En días recientes se le ha dado bastante difusión a un libro, escrito por Inés Claux Carriquiry, titulado La búsqueda y publicado de manera independiente, que cuenta la vida de Leonor Esguerra Rojas (ver la entrevista de María Jimena Duzán en la revista Semana del pasado 3 de octubre, o el artículo de Marianne Ponsford en la revista Arcadia no. 72 del pasado 19 de septiembre).
Leonor es una mujer colombiana de "buena familia" (su abuelo fue quien firmó el famoso tratado Esguerra-Bárcenas, que definió nuestra frontera con Nicaragua y nuestra soberanía sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia), nacida en 1930, que se metió a monja a los 17 años; fue educadora que logró conmocionar las estructuras establecidas en los colegios femeninos de clase alta Marymount; luego se metió a guerrillera; fue amante del jefe guerrillero Fabio Vásquez y condenada a muerte por él mismo, condena de la que se salvó por un pelo; y fue colaboradora de la revolución sandinista en Nicaragua, antes de asentarse en una vejez tranquila, sonriente y feminista.
Su vida es, pues, por lo menos tan interesante como la de otros religiosos que terminaron (y murieron) en la guerrilla, como Camilo Torres, Manuel Pérez o Domingo Laín. Al parecer, éste último fue crucial para que Leonor entrara al ELN.
Sin embargo, la vida de Leonor es relativamente desconocida en la sociedad colombiana, y La búsqueda quiere corregir esa situación. Llama la atención que ninguna editorial establecida haya querido publicar el volumen. El título es adecuado: la vida de Leonor ha sido una búsqueda de compromiso con altos principios y valores, y con nociones de fraternidad y solidaridad. Sin embargo, el libro también aporta indicios de dos cosas: (1) que la vida de Leonor de alguna manera merece la oscuridad en que se la tiene en la historia reciente de Colombia, y (2) que la búsqueda de Leonor nunca tuvo más posibilidades de éxito que cuando entró a la tercera edad y abandonó sus veleidades religiosas y políticas.
A Leonor hay que abonarle el compromiso: pocos tienen el valor de adoptar a plenitud la vida religiosa o guerrillera. Sin embargo, no hay que buscar en ella profundidad. Todo lo contrario: su vida lo que parece probar es que la complejidad colombiana no puede ser entendida con esquemas de análisis más bien simplistas e ingenuos.
Al final de su vida, uno puede preguntarle a Leonor: ¿y qué lograste? Y ella podrá podrá decir que vivió una vida intensamente vivida, y que experimentó momentos conmovedores de solidaridad y camaradería. Sin lugar a dudas, tuvo una vida excitante. Sin embargo, tampoco cabe duda de que le apostó al caballo equivocado. La pregunta fundamental es: ¿cómo es que una persona entrenada en altos estándares éticos, como un religioso, acepta la vía de las armas como un mecanismo legítimo de búsqueda de la justicia social? ¿Cómo una persona de Dios se vuelve contra uno de los primeros mandamientos, que es no matar? (quizás Leonor no mató a nadie, pero sí aceptó formar parte de una organización que incluía el crimen como uno de sus procedimientos aceptados).
Naturalmente, el compromiso con la justicia social es admirable. Si algo debe recordarnos la vida de Leonor es eso. Pero la pregunta es cómo buscamos la justicia social. Si algo nos han enseñado los últimos 50 años es que la vía de las armas para buscar la justicia social es ilegítima. La injusticia social no legitima la barbarie. Quizás así no se percibía en los años 60 y 70 del siglo pasado, pero hoy queda clarísimo que uno no puede tener altos fines con bajos medios. Si algo prueba la vida de Leonor es que la búsqueda de altos fines con bajos medios está condenada al fracaso.
Por eso la vida de Leonor se vive como una decepción. No queda claro que ella hoy defienda sus anteriores opciones de vida, pero sí parece evidente que ella cree que sus escogencias se excusan, en su momento, por la fuerza de la convicción. Ella estaba convencida de lo que hacía. Pero no basta tener fe ciega en lo que se cree; también se tiene que ser muy cuidadoso con lo que se cree. La vida de Leonor se lee como una lección de compromiso con lo que se cree, pero no como una lección de sano escepticismo frente a lo que se cree. Una fe ciega no parece ser el camino del progreso social.
Saturday, October 8, 2011
Saturday, July 23, 2011
11-07-23: El debate entre Araújo y Valencia
El pasado 14 de julio, Sergio Araújo publico una columna en el medio virtual Kien&ke (ver http://www.kienyke.com/2011/07/14/el-atajo-del-leon/), atacando a León Valencia. La W, en cabeza de Julio Sánchez, se hizo eco del debate planteado, y confrontó a los dos protagonistas (oír http://www.wradio.com.co/oir.aspx?id=1506913). Fue casi media hora de un debate que describe a las claras la tragedia y la esperanza de este país.
Lo primero es la tragedia. No sé si son, pero Araújo y Valencia sí representan un par de posiciones políticas muy encontradas en el país. Tan encontradas que en buena parte explican la ola de violencia que ha cubierto al país en las últimas décadas. La tragedia colombiana es que la confrontación entre izquierda y derecha es tan grande que ha terminado resolviéndose por la vía violenta.
En otros países hay una confrontación muy grande entre izquierda y derecha. En Estados Unidos, por ejemplo, la derecha es radical, y la izquierda no es una izquierda marxista, ni mucho menos. Pero el desencuentro político es tan grande que es capaz de paralizar al país. Mucho va de Bush a Obama, y en esa distancia quedan enterrados todo tipo de acuerdos, como por ejemplo el que permitiría dar salida a la crisis fiscal de Estados Unidos, o el que permitiría que hubiera un TLC entre ese país y Colombia.
La diferencia con Colombia es que en Estados Unidos no se matan entre sí. En Estados Unidos hay un debate ideológico, mientras que aquí hay un conflicto armado. El debate de las ideas en Colombia es muy sucio. En general, aquí no se debaten ideas, sino que se cuestionan individuos. De otra parte, la representación política de las ideas es deficiente. Uribe puede ser visto en Colombia como el principal promotor de las ideas de derecha en las últimas décadas, pero él provenía del Partido Liberal. Nuestro debate político no tiene altura intelectual, y por eso rápidamente conduce a la violencia.
Por eso oír hablando a Araújo y a Valencia tiene mucho de significativo. Fue un debate franco, pero con altura. Me gustó mucho oírlos hablar así. "A calzón quitao", como se dice, pero sin bajezas.
El punto de Araújo es que Valencia, con su pasado como guerrillero, no puede erigirse como estandarte moral de esta sociedad. Valencia admite que una persona que jamás ha delinquido tiene más pergaminos morales que una que sí, pero que él ha dejado su vida de guerrillero atrás e hizo un proceso de reincorporación a la vida civil y política aceptado por el Estado, con lo cual su voz no puede ser totalmente acallada. Valencia dice que él ha sido abierto sobre su pasado y le pide a Araújo que lo sea. Que la verdad es una parte fundamental de los procesos de reconciliación. Araújo responde que él nunca ha perdido su autoridad moral, que los crímenes de familia no existen, y que ni él ni su padre han sido condenados por la justicia.
Ambos tienen puntos. Está el punto del derecho a la presunción de la inocencia en una sociedad civilizada, y está el punto de la reincorporación plena a la vida civil. Al respecto, ¿tiene derecho un exguerrillero a volver a la vida civil? Yo no tengo el odio de que un guerrillero o un paramilitar hayan matado un miembro cercano de mi familia. Quizás soy demasiado urbano y no entiendo por lo que la gente de provincia ha tenido que pasar. Pero creo que la posibilidad de paz pasa por el hecho de que tanto exguerrilleros como exparamilitares genuinamente arrepentidos puedan reincorporarse a la vida civil y política. En un cierto sentido, eso me parece admirable. Me parece que personas como Gustavo Petro o León Valencia son muy importantes para nuestra sociedad. Hay gente que no puede perdonarlos. Sergio Araújo no puede perdonar a León Valencia. Yo creo que está en su derecho. Las acciones tienen consecuencias. Pero creo que esta sociedad no tendrá futuro si los antiguos adversarios no encuentran un terreno donde puedan discrepar sin asesinarse.
Uno no puede olvidar el punto fundamental de que la presencia de grupos guerrilleros y paramilitares es inadmisible. La violencia no es admisible. No es admisible el asesinato, el secuestro, la extorsión. Pero es necesario que los exasesinos, exsecuestradores y exextorsionistas puedan encontrar un terreno común de debate civilizado. Quizás, si abriéramos más esos espacios de debate, la violencia se volvería innecesaria.
Yo no sé si León Valencia asesinó. Pero sí hizo parte de una organización que asesinaba. Sergio Araújo dice que nunca ha asesinado, y hay que creerle. La pregunta es quién contribuye hoy más a la paz. Antes de este episodio, yo nunca había leído a Sergio Araújo. Se ve que es un tipo controversial. En sus últimas columnas en Kien&ke, casa pleitos, no solo con Valencia, sino también con José Félix Lafaurie y con Salud Hernández. Se ve que va más por las personas que por las ideas. El lenguaje de sus columnas no contribuye a la paz.
Es muy importante el clima que uno ayuda a crear. Arias dice que él no tuvo nada qué ver con los desafueros en el programa AIS. Pero el clima lo creó él. Uribe puede decir que él no tuvo nada que ver con los falsos positivos y las chuzadas. Pero el clima lo creó él. Con esto no quiero sonar de izquierda. Me parece que Uribe hizo una cosa muy importante para este país, que fue decirle a la guerrilla que no pasará. Pero unas cosas vienen acompañadas de otras, y el país tiene que encontrar su balance.
Sonará ridículo en mi boca, pero, en el actual clima de cosas, es muy importante recordar la oración de San Francisco: "Señor, hazme un instrumento de tu paz". Hoy me parece que León Valencia es inofensivo, y le doy la bienvenida a los desarrollos sociales que han permitido que él se incorpore a la sociedad. Sergio Araújo seguramente tiene una verdad que merece ser contada y oída. Son los discursos que han manejado personajes como ellos los que nos han llevado a la guerra. Somos todos los que tenemos que poner los discursos que nos lleven a la paz.
Lo primero es la tragedia. No sé si son, pero Araújo y Valencia sí representan un par de posiciones políticas muy encontradas en el país. Tan encontradas que en buena parte explican la ola de violencia que ha cubierto al país en las últimas décadas. La tragedia colombiana es que la confrontación entre izquierda y derecha es tan grande que ha terminado resolviéndose por la vía violenta.
En otros países hay una confrontación muy grande entre izquierda y derecha. En Estados Unidos, por ejemplo, la derecha es radical, y la izquierda no es una izquierda marxista, ni mucho menos. Pero el desencuentro político es tan grande que es capaz de paralizar al país. Mucho va de Bush a Obama, y en esa distancia quedan enterrados todo tipo de acuerdos, como por ejemplo el que permitiría dar salida a la crisis fiscal de Estados Unidos, o el que permitiría que hubiera un TLC entre ese país y Colombia.
La diferencia con Colombia es que en Estados Unidos no se matan entre sí. En Estados Unidos hay un debate ideológico, mientras que aquí hay un conflicto armado. El debate de las ideas en Colombia es muy sucio. En general, aquí no se debaten ideas, sino que se cuestionan individuos. De otra parte, la representación política de las ideas es deficiente. Uribe puede ser visto en Colombia como el principal promotor de las ideas de derecha en las últimas décadas, pero él provenía del Partido Liberal. Nuestro debate político no tiene altura intelectual, y por eso rápidamente conduce a la violencia.
Por eso oír hablando a Araújo y a Valencia tiene mucho de significativo. Fue un debate franco, pero con altura. Me gustó mucho oírlos hablar así. "A calzón quitao", como se dice, pero sin bajezas.
El punto de Araújo es que Valencia, con su pasado como guerrillero, no puede erigirse como estandarte moral de esta sociedad. Valencia admite que una persona que jamás ha delinquido tiene más pergaminos morales que una que sí, pero que él ha dejado su vida de guerrillero atrás e hizo un proceso de reincorporación a la vida civil y política aceptado por el Estado, con lo cual su voz no puede ser totalmente acallada. Valencia dice que él ha sido abierto sobre su pasado y le pide a Araújo que lo sea. Que la verdad es una parte fundamental de los procesos de reconciliación. Araújo responde que él nunca ha perdido su autoridad moral, que los crímenes de familia no existen, y que ni él ni su padre han sido condenados por la justicia.
Ambos tienen puntos. Está el punto del derecho a la presunción de la inocencia en una sociedad civilizada, y está el punto de la reincorporación plena a la vida civil. Al respecto, ¿tiene derecho un exguerrillero a volver a la vida civil? Yo no tengo el odio de que un guerrillero o un paramilitar hayan matado un miembro cercano de mi familia. Quizás soy demasiado urbano y no entiendo por lo que la gente de provincia ha tenido que pasar. Pero creo que la posibilidad de paz pasa por el hecho de que tanto exguerrilleros como exparamilitares genuinamente arrepentidos puedan reincorporarse a la vida civil y política. En un cierto sentido, eso me parece admirable. Me parece que personas como Gustavo Petro o León Valencia son muy importantes para nuestra sociedad. Hay gente que no puede perdonarlos. Sergio Araújo no puede perdonar a León Valencia. Yo creo que está en su derecho. Las acciones tienen consecuencias. Pero creo que esta sociedad no tendrá futuro si los antiguos adversarios no encuentran un terreno donde puedan discrepar sin asesinarse.
Uno no puede olvidar el punto fundamental de que la presencia de grupos guerrilleros y paramilitares es inadmisible. La violencia no es admisible. No es admisible el asesinato, el secuestro, la extorsión. Pero es necesario que los exasesinos, exsecuestradores y exextorsionistas puedan encontrar un terreno común de debate civilizado. Quizás, si abriéramos más esos espacios de debate, la violencia se volvería innecesaria.
Yo no sé si León Valencia asesinó. Pero sí hizo parte de una organización que asesinaba. Sergio Araújo dice que nunca ha asesinado, y hay que creerle. La pregunta es quién contribuye hoy más a la paz. Antes de este episodio, yo nunca había leído a Sergio Araújo. Se ve que es un tipo controversial. En sus últimas columnas en Kien&ke, casa pleitos, no solo con Valencia, sino también con José Félix Lafaurie y con Salud Hernández. Se ve que va más por las personas que por las ideas. El lenguaje de sus columnas no contribuye a la paz.
Es muy importante el clima que uno ayuda a crear. Arias dice que él no tuvo nada qué ver con los desafueros en el programa AIS. Pero el clima lo creó él. Uribe puede decir que él no tuvo nada que ver con los falsos positivos y las chuzadas. Pero el clima lo creó él. Con esto no quiero sonar de izquierda. Me parece que Uribe hizo una cosa muy importante para este país, que fue decirle a la guerrilla que no pasará. Pero unas cosas vienen acompañadas de otras, y el país tiene que encontrar su balance.
Sonará ridículo en mi boca, pero, en el actual clima de cosas, es muy importante recordar la oración de San Francisco: "Señor, hazme un instrumento de tu paz". Hoy me parece que León Valencia es inofensivo, y le doy la bienvenida a los desarrollos sociales que han permitido que él se incorpore a la sociedad. Sergio Araújo seguramente tiene una verdad que merece ser contada y oída. Son los discursos que han manejado personajes como ellos los que nos han llevado a la guerra. Somos todos los que tenemos que poner los discursos que nos lleven a la paz.
Sunday, July 3, 2011
11-07-03: Reflexiones sobre la justicia
Comencé a escribir este blog en 2007. En ese año hice muchas entradas. Luego, el número de entradas decayó. Uno podría decir que eso sucedió porque perdí el entusiasmo de publicar en mi blog. Nada más lejos de la verdad. Lo que sucedió fue que empecé a escribir un libro sobre ética y justicia, en el que ya llevo más de tres años y medio de intenso trabajo, que me robó mucho tiempo para escribir en mi blog.
Recibí muchos comentarios sobre mi libro. Me sugirieron partirlo en dos: la parte de ética y la parte de justicia. Tengo más lista la parte de justicia que la de ética, pero, al parecer, a pesar del apoyo que me brindó Carlos Caballero Argáez, el director de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, publicar cualquiera de las dos va a ser un ejercicio de persistencia que quizás exceda mi paciencia. En particular, he tenido que luchar contra la arrogancia intelectual de los académicos, en especial los economistas, que creen que demuestran su inteligencia diciéndole bruto a uno. Por eso es quizás irónico que yo haga esta entrada hoy tres de julio, día del economista.
Dado que publicar formalmente mi trabajo va, por decir lo menos, a tomar algo más de tiempo, he decidido publicar aquí un resumen de mis ideas sobre la justicia (si usted quiere leer el trabajo completo, tal como va hasta hoy, puede obtener una copia aquí). Son ideas académicas, con un sesgo economicista muy fuerte. Por tanto, quizás no sean lectura para todo el mundo. Pero espero que sí llamen la atención de todo aquel que tenga un interés formal en la justicia.
Mi trabajo se enmarca dentro del debate entre una sociedad libre y una sociedad justa. Como es bien conocido, el debate entre los principios de libertad y justicia es probablemente el principal debate político que existe. El debate entre la sociedad libre y la sociedad justa es el debate que, en términos políticos, separa a la derecha de la izquierda. Por lo tanto, creo que no me estoy metiendo en una discusión menor.
Una posición tradicional en economía, que yo llamaré la posición de la economía ortodoxa, se inclina fuertemente a favor de la sociedad libre. Un argumento típico de la economía ortodoxa es que la discusión sobre la sociedad justa es una discusión sobre juicios de valor, y que, por tanto, la economía, en cuanto ciencia, no tiene nada qué decir con respecto a la justicia. Muchos economistas célebres, como Friedrich von Hayek, James Buchanan o Milton Friedman, todos ellos premios Nobel de economía, se han puesto del lado de la sociedad libre.
Dentro del debate entre la sociedad libre y la sociedad justa, yo, basado en desarrollos recientes y no tan recientes de la teoría económica, desarrollos que puedo denominar de una economía alternativa, argumento a favor de una forma específica de sociedad justa.
Estos son los principales argumentos que planteo.
En primer lugar, la economía reinterpreta o formaliza el inmemorial debate entre libertad y justicia como un debate entre los criterios de eficiencia y equidad. La economía no supone que hay una contradicción intrínseca entre estos dos criterios. Por el contrario, la economía cree que estos dos criterios pueden ser alcanzados simultáneamente (esta es una de las principales consecuencias de los dos teoremas fundamentales del bienestar). Aunque la economía ortodoxa es ligera con el lenguaje, pues frecuentemente confunde la eficiencia con la optimalidad (piense en el criterio de "optimalidad" de Pareto, que apropiadamente debería llamarse criterio de "eficiencia" de Pareto), yo reservo el uso de la palabra "optimalidad" para describir las situaciones en las cuales la eficiencia y la equidad se alcanzan simultáneamente.
En segundo lugar, la construcción que se utiliza en economía para hallar la optimalidad social es una función de utilidad o bienestar social. Esta función formaliza la noción rousseauniana de la voluntad general. La situación social que maximiza el bienestar social es considerada óptima (y por lo tanto justa). Denomino a una teoría que se preocupa de hallar la forma específica de la función de utilidad social una teoría de la justicia.
En tercer lugar, el problema de la teoría de la justicia es formalmente equivalente al problema de la teoría de la elección social en economía y al problema de la negociación en teoría de juegos. Por lo tanto, los desarrollos en estas dos últimas teorías son útiles para reflexionar sobre la justicia.
En cuarto lugar, el principal aporte de la teoría de la elección social a la teoría de la justicia es el teorema de la imposibilidad de Arrow, que sostiene que, bajo ciertas condiciones, una de las cuales es el rechazo al uso de funciones de utilidad individual cardinales (con el fin de evitar las comparaciones interpersonales de bienestar), es imposible construir una función de utilidad social. Este resultado puede ser interpretado como sosteniendo que el concepto de la función de utilidad social no existe y que, por tanto, el principio político de la justicia intrínsecamente no tiene sentido. El único principio político que tendría sentido es el de la eficiencia, lo cual le daría un enorme apoyo teórico a los partidarios de la sociedad libre. El teorema de la imposibilidad de Arrow es el principal argumento teórico que poseen los defensores de la sociedad libre, y por lo tanto es el principal reto intelectual que tienen los defensores de la sociedad justa.
En quinto lugar, en la literatura hay dos formas de evadir el resultado del teorema de la imposibilidad de Arrow. Ambas suponen aceptar el uso de funciones de utilidad individual de tipo cardinal. La primera forma es desarrollar una teoría que permita hacer comparaciones interpersonales de bienestar. Esta vía, que contradice uno de los postulados más importantes de la economía ortodoxa (que las comparaciones interpersonales de bienestar no se pueden hacer), es utilizada por las formalizaciones económicas de las teorías utilitaria e igualitaria de la justicia. La segunda forma de evadir el teorema de Arrow es utilizar una forma funcional para la función de utilidad social que sea invariante ante transformaciones cardinales (o cardinalmente consistentes) de las funciones de utilidad individuales. Esta idea proviene de la teoría de la negociación en teoría de juegos.
En sexto lugar, sugiero que los supuestos que hay detrás de la propuesta para hacer comparaciones interpersonales de bienestar, en particular el supuesto de la empatía perfecta, son demasiado fuertes, y que, por tanto, la ruta para evadir el teorema de la imposibilidad de Arrow basada en hacer comparaciones interpersonales de bienestar sigue cerrada.
En séptimo lugar, señalo que aceptar la lógica de la cardinalidad de las funciones de utilidad individual y la invariancia de la función de utilidad social ante transformaciones cardinales (o cardinalmente consistentes) de las funciones de utilidad individuales es suficiente para entender por qué se producen ciertas paradojas de la votación, como la paradoja de Condorcet. En otras palabras, soy capaz de desnudar el error lógico que conduce a paradojas como la de Condorcet.
En octavo lugar, señalo que aceptar las condiciones del párrafo anterior (la lógica de la cardinalidad de las funciones de utilidad individual y la invariancia de la función de utilidad social ante transformaciones cardinales ---o cardinalmente consistentes--- de las funciones de utilidad individuales), más una condición de distribución igualitaria del poder, conduce a una forma específica de la justicia, inicialmente propuesta, en teoría de juegos, por Kalai y Smorodinsky y, en filosofía, por Gauthier.
