Una alumna mía, Catalina Rodríguez, me pidió escribir una columna para el periódico estudiantil "Sin corbata", publicado en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Esto fue lo que le mandé.
En Colombia nos estamos acostumbrando a las noticias sobre un manejo menos que pulcro de los recursos públicos. En los últimos días la prensa ha estado dominada por los casos del AIS, el Ministerio de Protección y el Fosyga, y el denominado “carrusel de la contratación”, entre otros. Lo bueno es que hay la percepción de que la justicia, lenta pero segura, está operando. Lo malo es que también hay la percepción de que la corrupción nos ha invadido.
El caso del “carrusel de la contratación” ha sido particularmente lamentable. Todo aquel que circule por Bogotá entiende que algo anda muy mal con la administración de la ciudad. Es una verdadera lástima, porque la ciudad se venía acostumbrando a un proceso de transformación que hoy parece detenido. Ese proceso de transformación se personificó en las alcaldías de Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa. Luego sucedió algo vanguardista e interesante: la izquierda, en cabeza del Polo Democrático y Lucho Garzón, llegó a la alcaldía.
Las evaluaciones que se hacen de la alcaldía de Lucho Garzón están marcadas por tintes políticos: la derecha generalmente habla mal de la alcaldía de Garzón, mientras que el resto opina que los temores de un gobierno de izquierda en la ciudad no se materializaron. Sin embargo, lo que es importante es que esa fue la primera vez que la izquierda llegó por la vía electoral a un puesto político de primer nivel. Eso abrió la posibilidad de una izquierda democrática como alternativa de poder en nuestro país, lo cual, juzgo yo, es de la mayor importancia para Colombia. La mejor forma de desacreditar la izquierda armada es mostrar que la izquierda democrática es políticamente viable.
Sin embargo, la esperanza que se abrió para la izquierda con la alcaldía de Lucho Garzón no se materializó. El Polo se dividió en su elección de candidato para la presidencia. El exmagistrado Carlos Gaviria, que daba la impresión de ser un sabio hombre viejo, para ganar la nominación de su partido terminó aliándose con los sectores más representativos de la política tradicional en la izquierda, por no llamarlos los sectores más corruptos e indeseables. En el Polo, de un lado quedaron las figuras más dogmáticas y las más representativas de la política tradicional, y del otro quedaron las figuras más modernizantes. Uno a uno, terminaron saliéndose del Polo Antonio Navarro, Lucho Garzón y Gustavo Petro. A pesar de que éste fue el último candidato presidencial del Polo, el partido quedó en manos de los Moreno, uno como senador y el otro como alcalde de Bogotá. Como siempre, la izquierda terminó canibalizándose, pero esta vez no por un purismo teórico sobre la mejor forma para promover una sociedad más justa, sino para echar mano del botín político.
Como alcalde de Bogotá, Samuel Moreno ha resultado un desastre. Los avances en seguridad se han detenido, y su gestión en infraestructura ha sido patética. Esto es irónico porque Samuel ganó la alcaldía con la promesa de que iba a hacer el metro de Bogotá. No solamente no lo hizo, sino que echó para atrás en materia de infraestructura de transporte. Para añadir el insulto a la injuria, el mayor monumento de (o a) Samuel es una avenida 26 destruida, la misma que su abuelo construyó con gran visión hace un poco más de medio siglo.
Con Iván Moreno en la cárcel y con Samuel Moreno suspendido, ya sabemos por qué se obtuvieron esos resultados: porque el poder se estaba utilizando para robar, o, en el mejor de los casos, para no administrar, pues recordemos que Samuel no fue suspendido por corrupto sino por inepto. Así no se puede gobernar. Todos sabemos que en Colombia la corrupción es frecuente, pero creíamos que Bogotá estaba más allá de esas prácticas. Hoy nos preguntamos: si Bogotá está como está, ¿cómo será el resto del país?
En los últimos meses nos hemos venido enterando cómo las obras en Bogotá no avanzan porque los contratistas las dejan tiradas, y los contratistas las dejan tiradas porque sus empresas fueron utilizadas, más que para hacer obras públicas, para saquear al Estado. Hemos oído cómo los anticipos de las obras públicas se utilizaban, no para financiar el comienzo de las obras, sino para pagar las mordidas que eran necesarias para garantizar la obtención de más contratos. Para obtener la liquidez para hacer una obra, era necesario que al contratista le otorgaran otra. Este es el “carrusel de la contratación” que resultó un verdadero horror.
Frente a esta situación, es lamentable que la ciudadanía no se haya movilizado. Mejor dicho, sí se movilizó, pero no para pedirle cuentas al alcalde. Se movilizó para pedir que, dado el estado de la ciudad, no se hicieran más obras por la carrera séptima. Su solicitud fue escuchada, pero no por el alcalde, sino por el presidente de la República, que tuvo que intervenir para decirle al alcalde que no comenzara esa obra. Según cuentan los chismes, ante el requerimiento del presidente, la respuesta del alcalde fue decir que él estaba completamente de acuerdo con que las obras no comenzaran. Es como si las obras por la séptima fueran a comenzar sin que el alcalde se hubiera enterado. No era la primera vez que el alcalde nos sorprendía con esas actitudes. Antes, durante el paro de camioneros, el alcalde ni se molestó en salir a darles declaraciones a los bogotanos. Puso a una secretaria del despacho a frentear la situación, lo que nos obligó a todos a preguntarnos: ¿dónde está el alcalde?
Hoy, con la suspensión del alcalde por parte de la Procuraduría, parece que comienza a cesar la horrible noche. Pero nunca es más oscura la noche que antes del amanecer. Colombia tiene que vencer la corrupción. No puede ser que en Colombia mucha gente se vuelva rica a punta de robar al Estado. Los ojos del país se tienen que volcar sobre las transferencias, las regalías y los contratos de infraestructura. Allí donde el Estado reparte plata hay problemas, y en cifras que a uno no le caben en la cabeza. El Inco, la entidad que creó el Estado para supuestamente tecnificar la contratación de la infraestructura, terminó siendo un horror que ha tocado reformar una y otra vez, y muchos de sus anteriores directores han terminado o mal o en la cárcel. Hoy estamos a la espera de que la entidad vuelva a ser reformada una vez más. El gobierno propuso una reforma del régimen de regalías, que fue fuertemente modificada en el Congreso, y que aún no ha sido aprobada. Veremos si lo que se aprueba es suficiente para impedir la corrupción y el despilfarro. De igual manera, hay que volver a mirar las transferencias, el régimen de salud y los programas de subsidios con miras a combatir la corrupción. Esos son temas de fondo, que el país no aborda con la atención que merecen.
El problema es claramente estructural. Los incentivos que operan sobre los tomadores de decisiones son perversos. Funcionarios con sueldos de siete dígitos deciden sobre asignaciones de recursos multimillonarias. Falta de transparencia. Una prensa menos fisgona de lo que debería ser. Unos partidos políticos que no atinan a extirpar la corrupción. Desinterés y apatía de la ciudadanía. La cantidad de problemas es enorme.
Ya vendrá la izquierda a decir que la suspensión de Samuel es persecución política. No nos dejemos confundir. Ladrones hay en todas partes. No olvidemos que Germán Olano y el excontralor Moralesrussi eran liberales, no del Polo. Pero tampoco olvidemos que Samuel le ha hecho un daño horrible a Bogotá, y que le ha hecho un daño igual de grande a la izquierda y a la democracia. Samuel tiene el honor de haber acabado con Bogotá y con el Polo. Qué legado tan triste. Hoy Gustavo Petro y Carlos Vicente de Roux quedan reivindicados, pero sin proyecto político. Mis respetos a ellos. Ojalá Petro tenga éxito con sus progresistas, pero qué camino tan largo le espera a la izquierda para rehacerse. El Polo, de manera oportunista, solo hasta ahora pide la renuncia de Moreno. Lo que es increíble es que Moreno se niegue a emitirla. Ya veremos si la ciudadanía, que no se movilizó para tumbar a Moreno, ahora sí se moviliza para exigir su renuncia.
La suerte del país produce un desasosiego enorme. Veo mi formulario de pago del impuesto predial, y me pregunto con qué ganas lo pago. Me pregunto también cuál va a ser la suerte de Bogotá con un alcalde interino. Trato de convencerme de que éste no es un país de hampones, pero me cuesta lograrlo. Porque, si no es un país de hampones, sí está sitiado por los hampones. Algo está profundamente mal con esta sociedad, y debe ser corregido. Pero nunca lo será si los ciudadanos seguimos mirando con indiferencia lo que hacen quienes se hacen elegir para abusar del poder. Vergüenza sobre ustedes, Nules y Morenos. Vergüenza, vergüenza, mil veces vergüenza. Y quizás también vergüenza sobre nosotros, ciudadanos del común, que dejamos que ese tipo de personas nos meta los dedos en la boca.
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