Friday, May 8, 2009

09-05-08: El crimen del padre Alberto

Pillaron al padre Alberto con las manos en la masa: acariciando a una mujer. El padre Alberto Cutié es un famoso sacerdote católico en el circuito latino de La Florida y, en general, de todo Estados Unidos, por tener unos programas de televisión religiosos con alta audiencia, que le hacen mucho bien a la imagen de la Iglesia Católica en medio de la feroz competencia que en Estados Unidos implican las otras denominaciones cristianas. El padre Alberto es relativamente joven (unos 40 años) y bien plantado: una buena cara para una Iglesia Católica moderna. Y, sin embargo, viene la desgracia: nuestro joven para mostrar, al romper sus votos de castidad, resulta añadiendo un escándalo más a la Iglesia, en momentos en que le convendría no tener más.

Yo creo que el padre Alberto merece más compasión que otra cosa, y que la Iglesia no merece ser estigmatizada por este nuevo "escándalo". Es cierto que la Iglesia ya no aguanta un escándalo más de padres que tienen hijos, como se sabe ahora del obispo Lugo, hoy presidente de Paraguay, o de padres con tendencias homosexuales o de pederastia. En perspectiva, el pecado del padre Alberto es un pecado menor. Como dijo algún comentarista electrónico, es mejor que el padre sea heterosexual a pederasta. Es una lástima que algunos aprovechen un pecado menor para crear escándalo.

Que un hombre ame a una mujer es muy humano. No hay nada de malo en eso. Es cierto que el padre Alberto es más que un ser humano: es un sacerdote. Pero que el padre Alberto no haya podido cumplir todos los votos de su sacerdocio no lo convierten en un mal ser humano. Quizás ni siquiera lo convierten en un mal sacerdote. Quizás el problema no es del padre Alberto, sino de la institución de la castidad en el sacerdocio católico. Quizás la Iglesia debería tener espacio para aquellos que quieren trabajar por la Iglesia sin dejar de amar a una mujer. Sin embargo, no quiero entrar en el papel de decirle a la Iglesia Católica qué es lo que tiene que hacer. Dejemos al padre Alberto, y a la Iglesia Católica, en paz por esta "indiscreción". No condenemos al hombre por ser hombre.