuerdo desde pequeño, porque su sonoridad me encanta: los hotentotes y los bosquimanos, hottentots y bushmen (hombres de los arbustos). Se supone que estos hombres, que más que negros son cobrizos, llevan unos estilos de vida muy primitivos, porque no practican la agricultura: los bosquimanos son un pueblo de cazadores-recolectores, como se supone que fueron los primeros seres humanos, y los hotentotes un pueblo de pastores. Aquí en Suráfrica he aprendido que los bosquimanos se llaman San y los hotentotes Khoe, o Khoi, o Khoikhoi, y que los dos pueblos juntos se llaman Khoisan. También he aprendido que no es que el estilo de vida de los Khoisan sea primitivo, sino que es perfectamente adaptado a las condiciones ecológicas de las tierras donde viven. Quién sabe si todavía quedan Khoisan por ahí, con sus estilos de vida tradicionales. No lo creo.

Cuando los holandeses, que eran granjeros, se expandieron, convirtiéndose en "granjeros en carretas" (trekboers), se encontraron con pueblos más negros que cobrizos, los bantúes. Así, los colonos holandeses encontraron los dos grupos a quienes iban a dirigir su racismo: los negros bantúes, y los "coloured". Yo también aprendí hace tiempo otro nombre para los bantúes, que utilizamos mucho en Colombia. Hoy, en Colombia, le decimos "cafre", no al bantú original, sino al colombiano maleducado. Pero, seguramente, cuando decimos "cafre", decimos tanto de la persona a quien así denominamos como de nosotros mismos: usar la palabra "cafre", en el sentido en el que la utilizamos, es una medida de nuestro racismo e ignorancia, un racismo inconsciente importado de Suráfrica, y una ignorancia que nos impide saber que "cafre" realmente significa "bantú" (o negro), y no otra cosa. Qué lástima que en Colombia decir "usted es mucho indio", o "mucho cafre", siga siendo un término despectivo.

Ciudad del Cabo fue conquistada por los británicos a principios del siglo XIX, cuando se convirtió en un lugar estratégico para controlar el imperio de la Inglaterra victoriana. La ciudad es, pues, una ciudad europea enclavada en suelo africano. Algunos dicen que es la única ciudad que vale la pena conocer de Sudáfrica. No me quiero imaginar qué quieren decir con eso. Ciertamente es una bella ciudad, con su arquitectura, su puerto, sus montañas, sus cabos y sus playas. Dicen que, en Sudáfrica, los blancos viven en ciudades, y que los negros viven en el campo. Ciertamente Cape Town es una ciudad de blancos atendida por negros. Todavía hay un barrio, District Six, donde solo quedan los pastizales de las casas de los negros que fueron arrasadas para expulsarlos de la ciudad.

La tradición portuaria de la ciudad es manifiesta. Es fácil imaginar a los barcos portugueses, holandeses o ingleses parando acá, en su ruta a la India, Java, Macao, Hong Kong o Australia. Imagino el alivio de los cansados navegantes cuando veían la Table Mountain. Sir Francis Drake (nuestro Francis Drake), dijo que el cabo de esta ciudad era "el mejor en todo el mundo". Al parecer, no quedó muy impresionado por Cartagena. El hotel en el que estoy alojado, construido sobre el viejo puerto de Ciudad del Cabo, guarda como decoración una vieja ancla del siglo XIX, que recuerda la naturaleza portuaria de esta ciudad.

Entre los colonos holandeses y los conquistadores ingleses había una diferencia profunda: los primeros sí eran esclavistas y los segundos no, pero, naturalmente, eso no quiere decir que los británicos no albergaran sentimientos de superioridad frente a los africanos. Todos sabemos que los ingleses victorianos fueron la cúspide de la civilización. La persecución de los ingleses a los holandeses africanos y el descubrimientos de las minas de oro y diamante más importantes del planeta indujeron a los afrikaners a desplazarse hacia el noreste, quienes, en el proceso, se enfrentaron con las tribus nativas, más notablemente los zulus; fundaron un conjunto de "estados libres"; y desarrollaron un síndrome de minoría perseguida, que luego sería muy importante para justificar el apartheid como una medida necesaria para garantizar la seguridad de la minoría blanca en África: el mismo argumento que hoy utilizan los israelíes para oprimir a los palestinos. Espero que los negros, en el futuro, no se vuelvan un pueblo opresor, como los judíos, que pasaron de sufrir el Holocausto a subyugar a los palestinos.