En noveno lugar, si la forma de la justicia es la propuesta por Kalai-Smorodinsky-Gauthier, los sistemas electorales tradicionales, como el método de la mayoría, o los criterios de bienestar social "extremos", como el libertarianismo o el utilitarismo (que permiten una desigualdad extrema), o el igualitarismo (que exige una igualdad extrema), son injustos, porque no representan adecuadamente la voluntad general.
En décimo lugar, y en síntesis, una economía alternativa sí le permite a uno, no solo hablar de justicia, sino de una forma muy específica para la justicia. La justicia sí existe, y no es un concepto políticamente extremo. Esto debe servir para el correcto diseño de nuestras instituciones democráticas, que, en últimas, todo lo que deben hacer es expresar la verdadera voluntad popular. Democracia es justicia y justicia es democracia.
Recibí muchos comentarios sobre mi libro. Me sugirieron partirlo en dos: la parte de ética y la parte de justicia. Tengo más lista la parte de justicia que la de ética, pero, al parecer, a pesar del apoyo que me brindó Carlos Caballero Argáez, el director de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, publicar cualquiera de las dos va a ser un ejercicio de persistencia que quizás exceda mi paciencia. En particular, he tenido que luchar contra la arrogancia intelectual de los académicos, en especial los economistas, que creen que demuestran su inteligencia diciéndole bruto a uno. Por eso es quizás irónico que yo haga esta entrada hoy tres de julio, día del economista.
Dado que publicar formalmente mi trabajo va, por decir lo menos, a tomar algo más de tiempo, he decidido publicar aquí un resumen de mis ideas sobre la justicia (si usted quiere leer el trabajo completo, tal como va hasta hoy, puede obtener una copia aquí). Son ideas académicas, con un sesgo economicista muy fuerte. Por tanto, quizás no sean lectura para todo el mundo. Pero espero que sí llamen la atención de todo aquel que tenga un interés formal en la justicia.
Mi trabajo se enmarca dentro del debate entre una sociedad libre y una sociedad justa. Como es bien conocido, el debate entre los principios de libertad y justicia es probablemente el principal debate político que existe. El debate entre la sociedad libre y la sociedad justa es el debate que, en términos políticos, separa a la derecha de la izquierda. Por lo tanto, creo que no me estoy metiendo en una discusión menor.
Una posición tradicional en economía, que yo llamaré la posición de la economía ortodoxa, se inclina fuertemente a favor de la sociedad libre. Un argumento típico de la economía ortodoxa es que la discusión sobre la sociedad justa es una discusión sobre juicios de valor, y que, por tanto, la economía, en cuanto ciencia, no tiene nada qué decir con respecto a la justicia. Muchos economistas célebres, como Friedrich von Hayek, James Buchanan o Milton Friedman, todos ellos premios Nobel de economía, se han puesto del lado de la sociedad libre.
Dentro del debate entre la sociedad libre y la sociedad justa, yo, basado en desarrollos recientes y no tan recientes de la teoría económica, desarrollos que puedo denominar de una economía alternativa, argumento a favor de una forma específica de sociedad justa.
Estos son los principales argumentos que planteo.
En primer lugar, la economía reinterpreta o formaliza el inmemorial debate entre libertad y justicia como un debate entre los criterios de eficiencia y equidad. La economía no supone que hay una contradicción intrínseca entre estos dos criterios. Por el contrario, la economía cree que estos dos criterios pueden ser alcanzados simultáneamente (esta es una de las principales consecuencias de los dos teoremas fundamentales del bienestar). Aunque la economía ortodoxa es ligera con el lenguaje, pues frecuentemente confunde la eficiencia con la optimalidad (piense en el criterio de "optimalidad" de Pareto, que apropiadamente debería llamarse criterio de "eficiencia" de Pareto), yo reservo el uso de la palabra "optimalidad" para describir las situaciones en las cuales la eficiencia y la equidad se alcanzan simultáneamente.
En segundo lugar, la construcción que se utiliza en economía para hallar la optimalidad social es una función de utilidad o bienestar social. Esta función formaliza la noción rousseauniana de la voluntad general. La situación social que maximiza el bienestar social es considerada óptima (y por lo tanto justa). Denomino a una teoría que se preocupa de hallar la forma específica de la función de utilidad social una teoría de la justicia.
En tercer lugar, el problema de la teoría de la justicia es formalmente equivalente al problema de la teoría de la elección social en economía y al problema de la negociación en teoría de juegos. Por lo tanto, los desarrollos en estas dos últimas teorías son útiles para reflexionar sobre la justicia.
En cuarto lugar, el principal aporte de la teoría de la elección social a la teoría de la justicia es el teorema de la imposibilidad de Arrow, que sostiene que, bajo ciertas condiciones, una de las cuales es el rechazo al uso de funciones de utilidad individual cardinales (con el fin de evitar las comparaciones interpersonales de bienestar), es imposible construir una función de utilidad social. Este resultado puede ser interpretado como sosteniendo que el concepto de la función de utilidad social no existe y que, por tanto, el principio político de la justicia intrínsecamente no tiene sentido. El único principio político que tendría sentido es el de la eficiencia, lo cual le daría un enorme apoyo teórico a los partidarios de la sociedad libre. El teorema de la imposibilidad de Arrow es el principal argumento teórico que poseen los defensores de la sociedad libre, y por lo tanto es el principal reto intelectual que tienen los defensores de la sociedad justa.
En quinto lugar, en la literatura hay dos formas de evadir el resultado del teorema de la imposibilidad de Arrow. Ambas suponen aceptar el uso de funciones de utilidad individual de tipo cardinal. La primera forma es desarrollar una teoría que permita hacer comparaciones interpersonales de bienestar. Esta vía, que contradice uno de los postulados más importantes de la economía ortodoxa (que las comparaciones interpersonales de bienestar no se pueden hacer), es utilizada por las formalizaciones económicas de las teorías utilitaria e igualitaria de la justicia. La segunda forma de evadir el teorema de Arrow es utilizar una forma funcional para la función de utilidad social que sea invariante ante transformaciones cardinales (o cardinalmente consistentes) de las funciones de utilidad individuales. Esta idea proviene de la teoría de la negociación en teoría de juegos.
En sexto lugar, sugiero que los supuestos que hay detrás de la propuesta para hacer comparaciones interpersonales de bienestar, en particular el supuesto de la empatía perfecta, son demasiado fuertes, y que, por tanto, la ruta para evadir el teorema de la imposibilidad de Arrow basada en hacer comparaciones interpersonales de bienestar sigue cerrada.
En séptimo lugar, señalo que aceptar la lógica de la cardinalidad de las funciones de utilidad individual y la invariancia de la función de utilidad social ante transformaciones cardinales (o cardinalmente consistentes) de las funciones de utilidad individuales es suficiente para entender por qué se producen ciertas paradojas de la votación, como la paradoja de Condorcet. En otras palabras, soy capaz de desnudar el error lógico que conduce a paradojas como la de Condorcet.
En octavo lugar, señalo que aceptar las condiciones del párrafo anterior (la lógica de la cardinalidad de las funciones de utilidad individual y la invariancia de la función de utilidad social ante transformaciones cardinales ---o cardinalmente consistentes--- de las funciones de utilidad individuales), más una condición de distribución igualitaria del poder, conduce a una forma específica de la justicia, inicialmente propuesta, en teoría de juegos, por Kalai y Smorodinsky y, en filosofía, por Gauthier.
En noveno lugar, si la forma de la justicia es la propuesta por Kalai-Smorodinsky-Gauthier, los sistemas electorales tradicionales, como el método de la mayoría, o los criterios de bienestar social "extremos", como el libertarianismo o el utilitarismo (que permiten una desigualdad extrema), o el igualitarismo (que exige una igualdad extrema), son injustos, porque no representan adecuadamente la voluntad general.
En décimo lugar, y en síntesis, una economía alternativa sí le permite a uno, no solo hablar de justicia, sino de una forma muy específica para la justicia. La justicia sí existe, y no es un concepto políticamente extremo. Esto debe servir para el correcto diseño de nuestras instituciones democráticas, que, en últimas, todo lo que deben hacer es expresar la verdadera voluntad popular. Democracia es justicia y justicia es democracia.
Tuesday, June 14, 2011
11-06-14: ¡Que María Inés Agudelo vuelva al Inco!
María Inés Agudelo ha renunciado a la dirección del Instituto Nacional de Concesiones (Inco) porque, bajo el efecto del alcohol, arrolló a un policía mientras conducía. Afortunadamente no lo mató, pero le causó lesiones de consideración. Todas mis simpatías están con María Inés. Se podrá decir que no soy neutro en esta discusión, porque estuve casado con ella y, a diferencia de otras separaciones, le sigo guardando un enorme cariño. A María Inés la admiro y la respeto.
Me parece que María Inés se equivocó renunciando, y el Ministro se equivocó aceptándole la renuncia. Según información de prensa, ella renunció porque “manejar con tragos tiene su consecuencia y en este momento quiero responder por esa falta”. Eso es cierto, y lo que ella dice es muestra de su decencia fundamental como ser humano. Supongo que María Inés debe responder por la responsabilidad que le quepa en el infortunado accidente. De eso no cabe duda. Atropellar a alguien cuando se está bajo el efecto del alcohol no es una cosa encomiable.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. No creo que ese accidente ponga en tela de juicio la capacidad de María Inés para dirigir el Inco, o la conveniencia de que lo haga (a menos que la sanción que le puedan imponer la inhabilite de alguna manera para ejercer el cargo). María Inés estaba haciendo una gran labor en una entidad que requería urgentemente una cirugía profunda. Ese proceso queda por lo menos temporalmente truncado. Colombia pierde una funcionaria honesta en un cargo fundamental, donde antes había imperado el desgreño y la corrupción. Además, con los escándalos que hoy azotan la contratación pública, el momento no podía ser más infortunado. Ese no puede ser un buen arreglo para el país.
Mi solidaridad está con el policía y con María Inés. Ella está actuando con gallardía en un país que no se caracteriza por esa cualidad. No quiero minimizar su falta, pero no creo que ella deba ser juzgada con una severidad innecesaria, entre otras razones porque no hay un ser humano perfecto, y todos requerimos cierta indulgencia. Supongo que éste será un duro golpe para ella. Ante eso, solo un mensaje: fortaleza de carácter, que ya ha demostrado antes. Estoy seguro de que las cualidades que le están sugiriendo que, por un sentido del deber exaltado, ella debe renunciar ahora, la harán volver a la escena nacional: Colombia no puede perderse de funcionarios como ella. Lo ideal sería que volviera a la dirección del Inco.
Me parece que María Inés se equivocó renunciando, y el Ministro se equivocó aceptándole la renuncia. Según información de prensa, ella renunció porque “manejar con tragos tiene su consecuencia y en este momento quiero responder por esa falta”. Eso es cierto, y lo que ella dice es muestra de su decencia fundamental como ser humano. Supongo que María Inés debe responder por la responsabilidad que le quepa en el infortunado accidente. De eso no cabe duda. Atropellar a alguien cuando se está bajo el efecto del alcohol no es una cosa encomiable.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. No creo que ese accidente ponga en tela de juicio la capacidad de María Inés para dirigir el Inco, o la conveniencia de que lo haga (a menos que la sanción que le puedan imponer la inhabilite de alguna manera para ejercer el cargo). María Inés estaba haciendo una gran labor en una entidad que requería urgentemente una cirugía profunda. Ese proceso queda por lo menos temporalmente truncado. Colombia pierde una funcionaria honesta en un cargo fundamental, donde antes había imperado el desgreño y la corrupción. Además, con los escándalos que hoy azotan la contratación pública, el momento no podía ser más infortunado. Ese no puede ser un buen arreglo para el país.
Mi solidaridad está con el policía y con María Inés. Ella está actuando con gallardía en un país que no se caracteriza por esa cualidad. No quiero minimizar su falta, pero no creo que ella deba ser juzgada con una severidad innecesaria, entre otras razones porque no hay un ser humano perfecto, y todos requerimos cierta indulgencia. Supongo que éste será un duro golpe para ella. Ante eso, solo un mensaje: fortaleza de carácter, que ya ha demostrado antes. Estoy seguro de que las cualidades que le están sugiriendo que, por un sentido del deber exaltado, ella debe renunciar ahora, la harán volver a la escena nacional: Colombia no puede perderse de funcionarios como ella. Lo ideal sería que volviera a la dirección del Inco.
Sunday, June 12, 2011
11-06-12: El pragmatismo en la coyuntura política
En los últimos días, ha habido dos enfrentamientos muy interesantes en la política colombiana: por una parte, está el que opone a los uribistas y los santistas, y, por otra, está el que opone a Peñalosa y Mockus.
El enfrentamiento entre los uribistas y los santistas se debe, en esencia, a que los uribistas creen que Santos no hubiera llegado a la presidencia sin los votos de Uribe, y que aquél, una vez acomodado en el poder, se ha dedicado a "traicionar" las ideas de éste. Los perros rabiosos del uribismo se han dedicado a abusar verbalmente de Santos, y al propio Uribe se le han escapado algunos trinos manifestando su inconformidad. Santos, en general, se ha dedicado a ignorar a los uribistas.
Y hace bien. Uribe es, como debería ser, un periódico de ayer en la política colombiana. Una regla de etiqueta mínima en un país civilizado es que el presidente saliente desaparezca de la escena política.
Una discusión interesante es qué tanto Santos es la continuidad de Uribe. Ciertamente, así se vendió durante la campaña electoral. Pero, ya en la presidencia, se han visto diferencias entre Uribe y Santos. De forma y de fondo. El modelo Santos presidente parece haber sido del agrado del país. Su aprobación en las encuestas es muy alta, y ha logrado aproximarse al liberalismo sin desprenderse del uribismo, al menos el que no es tan fanático. Hoy Santos se perfila como el reunificador del liberalismo (y Ernesto Samper se apresta para impedirlo, relanzando el ala "socialdemócrata" del partido: la misma fórmula que alejó al liberalismo del poder desde 1998). El uribismo fanático sí está incómodo con Santos y con lo que llama esa agua tibia que no es chicha ni limoná.
Problema de ellos. Santos hace bien en desmarcarse de Uribe y en ser un presidente independiente. Con eso da muestras de un pragmatismo muy importante en política. Santos fue el vocero más locuaz en contra de Chávez antes de ser presidente, y ahora ha recompuesto las relaciones con Venezuela. Santos nombró ministros que parecían diseñados para molestar a Uribe, como Germán Vargas Lleras o Juan Camilo Restrepo. Uribe creyó que, para aprobar el TLC con Estados Unidos, bastaba congraciarse con los republicanos; Santos ha comprendido que, sin demócratas, no hay TLC. El gobierno de Santos ha pasado leyes que hubieran sido impensables bajo el gobierno de Uribe. Santos ha dicho que claro que hay conflicto, cosa que Uribe siempre se negó a aceptar. Santos ha puesto la seguridad democrática después de la prosperidad democrática; Uribe siempre sostuvo que el principal problema de la economía era la inseguridad. En síntesis, Santos pareció ser una cosa y terminó siendo otra, con la cual la mayoría de colombianos se sienten contentos.
A lo que parecía ser Santos se opusieron los verdes en la última contienda electoral. Los verdes recogieron las fuertes, aunque quizás no muy numerosas, antipatías que levanta Uribe. Los antiuribistas se reunieron alrededor de los verdes, y en particular alrededor de Antanas Mockus. En un momento pareció que Mockus iba a ser capaz de derrotar a Santos. Se habló de la ola verde. Pero luego vino el peor enemigo de Mockus, él mismo, e hizo el peor cierre de campaña que uno hubiera podido concebir. Mockus demostró no tener ningún tacto político.
Y lo está volviendo a demostrar. El ejercicio de los verdes en la campaña presidencial fue un ejercicio de esperanza: gente buena con ganas de juntarse para construir país. Ahí Mockus no se equivocó cuando se juntó con Peñalosa y Garzón. Fajardo no entendió el mensaje y se lanzó por la vía personalista: le fue mal. Mockus se equivocó cuando apareció la posibilidad real de que el candidato verde fuera presidente de la república. Como ya dije, hizo el peor cierre de campaña que uno pueda imaginar.
Y, para añadir insulto a la injuria, ahora se retira del Partido Verde porque éste escogió como candidato a la alcaldía de Bogotá a Peñalosa y aceptó el respaldo de Uribe. Ahí Mockus se equivoca: para ganar en política hay que sumar. Si Uribe quiere votar por Peñalosa, que lo haga. Si Peñalosa gana, ganan los verdes, no Uribe. Si Uribe no controla el gobierno de Colombia, porque Santos le salió independiente, mucho menos podrá controlar el gobierno de Bogotá, en cabeza de un partido que no es uribista.
Mockus dirá que tiene principios, y que esos principios le impiden sentarse en la misma mesa con Uribe. Una tontería. La línea entre los principios y el dogmatismo ciego es muy fina, y es fácil cruzarla. Uribe también tiene sus principios, y el hecho de que sean tan rígidos es lo que molesta a los antiuribistas. No es necesario ser extremista para tener principios, y Mockus se equivoca queriéndose definir como el extremo contrario de Uribe.
Aquí es donde hay que aprender lecciones de Santos: él también tiene sus principios, pero no deja que el dogmatismo lo ciegue. Si es necesario sentarse con Chávez, él se sienta. Es una tontería cuando los principios se oponen al logro de unos resultados deseables. Para los verdes, lo deseable es que el Partido Verde se consolide, y que Peñalosa llegue a la alcaldía. Mockus, sin tino político, compromete todo eso. Fajardo, que metió las patas una vez, ha aprendido la lección, y regaña a Mockus con toda la razón.
A Santos le ha servido su pragmatismo, y a Mockus le hubiera convenido aprender de él. Lo cual no quiere decir que Santos sea perfecto. El gobierno de Santos parece un buque que va más o menos en la dirección correcta, pero no con la suficiente velocidad. O, para utilizar un símil futbolístico, el gobierno de Santos hoy se parece más al Real Madrid que al Barcelona: está lleno de figuras, pero le hace falta empezar a ganar partidos. Sin embargo, por lo menos por ahora, la gente está contenta con él. El gobierno de Uribe tuvo muchos méritos, pero, cuando se trata de prolongar la influencia política más allá de lo debido, se cometen errores que comienzan a empañar la buena imagen de lo que se hizo. Santos le recuerda al país los beneficios de tener un uribismo sin Uribe.
Friday, June 10, 2011
11-06-10: "Filalogía"
A todos nos ha pasado, sobre todo en una sociedad como la colombiana: nos disponemos a hacer cola en algún lugar (un banco, un cine, un cajero de un restaurante de comida rápida, un parqueadero) y algún avivato, que manifiestamente llega después, aprovecha la más mínima excusa para hacerse adelante de uno en la fila.
En esos casos no siempre reacciono igual. A veces me tomo la molestia de decir: "señor: ¡respete!"; a veces simplemente aprovecho la oportunidad para hacer, para mis adentros, un poco de sociología amateur.
La pregunta es por qué un acto tan grosero es tan común en una sociedad como la colombiana. En Inglaterra las cosas son tan distintas que alguna vez un extranjero caracterizó a los ingleses como un pueblo que siempre hace colas ordenadas, incluso cuando solo hay una persona: ¡los ingleses hacen una ordenada fila de uno!
Yo tomo el desprecio por las colas como una manifestación profunda de la índole moral de los colombianos: en el fondo de nuestro etos como sociedad está la creencia de que el otro no importa, que no debe ser respetado, que yo estoy primero que él.
Algunos sostienen que el principio fundamental de la ética es la valoración del otro. Según ésto, uno no podría tener una visión ética de las cosas si no toma en cuenta el punto de vista de los otros. Esta idea está detrás de las doctrinas de filósofos morales tan distintos como Adam Smith o John Rawls.
En esos casos no siempre reacciono igual. A veces me tomo la molestia de decir: "señor: ¡respete!"; a veces simplemente aprovecho la oportunidad para hacer, para mis adentros, un poco de sociología amateur.
La pregunta es por qué un acto tan grosero es tan común en una sociedad como la colombiana. En Inglaterra las cosas son tan distintas que alguna vez un extranjero caracterizó a los ingleses como un pueblo que siempre hace colas ordenadas, incluso cuando solo hay una persona: ¡los ingleses hacen una ordenada fila de uno!
Yo tomo el desprecio por las colas como una manifestación profunda de la índole moral de los colombianos: en el fondo de nuestro etos como sociedad está la creencia de que el otro no importa, que no debe ser respetado, que yo estoy primero que él.
Algunos sostienen que el principio fundamental de la ética es la valoración del otro. Según ésto, uno no podría tener una visión ética de las cosas si no toma en cuenta el punto de vista de los otros. Esta idea está detrás de las doctrinas de filósofos morales tan distintos como Adam Smith o John Rawls.
Aún más: uno podría decir que la principal discusión ético-política es la discusión de si uno debe comportarse de manera egoísta (pensando primariamente en el bienestar de uno), o altruista (pensando primariamente en el bienestar de los demás). Esta discusión subyace al debate entre capitalismo y socialismo. En el capitalismo se legitima la búsqueda del interés particular, mientras que en el socialismo no.
Pues bien, aunque en Colombia nuestra Constitución nos dice que somos un "Estado Social de Derecho", la evidencia preliminar provista por la sociología amateur nos dice que en nuestro país realmente creemos que el otro no importa y que no debe ser respetado. En estas circunstancias, ¿cuándo respeta uno al otro? Solo cuando es más fuerte, no cuando es más débil. Ser débil en una sociedad como la nuestra es una desgracia.
Yo creo que ese desinterés por el otro está en la base de nuestros problemas como sociedad. No hemos podido construir una sociedad justa porque no pensamos adecuadamente en los intereses de los otros: gastamos mucho más tiempo pensando cómo hacemos prevalecer nuestros intereses sobre los de los demás. Eso lo tenemos tan incorporado que ya se hace de manera inconsciente, y por lo tanto nos cuesta trabajo reflexionar sobre algo que se nos ha vuelto invisible.
