Por estos días he estado recuperando la versión electrónica, que perdí, de un artículo que escribí hace algún tiempo sobre la relación mente-cerebro (cuando la versión electrónica esté terminada, aparecerá en mi blog). Eso, naturalmente, me ha puesto a pensar nuevamente sobre ese tema. Y me he encontrado un libro de John R. Searle, el famoso filósofo, sobre la materia. El libro se titula La mente: una breve introducción (2006, Bogotá: Editorial Norma. Edición original en inglés de 2004, por la Oxford University Press).
El libro tiene al menos dos cosas curiosas. La primera es que el libro es el resultado del esfuerzo de un filósofo por entender la mente. La segunda es que Searle expone una hipótesis sobre la mente que es, por decir lo menos, heterodoxa.
Con respecto a la primera cosa curiosa, Searle afirma que escribe “con la convicción de que la filosofía de la mente es el tema más importante de la filosofía contemporánea” (p. 23). Para mí, eso es extraño, no porque la cuestión de la mente no sea interesante, sino porque es una cuestión para la filosofía. Yo tengo la opinión, que quizás revele la magnitud de mi ignorancia, de que, en cuestiones como éstas, es menos seguro referirse a la filosofía que a la ciencia. En otras palabras, me parece que, con el avance de la ciencia, el hábitat natural de la filosofía se ha venido reduciendo rápidamente, de modo que ahora es más conveniente apelar a la ciencia que a la filosofía para responder a ciertas cuestiones fundamentales. Yo casi que llevaría esta opinión a una posición extrema: para todos los efectos prácticos, es lícito y conveniente reemplazar la filosofía por la ciencia.
Noto que aquí me estoy metiendo en aguas profundas. ¿Cómo diferenciar a la ciencia de la filosofía? Supongo que la diferencia clave tiene que ver con el hecho de que la filosofía trata de hacer progresos sobre materias que yo denominaría “especulativas”, como la lógica, la ética o la teología. Estas serían “especulativas” porque en ellas es imposible hacer el ejercicio de contrastación empírica que a mí me parece que es indispensable en una ciencia integral.
Y, con todo y eso, no estoy seguro de que temas como la lógica o la ética no puedan ser tratados “científicamente”. Por ejemplo, me parece que la ciencia de la lógica es las matemáticas. Esta es, lo admito, una interpretación curiosa. Usualmente se entiende que las matemáticas son la ciencia de los números. Mi comprensión es que las matemáticas son la “ciencia” de la lógica: una ciencia que me dice cómo obtener “teoremas” (conclusiones lógicamente correctas pero no inmediatamente evidentes) de un conjunto de “axiomas” (“verdades” que no necesitan demostración) o “premisas” (puntos de partida de un proceso de razonamiento que pueden ser ciertos o falsos, pero de los cuales se quiere sacar un conjunto de conclusiones lógicamente implícitas en esos puntos de partida). La “ciencia” de la lógica o de las matemáticas no admite contrastación empírica, porque está contenida en sí misma. Por ejemplo, el teorema de Pitágoras no es cierto porque todos los triángulos rectángulos que se han pintado lo satisfacen, sino porque existe una demostración, lógicamente inescapable, de que, si un triángulo es rectángulo, entonces el cuadrado de su hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de sus catetos: yo no necesito conocer todos los triángulos rectángulos posibles para estar seguro de que todos los triángulos rectángulos lo satisfacen. De esta manera, la ciencia de la lógica o de las matemáticas enseña cómo “pensar bien” o, más precisamente, cómo sacar conclusiones legítimas o correctas de un conjunto de premisas que pueden ser ciertas o falsas.
De otra parte, quizás de manera más polémica, creo que la ética también es susceptible de un análisis científico. Me parece que sobre la ética operan determinaciones evolutivas, culturales y lógicas que se pueden estudiar científicamente. Sobre esto no ahondaré mucho aquí, porque he dedicado muchas otras páginas a tratar estas materias (aunque infortunadamente no en este blog).
El punto esencial es que muchas cuestiones que tradicionalmente han sido del ámbito de la filosofía son mejor tratadas desde el ámbito científico. Con seguridad eso también aplica al problema de la mente: más que una filosofía de la mente lo que se requiere, me parece a mí, es una ciencia de la mente.
Eso no quiere decir que la filosofía sea completamente inútil. Me parece que un papel legítimo de la filosofía es mantener vivas las “grandes cuestiones de la vida”, si uno puede describirlas de esa manera. Me parece que, en su función “especulativa”, es lícito que la filosofía se haga las preguntas que la ciencia todavía no puede, o no se atreve a, responder. Por lo tanto, me parece que la buena filosofía está firmemente basada en el conocimiento científico disponible. Searle claramente comparte este último punto de vista.
La segunda cosa curiosa que surge del libro de Searle es que éste afirma que la totalidad de las teorías más célebres e influyentes en la filosofía de la mente son falsas (ver p. 13 y 23). Searle específicamente menciona que el dualismo, el materialismo, el fisicalismo, el computacionalismo, el funcionalismo, el conductismo, el epifenomenalismo, el cognitivismo, el eliminativismo, el panpsiquismo, la teoría del doble aspecto y el emergentismo son falsos. De esta lista de doctrinas, claramente las dos primeras son las más destacadas o generales. Muchas de las otras se pueden entender como formas o variedades especiales de las dos primeras, y sobre algunas de ellas tengo que confesar una ignorancia casi absoluta.
En términos muy generales, el dualismo sostiene que existen dos “mundos”, el de la materia y el del espíritu. El cuerpo pertenece al primero, mientras que la mente, la conciencia o el alma pertenecen al segundo. Descartes, a quien normalmente se le atribuye ser el primer formulador del dualismo en la era moderna, llamó al primero res extensa, y al segundo res cogitans. Así pues, es posible que el cuerpo desaparezca (muera) pero su alma no. Por su parte, el materialismo sostiene que sólo hay un mundo “material”, que es en el cual vivimos. Bajo esta concepción, el “alma” sería una “ilusión”, que desaparece cuando desaparece el cuerpo.
Es en el campo de la mente donde hay más distancia entre lo que la gente común y los expertos creen. Searle sostiene que “en el mundo occidental la mayoría acepta en nuestros días alguna forma de dualismo. […] Pero sin lugar a dudas no es eso lo que opinan los profesionales de la filosofía, la psicología, la ciencia cognitiva, la neurobiología o la inteligencia artificial. Casi sin excepción, los expertos pertenecientes a esos campos aceptan alguna versión del materialismo” (p. 26). Tengo que decir que yo tiendo a compartir más una visión de corte materialista que de corte dualista, entre otras cosas porque, hasta donde llegan mis conocimientos, me parece más consistente con lo que los expertos dicen.
Lo que es interesante es entender por qué Searle dice que tanto el dualismo como el materialismo son falsos. Searle sostiene que ambos dicen cosas que son ciertas. “El materialismo intenta decir que el mundo consiste por entero de partículas físicas en campos de fuerza. El dualismo intenta decir que el mundo tiene rasgos mentales irreducibles e inerradicables, sobre todo la conciencia y la intencionalidad. Pero si ambas cosmovisiones son verdaderas, debe haber una manera de enunciarlas que las haga compatibles” (p. 136). Para hacerlas compatibles, Searle propone una doctrina que denomina “naturalismo biológico”, en la que hace hincapié en el carácter biológico de las estados mentales, pero que evita tanto el materialismo como el dualismo. Los cuatro puntos claves del “naturalismo biológico”, con los cuales estoy totalmente de acuerdo, son los siguientes:
- Los estados conscientes, con su ontología subjetiva de primera persona, son fenómenos reales del mundo real.
- Los estados conscientes son causados en su totalidad por procesos neurobiológicos de nivel inferior con sede en el cerebro. Por ello, son causalmente reducibles a procesos neurobiológicos.
- Los estados conscientes se realizan en el cerebro como rasgos del sistema cerebral y existen, por lo tanto, en un nivel superior al de las neuronas y sinapsis. Por sí misma, una neurona no es consciente, pero las partes del sistema cerebral compuestas por ellas sí lo son.
- Como los estados conscientes son características reales del mundo real, funcionan en forma causal.
Yo veo que la posición de Searle se aproxima mucho al materialismo, a pesar de que él mismo hace un gran esfuerzo por distanciarse de éste. El principal punto de distancia entre Searle y el materialismo es que él acepta que fenómenos mentales como la conciencia y la intencionalidad son reales, mientras que un materialismo ortodoxo los rechazaría. Yo, como Searle, acepto que la conciencia y la intencionalidad son reales, pero, a diferencia de él, no veo por qué para el materialismo es un artículo de fe negarlos.
Para comenzar, diré que el nombre de “materialismo” es un mal nombre, porque la física moderna nos enseña que el universo en el que vivimos no sólo está compuesto de materia, con sus cualidades “extensas”, sino también de energía, cuya “extensión” es mucho más ambigua, y que existen transmutaciones entre materia y energía. Por tanto, uno mínimamente debería hablar, no de “materialismo”, sino de “materia-energismo”. Pero éste es un nombre horrible, así que hablaré del mundo de los fenómenos físicos. Es importante abandonar la noción de “materialismo” porque ésta parece contraponerse naturalmente a la idea de “espíritu”, como si el mundo de la materia y el mundo del espíritu fueran cosas distintas.
Mi posición es muy simple. Yo no pretendo negar la realidad de la conciencia y la intencionalidad. Por el contrario: como se verá en una extensa entrada que todavía tengo que hacerle a este blog, un elevado nivel de conciencia es lo que yo creo que nos convierte en humanos. Me parece que lo notable, lo hermoso, lo “milagroso” del mundo de los fenómenos físicos es que ha sido capaz de generar niveles cada vez más altos de complejidad: en primer lugar, a partir de una singularidad, se generó el universo; en segundo lugar, a partir del universo se generó la vida; en tercer lugar, a partir de la vida se generó un nivel humano de conciencia. No veo que ninguno de esos fenómenos se tenga que explicar por fuera de las leyes del mundo de los fenómenos físicos: el universo, la vida y la conciencia son, para mí, expresiones, hermosas expresiones, del mundo de los fenómenos físicos.
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