En la teoría biológica de la evolución, la variación juega un papel fundamental. Al interior de una especie, los organismos individuales no son iguales. Las diferencias entre individuos hacen que, en un determinado ambiente, unos estén más adaptados para sobrevivir y reproducirse que otros. A esta adaptación, en inglés, se le llama fitness. De acuerdo con la teoría de la selección natural, los que son más adaptados al ambiente, por definición, tienen más posibilidades de sobrevivir y reproducirse, y por lo tanto de heredar sus características a sus descendientes. Esto explicaría por qué, con el paso del tiempo, las especies muestran características de adaptación al ambiente que parecen producto de un proceso consciente de diseño. Aunque la teoría no descarta que la selección natural pueda operar en el nivel grupal, se juzga que es mucho más probable que opere en el nivel individual.
En las sociedades hay un alto grado de variabilidad, dado por las diferentes formas culturales. Tendencias como la sociobiología tienden a afirmar la similitud universal, basada en determinantes biológicos, y más específicamente genéticos, del comportamiento humano. En breve, estas posturas afirmarían la existencia de una “naturaleza humana” común. Sin embargo, si el comportamiento humano individual tiene rasgos universales, las diferencias entre las distintas sociedades son evidentes, de modo que los proponentes de la sociobiología y de ciencias afines deben admitir que, mientras las similitudes comportamentales en el nivel individual probablemente tienen un sustrato biológico, las diferencias comportamentales en el nivel social se deben más a razones culturales que biológicas. De otra parte, tendencias sociológicas y antropológicas tenderían a afirmar que lo fundamental de las sociedades es su diversidad cultural, y, yendo más allá, afirmarían la importancia de la relatividad cultural, es decir, la noción de que es imposible sugerir que una cultura es más “civilizada” que otra.
En este contexto, una pregunta interesante es si la variabilidad cultural de las distintas sociedades puede explicar, de forma evolutiva, sus diversos grados de desarrollo. Esta pregunta es polémica al menos por tres razones. La primera, como ya mencionamos, es que quienes adoptan una perspectiva sociológica de análisis son muy propensos a esposar la idea del relativismo cultural, que impide decir que unas sociedades son “mejores” o “peores” que otras. La segunda es que, al interior de la economía, la noción de que la cultura puede causar el desarrollo es una idea extranjera, que no ha sido explorada en profundidad. Algunos están trayendo a la economía la importancia de la cultura para el desarrollo, pero todavía no se puede decir que sus trabajos forman parte de la ortodoxia económica. La tercera es que el uso ortodoxo de las metodologías de la economía y de la biología (basadas en el individuo) y de la teoría de la evolución, que hace énfasis en que la selección natural opera sobre el nivel individual, no sobre el nivel grupal, hace desconfiar de explicaciones sobre los distintos niveles de desarrollo social que operan en el nivel “superorganísmico” de la sociedad, y que afirmarían que la evolución también podría aplicar sobre el nivel grupal de las sociedades.
Lo que creo es lo siguiente: los seres humanos somos animales. Como tales, creo que la determinación genética de nuestro comportamiento es muy grande. Sin embargo, el truco con los seres humanos es que el proceso evolutivo nos dotó de la capacidad de poder aprender comportamientos, fuera de la capacidad de reproducirlos instintivamente. Esto es cierto de otros animales también, pero en el caso de los seres humanos me parece que la proporción de comportamientos aprendidos a instintivos es infinitamente superior. En otras palabras, no sólo creo que los seres humanos están programados para tener ciertos comportamientos, como todos los animales, sino que tenemos una capacidad especial para formular y aprender comportamientos nuevos. Esa capacidad especial es, a su vez, instintiva: está en la naturaleza de los humanos tener esa capacidad especial.
Como la proporción de actos aprendidos a instintivos en los humanos es muy alta, los seres humanos tienen que gastar mucho tiempo en condición de infantes. Otros mamíferos se valen por sí mismos mucho más pronto que los seres humanos. Durante su larga infancia y adolescencia, los jóvenes “aprenden” cómo comportarse. Los códigos culturales simplifican los procesos de aprendizaje.
