¿Qué tiene que hacer la izquierda para legitimarse políticamente, especialmente en Colombia? Yo soy de los que están convencidos de que la democracia en Colombia sería mejor si la izquierda fuera una opción real de poder. Infortunadamente, hasta el momento no lo ha sido en el nivel nacional, y mucho de esta situación es responsabilidad de la propia izquierda. De otra parte, afortunadamente, las cosas están cambiando. Ya la izquierda logró, por ejemplo, tener un gobernador en el Valle del Cauca y un alcalde en Bogotá. Pero la izquierda todavía tiene que probarse en el nivel nacional.
Me parece que la respuesta a la pregunta sobre la legitimación política de la izquierda gira en torno a dos ejes principales:
1.- Aceptar que los objetivos de la izquierda se deben buscar por medio de instrumentos democráticos.
2.- Conciliar el socialismo con los mercados.
Con respecto al primer eje, hay una brecha entre el socialismo y el socialismo democrático. La socialdemocracia de todo el mundo se ha comprometido a buscar objetivos socialistas por medio de instrumentos democráticos. Esto quizás hace a la socialdemocracia menos de izquierda que al socialismo, pero también la hace más sostenible políticamente.
En Colombia la ruptura entre la izquierda armada y la democrática es relativamente reciente, y aún no está totalmente consolidada. Los grupos políticos de izquierda siempre tuvieron algún tipo de vínculo con organizaciones armadas, lo cual con toda seguridad no contribuyó al éxito electoral de la izquierda política en Colombia. El primer grupo que hizo esa ruptura con claridad, el M-19, ha obtenido éxitos políticos considerables, que comenzaron con su participación activa en la redacción de la Constitución de 1991. El M-19 como organización política ya no existe, pero los miembros del antiguo M-19 tienen hoy un papel muy importante en la conformación del bloque de izquierda que se denomina Polo Democrático Alternativo (PDA), que es probablemente la fuerza de izquierda más importante de la historia de Colombia. Miembros de otros grupos han seguido el mismo camino del M-19, y contribuyen a la fortaleza del PDA.
Sin lugar a dudas, la existencia de una izquierda armada le hace daño a la izquierda democrática. Una izquierda violenta no le hace ningún bien a su causa, porque ayuda a radicalizar a muchos individuos en contra, no sólo de la violencia, sino de cualquier izquierda. En el peor de los casos, se estigmatiza a la izquierda, pero se legitima el uso de la fuerza, incluso la ilegal, en contra de ella. Por lo tanto, la izquierda violenta debe abandonar la lucha armada. Es inadmisible que se siga pensando que el camino de las armas es una ruta válida para obtener propósitos políticos. Esto, naturalmente, es válido tanto para las guerrillas izquierdistas como para los grupos paramilitares de derecha. Es inadmisible que las Farc sigan practicando el secuestro, y que algunos de sus secuestrados alcancen años con su libertad confiscada. Si la lucha de las guerrillas tiene alguna justificación, con ese tipo de actos la pierde toda. Con razón el desprestigio de las guerrillas en la opinión pública colombiana es prácticamente total. Las guerrillas son más que un anacronismo: son una vergüenza. Nuestra democracia tiene múltiples fallas, pero, en las actuales condiciones, nada amerita la búsqueda de objetivos políticos por vías no democráticas basadas en la fuerza.
Con respecto al segundo eje mencionado atrás, una característica tradicional de la izquierda es que desconfía de los mercados. Pero las izquierdas modernas han demostrado que se puede convivir con los mercados y seguir siendo de izquierda. Así sucede en Inglaterra, en Francia, en Alemania. Así también ha sucedido con las izquierdas de Lula en Brasil y Bachelet en Chile. La izquierda debe desarrollar un discurso económico que supere el populismo y debe ser capaz de demostrar un manejo económico pragmático. La izquierda no puede y no debe olvidar su compromiso con la justicia social, pero debe aprender a enmarcarlo dentro de un discurso económico que no sea anti-mercados.
Sin embargo, no cabe duda de que la modernización económica de la izquierda es una propuesta que abre muchas preguntas. ¿Qué es ser de izquierda en el siglo XXI? La pregunta es una difícil, que por ahora sólo empezaré a responder provisionalmente. Dado el desarrollo de mis ideas, creo en una izquierda bastante tibia, incapaz de intervenir el sistema de precios; crear monopolios nacionales, nacionalizar empresas o subsidiar empresas deficitarias; o entorpecer el funcionamiento de los mercados. Me espanta una izquierda impermeable al concepto de las restricciones presupuestales, o capaz de creer que éstas se pueden burlar con un banco central que imprima dinero cada vez que el gobierno quiera gastarlo, o con la adquisición de deudas que se saben impagables. Me parecen tontos los izquierdistas que creen que invocar el concepto de la “deuda social” es suficiente justificación para no pagar la deuda pública.
Pero, si uno no cree en esas cosas, ¿entonces en qué cree? Creo en una izquierda preocupada por la justicia social, que no renuncia a la tributación, y en especial a una tributación progresiva, como instrumento de justicia social (sin embargo, para mantener el atractivo de la economía para los inversionistas, creo que es interesante explorar la idea de una baja tributación empresarial, combinada con una tributación personal relativamente alta y progresiva). Y creo en un Estado que busca una asignación más “social” del gasto público, así como una mayor eficiencia en el mismo.
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