También es interesante interpretar la tecnología que se desarrolla para evitar las colas como una aproximación de la tecnología que desarrolla la sociedad para superar los problemas sociales. Una solución obvia para las colas es poner más cajeros, es decir, ampliar las oportunidades. ¿Pero aquí cómo debemos proceder? ¿Haciendo una cola por cajero? Esta es la práctica común en Colombia, pero no parece justa: la gente trata de cambiarse de una cola a otra, dependiendo de cuál se mueve más rápido. Es evidente que la gente aprovecha la multiplicidad de cajeros como una excusa para adelantarse a los que estaban primero: "ah, señor, es que ese cajero estaba vacío". De esta manera, aunque hay varios cajeros, la lógica de que el otro no importa continúa.
Otra tecnología es poner cordones para hacer respetar las colas. Pero estos cordones, cuando se hace más de una cola, sirven para enfatizar la discriminación, no para eliminarla. Esto es particularmente obvio en los bancos donde hay filas especiales para los titulares o los clientes VIP, o en los cines donde se venden boletas con tarjetas prepago.
Por último, está el papel de los individuos. He descubierto, por ejemplo, que, si usted no es cliente de un banco, pero hace la cola de los titulares, el cajero lo atiende igual. Esto, obviamente, genera incentivos para que uno se haga en la cola rápida, así no tenga el "derecho" de hacerse en ella. Y también está la presión ciudadana. Es manifiesto que la gente tiende a respetar más las colas si quienes las hacen protestan sonoramente cuando alguien intenta pasarse de listo. Esa presión social me parece fundamental.
Es interesante ver cómo se va construyendo una cultura social en un fenómeno tan simple como las colas. Quizás aprender a hacer colas no nos vuelva desarrollados, pero apreciar cómo las hacemos sí nos indica, de manera simple, el grado de desarrollo social que tenemos.
Sunday, May 29, 2011
11-05-30: México y Perú vistos a través de mis anteojos
En los últimos meses he tenido la suerte de viajar a México y Perú, a pagar la deuda histórica de conocer los emplazamientos de las grandes civilizaciones precolombinas, la azteca, la maya y la inca, entre otras. La fama de estas civilizaciones es bien merecida. Las ruinas que hoy quedan siguen siendo espectaculares. Me da un poco de vergüenza admitir que me tomó mucho tiempo conocer lo más preciado de la herencia prehispánica latinoamericana.
Sin embargo, más allá de las construcciones en piedra, lo que uno ve no deja de doler. Lo que se aprecia con claridad en México y Perú es que el encuentro de dos mundos que sucedió hace más de quinientos años fue en realidad un choque cataclísmico, del cual todavía no nos recuperamos.
Los aztecas y los incas fueron unos imperios jóvenes, que desaparecieron prematuramente debido a la invasión española. Es difícil entender cómo sucedió eso, porque, en ambos casos, unas pocas centenas de europeos lograron conquistar imperios con ejércitos de miles de personas y millones de habitantes.
Naturalmente, los españoles fueron favorecidos por el desequilibrio tecnológico, basado en el barco, el acero, la pólvora y el caballo. Los aztecas y los incas, en cambio, al parecer no conocían la rueda. Aunque sí tenían sistemas de registro, no hay evidencia de que los incas tuvieran escritura en el sentido moderno del término. Los españoles también fueron favorecidos por la superstición, las enfermedades importadas de Europa y las guerras civiles que encontraron en América.
Aunque lo que es América hoy le debe tanto a su herencia india y negra como española, es imposible no llegar a la conclusión de que la conquista fue un proceso brutal y absolutamente injusto por medio del cual a los indios les arrebataron sus tierras y los sometieron a una condición humillante.
Para ilustrar esa condición, solo voy a contar una anécdota: cuando subí a Machu Picchu, compartí una guía con un pequeño grupo que, por casualidad, resultó ser de colombianos. En lo más alto de la montaña, uno de los miembros del grupo tuvo el irrefrenable impulso de gritar. Rápidamente fue callado por la guía, quien le explicó que en ese lugar sagrado estaba prohibido gritar. Una de las acompañantes del personaje reprendido completó la amonestación: le dijo "se te salió el indio".
Dudo que la mujer haya comprendido la ironía de su comentario. Uno va a Machu Picchu a admirar la habilidad de los indios, pero ella hizo uso de la tradición cultural que nos dejó la conquista para regañar a su compañero, asimilando su comportamiento al de un indio, entendido como un ser inferior e ignorante.
A diferencia de Estados Unidos, donde los británicos y los colonos en general se dedicaron a exterminar a los indios, en América los indios no fueron exterminados. Fueron diezmados, no cabe duda, pero no exterminados. De esta manera, se formaron dos sociedades, la blanca, subyugadora, y la india, sometida y oprimida, con toda clase de combinaciones entre esos dos extremos. Para completar el horror, se trajeron negros del África que sirvieran como esclavos. En Estados Unidos, el tema de la esclavitud no se resolvió sino con una guerra civil, y aun así no fue resuelto completamente. Todavía en los años 1960, 100 años después de la guerra civil, Estados Unidos tenía un problema no resuelto de derechos civiles de los negros, y la reciente elección de Barack Obama fue toda una revolución social.
En América Latina quizás no se necesitó una guerra civil para resolver el tema de la esclavitud, pero los indios y los negros han sido víctimas de una discriminación secular, que los ha mantenido en la marginación y la pobreza. No sorprende que el indio andino, del cual todavía se ve tanto en Perú, parece callado y triste. La conquista creó una sociedad injusta, dividida sobre líneas raciales, que ha hecho avergonzar a los americanos nativos de lo que son.
La independencia de España no mejoró la situación, y no lo hizo porque la independencia no fue un movimiento de reivindicación de los indios y los negros: fue un movimiento de reivindicación del blanco americano. Total, las heridas abiertas por una conquista que tuvo lugar hace más de quinientos años siguen abiertas hoy, perfectamente visibles en sociedades como la mexicana o la peruana. Los blancos aún concentran el poder y la riqueza, y los indios y los negros se mantienen en la marginación y la pobreza.
Claro, el indio o el negro de hoy no son lo que eran hace quinientos años, y el blanco tampoco lo es. Si hay algo bello en México y Perú es que el orgullo azteca e inca siguen vivos. Ya no es posible reversar la conquista y la colonia. Pero se vuelve imperativo paliar sus consecuencias. América Latina tiene que construir una sociedad justa, no solo para los blancos, sino también para quienes tienen la piel cobriza, que, en realidad, a estas alturas de la historia, debido al mestizaje, somos todos.
Hallo en la profunda injusticia del proceso colonizador las causas del subdesarrollo latinoamericano. Hallo la discriminación básica de ese proceso, no solo en las sociedades americanas de México para abajo, sino también en las zonas de frontera de Estados Unidos con México. Uno puede ver cómo los inmigrantes latinoamericanos con cara de indios son discriminados en California, Texas o incluso la Florida. Cosa curiosa, porque esos "hispanics", cuando migran, en un acto de justicia poética, no hacen sino reclamar las tierras que eran de ellos. Y uno puede entender la ira ancestral que subyace a la organización social latinoamericana cuando, acostumbrado a la vida de blanco en América Latina, uno descubre en Estados Unidos que no es realmente blanco, sino hispánico.
No pido volver a los años 1960 o 1970, cuando era común adoptar una pose alternativa, reviviendo la música folclórica de Inti Illimani, Quilapayún, Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui, o burlarse con Piero de los "americanos de mandíbulas grandes de tanto mascar chicle". Lo que pido es algo a la vez más simple y más complejo: en Estados Unidos, la lucha por los derechos civiles de los negros, a pesar de todo lo compleja que fue, tenía un punto a favor: la discriminación era abierta y palpable. En América Latina la discriminación racial es más soterrada, más subterránea, menos visible, más complicada, porque es interior, parte del individuo discriminado mismo. Es un poco como Michael Jackson queriendo negarse a sí mismo que es negro. Lo que pido es superar esa discriminación que heredamos de la conquista española, que es más insidiosa cuanto más solapada es.
América Latina, con su división entre ricos y pobres, es horrible. Tanto más cuando los pobres son indios o negros y los ricos son blancos. Una sociedad así no puede tener paz, y no se merece el progreso.
Sin embargo, más allá de las construcciones en piedra, lo que uno ve no deja de doler. Lo que se aprecia con claridad en México y Perú es que el encuentro de dos mundos que sucedió hace más de quinientos años fue en realidad un choque cataclísmico, del cual todavía no nos recuperamos.
Los aztecas y los incas fueron unos imperios jóvenes, que desaparecieron prematuramente debido a la invasión española. Es difícil entender cómo sucedió eso, porque, en ambos casos, unas pocas centenas de europeos lograron conquistar imperios con ejércitos de miles de personas y millones de habitantes.
Naturalmente, los españoles fueron favorecidos por el desequilibrio tecnológico, basado en el barco, el acero, la pólvora y el caballo. Los aztecas y los incas, en cambio, al parecer no conocían la rueda. Aunque sí tenían sistemas de registro, no hay evidencia de que los incas tuvieran escritura en el sentido moderno del término. Los españoles también fueron favorecidos por la superstición, las enfermedades importadas de Europa y las guerras civiles que encontraron en América.
Aunque lo que es América hoy le debe tanto a su herencia india y negra como española, es imposible no llegar a la conclusión de que la conquista fue un proceso brutal y absolutamente injusto por medio del cual a los indios les arrebataron sus tierras y los sometieron a una condición humillante.
Para ilustrar esa condición, solo voy a contar una anécdota: cuando subí a Machu Picchu, compartí una guía con un pequeño grupo que, por casualidad, resultó ser de colombianos. En lo más alto de la montaña, uno de los miembros del grupo tuvo el irrefrenable impulso de gritar. Rápidamente fue callado por la guía, quien le explicó que en ese lugar sagrado estaba prohibido gritar. Una de las acompañantes del personaje reprendido completó la amonestación: le dijo "se te salió el indio".
Dudo que la mujer haya comprendido la ironía de su comentario. Uno va a Machu Picchu a admirar la habilidad de los indios, pero ella hizo uso de la tradición cultural que nos dejó la conquista para regañar a su compañero, asimilando su comportamiento al de un indio, entendido como un ser inferior e ignorante.
A diferencia de Estados Unidos, donde los británicos y los colonos en general se dedicaron a exterminar a los indios, en América los indios no fueron exterminados. Fueron diezmados, no cabe duda, pero no exterminados. De esta manera, se formaron dos sociedades, la blanca, subyugadora, y la india, sometida y oprimida, con toda clase de combinaciones entre esos dos extremos. Para completar el horror, se trajeron negros del África que sirvieran como esclavos. En Estados Unidos, el tema de la esclavitud no se resolvió sino con una guerra civil, y aun así no fue resuelto completamente. Todavía en los años 1960, 100 años después de la guerra civil, Estados Unidos tenía un problema no resuelto de derechos civiles de los negros, y la reciente elección de Barack Obama fue toda una revolución social.
En América Latina quizás no se necesitó una guerra civil para resolver el tema de la esclavitud, pero los indios y los negros han sido víctimas de una discriminación secular, que los ha mantenido en la marginación y la pobreza. No sorprende que el indio andino, del cual todavía se ve tanto en Perú, parece callado y triste. La conquista creó una sociedad injusta, dividida sobre líneas raciales, que ha hecho avergonzar a los americanos nativos de lo que son.
La independencia de España no mejoró la situación, y no lo hizo porque la independencia no fue un movimiento de reivindicación de los indios y los negros: fue un movimiento de reivindicación del blanco americano. Total, las heridas abiertas por una conquista que tuvo lugar hace más de quinientos años siguen abiertas hoy, perfectamente visibles en sociedades como la mexicana o la peruana. Los blancos aún concentran el poder y la riqueza, y los indios y los negros se mantienen en la marginación y la pobreza.
Claro, el indio o el negro de hoy no son lo que eran hace quinientos años, y el blanco tampoco lo es. Si hay algo bello en México y Perú es que el orgullo azteca e inca siguen vivos. Ya no es posible reversar la conquista y la colonia. Pero se vuelve imperativo paliar sus consecuencias. América Latina tiene que construir una sociedad justa, no solo para los blancos, sino también para quienes tienen la piel cobriza, que, en realidad, a estas alturas de la historia, debido al mestizaje, somos todos.
Hallo en la profunda injusticia del proceso colonizador las causas del subdesarrollo latinoamericano. Hallo la discriminación básica de ese proceso, no solo en las sociedades americanas de México para abajo, sino también en las zonas de frontera de Estados Unidos con México. Uno puede ver cómo los inmigrantes latinoamericanos con cara de indios son discriminados en California, Texas o incluso la Florida. Cosa curiosa, porque esos "hispanics", cuando migran, en un acto de justicia poética, no hacen sino reclamar las tierras que eran de ellos. Y uno puede entender la ira ancestral que subyace a la organización social latinoamericana cuando, acostumbrado a la vida de blanco en América Latina, uno descubre en Estados Unidos que no es realmente blanco, sino hispánico.
No pido volver a los años 1960 o 1970, cuando era común adoptar una pose alternativa, reviviendo la música folclórica de Inti Illimani, Quilapayún, Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui, o burlarse con Piero de los "americanos de mandíbulas grandes de tanto mascar chicle". Lo que pido es algo a la vez más simple y más complejo: en Estados Unidos, la lucha por los derechos civiles de los negros, a pesar de todo lo compleja que fue, tenía un punto a favor: la discriminación era abierta y palpable. En América Latina la discriminación racial es más soterrada, más subterránea, menos visible, más complicada, porque es interior, parte del individuo discriminado mismo. Es un poco como Michael Jackson queriendo negarse a sí mismo que es negro. Lo que pido es superar esa discriminación que heredamos de la conquista española, que es más insidiosa cuanto más solapada es.
América Latina, con su división entre ricos y pobres, es horrible. Tanto más cuando los pobres son indios o negros y los ricos son blancos. Una sociedad así no puede tener paz, y no se merece el progreso.
Wednesday, May 11, 2011
11-05-11: El caso AIS, una vez más
El 14 de abril publiqué una entrada en mi blog que recibió toda una oleada de comentarios. La entrada se refería a la prisión de Camila Reyes por el caso AIS. Los comentarios son de tipos opuestos: de una parte, me han dicho cosas como que no se trata de defender solo a Camila Reyes, sino a todos los técnicos del Minagricultura que hoy están en la cárcel por el caso AIS, o que es absurdo que los técnicos respondan penalmente por el diseño e implementación de una mala política. De otra parte, me han dicho que esos técnicos, al facilitar o permitir la corrupción, sí deberían estar en la cárcel.
La verdad es que ver a esos muchachos en la cárcel es desmoralizante, en especial para aquellos que tienen la ilusión de hacer como técnicos una carrera en el sector público y contribuir al desarrollo del país. Lo interesante de una sociedad libre es que cada cual escoja qué hacer con su vida. Algunos escogerán ir al sector privado y tratar de hacer dinero, y otros escogerán ir al sector público. Me parece muy importante que cada cual haga lo que quiera hacer. Quienes están en el sector público claramente hacen patria. Quienes están en el sector privado también hacen patria, porque generan riqueza, empleo y pagan impuestos.
El problema en Colombia es que los incentivos para entrar al sector público están distorsionados. Para los honestos, las pagas son malas y los riesgos jurídicos son altos. Para quienes tienen ambiciones desmedidas de poder y para los corruptos, el Estado se vuelve un botín irresistible. Así, ¿cómo hacemos para que la gente buena quiera ir al Estado? Yo mismo he pasado por ahí, y ahora, a pesar de toda la presión, encuentro muy atractiva la vida en el sector privado, aunque quienes tenemos la vocación del servicio público quizás no la perdemos nunca.
Lo que sí es triste es que jóvenes que se meten al sector público con la mejor vocación de servicio terminen perseguidos sin sentido por la justicia o los organismos de control. A la mala paga se suma el riesgo jurídico. Cualquiera con un mínimo sentido de protección de los intereses personales se ve espantado por el sector público. Por eso los técnicos del sector público se han sentido especialmente agraviados por el encarcelamiento de los técnicos del Ministerio de Agricultura. La señal que se le está dando al país es que trabajar por el bien común no paga.
Al respecto, quisiera contar lo que tal vez es una infidencia. En medio de la investigación, Camila me pidió escribirle una carta de recomendación, que hubiera podido servirle en todo el proceso jurídico, pero que nunca redacté. Lo que sí hice, gracias a los buenos oficios de mi jefa, María Mercedes Cuéllar (a quien admiro, fuera de por otras, por ese tipo de cosas: ya quisiera yo ver a otros defendiendo a su gente), fue hablar con la señora Fiscal General de la Nación.
De Vivianne Morales tengo la mejor opinión: me parece una mujer proba y juiciosa. Le dije que, para lo que pudiera valer, yo podía meter mis manos al fuego por Camila Reyes. Ella me dijo que entendía, pero que el proceso debía continuar, y que el propósito era que los investigados dieran las explicaciones del caso y se defendieran.
Y lo siguiente que me dijo fue una admisión de la tragedia: que pensaba en Camila como pensando que su propia hija podría estar en esa situación, y que ella (la Fiscal), que ha hecho toda su carrera en el sector público, les recomendaba a sus hijos que no siguieran sus pasos, porque el sector público es muy desagradecido. Si una persona como Vivianne Morales les enseña a sus hijos que ir al sector público no vale la pena, ¿qué se puede esperar? No se puede esperar nada bueno de un país que manda señales de que la gente buena no se debe interesar en el servicio público.
Un segundo tema es el balance entre técnicos y políticos en el Estado. Encontrar aquí el equilibrio es muy difícil. En una primera instancia, es claro que los técnicos no deberían responder penalmente por las políticas públicas. Si una política pública es mala, la sanción debería ser política y debería ser soportada por los políticos (otra cosa es que haya comportamientos criminales por parte de los técnicos).
Pero la pregunta es hasta qué punto los técnicos pueden o deben parar las estupideces de los políticos o las trampas de los corruptos. En la historia reciente de Colombia ha rondado por ahí la idea de que los técnicos deben ser lo suficientemente poderosos como para poder cumplir ese papel. La idea es oponer la barrera del Estado tecnocrático al poder del Estado burocrático.
Esta idea ha sido compartida en su momento tanto por presidentes intervencionistas, como Carlos Lleras, como por presidentes neoliberales, como César Gaviria. Se dice que fue Carlos Lleras quien inició la tradición de tener un fuerte componente técnico en el gobierno.
La noción de que el poder de los técnicos pueda contener las malas ideas de los políticos es una que suena bien en principio, pero que es muy difícil de implementar en la práctica. En primer lugar, una tecnocracia poderosa sin control político no es deseable, entre otras razones porque la noción de una tecnocracia desprendida de toda consideración política simplemente no existe. En segundo lugar, es el poder político el que le otorga fortaleza a la tecnocracia. En tercer lugar, si la tecnocracia no está fortalecida, es imposible que cumpla su función de contención.
Durante mucho tiempo, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) fue un bastión técnico en el Estado, que contenía las presiones políticas que se manifestaban en los ministerios. Mientras que los ministerios algo se han fortalecido técnicamente, el DNP se ha debilitado. El caso es que el balance técnico-político no luce muy a favor de los técnicos en la Colombia actual.
Así, es muy difícil que los técnicos puedan contener a los políticos. Yo sigo creyendo que Camila Reyes fue puesta en una situación que era superior a sus fuerzas, y que eso habla mal, no de ella, sino del sistema político vigente. Sea lo que sea, dos cosas me parecen ciertas: (1) Camila Reyes no era responsable del programa AIS, y (2) Camila, con toda probabilidad, no hizo algo que fuera abiertamente ilegal o inmoral. Ahí seguramente había una línea difícil de trazar, que hoy le están pintando de modo que ella queda del lado de los inmorales.
Una nota final: escribo todo esto porque creo en la bondad fundamental de Camila Reyes, y no porque esté interesado en defender el gobierno de Uribe o el ministerio de Arias, o porque crea que el programa AIS fue un buen programa. En particular, creo que el programa AIS fue un mal programa. No me interesa que la defensa de Camila y de los otros técnicos del ministerio se vuelva un tema político. Mi punto de fondo es que, si en el programa AIS hubo algo mal, aquí estamos haciendo pagar a quien no corresponde. Y eso es una tremenda injusticia.
La verdad es que ver a esos muchachos en la cárcel es desmoralizante, en especial para aquellos que tienen la ilusión de hacer como técnicos una carrera en el sector público y contribuir al desarrollo del país. Lo interesante de una sociedad libre es que cada cual escoja qué hacer con su vida. Algunos escogerán ir al sector privado y tratar de hacer dinero, y otros escogerán ir al sector público. Me parece muy importante que cada cual haga lo que quiera hacer. Quienes están en el sector público claramente hacen patria. Quienes están en el sector privado también hacen patria, porque generan riqueza, empleo y pagan impuestos.
El problema en Colombia es que los incentivos para entrar al sector público están distorsionados. Para los honestos, las pagas son malas y los riesgos jurídicos son altos. Para quienes tienen ambiciones desmedidas de poder y para los corruptos, el Estado se vuelve un botín irresistible. Así, ¿cómo hacemos para que la gente buena quiera ir al Estado? Yo mismo he pasado por ahí, y ahora, a pesar de toda la presión, encuentro muy atractiva la vida en el sector privado, aunque quienes tenemos la vocación del servicio público quizás no la perdemos nunca.
Lo que sí es triste es que jóvenes que se meten al sector público con la mejor vocación de servicio terminen perseguidos sin sentido por la justicia o los organismos de control. A la mala paga se suma el riesgo jurídico. Cualquiera con un mínimo sentido de protección de los intereses personales se ve espantado por el sector público. Por eso los técnicos del sector público se han sentido especialmente agraviados por el encarcelamiento de los técnicos del Ministerio de Agricultura. La señal que se le está dando al país es que trabajar por el bien común no paga.
Al respecto, quisiera contar lo que tal vez es una infidencia. En medio de la investigación, Camila me pidió escribirle una carta de recomendación, que hubiera podido servirle en todo el proceso jurídico, pero que nunca redacté. Lo que sí hice, gracias a los buenos oficios de mi jefa, María Mercedes Cuéllar (a quien admiro, fuera de por otras, por ese tipo de cosas: ya quisiera yo ver a otros defendiendo a su gente), fue hablar con la señora Fiscal General de la Nación.
De Vivianne Morales tengo la mejor opinión: me parece una mujer proba y juiciosa. Le dije que, para lo que pudiera valer, yo podía meter mis manos al fuego por Camila Reyes. Ella me dijo que entendía, pero que el proceso debía continuar, y que el propósito era que los investigados dieran las explicaciones del caso y se defendieran.
Y lo siguiente que me dijo fue una admisión de la tragedia: que pensaba en Camila como pensando que su propia hija podría estar en esa situación, y que ella (la Fiscal), que ha hecho toda su carrera en el sector público, les recomendaba a sus hijos que no siguieran sus pasos, porque el sector público es muy desagradecido. Si una persona como Vivianne Morales les enseña a sus hijos que ir al sector público no vale la pena, ¿qué se puede esperar? No se puede esperar nada bueno de un país que manda señales de que la gente buena no se debe interesar en el servicio público.
Un segundo tema es el balance entre técnicos y políticos en el Estado. Encontrar aquí el equilibrio es muy difícil. En una primera instancia, es claro que los técnicos no deberían responder penalmente por las políticas públicas. Si una política pública es mala, la sanción debería ser política y debería ser soportada por los políticos (otra cosa es que haya comportamientos criminales por parte de los técnicos).
Pero la pregunta es hasta qué punto los técnicos pueden o deben parar las estupideces de los políticos o las trampas de los corruptos. En la historia reciente de Colombia ha rondado por ahí la idea de que los técnicos deben ser lo suficientemente poderosos como para poder cumplir ese papel. La idea es oponer la barrera del Estado tecnocrático al poder del Estado burocrático.
Esta idea ha sido compartida en su momento tanto por presidentes intervencionistas, como Carlos Lleras, como por presidentes neoliberales, como César Gaviria. Se dice que fue Carlos Lleras quien inició la tradición de tener un fuerte componente técnico en el gobierno.
La noción de que el poder de los técnicos pueda contener las malas ideas de los políticos es una que suena bien en principio, pero que es muy difícil de implementar en la práctica. En primer lugar, una tecnocracia poderosa sin control político no es deseable, entre otras razones porque la noción de una tecnocracia desprendida de toda consideración política simplemente no existe. En segundo lugar, es el poder político el que le otorga fortaleza a la tecnocracia. En tercer lugar, si la tecnocracia no está fortalecida, es imposible que cumpla su función de contención.
Durante mucho tiempo, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) fue un bastión técnico en el Estado, que contenía las presiones políticas que se manifestaban en los ministerios. Mientras que los ministerios algo se han fortalecido técnicamente, el DNP se ha debilitado. El caso es que el balance técnico-político no luce muy a favor de los técnicos en la Colombia actual.
Así, es muy difícil que los técnicos puedan contener a los políticos. Yo sigo creyendo que Camila Reyes fue puesta en una situación que era superior a sus fuerzas, y que eso habla mal, no de ella, sino del sistema político vigente. Sea lo que sea, dos cosas me parecen ciertas: (1) Camila Reyes no era responsable del programa AIS, y (2) Camila, con toda probabilidad, no hizo algo que fuera abiertamente ilegal o inmoral. Ahí seguramente había una línea difícil de trazar, que hoy le están pintando de modo que ella queda del lado de los inmorales.
Una nota final: escribo todo esto porque creo en la bondad fundamental de Camila Reyes, y no porque esté interesado en defender el gobierno de Uribe o el ministerio de Arias, o porque crea que el programa AIS fue un buen programa. En particular, creo que el programa AIS fue un mal programa. No me interesa que la defensa de Camila y de los otros técnicos del ministerio se vuelva un tema político. Mi punto de fondo es que, si en el programa AIS hubo algo mal, aquí estamos haciendo pagar a quien no corresponde. Y eso es una tremenda injusticia.
Sunday, May 8, 2011
11-05-08: La izquierda y la corrupción en Bogotá
Una alumna mía, Catalina Rodríguez, me pidió escribir una columna para el periódico estudiantil "Sin corbata", publicado en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Esto fue lo que le mandé.
En Colombia nos estamos acostumbrando a las noticias sobre un manejo menos que pulcro de los recursos públicos. En los últimos días la prensa ha estado dominada por los casos del AIS, el Ministerio de Protección y el Fosyga, y el denominado “carrusel de la contratación”, entre otros. Lo bueno es que hay la percepción de que la justicia, lenta pero segura, está operando. Lo malo es que también hay la percepción de que la corrupción nos ha invadido.
El caso del “carrusel de la contratación” ha sido particularmente lamentable. Todo aquel que circule por Bogotá entiende que algo anda muy mal con la administración de la ciudad. Es una verdadera lástima, porque la ciudad se venía acostumbrando a un proceso de transformación que hoy parece detenido. Ese proceso de transformación se personificó en las alcaldías de Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa. Luego sucedió algo vanguardista e interesante: la izquierda, en cabeza del Polo Democrático y Lucho Garzón, llegó a la alcaldía.
Las evaluaciones que se hacen de la alcaldía de Lucho Garzón están marcadas por tintes políticos: la derecha generalmente habla mal de la alcaldía de Garzón, mientras que el resto opina que los temores de un gobierno de izquierda en la ciudad no se materializaron. Sin embargo, lo que es importante es que esa fue la primera vez que la izquierda llegó por la vía electoral a un puesto político de primer nivel. Eso abrió la posibilidad de una izquierda democrática como alternativa de poder en nuestro país, lo cual, juzgo yo, es de la mayor importancia para Colombia. La mejor forma de desacreditar la izquierda armada es mostrar que la izquierda democrática es políticamente viable.
Sin embargo, la esperanza que se abrió para la izquierda con la alcaldía de Lucho Garzón no se materializó. El Polo se dividió en su elección de candidato para la presidencia. El exmagistrado Carlos Gaviria, que daba la impresión de ser un sabio hombre viejo, para ganar la nominación de su partido terminó aliándose con los sectores más representativos de la política tradicional en la izquierda, por no llamarlos los sectores más corruptos e indeseables. En el Polo, de un lado quedaron las figuras más dogmáticas y las más representativas de la política tradicional, y del otro quedaron las figuras más modernizantes. Uno a uno, terminaron saliéndose del Polo Antonio Navarro, Lucho Garzón y Gustavo Petro. A pesar de que éste fue el último candidato presidencial del Polo, el partido quedó en manos de los Moreno, uno como senador y el otro como alcalde de Bogotá. Como siempre, la izquierda terminó canibalizándose, pero esta vez no por un purismo teórico sobre la mejor forma para promover una sociedad más justa, sino para echar mano del botín político.
Como alcalde de Bogotá, Samuel Moreno ha resultado un desastre. Los avances en seguridad se han detenido, y su gestión en infraestructura ha sido patética. Esto es irónico porque Samuel ganó la alcaldía con la promesa de que iba a hacer el metro de Bogotá. No solamente no lo hizo, sino que echó para atrás en materia de infraestructura de transporte. Para añadir el insulto a la injuria, el mayor monumento de (o a) Samuel es una avenida 26 destruida, la misma que su abuelo construyó con gran visión hace un poco más de medio siglo.
Con Iván Moreno en la cárcel y con Samuel Moreno suspendido, ya sabemos por qué se obtuvieron esos resultados: porque el poder se estaba utilizando para robar, o, en el mejor de los casos, para no administrar, pues recordemos que Samuel no fue suspendido por corrupto sino por inepto. Así no se puede gobernar. Todos sabemos que en Colombia la corrupción es frecuente, pero creíamos que Bogotá estaba más allá de esas prácticas. Hoy nos preguntamos: si Bogotá está como está, ¿cómo será el resto del país?
En los últimos meses nos hemos venido enterando cómo las obras en Bogotá no avanzan porque los contratistas las dejan tiradas, y los contratistas las dejan tiradas porque sus empresas fueron utilizadas, más que para hacer obras públicas, para saquear al Estado. Hemos oído cómo los anticipos de las obras públicas se utilizaban, no para financiar el comienzo de las obras, sino para pagar las mordidas que eran necesarias para garantizar la obtención de más contratos. Para obtener la liquidez para hacer una obra, era necesario que al contratista le otorgaran otra. Este es el “carrusel de la contratación” que resultó un verdadero horror.
Frente a esta situación, es lamentable que la ciudadanía no se haya movilizado. Mejor dicho, sí se movilizó, pero no para pedirle cuentas al alcalde. Se movilizó para pedir que, dado el estado de la ciudad, no se hicieran más obras por la carrera séptima. Su solicitud fue escuchada, pero no por el alcalde, sino por el presidente de la República, que tuvo que intervenir para decirle al alcalde que no comenzara esa obra. Según cuentan los chismes, ante el requerimiento del presidente, la respuesta del alcalde fue decir que él estaba completamente de acuerdo con que las obras no comenzaran. Es como si las obras por la séptima fueran a comenzar sin que el alcalde se hubiera enterado. No era la primera vez que el alcalde nos sorprendía con esas actitudes. Antes, durante el paro de camioneros, el alcalde ni se molestó en salir a darles declaraciones a los bogotanos. Puso a una secretaria del despacho a frentear la situación, lo que nos obligó a todos a preguntarnos: ¿dónde está el alcalde?
Hoy, con la suspensión del alcalde por parte de la Procuraduría, parece que comienza a cesar la horrible noche. Pero nunca es más oscura la noche que antes del amanecer. Colombia tiene que vencer la corrupción. No puede ser que en Colombia mucha gente se vuelva rica a punta de robar al Estado. Los ojos del país se tienen que volcar sobre las transferencias, las regalías y los contratos de infraestructura. Allí donde el Estado reparte plata hay problemas, y en cifras que a uno no le caben en la cabeza. El Inco, la entidad que creó el Estado para supuestamente tecnificar la contratación de la infraestructura, terminó siendo un horror que ha tocado reformar una y otra vez, y muchos de sus anteriores directores han terminado o mal o en la cárcel. Hoy estamos a la espera de que la entidad vuelva a ser reformada una vez más. El gobierno propuso una reforma del régimen de regalías, que fue fuertemente modificada en el Congreso, y que aún no ha sido aprobada. Veremos si lo que se aprueba es suficiente para impedir la corrupción y el despilfarro. De igual manera, hay que volver a mirar las transferencias, el régimen de salud y los programas de subsidios con miras a combatir la corrupción. Esos son temas de fondo, que el país no aborda con la atención que merecen.
El problema es claramente estructural. Los incentivos que operan sobre los tomadores de decisiones son perversos. Funcionarios con sueldos de siete dígitos deciden sobre asignaciones de recursos multimillonarias. Falta de transparencia. Una prensa menos fisgona de lo que debería ser. Unos partidos políticos que no atinan a extirpar la corrupción. Desinterés y apatía de la ciudadanía. La cantidad de problemas es enorme.
Ya vendrá la izquierda a decir que la suspensión de Samuel es persecución política. No nos dejemos confundir. Ladrones hay en todas partes. No olvidemos que Germán Olano y el excontralor Moralesrussi eran liberales, no del Polo. Pero tampoco olvidemos que Samuel le ha hecho un daño horrible a Bogotá, y que le ha hecho un daño igual de grande a la izquierda y a la democracia. Samuel tiene el honor de haber acabado con Bogotá y con el Polo. Qué legado tan triste. Hoy Gustavo Petro y Carlos Vicente de Roux quedan reivindicados, pero sin proyecto político. Mis respetos a ellos. Ojalá Petro tenga éxito con sus progresistas, pero qué camino tan largo le espera a la izquierda para rehacerse. El Polo, de manera oportunista, solo hasta ahora pide la renuncia de Moreno. Lo que es increíble es que Moreno se niegue a emitirla. Ya veremos si la ciudadanía, que no se movilizó para tumbar a Moreno, ahora sí se moviliza para exigir su renuncia.
La suerte del país produce un desasosiego enorme. Veo mi formulario de pago del impuesto predial, y me pregunto con qué ganas lo pago. Me pregunto también cuál va a ser la suerte de Bogotá con un alcalde interino. Trato de convencerme de que éste no es un país de hampones, pero me cuesta lograrlo. Porque, si no es un país de hampones, sí está sitiado por los hampones. Algo está profundamente mal con esta sociedad, y debe ser corregido. Pero nunca lo será si los ciudadanos seguimos mirando con indiferencia lo que hacen quienes se hacen elegir para abusar del poder. Vergüenza sobre ustedes, Nules y Morenos. Vergüenza, vergüenza, mil veces vergüenza. Y quizás también vergüenza sobre nosotros, ciudadanos del común, que dejamos que ese tipo de personas nos meta los dedos en la boca.
En Colombia nos estamos acostumbrando a las noticias sobre un manejo menos que pulcro de los recursos públicos. En los últimos días la prensa ha estado dominada por los casos del AIS, el Ministerio de Protección y el Fosyga, y el denominado “carrusel de la contratación”, entre otros. Lo bueno es que hay la percepción de que la justicia, lenta pero segura, está operando. Lo malo es que también hay la percepción de que la corrupción nos ha invadido.
El caso del “carrusel de la contratación” ha sido particularmente lamentable. Todo aquel que circule por Bogotá entiende que algo anda muy mal con la administración de la ciudad. Es una verdadera lástima, porque la ciudad se venía acostumbrando a un proceso de transformación que hoy parece detenido. Ese proceso de transformación se personificó en las alcaldías de Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa. Luego sucedió algo vanguardista e interesante: la izquierda, en cabeza del Polo Democrático y Lucho Garzón, llegó a la alcaldía.
Las evaluaciones que se hacen de la alcaldía de Lucho Garzón están marcadas por tintes políticos: la derecha generalmente habla mal de la alcaldía de Garzón, mientras que el resto opina que los temores de un gobierno de izquierda en la ciudad no se materializaron. Sin embargo, lo que es importante es que esa fue la primera vez que la izquierda llegó por la vía electoral a un puesto político de primer nivel. Eso abrió la posibilidad de una izquierda democrática como alternativa de poder en nuestro país, lo cual, juzgo yo, es de la mayor importancia para Colombia. La mejor forma de desacreditar la izquierda armada es mostrar que la izquierda democrática es políticamente viable.
Sin embargo, la esperanza que se abrió para la izquierda con la alcaldía de Lucho Garzón no se materializó. El Polo se dividió en su elección de candidato para la presidencia. El exmagistrado Carlos Gaviria, que daba la impresión de ser un sabio hombre viejo, para ganar la nominación de su partido terminó aliándose con los sectores más representativos de la política tradicional en la izquierda, por no llamarlos los sectores más corruptos e indeseables. En el Polo, de un lado quedaron las figuras más dogmáticas y las más representativas de la política tradicional, y del otro quedaron las figuras más modernizantes. Uno a uno, terminaron saliéndose del Polo Antonio Navarro, Lucho Garzón y Gustavo Petro. A pesar de que éste fue el último candidato presidencial del Polo, el partido quedó en manos de los Moreno, uno como senador y el otro como alcalde de Bogotá. Como siempre, la izquierda terminó canibalizándose, pero esta vez no por un purismo teórico sobre la mejor forma para promover una sociedad más justa, sino para echar mano del botín político.
Como alcalde de Bogotá, Samuel Moreno ha resultado un desastre. Los avances en seguridad se han detenido, y su gestión en infraestructura ha sido patética. Esto es irónico porque Samuel ganó la alcaldía con la promesa de que iba a hacer el metro de Bogotá. No solamente no lo hizo, sino que echó para atrás en materia de infraestructura de transporte. Para añadir el insulto a la injuria, el mayor monumento de (o a) Samuel es una avenida 26 destruida, la misma que su abuelo construyó con gran visión hace un poco más de medio siglo.
Con Iván Moreno en la cárcel y con Samuel Moreno suspendido, ya sabemos por qué se obtuvieron esos resultados: porque el poder se estaba utilizando para robar, o, en el mejor de los casos, para no administrar, pues recordemos que Samuel no fue suspendido por corrupto sino por inepto. Así no se puede gobernar. Todos sabemos que en Colombia la corrupción es frecuente, pero creíamos que Bogotá estaba más allá de esas prácticas. Hoy nos preguntamos: si Bogotá está como está, ¿cómo será el resto del país?
En los últimos meses nos hemos venido enterando cómo las obras en Bogotá no avanzan porque los contratistas las dejan tiradas, y los contratistas las dejan tiradas porque sus empresas fueron utilizadas, más que para hacer obras públicas, para saquear al Estado. Hemos oído cómo los anticipos de las obras públicas se utilizaban, no para financiar el comienzo de las obras, sino para pagar las mordidas que eran necesarias para garantizar la obtención de más contratos. Para obtener la liquidez para hacer una obra, era necesario que al contratista le otorgaran otra. Este es el “carrusel de la contratación” que resultó un verdadero horror.
Frente a esta situación, es lamentable que la ciudadanía no se haya movilizado. Mejor dicho, sí se movilizó, pero no para pedirle cuentas al alcalde. Se movilizó para pedir que, dado el estado de la ciudad, no se hicieran más obras por la carrera séptima. Su solicitud fue escuchada, pero no por el alcalde, sino por el presidente de la República, que tuvo que intervenir para decirle al alcalde que no comenzara esa obra. Según cuentan los chismes, ante el requerimiento del presidente, la respuesta del alcalde fue decir que él estaba completamente de acuerdo con que las obras no comenzaran. Es como si las obras por la séptima fueran a comenzar sin que el alcalde se hubiera enterado. No era la primera vez que el alcalde nos sorprendía con esas actitudes. Antes, durante el paro de camioneros, el alcalde ni se molestó en salir a darles declaraciones a los bogotanos. Puso a una secretaria del despacho a frentear la situación, lo que nos obligó a todos a preguntarnos: ¿dónde está el alcalde?
Hoy, con la suspensión del alcalde por parte de la Procuraduría, parece que comienza a cesar la horrible noche. Pero nunca es más oscura la noche que antes del amanecer. Colombia tiene que vencer la corrupción. No puede ser que en Colombia mucha gente se vuelva rica a punta de robar al Estado. Los ojos del país se tienen que volcar sobre las transferencias, las regalías y los contratos de infraestructura. Allí donde el Estado reparte plata hay problemas, y en cifras que a uno no le caben en la cabeza. El Inco, la entidad que creó el Estado para supuestamente tecnificar la contratación de la infraestructura, terminó siendo un horror que ha tocado reformar una y otra vez, y muchos de sus anteriores directores han terminado o mal o en la cárcel. Hoy estamos a la espera de que la entidad vuelva a ser reformada una vez más. El gobierno propuso una reforma del régimen de regalías, que fue fuertemente modificada en el Congreso, y que aún no ha sido aprobada. Veremos si lo que se aprueba es suficiente para impedir la corrupción y el despilfarro. De igual manera, hay que volver a mirar las transferencias, el régimen de salud y los programas de subsidios con miras a combatir la corrupción. Esos son temas de fondo, que el país no aborda con la atención que merecen.
El problema es claramente estructural. Los incentivos que operan sobre los tomadores de decisiones son perversos. Funcionarios con sueldos de siete dígitos deciden sobre asignaciones de recursos multimillonarias. Falta de transparencia. Una prensa menos fisgona de lo que debería ser. Unos partidos políticos que no atinan a extirpar la corrupción. Desinterés y apatía de la ciudadanía. La cantidad de problemas es enorme.
Ya vendrá la izquierda a decir que la suspensión de Samuel es persecución política. No nos dejemos confundir. Ladrones hay en todas partes. No olvidemos que Germán Olano y el excontralor Moralesrussi eran liberales, no del Polo. Pero tampoco olvidemos que Samuel le ha hecho un daño horrible a Bogotá, y que le ha hecho un daño igual de grande a la izquierda y a la democracia. Samuel tiene el honor de haber acabado con Bogotá y con el Polo. Qué legado tan triste. Hoy Gustavo Petro y Carlos Vicente de Roux quedan reivindicados, pero sin proyecto político. Mis respetos a ellos. Ojalá Petro tenga éxito con sus progresistas, pero qué camino tan largo le espera a la izquierda para rehacerse. El Polo, de manera oportunista, solo hasta ahora pide la renuncia de Moreno. Lo que es increíble es que Moreno se niegue a emitirla. Ya veremos si la ciudadanía, que no se movilizó para tumbar a Moreno, ahora sí se moviliza para exigir su renuncia.
La suerte del país produce un desasosiego enorme. Veo mi formulario de pago del impuesto predial, y me pregunto con qué ganas lo pago. Me pregunto también cuál va a ser la suerte de Bogotá con un alcalde interino. Trato de convencerme de que éste no es un país de hampones, pero me cuesta lograrlo. Porque, si no es un país de hampones, sí está sitiado por los hampones. Algo está profundamente mal con esta sociedad, y debe ser corregido. Pero nunca lo será si los ciudadanos seguimos mirando con indiferencia lo que hacen quienes se hacen elegir para abusar del poder. Vergüenza sobre ustedes, Nules y Morenos. Vergüenza, vergüenza, mil veces vergüenza. Y quizás también vergüenza sobre nosotros, ciudadanos del común, que dejamos que ese tipo de personas nos meta los dedos en la boca.
Thursday, April 14, 2011
11-04-14: Reflexiones a raíz del encarcelamiento de Camila Reyes
Camila Reyes del Toro es una vieja amiga mía que hoy está en la cárcel, por el escándalo del programa Agro Ingreso Seguro (AIS). Camila fue mi alumna y luego trabajó conmigo. Después seguí su carrera profesional, que, fuera del Ministerio de Agricultura, incluyó la Federación Nacional de Cafeteros. Camila es una mujer inteligente, pila, alegre y encantadora. Simplemente no puedo creer que haya hecho algo malo a conciencia, y me parece increíble que esté ahora en la cárcel.
Soy profesor del curso de Ética, Justicia y Políticas Públicas en la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes. El de AIS y Camila se convierte en un perfecto caso de estudio para mi curso. Mis estudiantes creen muy mayoritariamente que en el caso AIS hubo algo turbio. Lo sé porque les pedí que escribieran un ensayo sobre el tema. La opinión de mis estudiantes seguramente refleja la opinión del país: no muy informada, pero condenatoria de lo que pasó con el programa. Yo también formo parte de los que piensan que en este programa hubo algo turbio. Por eso celebro que la justicia se encargue del caso, aunque me parece que el problema es más político que judicial. También me preocupa enormemente que aquí no se castigue a quienes corresponde, y como corresponde. Como alguien escribió en una red social, aquí se está sacrificando a los técnicos y no se está juzgando a los jefes responsables. Eso no puede ser.
