Hace unos días, Jorge Barraza, quien escribe muy buenas columnas sobre el fútbol, escribió una en El Tiempo abogando por la eliminación del fuera de lugar. Me sentí muy contento, pues yo siempre he pensado que el fuera de lugar debería ser eliminado del fútbol. Me parece que, con el paso del tiempo, las tácticas defensivas en fútbol se han desarrollado más que las ofensivas, y en consecuencia el deporte ha perdido algo de su brillo. Antes se atacaba con cinco delanteros; hoy se ataca con uno, máximo con dos.
Me parece que el fútbol es un arte, y que quienes lo vuelven sublime son los que van hacia adelante: los atacantes habilidosos que, por sí mismos, pueden crear una jugada de gol, o los equipos que, jugando en conjunto, pueden tejer una jugada hermosa para desbaratar una defensa cerrada. Entre el fútbol clásico de Brasil, abierto, descomplicado y alegre, y el fútbol clásico de Italia, el catenaccio, cerrado, defensivo y mezquino, siempre he preferido el fútbol brasileño. Es cierto que Brasil ya no juega como antes, como cuando Garrincha, Pelé o Zico (aunque Ronaldinho trata de jugar como jugaba Brasil antes), pero queda esa imagen romántica de que en el fútbol no debería importar cuántos goles le hagan a uno, sino que uno sea capaz de hacer más goles de los que recibe.
Con el desarrollo de las tácticas defensivas, el fuera de lugar ha perdido su razón de ser. Jugar al fuera de lugar es una más de las tácticas del arsenal defensivo, que ya tiene muchas. Además, el fuera de lugar le resta simplicidad al juego, que es hermoso precisamente por eso. Cuando un grupo de amigos juega fútbol en un parque, siempre se preocupará por castigar las faltas y las manos, pero rara vez se preocupará por pitar los fuera de lugar. Es que los fuera de lugar ni un árbitro es capaz de pitarlos. Para eso se requiere un ser anodino, el juez de línea, que cumple una función más bien oscura en el fútbol: convertir una jugada que pudo haber sido gol en una falta. El fútbol debe volver a su esencia, que en el fondo no es más que un grupo de niños corriendo detrás de un balón en cualquier cancha improvisada del barrio.
Es cierto que en un juego sin fuera de lugar algunos querrán jugar de "palomeros", que no es precisamente la forma más eximia del juego, pero, si hay palomeros, las defensas y todo el juego se abrirían más. Todos tendrían que ser más cuidadosos para no "regalar" las espaldas. La cancha de fútbol se abriría, y habría más espacio para la creación.
Es posible que la eliminación del fuera de lugar permita que haya más goles en el fútbol. Esto no sería malo. Todos sabemos que un partido que termina 0-0 es probablemente un mal partido. Los goles son la alegría del fútbol.
Pero la razón de fondo para que eliminen el fuera de lugar es más filosófica. El fúbol es una metáfora de la vida. Los seres humanos se pueden dividir en dos tipos: los que crean y los que destruyen. Los que crean, crean la civilización. Los que destruyen, son bárbaros. Destruir siempre es más fácil que crear, porque para crear se requiere talento, se requiere un toque divino. Para destruir, en cambio, sólo se requiere ignorancia y un martillo. En el fútbol, el acto de destrucción también requiere talento, pero seguramente es indignante que alguien pueda destruir una jugada sin hacer el esfuerzo de buscar la pelota o, pero aún, huyendo de ella. Premiemos a los creadores: eliminemos el fuera de lugar.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment