Tuesday, February 20, 2007

07-02-20: Impresiones sobre Cuba

Cuando trabajaba en el BBVA, alguna vez (probablemente 2005) fui incluido en uno de los viajes de "incentivación" que ese tipo de entidades hace como premio para sus empleados. A mí me tocó en suerte Cuba. Después de ese viaje, escribí las siguientes notas:

El viaje de incentivación a Cuba organizado por el BBVA Colombia tuvo muchas facetas interesantes; una de ellas fue poder percibir de primera mano cómo es la vida en un país socialista. La primera impresión es que Cuba no ha superado la pobreza. Qué ha ocurrido con la pobreza extrema es difícil de decir. Sí hay mendigos en Cuba, pero usualmente no piden dinero sino bolsas de leche o cosas por el estilo. A una compañera que le lanzó miradas de cariño a una negrita de unos dos años, los padres de la niña le dijeron que se hiciera cargo de ella; que se volviera su “madrina”. Dicen también por ahí, aunque no puedo verificar la autenticidad de la historia, que los padres de una niña adolescente la ofrecieron sexualmente al presidente del Banco. Ambas son historias terribles. Pero, a pesar de ellas, quizás el Estado sí ha sido capaz de erradicar la más extrema de las miserias. Esto ha tenido un costo. En ninguna parte se ve opulencia, a no ser la opulencia en ruinas de la Cuba prerrevolucionaria. Así, podría decirse que Cuba, con tal de eliminar la pobreza extrema, ha escogido ser pobre. Esto es paradójico porque Cuba, en los años 20 del siglo pasado, fue uno de los países más ricos de América Latina (superado sólo por Argentina y Venezuela, que tenían ingresos per cápita propios del Primer Mundo). Ahora, la distribución del ingreso debe ser mucho más igualitaria, pero es la uniformidad que surge de una pobreza generalizada: Cuba tiene el aspecto de un país uniformemente pobre.

Es difícil medir los proclamados logros de la Revolución: la educación, la salud y la cultura. Es probable que sean muy importantes. Sin embargo, parece que la educación primaria se imparte en instalaciones muy precarias. La Universidad de La Habana es hermosa, pero comparte la decadencia locativa de toda la ciudad, lo mismo que los hospitales que tuvimos a la vista. A juzgar por nuestra guía, el nivel educativo es alto: ella estaba preparada a hablar de temas que un guía promedio en Colombia no tocaría. Sin embargo, es presumible que los guías sean cuidadosamente seleccionados por el régimen. Da la sensación de que altos niveles de educación no son rentables en Cuba. En general parecería que, si bien el capital humano es alto, el capital físico y los incentivos para explotar el capital humano son bastante pobres.

De otra parte, es claro que en Cuba se respetan las expresiones culturales. Los cubanos son un pueblo musical y artístico. Mi primer contacto con Cuba fue el video que transmitió Cubana de Aviación en el avión hacia la isla. Era un video sobre “Los Van Van”, la famosa orquesta de salsa cubana dirigida por Juan Formell. El video exaltaba cómo Los Van Van lograron ganar un Grammy en Estados Unidos, a pesar de la férrea oposición de los cubanos norteamericanos (o “gusanos”, como les dicen en Cuba), que organizaron nutridas marchas, con desórdenes incluidos, para tratar de impedir que la orquesta tocara en Estados Unidos. A uno le cuesta entender tanta asociación entre los temas artísticos y los políticos, pero así ha sido: recuérdese cómo Estados Unidos y Rusia se saboteraron sus respectivos Juegos Olímpicos por razones políticas. De otra parte, el disco de Buena Vista Social Club, reuniendo lo mejor de las viejas glorias de la música cubana, le dio la vuelta al mundo. Es claro que Cuba, si uno pudiera prescindir de las apreciaciones atravesadas por la política, es una isla bella llena de gente bella, y orgullosa de su “cubanía”.