De otra parte, algunos animales están programados para la vida social; otros no. En aquellos que sí, el rol que los individuos ocupan en la vida social también tiene un alto contenido de programación genética. Desde que Aristóteles lo reconoció, se sabe que los seres humanos somos un animal social (o político) por excelencia. Yo interpreto esto como diciendo que los seres humanos dependemos más de la cooperación social que otros animales. Una forma más extrema de ponerlo es que el éxito de nuestra especie depende de nuestra habilidad para la cooperación social. En otras palabras, el éxito de nuestra especie depende de nuestra habilidad para construir un “superorganismo” social que facilite la cooperación social.
El uso del término “superorganismo” es polémico porque es anatema para las metodologías científicas “conservadoras” de la economía y la biología, que se empeñan en insistir que la sociedad no es como un individuo; que la sociedad no se puede “antropomorfizar”. Según estas metodologías, quienes tienen intenciones son los individuos, no la sociedad; uno puede hablar con propiedad del interés individual, pero es mucho menos claro hablar del interés colectivo. Yo, por mi parte, aunque claramente admito que una sociedad no se puede antropomorfizar, creo que la interacción de los individuos en las sociedades tiene unos patrones reconocibles, que son precisamente los que permiten hablar de “ciencias sociales”: si no hubiera “leyes” que operaran en el nivel propiamente social, no se podría hablar de ciencias sociales. De otra parte, también creo que la noción del interés colectivo no es inherentemente absurda. Si lo fuera, el interés democrático de expresar la “voluntad popular” también lo sería.
Usualmente, las ideas darwinistas tienden a aplicarse a la sociedad de manera cruda. Por ejemplo, bajo una óptica darwinista burda, se sostiene que es razonable que los más aptos para la generación de recursos, los más inteligentes o los más bellos tengan mayor éxito social. Incluso leí por ahí que en Estados Unidos hay una agencia para la formación de parejas que trata de facilitar el encuentro entre hombres ricos y mujeres bellas. El nombre de la agencia, significativamente, es Natural Selection. Por su parte, en Colombia no nos sorprende que ciertas modelos particularmente bellas sean costosamente contratadas para cualquier oficio que puedan desempeñar. Bajo esta óptica burda, el éxito individual es reflejo de las características de los individuos especialmente dotados.
Ya todos conocemos los graves peligros de una doctrina de darwinismo social mal entendida. En el extremo, terminamos reviviendo los horrores del nazismo. Si unos individuos son mejores que otros, ¿por qué no simplemente matar a los peores? Espero que el mundo ya esté vacunado contra semejantes tonterías (aunque cosas como la existencia de la agencia Natural Selection no me dejan del todo tranquilo).
Sin embargo, si hay formas burdas de darwinismo social, tal vez haya otras más refinadas. ¿Qué las diferenciaría? Quizás un criterio de diferenciación sería que las burdas tenderían a justificar el éxito individual dentro de la sociedad, mientras que las sofisticadas tenderían a entender el éxito social relativo. En otras palabras, en un darwinismo social refinado, primero, no se tenderían a confundir las explicaciones de la desigualdad con las justificaciones de la misma, y segundo, se haría más énfasis en la suerte social que en la individual.
Hechas estas aclaraciones, a mí no me cabe duda de que unas sociedades son “mejores” que otras, al menos desde el punto de vista del desarrollo tecnológico y la producción de bienes materiales. En ese sentido, no me cabe duda de que, por ejemplo, Estados Unidos es superior a Colombia. Eso no quiere decir que yo crea que los habitantes de Estados Unidos, tomados individualmente, son intelectual o moralmente superiores a los habitantes de Colombia: simplemente viven en una sociedad mejor organizada para la producción económica: tienen un mejor sistema de cooperación social.
En segundo lugar quiero decir que cada vez me persuado más de que las formas culturales son cruciales para entender las diversas experiencias de desarrollo social. Es decir, afirmo que hay formas culturales que conducen más a la cooperación social que otras.
