La teoría de que el comportamiento humano está guiado más por factores instintivos o genéticos puede ser denominada la teoría de la naturaleza humana, porque ésta diría que los seres humanos, a pesar de las obvias diferencias culturales, compartimos una naturaleza humana única, que sería mejor entendida a través de la biología.
La teoría de que el comportamiento humano está más guiado por factores aprendidos o culturales es usualmente denominada la teoría de la tabla rasa, que sostiene que todo lo que hay en el cerebro de las personas está escrito por el proceso de socialización al que están sometidos los individuos después de su nacimiento. Antes de ese proceso de socialización, el cerebro estaría vacío, es decir, sería una tabla rasa. Y este proceso de socialización sería mejor entendido a través de ciencias sociales como la sociología o la antropología. Steven Pinker, el sicólogo del MIT, en su libro The Blank Slate (2002), sugiere que la teoría de la tabla rasa rara vez viene sola: usualmente está acompañada de otras dos teorías: la del buen salvaje (que todo ser humano es naturalmente bueno y que la sociedad lo corrompe) y la del fantasma en la máquina (que la conciencia humana está dada por un espíritu que habita en el cuerpo, pero que puede tener vida independiente de él).
Es evidente que muchos comportamientos están culturalmente determinados. Por ejemplo, yo hablo español porque nací y crecí en una comunidad que habla español, y me visto como me visto porque así es común en la sociedad en la que vivo.
Sin embargo, lo anterior no quiere decir que la teoría de la naturaleza humana esté muerta. Todo lo contrario. El avance de la biología en la segunda mitad del siglo XX permitió identificar un alto contenido genético en el comportamiento humano. Los libros clásicos que presentaron esta visión son Sociobiology, de Edward O. Wilson (1975), y The Selfish Gene, de Richard Dawkins (1976).
El caso a favor de la naturaleza me parece obvio. Los seres humanos somos animales que aparecimos en el planeta hará cosa de 150.000 años y cuya evolución tomó millones de años. La cultura ha estado dando vueltas desde hace muy poco tiempo, mientras que la biología ha estado operando desde hace muchos años. Sería natural que los humanos tuvieran un alto componente de determinación biológica en su comportamiento. Esto no es para decir que la cultura no importa. Incluso los más extremos proponentes de la sociobiología y otras ciencias afines, como la sicología evolucionaria, no niegan la importancia de la cultura. Wilson mismo, después de Sociobiology, escribió dos libros para tratar de entender la interacción entre biología y cultura. Se puede decir que la cultura importa mucho más en los seres humanos que en otros animales; el punto es, sin embargo, que el comportamiento humano no es sólo cultura: la cultura se desarrolla sobre un sustrato biológico.
Sin embargo, a pesar de la obviedad de la teoría de la naturaleza humana, su promoción ha generado un debate fortísimo. El libro de Wilson fue particularmente polémico: con 27 capítulos, se esforzó por mostrar los vínculos entre sociedad y biología en diversas especies animales. Sólo en el último capítulo Wilson aplicó el mismo ejercicio al ser humano, y lo que en los 26 capítulos anteriores pareció una explicación perfectamente aceptable de la vida animal para la comunidad biológica, en el 27 se volvió una inaceptable piedra de escándalo. Entender la sociedad humana a través de la biología fue un agravio y un acto de “imperialismo científico” que muchos biólogos y científicos sociales todavía no perdonan.
La idea de la naturaleza humana ha sido rechazada por biólogos y otros científicos debido a un programa político más o menos explícito. Las ideas de Wilson y de Dawkins fueron acerbamente atacadas como “de derecha”. Entre otros, Lewontin, Rose y Kamin las condenaron en un famoso manifiesto explícitamente de izquierda, titulado Not In Our Genes. El mensaje era claro: el egoísmo no está en nuestros genes.
Este debate tiene un correlato en las ciencias sociales. Muy brevemente, siguiendo al libro ya mencionado The Blank Slate de Pinker (2002), hay dos grandes aproximaciones al estudio de la sociedad: la aproximación sociológica y la aproximación económica. “En la tradición sociológica, una sociedad es una entidad orgánica cohesionada y sus ciudadanos individuales son sólo partes”. Por su parte, en “la tradición económica o del contrato social, la sociedad es un arreglo negociado por individuos racionales y egoístas” (p. 284-285). En síntesis, en una tradición, el énfasis es sobre la naturaleza organísmica de la sociedad; en otra, el énfasis es sobre el carácter individualista de la sociedad.
Si se quiere, a su vez, las tradiciones sociológica y económica también tienen un correlato político. En su libro A Conflict of Visions, Thomas Sowell (1987) propone que existen dos visiones ideológicas que explican las posturas políticas. Sowell las llama la visión restringida y la visión no restringida, aunque, en The Blank Slate, Pinker las llama la visión trágica y la visión utópica, y las explica de la siguiente manera: “En la visión trágica, los seres humanos inherentemente tienen un conocimiento, una sabiduría y una virtud limitados, y todos los arreglos sociales deben reconocer esos límites. (…) Nuestros sentimientos morales, sin importar qué tan benéficos sean, se sostienen sobre un sustrato de egoísmo. (…) La naturaleza humana no ha cambiado. Las tradiciones tales como la religión, la familia, las costumbres sociales, los pruritos sexuales y las instituciones políticas son una destilación de técnicas probadas a través del tiempo que nos permiten evitar las limitaciones de la naturaleza humana. Ellas son tan aplicables a los humanos hoy como lo eran cuando fueron desarrolladas, incluso si nadie hoy es capaz de explicar su racionalidad. (…) Todos somos miembros de la misma limitada especie. (…) La visión trágica señala los motivos egoístas de la gente que trata de implementar políticas [que buscan beneficios sociales] y a su ineptitud para anticipar la miríada de consecuencias, especialmente cuando las metas sociales se enfrentan a millones de personas tratado de alcanzar sus propios intereses. (…) La visión trágica mira a sistemas que producen resultados deseables incluso cuando ningún miembro del sistema es particularmente sabio o virtuoso. Las economías de mercado, en esta visión, logran ese objetivo. (…) La gente con la visión trágica argumenta que la noción de justicia sólo tiene sentido cuando se aplica a decisiones humanas dentro de un marco legal, no cuando se aplica a una abstracción llamada ‘sociedad’. (…) La visión trágica enfatiza los deberes fiduciarios, incluso cuando la persona que los ejecuta no puede ver su valor inmediato. (…) Aquellos con la visión trágica dicen que la solución para los problemas sociales es elusiva. (…) Los adherentes de la visión trágica desconfían del conocimiento contenido en proposiciones explícitamente articuladas y verbalmente justificadas. En cambio, ellos confían en el conocimiento que es distribuido difusamente a través de un sistema (como la economía de mercado o un conjunto de reglas sociales), y que es sintonizado por ajustes de muchos agentes simples que se retroalimentan del mundo. (…) Adherentes de la visión trágica, con su visión cínica de la naturaleza humana, ven la guerra como una estrategia racional y tentadora para la gente que piensa que puede ganar algo para ella o para su nación”.
Por su parte, “En la visión utópica, las limitaciones sicológicas son artefactos que provienen de nuestros arreglos social, y nosotros no deberíamos permitirles restringir nuestra visión de lo que es posible en un mundo mejor. (…) La naturaleza humana cambia con las circunstancias sociales, de modo que las instituciones tradicionales no tienen un valor inherente. (…) Las tradiciones son la mano muerta del pasado (…). Ellas deben hacerse explícitas, de modo que su racionalidad pueda ser sometida a escrutinio y su estatus moral evaluado. A través de esta prueba, muchas tradiciones fracasan. (…) Aún más, la existencia del sufrimiento y la injusticia implican un imperativo moral innegable. (…) La visión utópica busca articular metas sociales y diseñar políticas que apunten directamente a ellas. (…) La gente con la visión utópica señala las fallas del mercado que resultan de tener una fe ciega en los mercados. También llama la atención sobre la injusta distribución de la riqueza que tiende a ser producida por el libre mercado. (…) La visión utópica enfatiza la responsabilidad social, en cual las acciones se miden contra un ideal ético alto. (…) En la visión utópica, las soluciones a los problemas sociales están fácilmente disponibles. (…) Aquellos con la visión utópica ven [la guerra] como un tipo de patología que surge de malos entendidos, miopía y pasiones irracionales” (p. 287-293. En inglés en el original).
En síntesis, habría un vínculo entre ideología, análisis social y política, así: unos compartirían una visión utópica desde el punto de vista ideológico, que los llevaría a interpretar la sociedad desde un punto de vista sociológico, y a tener, desde el punto político, una posición de izquierda. Otros tendrían una visión trágica desde el punto de vista ideológico, que los llevaría a interpretar la sociedad desde un punto de vista económico, y a tener, desde el punto de vista político, una posición de derecha.
Dado que se puede establecer un vínculo entre los presupuestos de análisis de la economía y la biología evolutiva (en la economía la unidad de análisis es el individuo, no la sociedad; en la biología ortodoxa la selección natural opera sobre el individuo, no sobre un grupo o sobre la especie), la mayor preeminencia de la biología en el debate “naturaleza o crianza” favorecería las ideas de derecha. Pinker resume así las amenazas sobre la visión utópica, el análisis sociológico y la izquierda, resultantes de aceptar un alto componente de naturaleza humana en el comportamiento social:
- Si la gente presenta diferencias innatas, la opresión y la discriminación se justificarían.
- Si la gente es innatamente inmoral, las esperanzas de mejorar la condición humana serían fútiles.
- Si la gente es producto de la biología, el libre albedrío sería un mito y no se podría exigir que la gente fuera responsable por sus acciones.
- Si la gente es producto de la biología, la vida no tendría ni un significado ni un propósito superiores.
