Un buen amigo mío, Jorge Eduardo Castro, a quien conocí hace varios años haciendo campaña política por Noemí Sanín, anda ahora en la onda de defender muy vocalmente las ideas libertarias. Yo no soy libertario, y en alguna parte escribí que los libertarios son mis "enemigos intelectuales". Jorge se preguntó entonces que él y yo qué veníamos siendo. "Amigos", pensé yo, pero no intelectuales. Quisiera explicar aquí las razones de mi desacuerdo con Jorge.
Los libertarios afirman que el valor por excelencia de una sociedad es la libertad. Esta idea, puesta así, no es muy controversial. Pero hay que entenderla en todo su contenido para ver por qué puede ser objeto de polémica. En primer lugar, los libertarios hablan de libertad entendida como libertad individual. Son los individuos los que deben gozar de la máxima libertad posible. Los individuos no son libres si se ven obligados a hacer cosas, o a no hacerlas. Los individuos solo son libres si sus acciones son voluntarias.
Esta noción de la voluntariedad de las acciones individuales es de suma importancia para los libertarios. Es con base en ella que los libertarios afirman que todo esfuerzo social, todo esfuerzo cooperativo, debe ser el resultado del consentimiento de las partes. Todo esfuerzo cooperativo debe ser el resultado de participaciones individuales voluntarias. Lo social debe respetar la voluntad individual. El individuo está primero que la sociedad. Por eso los libertarios privilegian mecanismos que favorecen la voluntariedad de las acciones individuales: el consenso en la arena política (defendido en especial por Buchanan) y el mercado en la arena económica (defendido en especial por Hayek).
Los libertarios afirman que la principal amenaza a la libertad individual es el Estado. Esta amenaza proviene de las facultades coercitivas que son inherentes a la función estatal. Por ejemplo, el Estado puede hacer tributar a los ciudadanos, incluso cuando éstos no han dado su consentimiento expreso para ser gravados. Puede que ese "consentimiento" haya surgido de una "voluntad popular" expresada en un cuerpo colegiado popularmente elegido, pero eso no es suficiente para los libertarios. De hecho, lo que harán los libertarios es negar que existe una "voluntad popular": los únicos que tienen una voluntad son los individuos. No hay una cosa tal como la voluntad "popular". Dado que el Estado puede obligar a los individuos a hacer cosas, o a no hacerlas, se convierte en la principal amenaza sobre la voluntariedad de las acciones individuales.
Los libertarios afirman que la principal justificación para que el Estado pueda inmiscuirse en las vidas de los individuos es la justicia social. La noción de justicia social implica que los individuos tenemos responsabilidades sociales, que somos responsables, no solo de nuestra suerte, sino de la suerte de los demás. Habría, por lo tanto, una obligación moral de ayudar a los demás, en especial a los menos favorecidos.
Esta forma de pensar es aborrecida por los libertarios. Ellos no creen que los individuos tengan responsabilidades sociales. La única responsabilidad de un individuo es consigo mismo y, a lo sumo, con su familia. Los libertarios afirman que los individuos no pueden delegar la responsabilidad de su propio bienestar en el Estado. En suma, los libertarios niegan la importancia de la noción de justicia social. Es más, no hay valores propiamente sociales: la libertad es una libertad individual; si la justicia tiene que ser una justicia social, entonces ese concepto no existe. Igual cosa pasa con conceptos como la "voluntad popular" o el "bien común". Según los libertarios, esos conceptos sociales, en realidad, no existen.
En este sentido, los libertarios no solo afirman que la libertad individual es el valor social por excelencia. Lo que en realidad afirman es que la libertad individual es el único valor relevante. Según los libertarios, no es que haya una pluralidad de valores, dentro de los cuales el más destacado o importante es la libertad. No. Para ellos, la libertad es el único valor relevante. Es en este sentido que la posición libertaria aparece como extrema.
Se podría decir que las posiciones políticas son el resultado de balancear dos valores sociales fundamentales: la libertad y la justicia. Entre más se valore la justicia, más de izquierda se será. Entre más se valore la libertad, más de derecha se será. La extrema izquierda está dispuesta a acabar con la libertad con tal de implementar la justicia. La extrema derecha está dispuesta a enterrar la noción de justicia, para afirmar que solo existe la libertad. En esa posición están los libertarios.
Yo concuerdo con Isaiah Berlin en que en una sociedad sana hay una pluralidad de valores sociales. En este sentido, yo creo que uno no puede despreciar ni la libertad ni la justicia. Sin embargo, Berlin sugería que los valores eran inconmensurables e irreconciliables. En este sentido, encontrar el balance justo entre libertad y justicia sería muy complicado. Tal vez sea muy complicado, pero no imposible. John Rawls formuló una teoría de la justicia que, afirmando la primacía de la justicia para los arreglos sociales, no prescindía de la libertad: antes de ser justa, una sociedad debe ser libre. Pero lo más importante es que sea justa. Yo simpatizo con el esfuerzo rawlsiano y, aunque no concuerdo con todos sus detalles, creo en la urgencia de su llamado a una sociedad libre, pero, sobre todo, justa.
Hayek escribió que su argumento de que "en una sociedad de hombres libres cuyos miembros están autorizados para usar su propio conocimiento para sus propios propósitos el término 'justicia social' es totalmente carente de significado o contenido, es uno que por su propia naturaleza no puede ser probado". Este no es el lugar para entrar en discusiones técnicas, pero yo creo que lo que sí se puede probar es que la afirmación de que "el término 'justicia social' es totalmente carente de significado o contenido" es falsa. La justicia social es una noción que tiene sentido, y por esa razón los libertarios están equivocados.
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