En los últimos meses he tenido la suerte de viajar a México y Perú, a pagar la deuda histórica de conocer los emplazamientos de las grandes civilizaciones precolombinas, la azteca, la maya y la inca, entre otras. La fama de estas civilizaciones es bien merecida. Las ruinas que hoy quedan siguen siendo espectaculares. Me da un poco de vergüenza admitir que me tomó mucho tiempo conocer lo más preciado de la herencia prehispánica latinoamericana.
Sin embargo, más allá de las construcciones en piedra, lo que uno ve no deja de doler. Lo que se aprecia con claridad en México y Perú es que el encuentro de dos mundos que sucedió hace más de quinientos años fue en realidad un choque cataclísmico, del cual todavía no nos recuperamos.
Los aztecas y los incas fueron unos imperios jóvenes, que desaparecieron prematuramente debido a la invasión española. Es difícil entender cómo sucedió eso, porque, en ambos casos, unas pocas centenas de europeos lograron conquistar imperios con ejércitos de miles de personas y millones de habitantes.
Naturalmente, los españoles fueron favorecidos por el desequilibrio tecnológico, basado en el barco, el acero, la pólvora y el caballo. Los aztecas y los incas, en cambio, al parecer no conocían la rueda. Aunque sí tenían sistemas de registro, no hay evidencia de que los incas tuvieran escritura en el sentido moderno del término. Los españoles también fueron favorecidos por la superstición, las enfermedades importadas de Europa y las guerras civiles que encontraron en América.
Aunque lo que es América hoy le debe tanto a su herencia india y negra como española, es imposible no llegar a la conclusión de que la conquista fue un proceso brutal y absolutamente injusto por medio del cual a los indios les arrebataron sus tierras y los sometieron a una condición humillante.
Para ilustrar esa condición, solo voy a contar una anécdota: cuando subí a Machu Picchu, compartí una guía con un pequeño grupo que, por casualidad, resultó ser de colombianos. En lo más alto de la montaña, uno de los miembros del grupo tuvo el irrefrenable impulso de gritar. Rápidamente fue callado por la guía, quien le explicó que en ese lugar sagrado estaba prohibido gritar. Una de las acompañantes del personaje reprendido completó la amonestación: le dijo "se te salió el indio".
Dudo que la mujer haya comprendido la ironía de su comentario. Uno va a Machu Picchu a admirar la habilidad de los indios, pero ella hizo uso de la tradición cultural que nos dejó la conquista para regañar a su compañero, asimilando su comportamiento al de un indio, entendido como un ser inferior e ignorante.
A diferencia de Estados Unidos, donde los británicos y los colonos en general se dedicaron a exterminar a los indios, en América los indios no fueron exterminados. Fueron diezmados, no cabe duda, pero no exterminados. De esta manera, se formaron dos sociedades, la blanca, subyugadora, y la india, sometida y oprimida, con toda clase de combinaciones entre esos dos extremos. Para completar el horror, se trajeron negros del África que sirvieran como esclavos. En Estados Unidos, el tema de la esclavitud no se resolvió sino con una guerra civil, y aun así no fue resuelto completamente. Todavía en los años 1960, 100 años después de la guerra civil, Estados Unidos tenía un problema no resuelto de derechos civiles de los negros, y la reciente elección de Barack Obama fue toda una revolución social.
En América Latina quizás no se necesitó una guerra civil para resolver el tema de la esclavitud, pero los indios y los negros han sido víctimas de una discriminación secular, que los ha mantenido en la marginación y la pobreza. No sorprende que el indio andino, del cual todavía se ve tanto en Perú, parece callado y triste. La conquista creó una sociedad injusta, dividida sobre líneas raciales, que ha hecho avergonzar a los americanos nativos de lo que son.
La independencia de España no mejoró la situación, y no lo hizo porque la independencia no fue un movimiento de reivindicación de los indios y los negros: fue un movimiento de reivindicación del blanco americano. Total, las heridas abiertas por una conquista que tuvo lugar hace más de quinientos años siguen abiertas hoy, perfectamente visibles en sociedades como la mexicana o la peruana. Los blancos aún concentran el poder y la riqueza, y los indios y los negros se mantienen en la marginación y la pobreza.
Claro, el indio o el negro de hoy no son lo que eran hace quinientos años, y el blanco tampoco lo es. Si hay algo bello en México y Perú es que el orgullo azteca e inca siguen vivos. Ya no es posible reversar la conquista y la colonia. Pero se vuelve imperativo paliar sus consecuencias. América Latina tiene que construir una sociedad justa, no solo para los blancos, sino también para quienes tienen la piel cobriza, que, en realidad, a estas alturas de la historia, debido al mestizaje, somos todos.
Hallo en la profunda injusticia del proceso colonizador las causas del subdesarrollo latinoamericano. Hallo la discriminación básica de ese proceso, no solo en las sociedades americanas de México para abajo, sino también en las zonas de frontera de Estados Unidos con México. Uno puede ver cómo los inmigrantes latinoamericanos con cara de indios son discriminados en California, Texas o incluso la Florida. Cosa curiosa, porque esos "hispanics", cuando migran, en un acto de justicia poética, no hacen sino reclamar las tierras que eran de ellos. Y uno puede entender la ira ancestral que subyace a la organización social latinoamericana cuando, acostumbrado a la vida de blanco en América Latina, uno descubre en Estados Unidos que no es realmente blanco, sino hispánico.
No pido volver a los años 1960 o 1970, cuando era común adoptar una pose alternativa, reviviendo la música folclórica de Inti Illimani, Quilapayún, Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui, o burlarse con Piero de los "americanos de mandíbulas grandes de tanto mascar chicle". Lo que pido es algo a la vez más simple y más complejo: en Estados Unidos, la lucha por los derechos civiles de los negros, a pesar de todo lo compleja que fue, tenía un punto a favor: la discriminación era abierta y palpable. En América Latina la discriminación racial es más soterrada, más subterránea, menos visible, más complicada, porque es interior, parte del individuo discriminado mismo. Es un poco como Michael Jackson queriendo negarse a sí mismo que es negro. Lo que pido es superar esa discriminación que heredamos de la conquista española, que es más insidiosa cuanto más solapada es.
América Latina, con su división entre ricos y pobres, es horrible. Tanto más cuando los pobres son indios o negros y los ricos son blancos. Una sociedad así no puede tener paz, y no se merece el progreso.
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