Los zulus fueron unos guerreros formidables, que opusieron grandes dificultades a la expansión anglo-afrikaner. Recuerdo que, cuando pequeño, coleccioné figuritas de guerreros de diversas culturas que venían en las cajas de Corn Flakes. Había, si recuerdo bien, samurais, mongoles, vikingos y zulus. El guerrero zulu, con su escudo y su lanza, me fascinó. Así fue como aprendí del gran jefe Chaka de los zulus. Luego, en la universidad, tuvo un compañero y amigo que se llamaba Andrés Zuluaga. A un Zuluaga, naturalmente, le dicen zulu en el colegio, y a Andrés le decían chaka zulu. No cabe duda: mi generación, de niña, sabía de los zulus.

Finalmente, los ingleses arrebataron el control de Sudáfrica a los colonos de origen holandés a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la dos "guerras de los boers". Recuerdo que a mí me costó entender quiénes eran los boers. Yo imaginaba que eran otra tribu africana, como los zulus. Pero no. Eran africanos, pero blancos. El joven Winston Churchill participó en la segunda de esas guerras, y sus memorias sobre esos eventos estuvieron entre sus primeras obras literarias, que después le ganarían el premio Nobel de literatura.

Por esa misma época, un joven abogado indio también vivía en Sudáfrica. Fue allí donde tuvo una experiencia de vida transformadora: fue forzado a bajarse de un tren por ser una persona de color. En menos de medio siglo, ese mismo joven, ya convertido en un anciano inofensivo, arrebataría la joya más preciada de la corona imperial británica: en efecto, fue en Sudáfrica donde Mohandas Gandhi, el Mahatma, adquirió su consciencia india y no violenta, con la cual habría de lograr la independencia de India del Reino Unido en 1948.

Sudáfrica no se independizaría del Reino Unido sino hasta 1961. Pero en 1910 había nacido como país unificado dentro de la Mancomunidad Británica de Naciones: the Union of South Africa, cuyas lealtades al Reino Unido no siempre fueron firmes: algunos afrikaners estuvieron tentados a apoyar a Alemania en la Primera Guerra Mundial, y derivaron lecciones de los nazis en la Segunda.

En 1948 los afrikaners introdujeron el régimen que habría de traerle un oprobio profundo a Suráfrica: el apartheid. En 1964, después de levantamientos y masacres, un joven negro, Nelson Mandela, fue encarcelado por oponerse al apartheid. Iba a durar 27 años en prisión: fue liberado en 1991. De ellos, estuvo 18 en la prisión de Robben Island, una isla que queda muy cerca de Ciudad del Cabo. Yo sabía de antemano que podría hacer muy poco turismo en Sudáfrica, pero estaba determinado a que, si solo podía ver una cosa, ella sería la cárcel de Mandela. La celda de Mandela sigue como él la dejó, tan grande como el baño del cuarto del hotel donde me estoy quedando, pero sin las facilidades propias de un baño, y sin cama. Hoy exconvictos políticos sirven de guías en el tour por la prisión. A mi guía tuve ganas de preguntarle qué se siente. Qué se siente todo ello: preferir ser prisionero que humillado, los años de prisión, Sudáfrica libre, trabajar como hombre libre en el mismo lugar donde uno estuvo encarcelado. No fui capaz. Solo le pregunte si todos los prisioneros eran políticos. Me dijo que sí.

En la cárcel, Mandela tuvo una transformación impresionante. De revoltoso, pasó a ser una figura de una autoridad moral tan grande que su salida de prisión significó el colapso del sistema del apartheid. Con todas las razones para odiar a los blancos, propuso en cambio una Sudáfrica unida, una nación arco iris (a rainbow nation), como el mismo la llamó. Una nación con 11 lenguas oficiales, de las cuales solo dos son europeas, el afrikaans y el inglés, y todo el mundo habla inglés con un acento tan fuerte que mi inglés suena como el más impecable British English. Mandela trabajó en que Sudáfrica tuviera una de las constituciones más progresistas del planeta (con Colombia, se podría decir). A los tres años de haber salido de prisión, Sudáfrica tuvo las primeras elecciones libres de su historia, y Mandela, con 76 años, fue elegido presidente en las primeras elecciones en que pudo votar. Recuerde: las mujeres solo pudieron votar en Colombia a partir de 1957. Los negros, en Sudáfrica, solo a partir de 1994.