En otras palabras, estoy afirmando, a modo de hipótesis, que puede suceder que, en las sociedades humanas, la evolución esté más centrada sobre los grupos que sobre los individuos (es decir, que la variabilidad relevante sea entre grupos), y que el criterio fundamental de variabilidad sea la forma cultural. En las complejas sociedades creadas por los humanos, habría entonces una importante dimensión social del “éxito”. El “éxito” sería más social que individual, e incluso las posibilidades de “éxito” individual estarían potenciadas por el nivel de “éxito” social.
Por ejemplo, para resaltar que el éxito es más social, las comunidades indígenas americanas no podían sino ser arrasadas por la superioridad tecnológica y militar de las sociedades europeas, y para resaltar que el éxito social potencia el individual, los talentos de Tiger Woods quizás hubieran pasado completamente desapercibidos si él hubiera nacido en los Estados Unidos de hace 400 años o en un país africano de hoy.
Soy consciente de que una teoría de la evolución que opera con base en la noción de la selección grupal es anatema para la biología ortodoxa. Sin embargo, se deben hacer dos salvedades. La primera es que aquí estamos hablando de evolución social, no biológica. En síntesis, lo que estoy diciendo es que, en las sociedades humanas, hemos reemplazado (quizás no del todo, pero sí en buena parte), la evolución biológica por la evolución social, que tiene elementos culturales muy fuertes. Entre los humanos, las que “compiten” ahora son las culturas. Esto no es para sugerir, como insinuó Huntington, que el “choque de civilizaciones” es inevitable, sino simplemente para reconocer el espacio de transformación humana más dinámico.
La segunda salvedad es que el padre de la idea en biología de que la selección natural debe operar en el nivel individual, George Williams, está reculando. En efecto, Williams dice que: “se volvió de moda citar mi trabajo (…) como mostrando que una selección efectiva por encima del nivel individual puede ser descartada. La forma como yo recuerdo las cosas, y mi interpretación actual (…) indican que es esa es una mala lectura” (Williams, 1996, Adaptation and Natural Selection, Princeton University Press, p. xii). Mi intuición es que, en temas culturales, la selección grupal es muy importante. La dificultad es que, cuando una habla de “éxito” en biología, hay una medición concreta del mismo: “¿cuántos descendientes dejaste?”. En ciencias sociales, la noción de “éxito” lo elude más a uno. Hay una noción de éxito individual: “tú tienes más éxito si has hecho más dinero”. Pero yo no estoy convencido de que esta sea una definición ni científica ni moralmente satisfactoria. Bajo ese criterio, Einstein fue un fracaso.
Atrás dije que Estados Unidos es una sociedad más exitosa que la colombiana, al menos en materia de desarrollo tecnológico y productivo. La pregunta es por qué. No me cabe duda de que la respuesta tiene que ver con el mayor desarrollo de los mecanismos de mercado que ha habido en Estados Unidos. Es muy importante ver que la cooperación social se puede promover de forma muy eficaz a través de los mercados. Aún más, los mercados son una forma de cooperación social consistente con la naturaleza humana. Si hay un componente de egoísmo en la naturaleza humana, como los economistas tendemos a conceder, los mercados apelan al egoísmo individual para su adecuado funcionamiento: en las operaciones voluntarias de intercambio, todas las partes salen ganando.
El éxito de los mercados en Estados Unidos, a su vez, tiene que ver con una actitud cultural que favorece su funcionamiento. Allá existe el mito de que cualquiera puede ser exitoso, y de que los exitosos lo son por su esfuerzo o por su talento, es decir, por sus méritos. Es el mito del “Sueño Americano”. En Colombia la actitud es totalmente opuesta. Aquí nadie cree que cualquiera puede ser exitoso, y nadie cree que los exitosos lo son por sus méritos intrínsecos. Es muy probable que haya condiciones objetivas que explican esas diferencias culturales, y precisarlas debería ser de sumo interés para las ciencias sociales.
En este sentido, una pregunta clave sería: ¿por qué ciertas sociedades adoptan culturas “inconvenientes” para el desarrollo? Sin dar una respuesta definitiva, creo que hay algunos elementos que deben formar parte de ella. El primero es notar que la cultura es una construcción social espontánea: nadie la planea, y sus códigos operan usualmente de forma inconsciente. Uno no se da cuenta de su operación sino hasta que tiene oportunidad de contrastarlos, por ejemplo, viajando a otras sociedades. La cultura está formada por una serie de creencias y convenciones sociales, que pueden facilitar o entorpecer el desarrollo. Aunque esas creencias y convenciones claramente evolucionan (por ejemplo, hoy creemos que la mujer puede trabajar, que el divorcio no es malo y que el sexo prematrimonial no es pecado), rara vez ellas se someten a un escrutinio sistemático sobre su conveniencia. Por lo tanto, una actitud crítica y científica me parece fundamental, pero, infortunadamente, una actitud crítica y científica también es parte del espíritu de los tiempos: es parte de la cultura, que puede favorecer o entorpecer la actitud crítico-científica. Volver explícita la cultura, hacerla consciente, me parece fundamental, pero creo que, por el momento, los científicos sociales estamos mal dotados para esa tarea: para comenzar, todavía es anatema que los sociólogos y antropólogos hablen con los economistas y con los biólogos.
En segundo lugar, creo que hay un vínculo muy importante entre desarrollo de la cooperación social y percepción de que sus beneficios están siendo justamente repartidos. Yo creo que la cooperación social no puede surgir si no hay justicia. Yo creo que las diferentes percepciones culturales sobre el desarrollo de los mercados en Estados Unidos y Colombia tienen que ver, en últimas, con las diferentes percepciones sobre el grado de justicia en la repartición de los beneficios de la cooperación social. Los de abajo en la escala social sienten que no tienen que contribuir al esfuerzo social porque no están siendo adecuadamente retribuidos, y los de arriba en la escala social sienten que no tienen que retribuir adecuadamente a los de abajo porque, al fin y al cabo, no están participando en el proceso productivo. Los mercados no se pueden desarrollar en una sociedad que cree que los mercados son inherentemente injustos.
El caso es que puede que lo sean como puede que no. Un estudio, del cual infortunadamente olvidé la referencia pero no las conclusiones, abordaba desde una nueva luz, muy interesante, la hipótesis de que el desempeño económico diferencial entre Estados Unidos y Europa, a favor de Estados Unidos, está relacionado con la carga que impone la seguridad social. En Estados Unidos la carga de la seguridad social es relativamente ligera, y por lo tanto su economía puede ser más dinámica. En Europa la carga de la seguridad social inhibe el dinamismo económico. Lo que el estudio en cuestión aportaba era la actitud cultural frente a la desigualdad. En Europa la desigualdad era más vista como producto de accidentes por fuera del control personal, y por lo tanto parece más “justo” montar un sistema que proteja contra esos accidentes. Es más, en Europa parece haber la actitud de que, si el precio de una sociedad más justa es un poco menos de dinamismo económico, es un precio que hay que pagar. En Estados Unidos, en cambio, la desigualdad es vista más como resultado del esfuerzo personal, de modo que un sistema de seguridad social integral parece menos urgente, ya que quienes están mal “se lo han buscado”.
Mi propia creencia es que los mercados no siempre son eficientes (no siempre promueven la cooperación social). En algunos casos, el egoísmo (el mercado) no conduce a la cooperación, como bien lo ilustra el juego conocido como el “dilema de los prisioneros”. De otra parte, creo que los mercados casi nunca son justos. Hay circunstancias en las cuales es imposible que todos ganemos. Por lo tanto, creo que la evolución social todavía es necesaria. Usualmente, los mercados y los Estados se han visto como formas alternativas y opuestas de asignar los recursos en la sociedad. Sin embargo, yo no creo que esa sea una visión correcta. Me parece que esos mecanismos hacen cosas distintas, y que por lo tanto se deben usar en ámbitos diferentes. En ese sentido, no habría oposición: no es una cosa o la otra, sino cada cual en su propio ámbito. Los mercados pueden generar una cooperación basada en el egoísmo, pero el Estado, o mecanismos equivalentes, deben usarse en la resolución de problemas que no se pueden resolver apelando al egoísmo. La justicia social, creo yo, es uno de esos problemas.
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