Pasé el fin de año en Cuba. Fue mi segunda visita a la isla. La primera la hice en 2005, cuando Fidel todavía gobernaba. Mis impresiones sobre ese primer viaje las consigné en este blog (ver la entrada del 07-02-20). Aquí quiero consignar mis impresiones sobre el segundo. En síntesis, Cuba es una bella isla, y su gente es encantadora, pero sus sistemas político y económico no funcionan. Políticamente, Cuba es una tiranía. Económicamente, el socialismo en Cuba puede haber tenido algunos logros, pero ha pospuesto el desarrollo de la isla por más de medio siglo, y mantiene a todos los cubanos en la pobreza. En síntesis, el arreglo político-económico cubano no es uno que pueda servir como ejemplo para el mundo en general, y para América Latina en particular. Incluso, no veo razón para que sus logros no puedan ser alcanzados por Estados no socialistas, siempre que tengan una clara vocación de atención de las necesidades sociales.
El primer problema es político. Creo que nada justifica que una persona se mantenga casi medio siglo en el poder. Ese hecho señala que los mecanismos democráticos no funcionan. Claro: yo soy de los que creen que la democracia es buena. Es cierto que la democracia no es un sistema perfecto, pero una tiranía es un sistema mucho peor. Usualmente, los problemas de la democracia se arreglan con más democracia, no con menos. En el caso concreto de Cuba, lo que percibe es que Fidel es una persona obstinada y dogmática. Tiene un tipo de carácter que quizás es muy bueno para hacer líderes (imagino que Napoleón tenía un carácter similar), pero que es un desastre para ponderar opciones, para valorar alternativas, en fin, para el arte político de conciliar intereses distintos.
De otra parte, es claro que en Cuba no hay más opinión que la del régimen. La única propaganda aceptada es la del régimen. En todos lados hay vallas o letreros con frases célebres, no tan célebres o francamente estúpidas de Fidel, Raúl y el Che. El régimen idoliza a sus líderes. Los vuelve santos de una religión secular. Políticamente, hay dos santos: Fidel y Raúl. La revolución tiene otros dos: Ernesto "el Che" Guevara y Camilo Cienfuegos. Camilo Cienfuegos es un santo reciente. La primera vez que fui a Cuba su efigie no adornaba la Plaza de la Revolución. Hoy sí. Es claro que Camilo Cienfuegos está en proceso de santificación, para tener un santo cubano al lado de la figura mítica del Che.
La figura del Che es extremadamente compleja y enigmática. Ella se ha vuelvo un ícono de la cultura pop. Yo creo que en Occidente hay gente que se pone camisetas con la efigie del Che solo porque es "cool", pero que ignora completamente quién fue el personaje. Incluso para los iniciados es difícil conocerlo. El Che hablaba del Hombre Nuevo, ese nuevo tipo de ser humano que produciría la revolución, que no estaría contaminado por intereses materiales. Es claro que la revolución no cambió la naturaleza humana. El Che hablaba del valor de la vida humana, pero era despiadado en combate y con sus prisioneros de guerra. Fue el Che quien, sin ninguna clemencia, se encargó de fusilar a los oficiales del régimen prerrevolucionario. Él no veía ningún punto medio para el revolucionario: éste vence o muere. El Che venció en Cuba, pero no se pudo adaptar a las tareas más prosaicas del ejercicio del poder. Entonces escogió morir en Congo o en Bolivia, donde finalmente lo mataron.
El segundo problema es económico. Fidel no llegó al poder siendo comunista. Él se volvió comunista una vez en el poder. A esa evolución ayudaron, sin duda, los excesos y errores norteamericanos. En buena parte, Fidel fue una reacción a los intentos neocolonialistas e imperialistas de Estados Unidos en Cuba. De eso no cabe duda. Una vez Fidel llegó al poder, Estados Unidos tampoco jugó sus cartas bien. Pero lo que es claro es que el comunismo castrista no le ha traído desarrollo a Cuba. De hecho, la isla parece una foto foto deslucida de sí misma, en la que toda grandeza es prerrevolucionaria y el presente luce en ruinas. La Cuba de hoy es la Cuba de hace cincuenta años, pero sin ningún mantenimiento en el entretanto. Es evidente que en Cuba, para todos los efectos prácticos, la creación de riqueza está prohibida. La distribución de la riqueza domina tanto a su creación que la única riqueza que existe es la que se acumuló antes de Castro y que no alcanzaron a sacar los cubanos que emigraron a Estados Unidos.
En ese sentido, el comunismo castrista luce desbalanceado. Uno no puede hacer una propuesta económica que ignore tan olímpicamente la eficiencia económica. Así uno quiera calificar con muy buenas notas los éxitos de la revolución en materia de justicia social, creo que no alcanzan a compensar el desastre que es la revolución en materia de eficiencia económica, generación de riqueza y desarrollo: si la igualdad impera en Cuba, es gracias a que la revolución ha logrado mantener a todos los cubanos en la pobreza.
Uno de los problemas manifiestos del sistema económico castrista es que las cosas no valen lo que cuestan. El Estado ha decidido subsidiar todos los bienes básicos a la población, lo cual permite que pueda pagar salarios muy bajos a sus trabajadores, en un lugar donde el Estado es el único empleador posible. Como toda la producción es estatal, las unidades productivas no tienen ningún incentivo para ser eficientes. El resultado es que en Cuba todo es muy barato, incluso regalado, para los cubanos, pero la otra cara de la moneda es que no hay nada en Cuba. Las escaseces de todo son evidentes. De transporte, de carne, de energía, de bienes básicos. La Cuba castrista ha vivido más de la solidaridad política que de la racionalidad económica. Como nos dijo un cubano, la isla vivió de "la teta de la URSS" hasta 1991, cuando el colapso de este país produjo una crisis económica profunda en Cuba, conocida como el "período especial". Hoy Cuba envía sus médicos para obtener petróleo venezolano, pero los estragos del "período especial" siguen, en alguna medida, vigentes.
Después del colapso de la URSS, Cuba ha tenido que hacerle algunas concesiones a la racionalidad económica. Ha permitido que los dólares entren a la isla, y ha permitido un cierto desarrollo de la industria turística. Hasta donde entiendo, esta industria se ha convertido en la principal fuente de las necesitadas divisas para el país. La economía está montada para aprovecharse de esa nueva teta. El país tiene dos monedas: el peso convertible y el peso local. Los extranjeros solo pueden comprar pesos convertibles. Su tasa de cambio es a la par con el dólar (aunque, por traer la moneda del "imperio", los turistas deben pagar un impuesto extra). El peso local se cambia a una tasa de 25 pesos locales por un peso convertible. Esto obliga a los turistas a pagar todo 25 veces más caro que los cubanos. En pesos convertibles, La Habana no es barata. Pero los pesos convertibles son la única esperanza de acceder a tiendas con algún surtido mínimo.
El hecho de que exista una moneda dual ilustra el tipo de distorsiones económicas que imperan en Cuba. Con la moneda dual, el Estado puede comprar divisas mucho más barato que si aceptara la racionalidad del mercado. En condiciones normales, la moneda local debería sufrir una fuerte depreciación, lo cual haría a Cuba muy barata para los turistas y haría los bienes o los viajes al extranjero muy costosos para los cubanos, pero generaría estímulos para que los cubanos exportaran al exterior. Sin embargo, como toda la producción es estatal, los beneficios de la depreciación no pueden ser percibidos por ninguna unidad productiva. Por lo tanto, el régimen prefiere mantener la moneda dual, para poder seguir comprando divisas baratas. La moneda dual no quiere decir que los bienes o los viajes al exterior sean baratos para los cubanos, porque para eso están los precios y sueldos en moneda local: si no fueran prohibidos por el régimen, los viajes de los cubanos al extranjero seguirían siendo impensables por razones económicas. Con un sueldo promedio de unos 20 o 25 pesos convertibles al mes, los cubanos no pueden soñar con viajar al extranjero. He aquí por qué un régimen económico absurdo requiere un régimen político dictatorial: se tiene que lograr por la fuerza lo que el sistema de precios haría de manera natural.
Surge entonces la pregunta: si por cualquiera de las dos vías, la socialista y la de mercado, los cubanos no pueden soñar ni con bienes ni con viajes al extranjero, ¿por qué preocuparse por una u otra? La diferencia crucial está en que por la vía del mercado los recursos son asignados a sus usos más productivos. Si no hubiera moneda dual, Cuba debería estar inundada de turistas, porque sería muy barato ir a Cuba. Si los cubanos fueran libres de hacerlo, prestarían más servicios para los turistas, y por esa vía ganarían las divisas que les permitiría comprar bienes y hacer viajes al extranjero. Pero la ridiculez de fondo no es que exista una moneda dual. La ridiculez de fondo es que toda la producción tenga que ser llevada a cabo por el Estado.
Es cierto que, después de 1991, y en especial después de que Raúl asumió el poder, ha habido un cierto grado de liberalización económica. Ahora los cubanos pueden entrar a los hoteles de turistas o a los almacenes que tienen los precios marcados en pesos convertibles, tener teléfonos celulares, poseer sus propias casas, recibir dólares. Pero las reformas son todavía muy tímidas. Los únicos negocios privados son los paladares (restaurantes privados) y las casas particulares (alojamientos en casas de familia), ambos negocios cuidadosamente controlados por el Estado, porque en los dos se reciben pesos convertibles. La iniciativa privada todavía no puede surgir en toda su extensión. Todavía tener un carro, un computador, un teléfono celular es un lujo.
De modo que surge la pregunta: ¿es posible tener justicia social sin pobreza? Se dice que en Cuba ningún niño se levanta sin su vaso de leche, que todos tienen educación y vivienda gratuitas, que la salud es gratis para todos. Los socialistas creen que el Estado debe garantizar los "derechos básicos" de la gente, pero no se dan cuenta de que lo que el Estado da gratis en realidad a alguien le está costando. Como bien dicen los economistas, no hay almuerzos gratis. El costo de la "justicia social" para los cubanos ha sido una pobreza generalizada. Mi segundo viaje a Cuba me ha persuadido de que el sueño de la justicia social se logra mejor dentro de una economía de mercado con un Estado redistribuidor fuerte y democrático. Alguien podría decir que eso es, más o menos, lo que tenemos en Colombia, y que nuestro país tampoco es que sea una maravilla. No hay una receta fácil para el desarrollo. Es claro que ni los mercados ni el Estado funcionan bien si no existen las condiciones sociales adecuadas. Nuestro Estado, por ejemplo, todavía es demasiado ineficiente y corrupto, y la iniciativa privada todavía halla muchos obstáculos y no está abierta para todo el mundo. En Colombia todavía no hay consenso sobre el régimen democrático y el sistema de mercado. La violencia es generalizada y el Estado no la logrado controlar todo el territorio. Sin embargo, a pesar de todos los problemas, no cabe duda de que Colombia ha logrado mucho más desarrollo en los últimos 50 años que Cuba. Sé que Colombia no es ninguna maravilla, pero, al menos, al que no le guste puede irse. Bueno, más o menos: por lo menos el régimen no le prohíbe irse. Incluso a Cuba, si quiere.
El 26 de julio de 1953 Fidel Castro inició su revolución con el intento de toma del cuartel Moncada. Ese intento fue un fracaso, y Fidel fue apresado. Pero, como bien corresponde al régimen, Fidel supo convertir ese fracaso en un éxito. En el juicio que siguió al fallido intento de toma, Fidel se defendió a sí mismo, y pronunció un discurso que luego la revolución ha distribuido como un panfleto bajo el título de una de sus frases: "La historia me absolverá". Quizás Fidel creía que el tribunal iba a condenarlo, pero que la historia lo absolvería. Lo cierto es que el régimen batistiano fue relativamente benigno con Fidel. Es la historia la que lo debe tratar duramente, por obstinado, por terco, por robarle 50 años de desarrollo a su país. No es cierto, Fidel: la historia no te absolverá.
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