El genio de Mandela se cuenta con una anécdota. En 1995, el campeonato mundial de rugby tuvo lugar en Sudáfrica. Esto era un reconocimiento internacional al país por haber eliminado el apartheid. Antes, como una sanción a ese sistema, a los deportistas sudafricanos se les prohibía participar en competencias internacionales. En Inglaterra, el rugby es un deporte de clase alta, y el fútbol un deporte de la clase trabajadora. Alguna vez un inglés definió el fútbol como un deporte de caballeros jugado por villanos, y el rugby como un deporte de villanos jugado por caballeros. En ningún lugar ese dicho aplicaba mejor que en Sudáfrica. Allí, el rugby era un deporte de blancos. Solo un negro había sido incorporado como jugador al equipo. No había posibilidad de que los negros fueran al estadio a apoyar al equipo de blancos que representaba a su país. Mandela fue al estadio. Fue con la camiseta de los springboks (el springbok es una gacela cuyo nombre también se utiliza para designar a los jugadores sudafricanos de rugby). La multitud, en su mayoría blanca, rugió de emoción al ver a su presidente, el primer presidente negro en la historia de Sudáfrica, vestido con los colores de los springboks. El mensaje del presidente era claro: "desde hoy, los springboks no solo representan a los blancos de Sudáfrica, sino a toda Sudáfrica. Toda Sudáfrica, la blanca y la negra, está detrás de ustedes". Y los springboks respondieron a la confianza depositada ganando el campeonato del mundo. La historia es cierta, y está contada en una película de Clint Eastwood, Invictus, basada en un libro, Playing with the Enemy, de John Carling, un exjugador de rugby inglés. 16 años después, una confiada Sudáfrica fue capaz de organizar el campeonato mundial de fútbol, el deporte de los negros. No ganó, pero dejó su mensaje: "nos estamos convirtiendo en la única potencia económica de África: ya no pueden ignorarnos". Shakira cantó en Sudáfrica el waka waka, una canción africana tradicional, y hoy todos vamos a los estadios con vuvuzelas.

Yo fui testigo en Inglaterra de todo el proceso de liberación y llegada al poder de Mandela en Sudáfrica, y vi allá cómo la solidaridad internacional fue crucial para poder fin al régimen del apartheid. Una canción del grupo Simple Minds, Mandela Day, se convirtió en un himno para mí: recordaba que Mandela, en 1989, llevaba 25 años en prisión por oponerse a la discriminación. Vi las manifestaciones en las calles. Británicos apoyando a los negros sudafricanos. Entendí lo humillante que era para los sudafricanos blancos que su equipo de rugby no pudiera jugar con Inglaterra, porque, por el apartheid, los deportistas sudafricanos estaban excluidos de todas las competencias internacionales. Leí el libro de Mandela, Long Walk to Freedom.

En Inglaterra, la cuna de la civilización moderna, de la mano de estas influencias, aprendí qué significa realmente ser civilizado. Y aquí va lo que ahora entiendo. Todos los seres humanos tenemos una dignidad intrínseca, que debe ser respetada. Usted no puede negar la humanidad de ningún ser humano. Negársela, o aceptar un régimen que se la niegue, es un pecado que se comete, no contra él, sino contra uno mismo.

Estoy sentado en una conferencia sobre educación financiera rodeado de negros (y algunos blancos): negros bellos, negros buenos, negros tratando de afirmar su lugar en el mundo. Eso es todo lo que veré de África. Habrá tantas cosas que no veré en este viaje. No veré la vida natural, ni la pobreza ni la violencia de África. Solo veré los cielos africanos, e imaginaré el resto. Sudáfrica es el país más rico del continente. Él solo explica el 25% del PIB continental. Esto no es mucho mérito, pues África es el continente más pobre sobre la faz de la tierra. Además tiene una de las peores distribuciones del ingreso en el mundo. Pero en este viaje solo vi dos pobres (es decir, vi muchos más, todos negros, pero solo interactué con dos de ellos). Sé que al sur hay focas y ballenas y pingüinos y tiburones blancos, y que al norte hay elefantes, leones, hipopótamos, pobreza, sida y un continente sin esperanza. Hace unos días fue asesinado Gaddafi, y uno se pregunta si eso abrirá un nuevo futuro para Libia, o si, por el contrario, como tantas veces sucede en África, lo que inicialmente parece una esperanza, como el proceso de descolonización de los años 1960, se vuelve una nueva decepción. No olvido que lo que pago por una noche de hotel acá es igual al salario anual de muchos africanos. Pero veo a mi alrededor a todas esas "caras lindas de mi gente negra", y entiendo que su lucha no es muy distinta de la mía.