Desde mi punto de vista, el programa AIS fue un programa mal concebido, y por lo tanto propenso a problemas de implementación. El programa fue una respuesta a la oposición interna que surgió a la negociación del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. El sector agropecuario se vio como uno de los principales afectados por el tratado, y logró que el gobierno diseñara el programa AIS. Para ponerlo en plata blanca, el gobierno compró al agro con el AIS, para evitar que se opusiera al TLC. La idea era que el agro tuviera su ingreso asegurado, incluso si ve veía afectado por el TLC. De ahí el nombre del programa: Agro Ingreso Seguro. Ya quisieran otros sectores de la economía tener su ingreso asegurado. El programa se concibió como unos subsidios en efectivo para el agro, que se otorgaron, oh ironía, incluso antes de que el TLC fuera aprobado, cosa que todavía seguimos esperando. Es decir, el programa dejó de ser una medida correctiva de los efectos del TLC, para convertirse en una política de subsidios directos al sector, independiente del TLC.
La política de otorgar subsidios a los sectores económicos es una política debatida. Los economistas aún no se ponen de acuerdo sobre la conveniencia de lo que ellos llaman “políticas industriales”, que son políticas de apoyo a los sectores económicos. Quizás estas políticas, bien administradas, son muy útiles para fomentar el crecimiento, pero también, mal administradas, se prestan para financiar la ineficiencia, la politiquería y la corrupción. El surgimiento del neoliberalismo tuvo mucho qué ver con la percepción de que las políticas industriales, sobre todo en países institucionalmente débiles como Colombia, se prestan más para la corrupción que para el progreso.
El agro bien puede ser un sector merecedor de subsidios especiales. En el agro colombiano se concentra la pobreza y la violencia. Además, el agro en los países ricos es ampliamente subsidiado. Sin embargo, en el caso del programa AIS, los riesgos de las políticas industriales no fueron debidamente tenidos en cuenta. Yo no creo que el programa haya servido para fomentar un ápice la competitividad en el campo. No me sorprende, además, que el programa se haya prestado para la politiquería y la corrupción. Los objetivos del programa fueron políticos desde el principio. ¿Cómo no va a oler mal un programa que se lleva a cabo incluso cuando la principal razón para ejecutarlo deja de existir? Porque la teoría era proteger al agro del TLC, pero, ¿cuál TLC?
Poner al Estado a regalar plata siempre es una proposición peligrosa. No porque no deba hacerlo: a veces debe hacerlo, especialmente cuando los recipientes son los más pobres. Pero debe hacerlo con mucho cuidado. Sin embargo, aquí no se siguieron las precauciones del caso. Aquí primaron consideraciones políticas, que se terminaron traduciendo en beneficios indebidos para unos pocos a costa del aporte de muchos.
Pero poner a Camila a pagar por un fenómeno que es más estructural y que, claramente, la excede a ella, no tiene mucho sentido. Yo no sé cuál es la situación jurídica de Camila. No sé de qué sea responsable. Pero lo que sí sé es que ella es una persona buena puesta en una situación superior a sus fuerzas. Así como Colombia se equivocó con el programa AIS, se está equivocando en la forma como lo sanciona. Da pesar que un país cometa errores tan obvios, y que los corrija con otros igual de obvios. En este caso, no me interesa que se sancione a un ministro o a un presidente, aunque son ellos, más que sus subalternos, quienes deberían estar respondiendo por la situación. En Colombia nos estamos acostumbrando a que los viceministros, y no los ministros, vayan a la cárcel. Eso no puede ser.
Pero lo que sí me interesa es que, así sea tarde, Colombia aprenda a reaccionar frente a políticas que no consultan el interés colectivo, para que no vuelvan a ocurrir en futuras ocasiones. Colombia no ha mejorado en nada por poner a Camila Reyes en el Buen Pastor.
Soy profesor del curso de Ética, Justicia y Políticas Públicas en la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes. El de AIS y Camila se convierte en un perfecto caso de estudio para mi curso. Mis estudiantes creen muy mayoritariamente que en el caso AIS hubo algo turbio. Lo sé porque les pedí que escribieran un ensayo sobre el tema. La opinión de mis estudiantes seguramente refleja la opinión del país: no muy informada, pero condenatoria de lo que pasó con el programa. Yo también formo parte de los que piensan que en este programa hubo algo turbio. Por eso celebro que la justicia se encargue del caso, aunque me parece que el problema es más político que judicial. También me preocupa enormemente que aquí no se castigue a quienes corresponde, y como corresponde. Como alguien escribió en una red social, aquí se está sacrificando a los técnicos y no se está juzgando a los jefes responsables. Eso no puede ser.
Desde mi punto de vista, el programa AIS fue un programa mal concebido, y por lo tanto propenso a problemas de implementación. El programa fue una respuesta a la oposición interna que surgió a la negociación del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. El sector agropecuario se vio como uno de los principales afectados por el tratado, y logró que el gobierno diseñara el programa AIS. Para ponerlo en plata blanca, el gobierno compró al agro con el AIS, para evitar que se opusiera al TLC. La idea era que el agro tuviera su ingreso asegurado, incluso si ve veía afectado por el TLC. De ahí el nombre del programa: Agro Ingreso Seguro. Ya quisieran otros sectores de la economía tener su ingreso asegurado. El programa se concibió como unos subsidios en efectivo para el agro, que se otorgaron, oh ironía, incluso antes de que el TLC fuera aprobado, cosa que todavía seguimos esperando. Es decir, el programa dejó de ser una medida correctiva de los efectos del TLC, para convertirse en una política de subsidios directos al sector, independiente del TLC.
La política de otorgar subsidios a los sectores económicos es una política debatida. Los economistas aún no se ponen de acuerdo sobre la conveniencia de lo que ellos llaman “políticas industriales”, que son políticas de apoyo a los sectores económicos. Quizás estas políticas, bien administradas, son muy útiles para fomentar el crecimiento, pero también, mal administradas, se prestan para financiar la ineficiencia, la politiquería y la corrupción. El surgimiento del neoliberalismo tuvo mucho qué ver con la percepción de que las políticas industriales, sobre todo en países institucionalmente débiles como Colombia, se prestan más para la corrupción que para el progreso.
El agro bien puede ser un sector merecedor de subsidios especiales. En el agro colombiano se concentra la pobreza y la violencia. Además, el agro en los países ricos es ampliamente subsidiado. Sin embargo, en el caso del programa AIS, los riesgos de las políticas industriales no fueron debidamente tenidos en cuenta. Yo no creo que el programa haya servido para fomentar un ápice la competitividad en el campo. No me sorprende, además, que el programa se haya prestado para la politiquería y la corrupción. Los objetivos del programa fueron políticos desde el principio. ¿Cómo no va a oler mal un programa que se lleva a cabo incluso cuando la principal razón para ejecutarlo deja de existir? Porque la teoría era proteger al agro del TLC, pero, ¿cuál TLC?
Poner al Estado a regalar plata siempre es una proposición peligrosa. No porque no deba hacerlo: a veces debe hacerlo, especialmente cuando los recipientes son los más pobres. Pero debe hacerlo con mucho cuidado. Sin embargo, aquí no se siguieron las precauciones del caso. Aquí primaron consideraciones políticas, que se terminaron traduciendo en beneficios indebidos para unos pocos a costa del aporte de muchos.
Pero poner a Camila a pagar por un fenómeno que es más estructural y que, claramente, la excede a ella, no tiene mucho sentido. Yo no sé cuál es la situación jurídica de Camila. No sé de qué sea responsable. Pero lo que sí sé es que ella es una persona buena puesta en una situación superior a sus fuerzas. Así como Colombia se equivocó con el programa AIS, se está equivocando en la forma como lo sanciona. Da pesar que un país cometa errores tan obvios, y que los corrija con otros igual de obvios. En este caso, no me interesa que se sancione a un ministro o a un presidente, aunque son ellos, más que sus subalternos, quienes deberían estar respondiendo por la situación. En Colombia nos estamos acostumbrando a que los viceministros, y no los ministros, vayan a la cárcel. Eso no puede ser.
Pero lo que sí me interesa es que, así sea tarde, Colombia aprenda a reaccionar frente a políticas que no consultan el interés colectivo, para que no vuelvan a ocurrir en futuras ocasiones. Colombia no ha mejorado en nada por poner a Camila Reyes en el Buen Pastor.
Sunday, April 10, 2011
11-04-10: De ciertas malas índoles
Acabo de leer un libro interesante, Desarraigo, de Eduardo Peláez Vallejo. Está en las mismas ligas del éxito de Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Ambos hablan de las tierras antioqueñas, del padre y la nostalgia. Ambos tratan de exorcizar el hecho de que sus padres, seres quizás no perfectos, pero fundamentalmente buenos, fueron asesinados. En ese sentido, ambos libros son una interrogación profunda sobre la mala índole de los colombianos. La mala leche, que diríamos nosotros. La mala leche, que sugiere que, en nuestra niñez, somos alimentados, no con (buena) leche, sino con hiel y con veneno. En una cita que se refiere al río San Jorge colombiano, pero que se podría aplicar a Antioquia, o a toda Colombia, Peláez escribe que "La violencia se contrae en el San Jorge, como una enfermedad tropical; y la paz no germina en esa tierra".
Es evidente que a ambos autores les costó terriblemente, como es natural, lidiar con el asesinato del padre. Les costó años, y les costó lo que cuesta convertir el horror en una bella obra literaria. Pocos tienen el talento de sublimar en arte la violencia, y me pregunto cuántos en Colombia han tenido que aceptar las secuelas de esa tragedia en sus vidas sin poder acceder al recurso de la literatura, o, para esos efectos, a cualquier otro recurso.
Uno que sublimó el asesinato de su padre de manera distinta fue Álvaro Uribe Vélez. Poco se ha reflexionado sobre la influencia de ese hecho en su gobierno. Yo creo que esa influencia fue determinante. Un experto habrá de hacerle el psicoanálisis a ese fenómeno, pero yo creo que Álvaro Uribe fue presidente para vengar el asesinato de su padre. Es curioso: a algunos les matan al padre y escriben un libro, mientras que otros reaccionan volviéndose presidentes de la república.
Sobre el gobierno de Álvaro Uribe la historia no ha dado su veredicto final. En lo personal, soy más uribista que los antiuribistas, y soy más antiuribista que los uribistas. En ciertos sentidos, el gobierno de Uribe fue extraordinario. En otros, Colombia respira aliviada porque el gobierno de Uribe ya llegó a su fin.
Dada la posición en la que estoy, no espero que nadie interprete bien lo que voy a decir: me parece que, en el fondo, el gobierno de Álvaro Uribe fue de mala índole, porque su objetivo final, el objetivo que subsumía a todos los demás objetivos, era vengar la muerte de su padre. Vengarla de manera sublimada, porque la venganza no sería una venganza burda, sino una venganza implementada y ejecutada por el Estado. Una venganza, en fin de cuentas, justa, porque las muertes de los padres de Abad, Peláez y Uribe con toda probabilidad no fueron justas, y merecen venganza. Porque vengar una muerte injusta, sobre todo si es del padre, es quizás un imperativo moral.
Pero nada bueno, a la larga, se puede esperar de quien actúa primariamente movido por la venganza. Lo que quizás es justificado, y hasta bueno, en un individuo, no puede ser el norte moral para un país.
Uribe, por un lado, y Abad y Peláez, por otro, reaccionaron muy distinto a los asesinatos de sus padres. La respuesta de Abad y Peláez fue quizás menos varonil, más resignada, más inadecuada desde un punto de vista social, pero también más adecuada desde el punto de vista de la sanación y el alivio personal. La respuesta de Uribe fue más necesaria en una sociedad cansada de sentirse manoseada y abusada. Pero uno no puede vivir con el odio en el alma. Abad y Peláez escogieron encontrar solaz en el recuerdo del padre, el padre imperfecto pero con el cual se vivieron momentos de felicidad y de ternura. No han sido capaces de saber si la venganza es dulce, y no han sido capaces de explicarse el sinsentido de Colombia, pero han revelado una humanidad sin la cual el futuro de nuestro país no podrá construirse.
Es evidente que a ambos autores les costó terriblemente, como es natural, lidiar con el asesinato del padre. Les costó años, y les costó lo que cuesta convertir el horror en una bella obra literaria. Pocos tienen el talento de sublimar en arte la violencia, y me pregunto cuántos en Colombia han tenido que aceptar las secuelas de esa tragedia en sus vidas sin poder acceder al recurso de la literatura, o, para esos efectos, a cualquier otro recurso.
Uno que sublimó el asesinato de su padre de manera distinta fue Álvaro Uribe Vélez. Poco se ha reflexionado sobre la influencia de ese hecho en su gobierno. Yo creo que esa influencia fue determinante. Un experto habrá de hacerle el psicoanálisis a ese fenómeno, pero yo creo que Álvaro Uribe fue presidente para vengar el asesinato de su padre. Es curioso: a algunos les matan al padre y escriben un libro, mientras que otros reaccionan volviéndose presidentes de la república.
Sobre el gobierno de Álvaro Uribe la historia no ha dado su veredicto final. En lo personal, soy más uribista que los antiuribistas, y soy más antiuribista que los uribistas. En ciertos sentidos, el gobierno de Uribe fue extraordinario. En otros, Colombia respira aliviada porque el gobierno de Uribe ya llegó a su fin.
Dada la posición en la que estoy, no espero que nadie interprete bien lo que voy a decir: me parece que, en el fondo, el gobierno de Álvaro Uribe fue de mala índole, porque su objetivo final, el objetivo que subsumía a todos los demás objetivos, era vengar la muerte de su padre. Vengarla de manera sublimada, porque la venganza no sería una venganza burda, sino una venganza implementada y ejecutada por el Estado. Una venganza, en fin de cuentas, justa, porque las muertes de los padres de Abad, Peláez y Uribe con toda probabilidad no fueron justas, y merecen venganza. Porque vengar una muerte injusta, sobre todo si es del padre, es quizás un imperativo moral.
Pero nada bueno, a la larga, se puede esperar de quien actúa primariamente movido por la venganza. Lo que quizás es justificado, y hasta bueno, en un individuo, no puede ser el norte moral para un país.
Uribe, por un lado, y Abad y Peláez, por otro, reaccionaron muy distinto a los asesinatos de sus padres. La respuesta de Abad y Peláez fue quizás menos varonil, más resignada, más inadecuada desde un punto de vista social, pero también más adecuada desde el punto de vista de la sanación y el alivio personal. La respuesta de Uribe fue más necesaria en una sociedad cansada de sentirse manoseada y abusada. Pero uno no puede vivir con el odio en el alma. Abad y Peláez escogieron encontrar solaz en el recuerdo del padre, el padre imperfecto pero con el cual se vivieron momentos de felicidad y de ternura. No han sido capaces de saber si la venganza es dulce, y no han sido capaces de explicarse el sinsentido de Colombia, pero han revelado una humanidad sin la cual el futuro de nuestro país no podrá construirse.
Thursday, March 31, 2011
11-03-31: A favor de la liberación sexual
Hace unos días, oí que un amigo mío se refería a un viejo conocido que tengo como un "sátiro", es decir, como una persona que no era muy selectiva a la hora de escoger sus parejas sexuales. El comentario de mi amigo no fue formulado como una cuestión de hecho, sino como un juicio moral, que sugiere que una persona sin mucho recato sexual es indeseable (por obvias razones, tanto el amigo como el viejo conocido no serán identificados).
Debo decir que el comentario de mi amigo no me pareció apropiado. Una de las formas más expeditas de arruinar la reputación de una persona es cuestionar su sexualidad. Uno nunca dice con buena voluntad que una persona, y en especial una mujer, es "perra" o "zorra". De hecho, llama la atención que buena parte de las palabras que se consideran como groserías tienen un alto contenido sexual: "hijo de puta, marica, huevón". Tomadas literalmente, estas groserías quieren decir que lo peor que uno puede ser es hijo de una puta, maricón, o alguna otra cosa por el estilo. Esto sugiere que la sexualidad ha estado sometida a una serie de terribles restricciones sociales y morales, que han construido un tabú sobre ella, y que siguen operando, a pesar de las liberaciones sexuales de los años 1920 y 1960.
Estas consideraciones me hacen pensar que al mundo todavía le hace falta mucho recorrido en materia de liberación sexual. La comunidad homosexual ha hecho muchos avances en lograr que su condición sea socialmente aceptada, pero todavía hay mucho camino por recorrer. El sufrimiento que se ha causado por las normas sociales que no les dejan a las personas vivir libremente su sexualidad ha sido enorme, y no me refiero solo a los homosexuales. Tal vez hoy Oscar Wilde ya no iría a la cárcel, pero el número de vidas que se han arruinado por no poder disfrutar su sexualidad normalmente ha sido demasiado grande. Yo soy de la opinión de que aplicar una moralidad estrecha a la sexualidad es equivocado, y creo que ese estado de cosas debe cambiar. La sexualidad es una parte muy importante y compleja de la naturaleza humana que, en síntesis, debería disfrutarse y no lamentarse.
La aproximación del cristianismo a la sexualidad ha sido particularmente dañina, y en eso no se distinguen mucho católicos de protestantes. La asociación entre sexualidad y "pecado" me parece nefasta. Mientras la visión católica es formalmente más estrecha, también ha producido entre sus creyentes una disociación mayor entre lo que se profesa y lo que se practica. Es una tragedia, por ejemplo, que los sacerdotes católicos hayan sido acusados recientemente de tantos casos de comportamiento sexual indebido con menores. Eso no hay forma de mirarlo con buenos ojos.
Pero lo que sí se puede mirar más benignamente es la sensualidad que se desarrolla en ciertos países católicos. Yo soy de los que creen que el Carnaval de Río es un evento que tiene más probabilidades de surgir en un país católico que en un país protestante. Hay algo de sabrosura en la noción católica de que, como mañana habrá penitencia, hoy lo que debe haber es sensualidad, puesto que el que peca y reza empata. Algunos católicos que han aprendido a disfrutar el sexo lo han aprendido a disfrutar precisamente porque es pecado. Esto quizás no sea enteramente deseable, porque crea una disonancia entre la norma y su cumplimiento, pero es preferible a no disfrutar el sexo porque es pecado.
De otra parte, mientras los protestantes se precian de practicar una religión más racional y menos dogmática, muy frecuentemente terminan por validar una visión muy pacata de la sexualidad, como sucedió durante la era victoriana en Gran Bretaña, o como sucede actualmente con la derecha política de los Estados Unidos.
Defiendo un sexo sin culpa, libre de la noción de pecado. Me parece correcto que los jóvenes de hoy tengan claro que no hay que esperar al matrimonio para tener sexo, y que la sexualidad puede estar desvinculada de la reproducción. Me parece que cada persona y pareja deben encontrar libremente su equilibrio sexual. Algunas personas aceptarán el sexo casual y otras no. Algunas personas verán una relación necesaria entre sexo y relación emocional, y otras no. Algunas personas preferirán tener solo una pareja sexual, otras preferirán un comportamiento más promiscuo. Algunas mujeres querrán ser madres solteras, otras no. Algunas parejas decidirán tener mucho sexo, otras poco. Algunas parejas aceptarán experiencia sexuales por fuera de la pareja, otras no. Algunas personas aceptarán prácticas especiales, como el sadomasoquismo, y otras no. Cada individuo y pareja deben encontrar las reglas de su sexualidad. Para esto, la libertad para hablar de temas sexuales debe ser la máxima posible. Un ambiente de misterio y secretismo no contribuye al diálogo abierto, y favorece comportamientos solapados que no son deseables.
Cuando defiendo el sexo sin culpa no defiendo un sexo irresponsable. No me preocupa que una persona sea promiscua, pero sí me preocupa que haya embarazos no deseados. Ahora, también creo que, si llegan a ocurrir, hay que manejarlos de manera sensible, y no, por ejemplo, echando a la niña de la casa, por "puta". Creo que los jóvenes deben aprender a usar las tecnologías que permiten separar el sexo de la reproducción.
También creo que el sexo debe ser considerado. Una vez definidas las reglas del comportamiento sexual en una pareja, deben ser respetadas. Algunas personas reclaman exclusividad sexual y, si esas son las reglas del juego, deben ser respetadas.
Me parece incorrecto que adultos induzcan al sexo a menores (aunque aquí hay que hacer precisiones: una cosa es que un joven de 20 años tenga sexo con una jovencita de 14; otra que un cincuentón sodomice a un niño de siete). La prostitución infantil me parece abominable.
Los controles para evitar la expansión de las enfermedades sexualmente transmitidas también me parecen fundamentales. Es claramente incorrecto que una persona con una enfermedad sexualmente transmisible tenga sexo con otra sin protegerse y sin advertir los riesgos. En síntesis, un sexo sin culpa no es un sexo irresponsable.
Ciertamente necesitamos una nueva era. Una era en la cual las diversas manifestaciones de una sexualidad sana puedan florecer sin tapujos. El sexo es una hermosa manifestación de la naturaleza humana. Creo que el sexo contribuye a la realización individual. Aquellos que viven sexualmente reprimidos carecen de una dimensión fundamental para la realización personal. El sexo, sin duda, es una fuerza poderosa, que debe ser encauzada, pero no reprimida. Hay que pasar de la mojigatería a una plena y bien entendida libertad sexual. Y, ciertamente, la crítica chismosa surgida del comportamiento sexual de terceros debe ser inexistente en una sociedad civilizada.
Debo decir que el comentario de mi amigo no me pareció apropiado. Una de las formas más expeditas de arruinar la reputación de una persona es cuestionar su sexualidad. Uno nunca dice con buena voluntad que una persona, y en especial una mujer, es "perra" o "zorra". De hecho, llama la atención que buena parte de las palabras que se consideran como groserías tienen un alto contenido sexual: "hijo de puta, marica, huevón". Tomadas literalmente, estas groserías quieren decir que lo peor que uno puede ser es hijo de una puta, maricón, o alguna otra cosa por el estilo. Esto sugiere que la sexualidad ha estado sometida a una serie de terribles restricciones sociales y morales, que han construido un tabú sobre ella, y que siguen operando, a pesar de las liberaciones sexuales de los años 1920 y 1960.
Estas consideraciones me hacen pensar que al mundo todavía le hace falta mucho recorrido en materia de liberación sexual. La comunidad homosexual ha hecho muchos avances en lograr que su condición sea socialmente aceptada, pero todavía hay mucho camino por recorrer. El sufrimiento que se ha causado por las normas sociales que no les dejan a las personas vivir libremente su sexualidad ha sido enorme, y no me refiero solo a los homosexuales. Tal vez hoy Oscar Wilde ya no iría a la cárcel, pero el número de vidas que se han arruinado por no poder disfrutar su sexualidad normalmente ha sido demasiado grande. Yo soy de la opinión de que aplicar una moralidad estrecha a la sexualidad es equivocado, y creo que ese estado de cosas debe cambiar. La sexualidad es una parte muy importante y compleja de la naturaleza humana que, en síntesis, debería disfrutarse y no lamentarse.
