Comencé a escribir este blog en 2007. En ese año hice muchas entradas. Luego, el número de entradas decayó. Uno podría decir que eso sucedió porque perdí el entusiasmo de publicar en mi blog. Nada más lejos de la verdad. Lo que sucedió fue que empecé a escribir un libro sobre ética y justicia, en el que ya llevo más de tres años y medio de intenso trabajo, que me robó mucho tiempo para escribir en mi blog.
Recibí muchos comentarios sobre mi libro. Me sugirieron partirlo en dos: la parte de ética y la parte de justicia. Tengo más lista la parte de justicia que la de ética, pero, al parecer, a pesar del apoyo que me brindó Carlos Caballero Argáez, el director de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, publicar cualquiera de las dos va a ser un ejercicio de persistencia que quizás exceda mi paciencia. En particular, he tenido que luchar contra la arrogancia intelectual de los académicos, en especial los economistas, que creen que demuestran su inteligencia diciéndole bruto a uno. Por eso es quizás irónico que yo haga esta entrada hoy tres de julio, día del economista.
Dado que publicar formalmente mi trabajo va, por decir lo menos, a tomar algo más de tiempo, he decidido publicar aquí un resumen de mis ideas sobre la justicia (si usted quiere leer el trabajo completo, tal como va hasta hoy, puede obtener una copia aquí). Son ideas académicas, con un sesgo economicista muy fuerte. Por tanto, quizás no sean lectura para todo el mundo. Pero espero que sí llamen la atención de todo aquel que tenga un interés formal en la justicia.
Mi trabajo se enmarca dentro del debate entre una sociedad libre y una sociedad justa. Como es bien conocido, el debate entre los principios de libertad y justicia es probablemente el principal debate político que existe. El debate entre la sociedad libre y la sociedad justa es el debate que, en términos políticos, separa a la derecha de la izquierda. Por lo tanto, creo que no me estoy metiendo en una discusión menor.
Una posición tradicional en economía, que yo llamaré la posición de la economía ortodoxa, se inclina fuertemente a favor de la sociedad libre. Un argumento típico de la economía ortodoxa es que la discusión sobre la sociedad justa es una discusión sobre juicios de valor, y que, por tanto, la economía, en cuanto ciencia, no tiene nada qué decir con respecto a la justicia. Muchos economistas célebres, como Friedrich von Hayek, James Buchanan o Milton Friedman, todos ellos premios Nobel de economía, se han puesto del lado de la sociedad libre.
Dentro del debate entre la sociedad libre y la sociedad justa, yo, basado en desarrollos recientes y no tan recientes de la teoría económica, desarrollos que puedo denominar de una economía alternativa, argumento a favor de una forma específica de sociedad justa.
Estos son los principales argumentos que planteo.
En primer lugar, la economía reinterpreta o formaliza el inmemorial debate entre libertad y justicia como un debate entre los criterios de eficiencia y equidad. La economía no supone que hay una contradicción intrínseca entre estos dos criterios. Por el contrario, la economía cree que estos dos criterios pueden ser alcanzados simultáneamente (esta es una de las principales consecuencias de los dos teoremas fundamentales del bienestar). Aunque la economía ortodoxa es ligera con el lenguaje, pues frecuentemente confunde la eficiencia con la optimalidad (piense en el criterio de "optimalidad" de Pareto, que apropiadamente debería llamarse criterio de "eficiencia" de Pareto), yo reservo el uso de la palabra "optimalidad" para describir las situaciones en las cuales la eficiencia y la equidad se alcanzan simultáneamente.
En segundo lugar, la construcción que se utiliza en economía para hallar la optimalidad social es una función de utilidad o bienestar social. Esta función formaliza la noción rousseauniana de la voluntad general. La situación social que maximiza el bienestar social es considerada óptima (y por lo tanto justa). Denomino a una teoría que se preocupa de hallar la forma específica de la función de utilidad social una teoría de la justicia.
En tercer lugar, el problema de la teoría de la justicia es formalmente equivalente al problema de la teoría de la elección social en economía y al problema de la negociación en teoría de juegos. Por lo tanto, los desarrollos en estas dos últimas teorías son útiles para reflexionar sobre la justicia.
En cuarto lugar, el principal aporte de la teoría de la elección social a la teoría de la justicia es el teorema de la imposibilidad de Arrow, que sostiene que, bajo ciertas condiciones, una de las cuales es el rechazo al uso de funciones de utilidad individual cardinales (con el fin de evitar las comparaciones interpersonales de bienestar), es imposible construir una función de utilidad social. Este resultado puede ser interpretado como sosteniendo que el concepto de la función de utilidad social no existe y que, por tanto, el principio político de la justicia intrínsecamente no tiene sentido. El único principio político que tendría sentido es el de la eficiencia, lo cual le daría un enorme apoyo teórico a los partidarios de la sociedad libre. El teorema de la imposibilidad de Arrow es el principal argumento teórico que poseen los defensores de la sociedad libre, y por lo tanto es el principal reto intelectual que tienen los defensores de la sociedad justa.
En quinto lugar, en la literatura hay dos formas de evadir el resultado del teorema de la imposibilidad de Arrow. Ambas suponen aceptar el uso de funciones de utilidad individual de tipo cardinal. La primera forma es desarrollar una teoría que permita hacer comparaciones interpersonales de bienestar. Esta vía, que contradice uno de los postulados más importantes de la economía ortodoxa (que las comparaciones interpersonales de bienestar no se pueden hacer), es utilizada por las formalizaciones económicas de las teorías utilitaria e igualitaria de la justicia. La segunda forma de evadir el teorema de Arrow es utilizar una forma funcional para la función de utilidad social que sea invariante ante transformaciones cardinales (o cardinalmente consistentes) de las funciones de utilidad individuales. Esta idea proviene de la teoría de la negociación en teoría de juegos.
En sexto lugar, sugiero que los supuestos que hay detrás de la propuesta para hacer comparaciones interpersonales de bienestar, en particular el supuesto de la empatía perfecta, son demasiado fuertes, y que, por tanto, la ruta para evadir el teorema de la imposibilidad de Arrow basada en hacer comparaciones interpersonales de bienestar sigue cerrada.
En séptimo lugar, señalo que aceptar la lógica de la cardinalidad de las funciones de utilidad individual y la invariancia de la función de utilidad social ante transformaciones cardinales (o cardinalmente consistentes) de las funciones de utilidad individuales es suficiente para entender por qué se producen ciertas paradojas de la votación, como la paradoja de Condorcet. En otras palabras, soy capaz de desnudar el error lógico que conduce a paradojas como la de Condorcet.
En octavo lugar, señalo que aceptar las condiciones del párrafo anterior (la lógica de la cardinalidad de las funciones de utilidad individual y la invariancia de la función de utilidad social ante transformaciones cardinales ---o cardinalmente consistentes--- de las funciones de utilidad individuales), más una condición de distribución igualitaria del poder, conduce a una forma específica de la justicia, inicialmente propuesta, en teoría de juegos, por Kalai y Smorodinsky y, en filosofía, por Gauthier.
En noveno lugar, si la forma de la justicia es la propuesta por Kalai-Smorodinsky-Gauthier, los sistemas electorales tradicionales, como el método de la mayoría, o los criterios de bienestar social "extremos", como el libertarianismo o el utilitarismo (que permiten una desigualdad extrema), o el igualitarismo (que exige una igualdad extrema), son injustos, porque no representan adecuadamente la voluntad general.
En décimo lugar, y en síntesis, una economía alternativa sí le permite a uno, no solo hablar de justicia, sino de una forma muy específica para la justicia. La justicia sí existe, y no es un concepto políticamente extremo. Esto debe servir para el correcto diseño de nuestras instituciones democráticas, que, en últimas, todo lo que deben hacer es expresar la verdadera voluntad popular. Democracia es justicia y justicia es democracia.
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