Hace unos días leí en el periódico que en Colombia se practican 450.000 abortos al año, aunque son ilegales. La cifra es tan abultada que me pareció inolvidable. Luego, en un debate del Plan Nacional de Desarrollo, oí hablar a la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Dijo que, en el momento de la concepción, uno de cada dos embarazos, y en el momento del alumbramiento, uno de cada cuatro, eran no deseados. En síntesis, el 25 por ciento de los niños que nacen en Colombia son no deseados. Y casi medio millón de niños no deseados son concebidos pero no nacen porque las madres recurren al aborto (quizás algunos sí nacen, porque es posible que algunas madres empiecen a desear un niño después de haberlo concebido).
Estas cifras se prestan para algunos ejercicios de consistencia que bien valdría la pena hacer. En general, contar con cifras confiables y detalladas sobre estos temas me parece fundamental para orientar una adecuada política pública. Es un tema que tengo que mirar más.
Sin embargo, cualesquiera que sean las cifras, me parece claro que Colombia tiene un problema de proporciones mayúsculas en estos fenómenos. Me parece que el comienzo de una sociedad sana radica en que todos sus miembros sean bienvenidos, en un ambiente que está adecuadamente preparado para recibirlos. Esto es un ambiente familiar con la suficiente estabilidad, madurez sicológica e independencia financiera como para tener un niño. Un embarazo no deseado usualmente: va a tener un acompañamiento médico inadecuado, ya sea en el aborto o en el nacimiento; se da en un ambiente inadecuado para tener un niño; tiende a comprometer, más que a consolidar, la estabilidad de la pareja; y tiende a invitar al ejercicio del desamor y la violencia sobre el niño. Por eso me parece escandaloso que la mitad de las concepciones sea no planeada: la sociedad colombiana se está construyendo mal desde la base.
Me parece que la confluencia de factores que determina estos resultados es absolutamente perversa. En primer lugar un ambiente social sobresexificado, que envía estímulos sexuales a diestra y siniestra, y sobre todo a jóvenes impresionables. En segundo lugar un discurso social dominado por la visión cristiana y católica sobre la materia, que a mí me parece absolutamente irrelevante para la realidad actual. Y en tercer lugar una política educativa y pública tímida en estas materias, y por lo menos no acorde con la magnitud del problema.
Lo primero que hay que reconocer es que, en la sociedad actual, el sexo ya no juega sólo un papel procreativo, sino también recreativo, y que el sexo y el matrimonio están separados. Tal vez esto siempre fue así; sólo que ahora es más evidente. Es muy importante percibir que el sexo, lejos de ser un "pecado", es parte de la naturaleza humana. Lo segundo es que los jóvenes están expuestos a los atractivos sexuales desde muy tierna edad. La publicidad está sobrecargada de tonos sexuales. Oír una emisora juvenil es una experiencia escandalizante, incluso para mentalidades liberales como la mía.
Ciertas normas sociales sugieren que los jóvenes están primero listos para el sexo que para otras responsabilidades. Por ejemplo, si no estoy mal, la edad legal para casarse o tener relaciones sexuales en Colombia es de 14 años para las mujeres y de 16 años para los hombres. La mayoría de edad se consigue a los 18 años. En Estados Unidos es frecuente que sólo sea legal beber alcohol a partir de los 21, es decir, después de ser oficialmente adulto. En otras palabras, parece socialmente sancionado que usted pueda tener sexo antes de ser persona. Y, sin embargo, creo que, tal vez, muchos jóvenes están llegando demasiado pronto al sexo. Pero quizás no es sólo eso. También es que muchos adultos jóvenes (y no tan jóvenes) están muy mal educados en materia sexual.
Alguna vez, hace mucho tiempo, leí en Selecciones un artículo sobre un tipo que era profesor de conducción, pero que veía su profesión con un lente muy particular. Él nunca decía que enseñaba a manejar, sino que enseñaba a la gente a crecer. Para muchos, aprender a manejar es aprender una responsabilidad nueva y especial, que en muchos sentidos nos vuelve adultos: ¿quién no se sintió "grande" cuando sacó su primer pase? El punto es que la lógica dice que usted no puede manejar si no sabe cómo hacerlo; la pregunta es si uno puede pensar una lógica similar para los temas sexuales. Es muy importante que quienes están a punto de empezar a tener sexo hayan recibido un "curso" satisfactorio de cómo hacerlo. Me parece que lo fundamental es que la gente aprenda a separar el sexo recreativo del procreativo. Me parece estúpido seguir tratando el sexo recreativo como pecado, tal como lo hacen muchas denominaciones cristianas. Por ejemplo, recientemente leí un artículo sobre las "fiestas de virginidad" que se están organizando en los Estados Unidos, usualmente por pastores cristianos, que son como las fiestas de 15 años para las niñas, pero, en vez de eso, las jovencitas juran que no tendrán sexo sino hasta el matrimonio, y los novios de las jovencitas juran respetar eso. Fuera de que el concepto mismo de las fiestas de virginidad me parece ridículo, el artículo terminaba con un apunte que debería ser aleccionante: el 88 por ciento de las niñas que había hecho esa promesa la había incumplido antes de casarse.
En una sociedad seria, un embarazo no debería coger a nadie por sorpresa. Si los jóvenes se aprestan a tener sexo, me parece indispensable que los hayamos preparado para que ellos puedan juzgar adecuadamente si son capaces de separar el sexo recreativo del procreativo. Me parece fundamental que una pareja se pregunte si quiere quedar embarazada antes de la concepción. Me parece de rigor que pongamos al alcance de todos los métodos anticonceptivos necesarios. Me parece que la gente debe poder hablar de estos temas sin tapujos. Un embarazo debe ser consecuencia de una acción meditada. Nadie, fuera de la pareja, está en capacidad de tomar la decisión de buscar un embarazo. Pero la pareja debe estar preparada para eso. Debe ser lo suficientemente madura como para poder hablar de esos temas. Es una desgracia que en Colombia estemos preparando a nuestra gente espectacularmente mal en estas materias. Quizás no sea exagerado decir que este es el peor de nuestros problemas, porque de ahí arrancan todos los demás.
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