La aproximación del cristianismo a la sexualidad ha sido particularmente dañina, y en eso no se distinguen mucho católicos de protestantes. La asociación entre sexualidad y "pecado" me parece nefasta. Mientras la visión católica es formalmente más estrecha, también ha producido entre sus creyentes una disociación mayor entre lo que se profesa y lo que se practica. Es una tragedia, por ejemplo, que los sacerdotes católicos hayan sido acusados recientemente de tantos casos de comportamiento sexual indebido con menores. Eso no hay forma de mirarlo con buenos ojos.
Pero lo que sí se puede mirar más benignamente es la sensualidad que se desarrolla en ciertos países católicos. Yo soy de los que creen que el Carnaval de Río es un evento que tiene más probabilidades de surgir en un país católico que en un país protestante. Hay algo de sabrosura en la noción católica de que, como mañana habrá penitencia, hoy lo que debe haber es sensualidad, puesto que el que peca y reza empata. Algunos católicos que han aprendido a disfrutar el sexo lo han aprendido a disfrutar precisamente porque es pecado. Esto quizás no sea enteramente deseable, porque crea una disonancia entre la norma y su cumplimiento, pero es preferible a no disfrutar el sexo porque es pecado.
De otra parte, mientras los protestantes se precian de practicar una religión más racional y menos dogmática, muy frecuentemente terminan por validar una visión muy pacata de la sexualidad, como sucedió durante la era victoriana en Gran Bretaña, o como sucede actualmente con la derecha política de los Estados Unidos.
Defiendo un sexo sin culpa, libre de la noción de pecado. Me parece correcto que los jóvenes de hoy tengan claro que no hay que esperar al matrimonio para tener sexo, y que la sexualidad puede estar desvinculada de la reproducción. Me parece que cada persona y pareja deben encontrar libremente su equilibrio sexual. Algunas personas aceptarán el sexo casual y otras no. Algunas personas verán una relación necesaria entre sexo y relación emocional, y otras no. Algunas personas preferirán tener solo una pareja sexual, otras preferirán un comportamiento más promiscuo. Algunas mujeres querrán ser madres solteras, otras no. Algunas parejas decidirán tener mucho sexo, otras poco. Algunas parejas aceptarán experiencia sexuales por fuera de la pareja, otras no. Algunas personas aceptarán prácticas especiales, como el sadomasoquismo, y otras no. Cada individuo y pareja deben encontrar las reglas de su sexualidad. Para esto, la libertad para hablar de temas sexuales debe ser la máxima posible. Un ambiente de misterio y secretismo no contribuye al diálogo abierto, y favorece comportamientos solapados que no son deseables.
Cuando defiendo el sexo sin culpa no defiendo un sexo irresponsable. No me preocupa que una persona sea promiscua, pero sí me preocupa que haya embarazos no deseados. Ahora, también creo que, si llegan a ocurrir, hay que manejarlos de manera sensible, y no, por ejemplo, echando a la niña de la casa, por "puta". Creo que los jóvenes deben aprender a usar las tecnologías que permiten separar el sexo de la reproducción.
También creo que el sexo debe ser considerado. Una vez definidas las reglas del comportamiento sexual en una pareja, deben ser respetadas. Algunas personas reclaman exclusividad sexual y, si esas son las reglas del juego, deben ser respetadas.
Me parece incorrecto que adultos induzcan al sexo a menores (aunque aquí hay que hacer precisiones: una cosa es que un joven de 20 años tenga sexo con una jovencita de 14; otra que un cincuentón sodomice a un niño de siete). La prostitución infantil me parece abominable.
Los controles para evitar la expansión de las enfermedades sexualmente transmitidas también me parecen fundamentales. Es claramente incorrecto que una persona con una enfermedad sexualmente transmisible tenga sexo con otra sin protegerse y sin advertir los riesgos. En síntesis, un sexo sin culpa no es un sexo irresponsable.
Ciertamente necesitamos una nueva era. Una era en la cual las diversas manifestaciones de una sexualidad sana puedan florecer sin tapujos. El sexo es una hermosa manifestación de la naturaleza humana. Creo que el sexo contribuye a la realización individual. Aquellos que viven sexualmente reprimidos carecen de una dimensión fundamental para la realización personal. El sexo, sin duda, es una fuerza poderosa, que debe ser encauzada, pero no reprimida. Hay que pasar de la mojigatería a una plena y bien entendida libertad sexual. Y, ciertamente, la crítica chismosa surgida del comportamiento sexual de terceros debe ser inexistente en una sociedad civilizada.
Sunday, March 27, 2011
11-03-27: Verdad, bondad, belleza
He venido leyendo un masivo libro sobre la historia intelectual de la humanidad titulado Ideas, de Peter Watson (2005). Como corresponde, no hay nada que invite más a tener ideas que leer sobre ellas. Podría tener varias entradas en mi blog dedicadas a este libro. Comencemos con ésta.
Watson, siguiendo la Tradición intelectual occidental de Bronowski y Mazlish (1960), afirma que una forma interesante de estructurar una historia de las ideas es alrededor de tres conceptos: lo cierto, lo bueno y lo bello. De esta manera, todos los esfuerzos intelectuales se podrían clasificar en una de esas categorías.
Watson considera otras formas de clasificación, pero ésta ha llamado mi atención. No me sorprende que provenga de Bronowski, cuyo Ascenso del hombre es uno de los libros que más me ha influenciado (aunque, para decir verdad, para escribir esta entrada hojeé rápidamente a Bronowski y Mazlish, y no encontré la referencia que hace Watson). Se me antoja que reflexionar sobre lo cierto, lo bueno y lo bello puede ser una guía de vida tan poderosa como fue formarse en las cuatro virtudes cardinales para los antiguos: la justicia, la prudencia, la templanza y la fortaleza, en unas versiones, o la sabiduría, la prudencia, el coraje, y la fortaleza, en otras.
Colombia sería un país muy distinto si se aplicara más a la búsqueda de lo cierto, lo bueno y lo bello. En cuanto a lo cierto, Colombia no se destaca ni por su actividad científica ni por su innovación. Se dice que el colombiano es recursivo, pero una cosa es ser recursivo y otra ser innovador. Cualquier medición desapasionada y seria de la actividad científica y de innovación dará unos pobrísimos resultados para Colombia. Colombia podrá ser un país de seres recursivos, pero no es un país de descubridores o inventores. De otra parte, el compromiso de los colombianos con la verdad es más bien bajo. No quiero decir que seamos un pueblo de mentirosos, pero, como lo pondría John Sudarski, nuestra fe en fuentes de información no validadas es muy alta.
En cuanto a lo bueno, Colombia, lamentablemente, no es un ejemplo moral. Uno de los principios morales en Colombia es “no dar papaya”, que significa no dar oportunidades para que otros saquen provecho de uno. Esto quiere decir que en nuestra sociedad no podemos esperar que a los vulnerables les vaya bien. Solo en un país como Colombia se puede inventar una frase como “usted podrá tener la vía, pero yo tengo el camión”. En nuestro país la definición de justicia es la de Trasímaco: “justicia es el interés del más fuerte”. No de otra manera se entiende, por ejemplo, que, para vergüenza de Colombia, Pablo Escobar haya sido congresista, o que los paramilitares hayan llegado, en un momento dado, a dominar el Congreso. En nuestro país son normales las matanzas, los robos, la corrupción y la captura del interés público por poderosos intereses privados. Colombia, en síntesis, no es un faro moral.
Por último, diría que Colombia tampoco cultiva la belleza. Aquí me parece que la evaluación no es tan mala como con la ciencia y, en particular, la moral, porque es en el terreno de lo bello donde Colombia ha tenido más trascendencia internacional, con figuras como García Márquez, Botero o Shakira. Colombia tiene un hermoso y variado arte popular. Pero basta caminar por las calles de Bogotá para darse cuenta de que la belleza no es un criterio predominante en el ambiente que construimos. Lo bello casi siempre cede frente a lo ordinario. Yo estoy convencido de que el entorno en el que vivimos marca fuertemente nuestro carácter. Hay ciudades como París o Roma, que incluso en el abandono lucen hermosas. Bogotá, claramente, no está en esas ligas. Los edificios públicos, que en otros lugares están hechos para impresionar por su belleza, en Colombia están hechos para impresionar por su bajeza.
Y el problema no es solo de Bogota. Hay que ver cómo ciertos bellos y pintorescos pueblitos colombianos crecen para convertirse en ciudades donde el gusto es la menor de las preocupaciones. Y el problema no es solo arquitectónico. En Colombia hay una preferencia por la ordinariez que se transmite a todo. Por ejemplo, en Colombia no hay comedia, sino farsa. La televisión no busca elevar, sino ponerse al nivel del pueblo. Las emisoras de música culta brillan por su ausencia. La oratoria, que alguna vez fue un arte cultivado en la política, hoy no se practica en absoluto. En síntesis, no hay una preferencia generalizada por el buen gusto.
Wittgestein alguna vez dijo que la ética y la estética son uno y lo mismo. Alguien más dijo que la ciencia era el arte del siglo XXI. Uno puede argumentar, por tanto, que hay una unidad profunda del quehacer intelectual. Un país que no cultiva la ciencia, la ética y la estética es un país que no cultiva lo noble del espíritu humano. Tal vez pedir que cultivemos lo cierto, lo bueno y lo bello es pedir demasiado para nuestro país en su conjunto, pero quizás si podríamos poner esos valores más alto en nuestras prioridades personales. Quizás uno no pueda cambiar al mundo, pero sí puede apegarse a unos valores que conduzcan a una vida significativa. Quizás en estos ámbitos el cambio es más importante en el nivel personal que en el colectivo.
Watson, siguiendo la Tradición intelectual occidental de Bronowski y Mazlish (1960), afirma que una forma interesante de estructurar una historia de las ideas es alrededor de tres conceptos: lo cierto, lo bueno y lo bello. De esta manera, todos los esfuerzos intelectuales se podrían clasificar en una de esas categorías.
Watson considera otras formas de clasificación, pero ésta ha llamado mi atención. No me sorprende que provenga de Bronowski, cuyo Ascenso del hombre es uno de los libros que más me ha influenciado (aunque, para decir verdad, para escribir esta entrada hojeé rápidamente a Bronowski y Mazlish, y no encontré la referencia que hace Watson). Se me antoja que reflexionar sobre lo cierto, lo bueno y lo bello puede ser una guía de vida tan poderosa como fue formarse en las cuatro virtudes cardinales para los antiguos: la justicia, la prudencia, la templanza y la fortaleza, en unas versiones, o la sabiduría, la prudencia, el coraje, y la fortaleza, en otras.
Colombia sería un país muy distinto si se aplicara más a la búsqueda de lo cierto, lo bueno y lo bello. En cuanto a lo cierto, Colombia no se destaca ni por su actividad científica ni por su innovación. Se dice que el colombiano es recursivo, pero una cosa es ser recursivo y otra ser innovador. Cualquier medición desapasionada y seria de la actividad científica y de innovación dará unos pobrísimos resultados para Colombia. Colombia podrá ser un país de seres recursivos, pero no es un país de descubridores o inventores. De otra parte, el compromiso de los colombianos con la verdad es más bien bajo. No quiero decir que seamos un pueblo de mentirosos, pero, como lo pondría John Sudarski, nuestra fe en fuentes de información no validadas es muy alta.
En cuanto a lo bueno, Colombia, lamentablemente, no es un ejemplo moral. Uno de los principios morales en Colombia es “no dar papaya”, que significa no dar oportunidades para que otros saquen provecho de uno. Esto quiere decir que en nuestra sociedad no podemos esperar que a los vulnerables les vaya bien. Solo en un país como Colombia se puede inventar una frase como “usted podrá tener la vía, pero yo tengo el camión”. En nuestro país la definición de justicia es la de Trasímaco: “justicia es el interés del más fuerte”. No de otra manera se entiende, por ejemplo, que, para vergüenza de Colombia, Pablo Escobar haya sido congresista, o que los paramilitares hayan llegado, en un momento dado, a dominar el Congreso. En nuestro país son normales las matanzas, los robos, la corrupción y la captura del interés público por poderosos intereses privados. Colombia, en síntesis, no es un faro moral.
Por último, diría que Colombia tampoco cultiva la belleza. Aquí me parece que la evaluación no es tan mala como con la ciencia y, en particular, la moral, porque es en el terreno de lo bello donde Colombia ha tenido más trascendencia internacional, con figuras como García Márquez, Botero o Shakira. Colombia tiene un hermoso y variado arte popular. Pero basta caminar por las calles de Bogotá para darse cuenta de que la belleza no es un criterio predominante en el ambiente que construimos. Lo bello casi siempre cede frente a lo ordinario. Yo estoy convencido de que el entorno en el que vivimos marca fuertemente nuestro carácter. Hay ciudades como París o Roma, que incluso en el abandono lucen hermosas. Bogotá, claramente, no está en esas ligas. Los edificios públicos, que en otros lugares están hechos para impresionar por su belleza, en Colombia están hechos para impresionar por su bajeza.
Y el problema no es solo de Bogota. Hay que ver cómo ciertos bellos y pintorescos pueblitos colombianos crecen para convertirse en ciudades donde el gusto es la menor de las preocupaciones. Y el problema no es solo arquitectónico. En Colombia hay una preferencia por la ordinariez que se transmite a todo. Por ejemplo, en Colombia no hay comedia, sino farsa. La televisión no busca elevar, sino ponerse al nivel del pueblo. Las emisoras de música culta brillan por su ausencia. La oratoria, que alguna vez fue un arte cultivado en la política, hoy no se practica en absoluto. En síntesis, no hay una preferencia generalizada por el buen gusto.
Wittgestein alguna vez dijo que la ética y la estética son uno y lo mismo. Alguien más dijo que la ciencia era el arte del siglo XXI. Uno puede argumentar, por tanto, que hay una unidad profunda del quehacer intelectual. Un país que no cultiva la ciencia, la ética y la estética es un país que no cultiva lo noble del espíritu humano. Tal vez pedir que cultivemos lo cierto, lo bueno y lo bello es pedir demasiado para nuestro país en su conjunto, pero quizás si podríamos poner esos valores más alto en nuestras prioridades personales. Quizás uno no pueda cambiar al mundo, pero sí puede apegarse a unos valores que conduzcan a una vida significativa. Quizás en estos ámbitos el cambio es más importante en el nivel personal que en el colectivo.
Saturday, March 19, 2011
11-03-19: Contra los libertarios
Un buen amigo mío, Jorge Eduardo Castro, a quien conocí hace varios años haciendo campaña política por Noemí Sanín, anda ahora en la onda de defender muy vocalmente las ideas libertarias. Yo no soy libertario, y en alguna parte escribí que los libertarios son mis "enemigos intelectuales". Jorge se preguntó entonces que él y yo qué veníamos siendo. "Amigos", pensé yo, pero no intelectuales. Quisiera explicar aquí las razones de mi desacuerdo con Jorge.
Los libertarios afirman que el valor por excelencia de una sociedad es la libertad. Esta idea, puesta así, no es muy controversial. Pero hay que entenderla en todo su contenido para ver por qué puede ser objeto de polémica. En primer lugar, los libertarios hablan de libertad entendida como libertad individual. Son los individuos los que deben gozar de la máxima libertad posible. Los individuos no son libres si se ven obligados a hacer cosas, o a no hacerlas. Los individuos solo son libres si sus acciones son voluntarias.
Esta noción de la voluntariedad de las acciones individuales es de suma importancia para los libertarios. Es con base en ella que los libertarios afirman que todo esfuerzo social, todo esfuerzo cooperativo, debe ser el resultado del consentimiento de las partes. Todo esfuerzo cooperativo debe ser el resultado de participaciones individuales voluntarias. Lo social debe respetar la voluntad individual. El individuo está primero que la sociedad. Por eso los libertarios privilegian mecanismos que favorecen la voluntariedad de las acciones individuales: el consenso en la arena política (defendido en especial por Buchanan) y el mercado en la arena económica (defendido en especial por Hayek).
Los libertarios afirman que la principal amenaza a la libertad individual es el Estado. Esta amenaza proviene de las facultades coercitivas que son inherentes a la función estatal. Por ejemplo, el Estado puede hacer tributar a los ciudadanos, incluso cuando éstos no han dado su consentimiento expreso para ser gravados. Puede que ese "consentimiento" haya surgido de una "voluntad popular" expresada en un cuerpo colegiado popularmente elegido, pero eso no es suficiente para los libertarios. De hecho, lo que harán los libertarios es negar que existe una "voluntad popular": los únicos que tienen una voluntad son los individuos. No hay una cosa tal como la voluntad "popular". Dado que el Estado puede obligar a los individuos a hacer cosas, o a no hacerlas, se convierte en la principal amenaza sobre la voluntariedad de las acciones individuales.
Los libertarios afirman que la principal justificación para que el Estado pueda inmiscuirse en las vidas de los individuos es la justicia social. La noción de justicia social implica que los individuos tenemos responsabilidades sociales, que somos responsables, no solo de nuestra suerte, sino de la suerte de los demás. Habría, por lo tanto, una obligación moral de ayudar a los demás, en especial a los menos favorecidos.
Esta forma de pensar es aborrecida por los libertarios. Ellos no creen que los individuos tengan responsabilidades sociales. La única responsabilidad de un individuo es consigo mismo y, a lo sumo, con su familia. Los libertarios afirman que los individuos no pueden delegar la responsabilidad de su propio bienestar en el Estado. En suma, los libertarios niegan la importancia de la noción de justicia social. Es más, no hay valores propiamente sociales: la libertad es una libertad individual; si la justicia tiene que ser una justicia social, entonces ese concepto no existe. Igual cosa pasa con conceptos como la "voluntad popular" o el "bien común". Según los libertarios, esos conceptos sociales, en realidad, no existen.
En este sentido, los libertarios no solo afirman que la libertad individual es el valor social por excelencia. Lo que en realidad afirman es que la libertad individual es el único valor relevante. Según los libertarios, no es que haya una pluralidad de valores, dentro de los cuales el más destacado o importante es la libertad. No. Para ellos, la libertad es el único valor relevante. Es en este sentido que la posición libertaria aparece como extrema.
Se podría decir que las posiciones políticas son el resultado de balancear dos valores sociales fundamentales: la libertad y la justicia. Entre más se valore la justicia, más de izquierda se será. Entre más se valore la libertad, más de derecha se será. La extrema izquierda está dispuesta a acabar con la libertad con tal de implementar la justicia. La extrema derecha está dispuesta a enterrar la noción de justicia, para afirmar que solo existe la libertad. En esa posición están los libertarios.
Yo concuerdo con Isaiah Berlin en que en una sociedad sana hay una pluralidad de valores sociales. En este sentido, yo creo que uno no puede despreciar ni la libertad ni la justicia. Sin embargo, Berlin sugería que los valores eran inconmensurables e irreconciliables. En este sentido, encontrar el balance justo entre libertad y justicia sería muy complicado. Tal vez sea muy complicado, pero no imposible. John Rawls formuló una teoría de la justicia que, afirmando la primacía de la justicia para los arreglos sociales, no prescindía de la libertad: antes de ser justa, una sociedad debe ser libre. Pero lo más importante es que sea justa. Yo simpatizo con el esfuerzo rawlsiano y, aunque no concuerdo con todos sus detalles, creo en la urgencia de su llamado a una sociedad libre, pero, sobre todo, justa.
Hayek escribió que su argumento de que "en una sociedad de hombres libres cuyos miembros están autorizados para usar su propio conocimiento para sus propios propósitos el término 'justicia social' es totalmente carente de significado o contenido, es uno que por su propia naturaleza no puede ser probado". Este no es el lugar para entrar en discusiones técnicas, pero yo creo que lo que sí se puede probar es que la afirmación de que "el término 'justicia social' es totalmente carente de significado o contenido" es falsa. La justicia social es una noción que tiene sentido, y por esa razón los libertarios están equivocados.
Los libertarios afirman que el valor por excelencia de una sociedad es la libertad. Esta idea, puesta así, no es muy controversial. Pero hay que entenderla en todo su contenido para ver por qué puede ser objeto de polémica. En primer lugar, los libertarios hablan de libertad entendida como libertad individual. Son los individuos los que deben gozar de la máxima libertad posible. Los individuos no son libres si se ven obligados a hacer cosas, o a no hacerlas. Los individuos solo son libres si sus acciones son voluntarias.
Esta noción de la voluntariedad de las acciones individuales es de suma importancia para los libertarios. Es con base en ella que los libertarios afirman que todo esfuerzo social, todo esfuerzo cooperativo, debe ser el resultado del consentimiento de las partes. Todo esfuerzo cooperativo debe ser el resultado de participaciones individuales voluntarias. Lo social debe respetar la voluntad individual. El individuo está primero que la sociedad. Por eso los libertarios privilegian mecanismos que favorecen la voluntariedad de las acciones individuales: el consenso en la arena política (defendido en especial por Buchanan) y el mercado en la arena económica (defendido en especial por Hayek).
Los libertarios afirman que la principal amenaza a la libertad individual es el Estado. Esta amenaza proviene de las facultades coercitivas que son inherentes a la función estatal. Por ejemplo, el Estado puede hacer tributar a los ciudadanos, incluso cuando éstos no han dado su consentimiento expreso para ser gravados. Puede que ese "consentimiento" haya surgido de una "voluntad popular" expresada en un cuerpo colegiado popularmente elegido, pero eso no es suficiente para los libertarios. De hecho, lo que harán los libertarios es negar que existe una "voluntad popular": los únicos que tienen una voluntad son los individuos. No hay una cosa tal como la voluntad "popular". Dado que el Estado puede obligar a los individuos a hacer cosas, o a no hacerlas, se convierte en la principal amenaza sobre la voluntariedad de las acciones individuales.
Los libertarios afirman que la principal justificación para que el Estado pueda inmiscuirse en las vidas de los individuos es la justicia social. La noción de justicia social implica que los individuos tenemos responsabilidades sociales, que somos responsables, no solo de nuestra suerte, sino de la suerte de los demás. Habría, por lo tanto, una obligación moral de ayudar a los demás, en especial a los menos favorecidos.
Esta forma de pensar es aborrecida por los libertarios. Ellos no creen que los individuos tengan responsabilidades sociales. La única responsabilidad de un individuo es consigo mismo y, a lo sumo, con su familia. Los libertarios afirman que los individuos no pueden delegar la responsabilidad de su propio bienestar en el Estado. En suma, los libertarios niegan la importancia de la noción de justicia social. Es más, no hay valores propiamente sociales: la libertad es una libertad individual; si la justicia tiene que ser una justicia social, entonces ese concepto no existe. Igual cosa pasa con conceptos como la "voluntad popular" o el "bien común". Según los libertarios, esos conceptos sociales, en realidad, no existen.
En este sentido, los libertarios no solo afirman que la libertad individual es el valor social por excelencia. Lo que en realidad afirman es que la libertad individual es el único valor relevante. Según los libertarios, no es que haya una pluralidad de valores, dentro de los cuales el más destacado o importante es la libertad. No. Para ellos, la libertad es el único valor relevante. Es en este sentido que la posición libertaria aparece como extrema.
Se podría decir que las posiciones políticas son el resultado de balancear dos valores sociales fundamentales: la libertad y la justicia. Entre más se valore la justicia, más de izquierda se será. Entre más se valore la libertad, más de derecha se será. La extrema izquierda está dispuesta a acabar con la libertad con tal de implementar la justicia. La extrema derecha está dispuesta a enterrar la noción de justicia, para afirmar que solo existe la libertad. En esa posición están los libertarios.
Yo concuerdo con Isaiah Berlin en que en una sociedad sana hay una pluralidad de valores sociales. En este sentido, yo creo que uno no puede despreciar ni la libertad ni la justicia. Sin embargo, Berlin sugería que los valores eran inconmensurables e irreconciliables. En este sentido, encontrar el balance justo entre libertad y justicia sería muy complicado. Tal vez sea muy complicado, pero no imposible. John Rawls formuló una teoría de la justicia que, afirmando la primacía de la justicia para los arreglos sociales, no prescindía de la libertad: antes de ser justa, una sociedad debe ser libre. Pero lo más importante es que sea justa. Yo simpatizo con el esfuerzo rawlsiano y, aunque no concuerdo con todos sus detalles, creo en la urgencia de su llamado a una sociedad libre, pero, sobre todo, justa.
Hayek escribió que su argumento de que "en una sociedad de hombres libres cuyos miembros están autorizados para usar su propio conocimiento para sus propios propósitos el término 'justicia social' es totalmente carente de significado o contenido, es uno que por su propia naturaleza no puede ser probado". Este no es el lugar para entrar en discusiones técnicas, pero yo creo que lo que sí se puede probar es que la afirmación de que "el término 'justicia social' es totalmente carente de significado o contenido" es falsa. La justicia social es una noción que tiene sentido, y por esa razón los libertarios están equivocados.
Wednesday, March 16, 2011
11-03-16: ¿Precede la mente al cerebro?
El 24 de marzo de 2007 publiqué en mi blog una entrada sobre el debate mente-cerebro. Un viejo compañero del colegio, Fernando Baena, hoy conocido como el swami Amano Gavaksha, con quien siempre he tenido opiniones encontradas, lo que nunca nos ha impedido mantener una fuerte amistad, me hizo algunos comentarios el pasado 11 de febrero. Aquí se los respondo.
Querido Fernando:
Gracias por llamar mi atención sobre sus comentarios en mi blog. No los había leído. Nos darán tema para una interesante discusión. Como es costumbre, en términos generales estoy en desacuerdo con usted. Usted comienza citando una autoridad reconocida: Karl Pribram. Él está lejos de ser un charlatán. La cuestión es si usted lo está interpretando adecuadamente.
Según usted, la teoría holonómica del cerebro de Pribram explicaría por lo menos tres cosas:
Naturalmente, yo no soy ningún experto en la teoría holonómica del cerebro, pero no me parece claro que de esa teoría se puedan sacar las conclusiones que usted saca. He leído cuidadosamente la explicación que Pribram (2007) hace de su teoría, y no veo nada en ella que permita llegar a las conclusiones que usted saca.
Yo qué veo. Primero, que la neurociencia no ha fracasado al intentar "reducir el pensamiento a neuronas". Por el contrario, pienso que esa es la posición ortodoxa, compartida por la mayoría de neurocientíficos. Kandel (2006, p. 378), premio Nobel por sus estudios sobre el cerebro y la memoria, escribe que "hoy, la mayoría de los filósofos de la mente concuerdan en que lo que llamamos conciencia se deriva del cerebro físico". La dificultad está en que "algunos no coinciden con Crick en si ella podrá alguna vez ser estudiada científicamente". Más aún, Kandel (2006, p. 421) escribe que "yo señalé que todos los procesos mentales, desde los más prosaicos hasta los más sublimes, emanan del cerebro. [...] Desde los años 1980 la forma en la cual la mente y el cerebro deben ser unidos se ha vuelto más clara". Por lo tanto, yo no veo ningún fracaso de la neurociencia en reducir la mente al cerebro. Por el contrario, es fácil encontrar referencias de que esa es la posición ortodoxa.
Segundo, yo no veo que sea un propósito de la neurociencia "intentar localizar las funciones cognitivas y psicológicas en ciertas zonas fijas de tejidos". Por lo tanto, juzgar a la neurociencia por su "fracaso" en establecer esa localización me parece equivocado. Hasta usted admite que "se ha demostrado que ciertas zonas del cerebro se especializan en una funciones y otras en otras", pero yo no voy a blandir ese hecho en contra de usted. No veo por qué la neurociencia tiene que estar en principio comprometida con la localización funcional. Por el contrario, creo que, así como hay evidencia de que muchas funciones están localizadas, también hay evidencia de que muchas otras no lo están. Voy a mencionar tres ejemplos de esto último.
En primer lugar, Kandel (2006, p. 388) (perdón si cito esta referencia muy a menudo, pero no tengo a la mano todos mis libros de neurociencia, con los cuales podría citar otras referencias) menciona unos estudios que "también apoyan la idea de Crick y Koch de que, en la percepción, distintas áreas del cerebro están correlacionadas con una percepción (awareness) consciente e inconsciente de un estímulo" (énfasis añadido. Nótese la dificultad en traducir awareness).
En segundo lugar, hablando de la comprensión de la memoria, Kandel (2006, p. 423) es claro en afirmar que, para hacer avances en ese sentido, será necesario pasar del estudio de las partes constituyentes del cerebro al estudio del funcionamiento del cerebro como un sistema, es decir, como un todo. En otras palabras, parece ser que todo el cerebro tiene que ver con la función de la memoria.
En tercer lugar, un conjunto de científicos cuyo tema de investigación versa sobre las bases neuronales de la moral, reunidos para tratar de definir un consenso sobre el estado del arte en la materia, concluyeron, entre otras cosas, que muchas áreas del cerebro son utilizadas para el conocimiento moral, y que no hay un "centro moral" en el cerebro (Baumeister et ál., 2010).
En síntesis, el hecho de que la neurociencia no haya sido capaz de vincular ciertas áreas del cerebro con ciertas funciones mentales no quiere decir que la neurociencia haya fracasado. Cuando se ataca a la neurociencia por no haber logrado ese objetivo, se la está atacando por no alcanzar un objetivo que no tiene.
En tercer lugar, usted afirma que Pribram dice que el cerebro no es la fuente de la conciencia. Yo no sé si Pribram dice eso. En lo poco que he podido leer de ese autor, no hay una aseveración siquiera similar. Pero usted ciertamente sí cree eso. Esa creencia, por una parte, va en contravía de la posición ortodoxa en neurociencia en la actualidad (ver mis comentarios en el punto uno), y, por otra, es la primera de una serie de afirmaciones temerarias que usted hace. Las voy a listar de la siguiente manera:
Creo que esas seis afirmaciones son, para describirlas en una sola palabra, falsas. La única de esas afirmaciones para la cual usted cita evidencia científica es la afirmación 5, y esa afirmación está explícitamente desmentida por el autor que usted cita para respaldarse. El propio Pribram (2007) señala que "hay cuatro malas concepciones sobre la aplicación de las teorías holográficas y holonómicas --esto es, los procedimientos holonómicos-- a la función cerebral", una de las cuales sería que "la transformación de Fourier está globalmente distribuida a través de toda la corteza cerebral. Esto ha llevado a afirmaciones equivocadas tales como 'el cerebro es un holograma'. Solo un proceso cerebral particular es holonómico, el que tiene lugar en las transacciones que ocurren en su red de fibras finas".
Para ser enteramente justo, Pribram (2007) sí escribe algo que se aproxima a su posición. Él escribe que (voy a dejar la cita en el inglés original) "holographic and holonomic processes are truly “holistic” in that they spread patterns everywhere and everywhen to entangle the parts with one another. In this domain, space and time no longer exist and therefore neither does “causality” in Aristotle’s sense of “efficient causation”. This relation between cause and effect has served well as the coin of much of current science and the philosophy of science. However, Aristotle’s more comprehensive formal or formative causation is more appropriate to descriptions of more complex orders such as language and those composed by holographic and holonomic brain processes. Holism in this form is related to “holy” and “healthy”. My hope has been that as scientists begin to understand and accept the validity of holonomic processes as truly scientific, this understanding will help resolve the current estrangement between the sciences and the humanities, and between sophisticated pursuits of science and sophisticated pursuits of religion".
De esta manera, Pribram no es ajeno a una interpretación mística de su propuesta científica. La pregunta es qué tan ortodoxa es esa interpretación en los círculos científicos. Al respecto, yo tengo mis serias dudas.
Creo que, en el fondo, nuestras diferencia se reducen a que usted tiene una visión utópica extrema, que usted describe así: "Veremos y viviremos en un mundo plenamente amoroso, dadivoso, próspero, cuando nos hayamos puesto todos las gafas de la cosmovisión holística. Entonces la paz no nos parecerá una meta, sino un punto natural de partida". A usted le gustaría que la ciencia respaldara esa visión utópica.
Yo, por otra parte, percibo claramente que las cosas no son como deben ser. Eso no quiere decir que yo crea que el statu quo está bien. Pero yo uso la ciencia, no para justificar el mundo en el que deberíamos vivir, sino para entender el mundo en el que vivimos en la realidad. La ciencia es un instrumento de transformación en cuanto nos dice cómo podemos, dadas las restricciones del mundo real, utilizarlas para transformar la realidad. Pero la utopía no la pone la ciencia, sino nosotros, seres humanos que no somos más que simios levantados, y no ángeles caídos.
Referencias
Baumeister, Roy, Paul Bloom, Joshua Greene et ál. (2010), "Consensus Statement: A Statement of Consensus Reached Among Participants at the Edge The New Science of Morality Conference", Washington, CT, June 20-22, 2010. http://www.edge.org/3rd_culture/morality10/morality_consensus.html.
Kandel, Eric R. (2006), In Search of Memory: The Emergence of a New Science of Mind, New York: W. W. Norton and Co.
Pribram, Karl (2007), "Holonomic Brain Theory", Scholarpedia, 2(5):2735, http://www.scholarpedia.org/article/Holonomic_brain_theory.
Querido Fernando:
Gracias por llamar mi atención sobre sus comentarios en mi blog. No los había leído. Nos darán tema para una interesante discusión. Como es costumbre, en términos generales estoy en desacuerdo con usted. Usted comienza citando una autoridad reconocida: Karl Pribram. Él está lejos de ser un charlatán. La cuestión es si usted lo está interpretando adecuadamente.
Según usted, la teoría holonómica del cerebro de Pribram explicaría por lo menos tres cosas:
- El "fracaso" de la neurofisiología al intentar "reducir el pensamiento a neuronas".
- El "fracaso" de la neurofisiología al intentar "localizar las funciones cognitivas y psicológicas en ciertas zonas fijas de tejidos".
- Que el cerebro no es la fuente de la conciencia. Según usted, esta aseveración es de Pribram.
Naturalmente, yo no soy ningún experto en la teoría holonómica del cerebro, pero no me parece claro que de esa teoría se puedan sacar las conclusiones que usted saca. He leído cuidadosamente la explicación que Pribram (2007) hace de su teoría, y no veo nada en ella que permita llegar a las conclusiones que usted saca.
Yo qué veo. Primero, que la neurociencia no ha fracasado al intentar "reducir el pensamiento a neuronas". Por el contrario, pienso que esa es la posición ortodoxa, compartida por la mayoría de neurocientíficos. Kandel (2006, p. 378), premio Nobel por sus estudios sobre el cerebro y la memoria, escribe que "hoy, la mayoría de los filósofos de la mente concuerdan en que lo que llamamos conciencia se deriva del cerebro físico". La dificultad está en que "algunos no coinciden con Crick en si ella podrá alguna vez ser estudiada científicamente". Más aún, Kandel (2006, p. 421) escribe que "yo señalé que todos los procesos mentales, desde los más prosaicos hasta los más sublimes, emanan del cerebro. [...] Desde los años 1980 la forma en la cual la mente y el cerebro deben ser unidos se ha vuelto más clara". Por lo tanto, yo no veo ningún fracaso de la neurociencia en reducir la mente al cerebro. Por el contrario, es fácil encontrar referencias de que esa es la posición ortodoxa.
Segundo, yo no veo que sea un propósito de la neurociencia "intentar localizar las funciones cognitivas y psicológicas en ciertas zonas fijas de tejidos". Por lo tanto, juzgar a la neurociencia por su "fracaso" en establecer esa localización me parece equivocado. Hasta usted admite que "se ha demostrado que ciertas zonas del cerebro se especializan en una funciones y otras en otras", pero yo no voy a blandir ese hecho en contra de usted. No veo por qué la neurociencia tiene que estar en principio comprometida con la localización funcional. Por el contrario, creo que, así como hay evidencia de que muchas funciones están localizadas, también hay evidencia de que muchas otras no lo están. Voy a mencionar tres ejemplos de esto último.
En primer lugar, Kandel (2006, p. 388) (perdón si cito esta referencia muy a menudo, pero no tengo a la mano todos mis libros de neurociencia, con los cuales podría citar otras referencias) menciona unos estudios que "también apoyan la idea de Crick y Koch de que, en la percepción, distintas áreas del cerebro están correlacionadas con una percepción (awareness) consciente e inconsciente de un estímulo" (énfasis añadido. Nótese la dificultad en traducir awareness).
En segundo lugar, hablando de la comprensión de la memoria, Kandel (2006, p. 423) es claro en afirmar que, para hacer avances en ese sentido, será necesario pasar del estudio de las partes constituyentes del cerebro al estudio del funcionamiento del cerebro como un sistema, es decir, como un todo. En otras palabras, parece ser que todo el cerebro tiene que ver con la función de la memoria.
En tercer lugar, un conjunto de científicos cuyo tema de investigación versa sobre las bases neuronales de la moral, reunidos para tratar de definir un consenso sobre el estado del arte en la materia, concluyeron, entre otras cosas, que muchas áreas del cerebro son utilizadas para el conocimiento moral, y que no hay un "centro moral" en el cerebro (Baumeister et ál., 2010).
En síntesis, el hecho de que la neurociencia no haya sido capaz de vincular ciertas áreas del cerebro con ciertas funciones mentales no quiere decir que la neurociencia haya fracasado. Cuando se ataca a la neurociencia por no haber logrado ese objetivo, se la está atacando por no alcanzar un objetivo que no tiene.
En tercer lugar, usted afirma que Pribram dice que el cerebro no es la fuente de la conciencia. Yo no sé si Pribram dice eso. En lo poco que he podido leer de ese autor, no hay una aseveración siquiera similar. Pero usted ciertamente sí cree eso. Esa creencia, por una parte, va en contravía de la posición ortodoxa en neurociencia en la actualidad (ver mis comentarios en el punto uno), y, por otra, es la primera de una serie de afirmaciones temerarias que usted hace. Las voy a listar de la siguiente manera:
- La mente no es el cerebro.
- El mundo no "está afuera".
- No somos nada más que un animal entre otros, es decir, somos más que un animal sometido a las leyes de la biología.
- La conciencia precede a la materia.
- La imagen del cerebro como un holograma es más correcta que la imagen de un cerebro hecho de partes como una máquina de piezas.
- Las anteriores afirmaciones están respaldadas por la "más estricta investigación científica".
Creo que esas seis afirmaciones son, para describirlas en una sola palabra, falsas. La única de esas afirmaciones para la cual usted cita evidencia científica es la afirmación 5, y esa afirmación está explícitamente desmentida por el autor que usted cita para respaldarse. El propio Pribram (2007) señala que "hay cuatro malas concepciones sobre la aplicación de las teorías holográficas y holonómicas --esto es, los procedimientos holonómicos-- a la función cerebral", una de las cuales sería que "la transformación de Fourier está globalmente distribuida a través de toda la corteza cerebral. Esto ha llevado a afirmaciones equivocadas tales como 'el cerebro es un holograma'. Solo un proceso cerebral particular es holonómico, el que tiene lugar en las transacciones que ocurren en su red de fibras finas".
Para ser enteramente justo, Pribram (2007) sí escribe algo que se aproxima a su posición. Él escribe que (voy a dejar la cita en el inglés original) "holographic and holonomic processes are truly “holistic” in that they spread patterns everywhere and everywhen to entangle the parts with one another. In this domain, space and time no longer exist and therefore neither does “causality” in Aristotle’s sense of “efficient causation”. This relation between cause and effect has served well as the coin of much of current science and the philosophy of science. However, Aristotle’s more comprehensive formal or formative causation is more appropriate to descriptions of more complex orders such as language and those composed by holographic and holonomic brain processes. Holism in this form is related to “holy” and “healthy”. My hope has been that as scientists begin to understand and accept the validity of holonomic processes as truly scientific, this understanding will help resolve the current estrangement between the sciences and the humanities, and between sophisticated pursuits of science and sophisticated pursuits of religion".
De esta manera, Pribram no es ajeno a una interpretación mística de su propuesta científica. La pregunta es qué tan ortodoxa es esa interpretación en los círculos científicos. Al respecto, yo tengo mis serias dudas.
Creo que, en el fondo, nuestras diferencia se reducen a que usted tiene una visión utópica extrema, que usted describe así: "Veremos y viviremos en un mundo plenamente amoroso, dadivoso, próspero, cuando nos hayamos puesto todos las gafas de la cosmovisión holística. Entonces la paz no nos parecerá una meta, sino un punto natural de partida". A usted le gustaría que la ciencia respaldara esa visión utópica.
Yo, por otra parte, percibo claramente que las cosas no son como deben ser. Eso no quiere decir que yo crea que el statu quo está bien. Pero yo uso la ciencia, no para justificar el mundo en el que deberíamos vivir, sino para entender el mundo en el que vivimos en la realidad. La ciencia es un instrumento de transformación en cuanto nos dice cómo podemos, dadas las restricciones del mundo real, utilizarlas para transformar la realidad. Pero la utopía no la pone la ciencia, sino nosotros, seres humanos que no somos más que simios levantados, y no ángeles caídos.
Referencias
Baumeister, Roy, Paul Bloom, Joshua Greene et ál. (2010), "Consensus Statement: A Statement of Consensus Reached Among Participants at the Edge The New Science of Morality Conference", Washington, CT, June 20-22, 2010. http://www.edge.org/3rd_culture/morality10/morality_consensus.html.
Kandel, Eric R. (2006), In Search of Memory: The Emergence of a New Science of Mind, New York: W. W. Norton and Co.
Pribram, Karl (2007), "Holonomic Brain Theory", Scholarpedia, 2(5):2735, http://www.scholarpedia.org/article/Holonomic_brain_theory.
Friday, March 4, 2011
11-03-04: ¿Qué es ser liberal?
Discutamos qué es ser liberal. Una forma divertida de hacerlo es contrastar la posición liberal contra una serie de principios conservadores. Para tal fin, escojo los principios conservadores según los expone Kirk (2009).
El primer principio es:
El conservador cree en la existencia de un orden moral perdurable.
¿En qué no cree el liberal? ¿En la existencia de un orden moral? ¿O en que el orden moral no es perdurable? Naturalmente, los liberales creen en un orden moral. Quizás no sea el mismo de los conservadores, pero naturalmente creen en un orden moral.
La concepción moral de los liberales quizás se puede resumir en la noción de que, en caso de conflicto entre el interés particular y el interés colectivo, prima éste último. Para los conservadores, en cambio, el interés particular es supremo, y la existencia del interés colectivo es cuestionable.
Kirk (2009, p. 43) anota que "el conservador cree que todas las cuestiones sociales, en el fondo, no son más que asuntos de moral privada. Bien entendida, esta afirmación es rotundamente cierta". Naturalmente, los liberales piensan lo contrario: la moralidad privada es secundaria frente a la moralidad pública o colectiva. Para el liberal, la moralidad conservadora es estrecha y pacata.
Lo anterior es consecuencia de que los conservadores tienden a resaltar la primacía del individuo, es decir, tienden a argumentar que el individuo es más importante que la sociedad, mientras que los liberales tienden a resaltar la primacía de la sociedad, es decir, tienden a argumentar que la sociedad es más importante que el individuo.
Los liberales quizás crean, además, que el orden moral no es perdurable. Kirk (2009, p. 43) afirma que, para los conservadores, "las verdades morales son inalterables". En consecuencia, para el liberal, el conservador es un dogmático moral. La moralidad conservadora es fundamentalista, entre otras razones porque los conservadores son más propensos a aceptar las razones morales de la religión.
Frente al conservador, el liberal puede parecer un relativista moral, aunque hay muchos liberales que hacen énfasis en diversos aspectos universales de la moral. El liberal tiende a aceptar más fácilmente el razonamiento moral utilitario y consecuencialista.
El segundo es:
El conservador abraza las costumbres, las convenciones y la continuidad.