La noción de que las ideas de Wilson y Dawkins, entre otros, dan respaldo a una posición política de derecha me parece un tanto ridícula. Concedo que la metodología de la economía es, si algo, conservadora. Concedo, además, que la metodología de la economía y de la biología están emparentadas. Pero no creo que sea forzoso derivar conclusiones políticas conservadoras de una metodología de análisis conservadora. Es tentador, pero no necesariamente correcto, extrapolar las ideas darwinistas de la biología a la sociedad. E, incluso si sí fuera correcto, que la sociedad esté bien descrita por alguna especie de darwinismo social no implica que la sociedad deba estar regida por el darwinismo social. Qué absurdo es sostener que, porque uno cree que la teoría de la evolución es esclarecedora en materia del estudio de la sicología humana, entonces uno tiene que ser de derecha. Un darwinista de izquierda no es una contradicción de términos.
Para comenzar, aseverar que aceptar diferencias innatas entre la gente es equivalente a justificar la discriminación es ridículo. Si algo hace la teoría de la naturaleza humana es señalar que todos los seres humanos, a pesar de nuestras diferencias culturales (o raciales, o de género, o de cualquier otra naturaleza), somos iguales en el sentido de que compartimos el mismo sustrato biológico de humanidad. Los profetas del relativismo cultural se esfuerzan por enfatizar que, aunque es evidente que hay culturas diferentes, esas diferencias no son una base adecuada para sugerir que una cultura es mejor o peor que otra. Yo, como partidario de la teoría de la naturaleza humana, lo que diría es que las manifiestas diferencias culturales, que hacen que unas culturas sean mejores que otras (por lo menos para promover el desarrollo técnico y material), no son una base suficiente para la discriminación, porque, más allá de las diferencias culturales, todos los seres humanos compartimos el mismo sustrato biológico de humanidad.
De otra parte, me parece que los esfuerzos de reforma y mejoramiento social tienen más probabilidad de éxito si se reconoce que los seres humanos no somos por naturaleza santos. En una buena sociedad, seres humanos imperfectos son capaces de tener un buen comportamiento. En una mala sociedad, las peores características de los seres humanos salen a flote. La pregunta es cómo promover una buena sociedad. Me parece que hay dos rutas: en una, uno piensa sobre las reglas sociales que deben regir sobre seres humanos imperfectos; en otra, uno no se preocupa por las reglas sociales, sino por el mejoramiento personal: si yo soy bueno, y si todos somos buenos, entonces la sociedad es buena. Yo soy de los que piensan que, dada la naturaleza humana, la única ruta que tiene sentido es la primera; la segunda sugiere que, si todos fuésemos ángeles, viviríamos en el cielo. El punto es, justamente, que vivimos en la tierra, lo cual, creo yo, puede interpretarse como evidencia de que no somos ángeles.
Lo anterior no quiere decir que no es importante, por ejemplo, tratar de educar a un niño y enseñarle “buenas costumbres”. Claro que es importante. Lo que pasa es que creo que ninguna educación es capaz de eliminar la naturaleza humana. Newt Gingrich, el vocero conservador que fustigó severamente a Bill Clinton por su affair con Monica Lewinsky, confesó recientemente que, en la época de ese escándalo, él mismo tenía una amante. Por lo tanto, el truco no es cambiar la naturaleza humana, sino las reglas del juego social. El truco no es cambiar la naturaleza humana, sino entenderla. El criterio inicial, me parece a mí, es que las reglas sociales vayan en consonancia con los incentivos individuales que impone la naturaleza humana. Por ejemplo, dado que, dentro de la naturaleza humana, la urgencia sexual es tan grande, proponer una sociedad casta me parece un contrasentido. Pero, creo yo, hay organizaciones sociales bajo las cuales la naturaleza humana se puede expresar sin poner en riesgo la posibilidad de una buena sociedad. Esta lección la tenían claramente aprendida los redactores de la Constitución de Estados Unidos, pero no, por ejemplo, los redactores de la Constitución liberal radical de Colombia de 1863. James Madison, en el periódico The Federalist (51), escribió: “¿Qué es el gobierno si no la mayor de todas las reflexiones sobre la naturaleza humana?”. Y al lado anotó: “Si los hombres fueran ángeles, el gobierno no sería necesario. Y si los ángeles gobernaran a los hombres, controles internos o externos sobre el gobierno serían innecesarios”. Por su parte, se dice que, si no recuerdo mal, Víctor Hugo, al conocer la Constitución colombiana de 1863, exclamó: “es una Constitución para ángeles”. La línea final es la siguiente: dado que la naturaleza humana es inmutable, la determinación fundamental del funcionamiento social consiste en las reglas sociales en operación, no en la naturaleza humana.
Me quedan por despachar los temores de que, si somos producto de la biología, entonces no tenemos ni libre albedrío ni sentido en nuestras vidas. Esto ya lo he hecho en otro lugar (ver entrada del 07-03-24) y no lo voy a repetir aquí. Además, el temor de no encontrar sentido a nuestras vidas si aceptamos que somos producto de la biología es un temor más de derecha que de izquierda, lo cual también sugiere que rechazar la doctrina de la naturaleza humana por derechista no es muy consecuente. Quedan otros temas relacionados por tratar, pero voy a hacerlo en otra entrada.
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