Este es un punto de clara diferencia. El liberal, claramente, no las abraza. El liberal no ve mérito per se en la tradición. La tradición puede y debe ser cuestionada. Las cosas se deben hacer por una razón, y la tradición no es una razón suficiente. Si la razón no está clara, no hay por qué hacer las cosas de una determinada manera. Los liberales acogen, valoran y promueven el cambio. La razón es simple: los liberales están insatisfechos con el statu quo, mientras que los conservadores se sienten conformes con él. Se puede decir que los conservadores son optimistas, o por lo menos conformistas, con respecto al orden social existente. Los liberales, por el contrario, son pesimistas con respecto al orden social existente, y creen, por lo tanto, que hay que cambiarlo. No es casual que un intelectual de izquierda como Tony Judt (2010), al juzgar el orden social existente, titule su análisis Algo va mal (Ill Fares the Land). Un conservador, por el contrario, señalaría que no todo es terrible. Sin mucha exageración, los conservadores comparten la opinión del doctor Pangloss, de creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Para los conservadores, todo intento de cambio se basa en la búsqueda de una utopía, y toda búsqueda de utopías está destinada al fracaso. Kirk (2009, p. 47) escribe que: "Aspirar a la utopía es dirigirse hacia el desastre". ¿La razón? "No hemos sido creados para la perfección". Como veremos más abajo, la posición anti-utópica de los conservadores surge de su profundo pesimismo antropológico. La palabra más temida en el léxico conservador es "revolución". Los liberales tampoco abrazan sin reservas esa palabra, pero sí se podría decir que una de las palabras más apreciadas en el léxico liberal es "evolución", que, en su sentido más estricto, significa cambio.
El tercero es:
Los conservadores creen en lo que podríamos llamar el principio normativo.
Esto quiere decir que los conservadores "subrayan la importancia de las normas" (Kirk, 2009, p. 45, énfasis en el original). Para los liberales, por el contrario, las personas están por encima de las normas. Las normas pueden ser cuestionadas, derogadas y, si el bien mayor lo exige, violadas. Las normas se evalúan por el bien que causan, y su existencia no les otorga una dignidad sacrosanta.
El cuarto es:
Los conservadores se guían por el principio de la prudencia.
Los liberales no. La prudencia, por sí sola, conduce a la inmovilidad y al mantenimiento del statu quo. La prudencia es un principio típico de la vejez, cuando los seres humanos ya no están dispuestos a asumir riesgos. No es natural querer aplicar ese principio a toda la vida. Es natural que los niños y los jóvenes arriesguen y exploren. Por tanto, los liberales hacen un balance entre el arrojo y la prudencia. Los liberales no hacen de la prudencia un valor supremo, sino que lo constrastan con otros.
El quinto es:
Los conservadores atienden al principio de la diversidad.
Esta es una forma curiosa de poner las cosas. Los conservadores no atienden al principio de la diversidad. Lo que pasa es que los conservadores, por decir lo menos, no valoran la igualdad, especialmente la económica. Kirk (2009, p. 47) escribe que: "la igualación económica no es compatible con el progreso económico". Desde mi punto de vista, aceptar la desigualdad económica no es lo mismo que atender al principio de la diversidad. Dado el apego conservador a las ideas de autoridad y orden, los conservadores no aprecian la diversidad social. Los liberales, por el contrario, son tolerantes de la diversidad en los proyectos y estilos de vida. Por lo menos en términos sociales, los liberales son mucho más tolerantes a un ambiente diverso y, por qué no decirlo, hasta caótico y anárquico. Pero esa situación se invierte cuando ya no estamos hablando en términos sociales, sino económicos. En este caso, los conservadores son los anárquicos, y los liberales los intervencionistas. Se puede decir, en resumen, que los liberales son igualitarios en lo económico pero no en lo social, mientras que los conservadores son igualitarios en lo social, pero no en lo económico.
El sexto es:
Los conservadores no pueden excederse, dado su apego al principio de imperfectibilidad.
Kirk (2009, p. 47) escribe que "Los conservadores bien saben que la naturaleza humana presenta graves deficiencias. El hombre es un ser imperfecto, y porque lo es, la creación de un orden social perfecto es una imposibilidad". En síntesis, los conservadores son antropológicamente pesimistas. Esto tiene la consecuencia paradójica de que los conservadores son socialmente optimistas, en el sentido de que creen que el mundo en el que vivimos es el mejor mundo en el que podemos vivir: no podemos pedirle más a la naturaleza humana.
Para los conservadores, la imperfectibilidad humana obliga a cada individuo a tener que luchar contra sus propias fallas y limitaciones. Ese es el papel de la moral. Un individuo es inmoral cuando no es capaz de imponerse frente a sus propias debilidades. Por eso, un "verdadero" conservador "no puede excederse", porque eso significaría ceder frente a las propias debilidades. Por eso "todas las cuestiones sociales, en el fondo, no son más que asuntos de moral privada". El liberal, por el contrario, tiende a no ser demasiado severo frente a las debilidades humanas, porque juzga que la naturaleza humana no es algo que deba lamentarse, sino disfrutarse. El liberal juzga, además, que la naturaleza humana es altamente maleable, y que la educación y el afecto juegan un papel muy importante en el control de los aspectos más indeseables de la naturaleza humana. En síntesis, el liberal no comparte el pesimismo antropológico de los conservadores.
El séptimo es:
Los conservadores están convencidos de que la libertad y la propiedad están estrechamente relacionadas.
Los conservadores ven la propiedad en la base de la civilización. Kirk (2009, p. 47) escribe que: "Las grandes civilizaciones se han levantado sobre la base de la propiedad privada". Los liberales no ven un vínculo tan estrecho entre libertad y propiedad, y no idealizan tanto el papel de la propiedad en la historia de la humanidad. Los conservadores creen que el acceso desigual a la propiedad es el resultado de procesos en su mayoría justos, y que la desigualdad económica que este acceso desigual a la propiedad genera no solo no es preocupante, sino que es deseable, en cuanto provee los incentivos para que quienes están en la parte baja de la pirámide se esfuercen por progresar. Los liberales creen que las condiciones de acceso a la propiedad no siempre han sido igualitarias, y que la desigualdad económica, en cualquier caso, es lamentable. Los liberales tienden a aceptar una distinción entre libertad formal y libertad real, es decir, opinan que no hay una libertad real si no se poseen los medios para disponer de una cierta holgura económica, y que hay una responsabilidad social en otorgar los medios económicos a quienes carecen de ellos. Los conservadores ven en la tributación un robo que el Estado les hace a los individuos, una violación al principio de "conservar el fruto del propio trabajo" (Kirk, 2009, p. 48). De otra parte, no ven que haya una responsabilidad social en otorgar los medios económicos a quienes carecen de ellos. Por el contrario, la responsabilidad es individual: cada individuo es, y debe ser, responsable de velar por sí mismo. Desde el punto de vista conservador, remover esa responsabilidad individual es profundamente paternalista y, en últimas, inmoral: la prueba más básica de que un ser humano ha madurado es que puede valerse por sí mismo.
El octavo es:
Los conservadores apoyan las comunidades voluntariamente consentidas, en la misma medida en que se oponen al colectivismo involuntario.
Los conservadores creen que la forma correcta de toma de decisiones colectivas, por lo menos en principio, es el consenso. Desde el punto de vista conservador, el consenso tiene dos virtudes. La primera es que el consenso respeta las preferencias individuales. Si una decisión se toma por consenso, se puede decir que es una decisión colectiva que se acepta voluntariamente en el plano individual. Con el método del consenso, si un individuo no acepta una decisión colectiva, siempre tiene la oportunidad de vetarla. Por lo tanto, con el método del consenso una decisión colectiva nunca puede ir en contra de los intereses de ningún individuo.
Esta propiedad es exclusiva del método del consenso. Cualquier otro método de toma de decisiones colectivas implica que las preferencias de algunos individuos pueden ser violentadas. En otras palabras, cualquier otro método de toma de decisiones implica algún grado de coerción sobre algún subconjunto de individuos. Desde el punto de vista conservador, esa coerción es inaceptable, porque viola los derechos de los individuos de esa minoría.
La segunda virtud del método del consenso, por lo menos a ojos de los conservadores, es que éste genera una tendencia a preservar el statu quo. Dicho de otra manera, los conservadores prefieren dejar las cosas como están a imponer una decisión colectiva sobre una minoría. Para los liberales, por el contrario, no es obvio que una minoría deba tener el poder de vetar los procesos de cambio que una mayoría acuerda.
La noción de que los conservadores apoyan las decisiones comunitarias siempre que éstas sean voluntariamente consentidas explica el rechazo de los conservadores al Estado. Según los conservadores, el Estado no puede imponerles obligaciones a los individuos. Para el conservador, el individuo está por encima del Estado. Para el liberal, ocurre lo contrario. La comunidad está por encima del individuo, y la voluntad comunal se expresa a través del Estado. Por lo tanto, el Estado tiene el derecho de imponer sus decisiones sobre la minoría de individuos que no las aceptan.
El noveno es:
Los conservadores entienden que es necesario poner prudente freno al poder y las pasiones humanas.
Me es difícil aceptar que este principio, por lo menos en lo que tiene que ver con el prudente freno al poder, es caracterizadamente conservador. Detrás de este principio está la idea de que el poder absoluto es corruptor, y de que, por tanto, debe haber división de poderes. La cuestión es si la aversión al poder absoluto es liberal o conservadora. Cuando inicialmente se planteó la división de poderes, la amenaza del poder absoluto provenía principalmente de regímenes monárquicos, y la actitud conservadora en ese momento era preservar la monarquía. Lo liberal era defender la división de poderes. Hoy, la amenaza del poder absoluto, en algunos casos, ha provenido de regímenes de izquierda. Es legítimo entender que un conservador está en contra de Estados que reclaman poderes absolutos con la excusa de que representan la voluntad popular, pero los liberales, aunque sí aceptan que la voluntad popular les otorga a los Estados un mandato para la acción, no necesariamente aceptan que el poder del Estado tenga que ser absoluto. En principio, la idea de los derechos individuales, y en particular la idea de los derechos individuales frente al Estado, es una idea liberal.
El décimo y último es:
Los conservadores inteligentes comprenden que una sociedad vigorosa requiere el reconocimiento y conciliación de los permanente y lo mutable.
Yo diría que este principio es seguido, no por los conservadores inteligentes, sino por las personas inteligentes. Yo no diría que este principio es conservador o liberal, sino un simple principio de sensatez.
Referencias
Judt, Tony (2010), Algo va mal, Taurus.
Kirk, Russell (César Vidal, editor) (2009), Qué significa ser conservador: (en 15 lecciones), Madrid: Ciudadelalibros.
El primer principio es:
El conservador cree en la existencia de un orden moral perdurable.
¿En qué no cree el liberal? ¿En la existencia de un orden moral? ¿O en que el orden moral no es perdurable? Naturalmente, los liberales creen en un orden moral. Quizás no sea el mismo de los conservadores, pero naturalmente creen en un orden moral.
La concepción moral de los liberales quizás se puede resumir en la noción de que, en caso de conflicto entre el interés particular y el interés colectivo, prima éste último. Para los conservadores, en cambio, el interés particular es supremo, y la existencia del interés colectivo es cuestionable.
Kirk (2009, p. 43) anota que "el conservador cree que todas las cuestiones sociales, en el fondo, no son más que asuntos de moral privada. Bien entendida, esta afirmación es rotundamente cierta". Naturalmente, los liberales piensan lo contrario: la moralidad privada es secundaria frente a la moralidad pública o colectiva. Para el liberal, la moralidad conservadora es estrecha y pacata.
Lo anterior es consecuencia de que los conservadores tienden a resaltar la primacía del individuo, es decir, tienden a argumentar que el individuo es más importante que la sociedad, mientras que los liberales tienden a resaltar la primacía de la sociedad, es decir, tienden a argumentar que la sociedad es más importante que el individuo.
Los liberales quizás crean, además, que el orden moral no es perdurable. Kirk (2009, p. 43) afirma que, para los conservadores, "las verdades morales son inalterables". En consecuencia, para el liberal, el conservador es un dogmático moral. La moralidad conservadora es fundamentalista, entre otras razones porque los conservadores son más propensos a aceptar las razones morales de la religión.
Frente al conservador, el liberal puede parecer un relativista moral, aunque hay muchos liberales que hacen énfasis en diversos aspectos universales de la moral. El liberal tiende a aceptar más fácilmente el razonamiento moral utilitario y consecuencialista.
El segundo es:
El conservador abraza las costumbres, las convenciones y la continuidad.
Este es un punto de clara diferencia. El liberal, claramente, no las abraza. El liberal no ve mérito per se en la tradición. La tradición puede y debe ser cuestionada. Las cosas se deben hacer por una razón, y la tradición no es una razón suficiente. Si la razón no está clara, no hay por qué hacer las cosas de una determinada manera. Los liberales acogen, valoran y promueven el cambio. La razón es simple: los liberales están insatisfechos con el statu quo, mientras que los conservadores se sienten conformes con él. Se puede decir que los conservadores son optimistas, o por lo menos conformistas, con respecto al orden social existente. Los liberales, por el contrario, son pesimistas con respecto al orden social existente, y creen, por lo tanto, que hay que cambiarlo. No es casual que un intelectual de izquierda como Tony Judt (2010), al juzgar el orden social existente, titule su análisis Algo va mal (Ill Fares the Land). Un conservador, por el contrario, señalaría que no todo es terrible. Sin mucha exageración, los conservadores comparten la opinión del doctor Pangloss, de creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Para los conservadores, todo intento de cambio se basa en la búsqueda de una utopía, y toda búsqueda de utopías está destinada al fracaso. Kirk (2009, p. 47) escribe que: "Aspirar a la utopía es dirigirse hacia el desastre". ¿La razón? "No hemos sido creados para la perfección". Como veremos más abajo, la posición anti-utópica de los conservadores surge de su profundo pesimismo antropológico. La palabra más temida en el léxico conservador es "revolución". Los liberales tampoco abrazan sin reservas esa palabra, pero sí se podría decir que una de las palabras más apreciadas en el léxico liberal es "evolución", que, en su sentido más estricto, significa cambio.
El tercero es:
Los conservadores creen en lo que podríamos llamar el principio normativo.
Esto quiere decir que los conservadores "subrayan la importancia de las normas" (Kirk, 2009, p. 45, énfasis en el original). Para los liberales, por el contrario, las personas están por encima de las normas. Las normas pueden ser cuestionadas, derogadas y, si el bien mayor lo exige, violadas. Las normas se evalúan por el bien que causan, y su existencia no les otorga una dignidad sacrosanta.
El cuarto es:
Los conservadores se guían por el principio de la prudencia.
Los liberales no. La prudencia, por sí sola, conduce a la inmovilidad y al mantenimiento del statu quo. La prudencia es un principio típico de la vejez, cuando los seres humanos ya no están dispuestos a asumir riesgos. No es natural querer aplicar ese principio a toda la vida. Es natural que los niños y los jóvenes arriesguen y exploren. Por tanto, los liberales hacen un balance entre el arrojo y la prudencia. Los liberales no hacen de la prudencia un valor supremo, sino que lo constrastan con otros.
El quinto es:
Los conservadores atienden al principio de la diversidad.
Esta es una forma curiosa de poner las cosas. Los conservadores no atienden al principio de la diversidad. Lo que pasa es que los conservadores, por decir lo menos, no valoran la igualdad, especialmente la económica. Kirk (2009, p. 47) escribe que: "la igualación económica no es compatible con el progreso económico". Desde mi punto de vista, aceptar la desigualdad económica no es lo mismo que atender al principio de la diversidad. Dado el apego conservador a las ideas de autoridad y orden, los conservadores no aprecian la diversidad social. Los liberales, por el contrario, son tolerantes de la diversidad en los proyectos y estilos de vida. Por lo menos en términos sociales, los liberales son mucho más tolerantes a un ambiente diverso y, por qué no decirlo, hasta caótico y anárquico. Pero esa situación se invierte cuando ya no estamos hablando en términos sociales, sino económicos. En este caso, los conservadores son los anárquicos, y los liberales los intervencionistas. Se puede decir, en resumen, que los liberales son igualitarios en lo económico pero no en lo social, mientras que los conservadores son igualitarios en lo social, pero no en lo económico.
El sexto es:
Los conservadores no pueden excederse, dado su apego al principio de imperfectibilidad.
Kirk (2009, p. 47) escribe que "Los conservadores bien saben que la naturaleza humana presenta graves deficiencias. El hombre es un ser imperfecto, y porque lo es, la creación de un orden social perfecto es una imposibilidad". En síntesis, los conservadores son antropológicamente pesimistas. Esto tiene la consecuencia paradójica de que los conservadores son socialmente optimistas, en el sentido de que creen que el mundo en el que vivimos es el mejor mundo en el que podemos vivir: no podemos pedirle más a la naturaleza humana.
Para los conservadores, la imperfectibilidad humana obliga a cada individuo a tener que luchar contra sus propias fallas y limitaciones. Ese es el papel de la moral. Un individuo es inmoral cuando no es capaz de imponerse frente a sus propias debilidades. Por eso, un "verdadero" conservador "no puede excederse", porque eso significaría ceder frente a las propias debilidades. Por eso "todas las cuestiones sociales, en el fondo, no son más que asuntos de moral privada". El liberal, por el contrario, tiende a no ser demasiado severo frente a las debilidades humanas, porque juzga que la naturaleza humana no es algo que deba lamentarse, sino disfrutarse. El liberal juzga, además, que la naturaleza humana es altamente maleable, y que la educación y el afecto juegan un papel muy importante en el control de los aspectos más indeseables de la naturaleza humana. En síntesis, el liberal no comparte el pesimismo antropológico de los conservadores.
El séptimo es:
Los conservadores están convencidos de que la libertad y la propiedad están estrechamente relacionadas.
Los conservadores ven la propiedad en la base de la civilización. Kirk (2009, p. 47) escribe que: "Las grandes civilizaciones se han levantado sobre la base de la propiedad privada". Los liberales no ven un vínculo tan estrecho entre libertad y propiedad, y no idealizan tanto el papel de la propiedad en la historia de la humanidad. Los conservadores creen que el acceso desigual a la propiedad es el resultado de procesos en su mayoría justos, y que la desigualdad económica que este acceso desigual a la propiedad genera no solo no es preocupante, sino que es deseable, en cuanto provee los incentivos para que quienes están en la parte baja de la pirámide se esfuercen por progresar. Los liberales creen que las condiciones de acceso a la propiedad no siempre han sido igualitarias, y que la desigualdad económica, en cualquier caso, es lamentable. Los liberales tienden a aceptar una distinción entre libertad formal y libertad real, es decir, opinan que no hay una libertad real si no se poseen los medios para disponer de una cierta holgura económica, y que hay una responsabilidad social en otorgar los medios económicos a quienes carecen de ellos. Los conservadores ven en la tributación un robo que el Estado les hace a los individuos, una violación al principio de "conservar el fruto del propio trabajo" (Kirk, 2009, p. 48). De otra parte, no ven que haya una responsabilidad social en otorgar los medios económicos a quienes carecen de ellos. Por el contrario, la responsabilidad es individual: cada individuo es, y debe ser, responsable de velar por sí mismo. Desde el punto de vista conservador, remover esa responsabilidad individual es profundamente paternalista y, en últimas, inmoral: la prueba más básica de que un ser humano ha madurado es que puede valerse por sí mismo.
El octavo es:
Los conservadores apoyan las comunidades voluntariamente consentidas, en la misma medida en que se oponen al colectivismo involuntario.
Los conservadores creen que la forma correcta de toma de decisiones colectivas, por lo menos en principio, es el consenso. Desde el punto de vista conservador, el consenso tiene dos virtudes. La primera es que el consenso respeta las preferencias individuales. Si una decisión se toma por consenso, se puede decir que es una decisión colectiva que se acepta voluntariamente en el plano individual. Con el método del consenso, si un individuo no acepta una decisión colectiva, siempre tiene la oportunidad de vetarla. Por lo tanto, con el método del consenso una decisión colectiva nunca puede ir en contra de los intereses de ningún individuo.
Esta propiedad es exclusiva del método del consenso. Cualquier otro método de toma de decisiones colectivas implica que las preferencias de algunos individuos pueden ser violentadas. En otras palabras, cualquier otro método de toma de decisiones implica algún grado de coerción sobre algún subconjunto de individuos. Desde el punto de vista conservador, esa coerción es inaceptable, porque viola los derechos de los individuos de esa minoría.
La segunda virtud del método del consenso, por lo menos a ojos de los conservadores, es que éste genera una tendencia a preservar el statu quo. Dicho de otra manera, los conservadores prefieren dejar las cosas como están a imponer una decisión colectiva sobre una minoría. Para los liberales, por el contrario, no es obvio que una minoría deba tener el poder de vetar los procesos de cambio que una mayoría acuerda.
La noción de que los conservadores apoyan las decisiones comunitarias siempre que éstas sean voluntariamente consentidas explica el rechazo de los conservadores al Estado. Según los conservadores, el Estado no puede imponerles obligaciones a los individuos. Para el conservador, el individuo está por encima del Estado. Para el liberal, ocurre lo contrario. La comunidad está por encima del individuo, y la voluntad comunal se expresa a través del Estado. Por lo tanto, el Estado tiene el derecho de imponer sus decisiones sobre la minoría de individuos que no las aceptan.
El noveno es:
Los conservadores entienden que es necesario poner prudente freno al poder y las pasiones humanas.
Me es difícil aceptar que este principio, por lo menos en lo que tiene que ver con el prudente freno al poder, es caracterizadamente conservador. Detrás de este principio está la idea de que el poder absoluto es corruptor, y de que, por tanto, debe haber división de poderes. La cuestión es si la aversión al poder absoluto es liberal o conservadora. Cuando inicialmente se planteó la división de poderes, la amenaza del poder absoluto provenía principalmente de regímenes monárquicos, y la actitud conservadora en ese momento era preservar la monarquía. Lo liberal era defender la división de poderes. Hoy, la amenaza del poder absoluto, en algunos casos, ha provenido de regímenes de izquierda. Es legítimo entender que un conservador está en contra de Estados que reclaman poderes absolutos con la excusa de que representan la voluntad popular, pero los liberales, aunque sí aceptan que la voluntad popular les otorga a los Estados un mandato para la acción, no necesariamente aceptan que el poder del Estado tenga que ser absoluto. En principio, la idea de los derechos individuales, y en particular la idea de los derechos individuales frente al Estado, es una idea liberal.
El décimo y último es:
Los conservadores inteligentes comprenden que una sociedad vigorosa requiere el reconocimiento y conciliación de los permanente y lo mutable.
Yo diría que este principio es seguido, no por los conservadores inteligentes, sino por las personas inteligentes. Yo no diría que este principio es conservador o liberal, sino un simple principio de sensatez.
Referencias
Judt, Tony (2010), Algo va mal, Taurus.
Kirk, Russell (César Vidal, editor) (2009), Qué significa ser conservador: (en 15 lecciones), Madrid: Ciudadelalibros.
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