La cubanía es un concepto hermoso de identidad nacional, que aflora a pesar de todo. La presencia hispánica en Cuba es muy importante, ya que la isla fue colonia española hasta 1898. El padre de Fidel Castro era español, y todavía quedan clubes de cubanos asturianos, o gallegos, o lo que sea, según el lugar de origen de sus antepasados. Muchos exiliados de la Guerra Civil española llegaron Cuba, así como inmigrantes de otros países europeos, e incluso asiáticos: la colonia china en Cuba es muy importante. La otra gran influencia es la influencia negra, que está presente en toda la isla. Negros congos, yorubas, carabalíes, bosongos, lucumíes, mandingas. Negros bozales y ladinos, negros esclavos, cimarrones y mambíes. Ya no hay mayorales que los azoten, ni parece haber racismo, aunque el trabajo en los cañaduzales continúa. Y la cultura negra impregna la música, el baile y la religión. Cuba es tierra multirreligiosa, donde florece la santería, ese culto afrocubano que es una mezcla maravillosa entre cristianismo y paganismo, practicado muchas veces por sociedades secretas como los abakuá. Nosotros también somos un poco esas sectas, porque ¿quién no ha cantado alguna vez “ekua, ekua, ekua, babalú ayé ekua”?

La influencia norteamericana, que ahora es tan activamente rechazada, todavía es manifiesta. Es imposible no sentir que el show de Tropicana fue, en sus comienzos, un show para gringos, y que por Cuba se paseaban a su antojo, buscando rumba, personajes tan diversos como Ernest Hemingway, Errol Flynn y Meyer Lansky. Y es importante no olvidar que ahí, en la tarima del Tropicana, donde yo bailé sin reatos, antes de la Revolución un nacionalista puso una bomba, que en su momento causó tanto impacto como la bomba en el Club El Nogal. En verdad sí parece que Cuba, antes de la Revolución, iba en trance de “floridizarse” (de hacerse cada vez más similar a La Florida en Estados Unidos); era, como le decían, el “prostíbulo de América” (donde “América” en este caso significa Estados Unidos); y era, como cuenta la película “El Padrino”, un centro de reunión del gangsterismo norteamericano (remember Lansky). La Cuba prerrevolucionaria de Batista era tan podrida que Castro tumbó el régimen con una guerrilla que se contaba en decenas, y en el mejor de los casos en centenas. Mejor dicho, sólo había que soplar para tumbar a Batista. Ahora, sin lugar a dudas, Cuba ya no se parece a La Florida, sino que ha sabido mantener su identidad, y los gángsters parecen haberse ido. La cubanía es, pues, una feliz mezcla de diversos elementos españoles, negros, indios e internacionales, que producen una cultura típicamente cubana, muy exaltada por el régimen, que así defiende la dignidad del país frente a Estados Unidos. Pero, infortunadamente, sigue siendo un prostíbulo. Las historias sobre las famosas “jineteras” no son exageradas. De hecho, yo fui abordado por una hermosa prostituta negra de 18 años (o eso dijo, para enfatizar que tener sexo con ella era legal), pero me abandonó cuando, en vez de sexo, le propuse que se casara conmigo. Parece que los dólares que esa industria aporta son bienvenidos.

La infraestructura cubana no parece ser impresionante, lo cual es llamativo porque Cuba es un país pequeño tanto en extensión como en población (sólo 11 millones de habitantes). Aunque el aeropuerto de La Habana compite en buenos términos con El Dorado, las llamadas telefónicas internacionales tienen muchos problemas, el agua potable parece ser escasa y el tema político de moda durante nuestra estancia fue la crisis energética. El transporte público parece ser un desastre. Los cubanos se han resignado a un transporte público muy esporádico y supremamente incómodo. La infraestructura hotelera para los turistas, en cambio, parece muy adecuada. Se diría que Varadero tiene mejor infraestructura hotelera que Cartagena, por ejemplo. El turismo debe ser ahora una fuente importante de divisas para Cuba. En Cuba circulan dos monedas locales, el peso local y el peso convertible. El peso convertible se transa a la par con el dólar, aunque el dólar, por razones políticas, no es oficialmente aceptado. Así, el peso convertible acaba transándose como si fuera un euro. En cambio, se dan 24 o 25 pesos locales por un euro. Este sistema dual con tasas de cambio tan dispares sugiere que, para un cubano, tener acceso a divisas es muy valioso. Una forma obvia de timar a un turista es recibir como pago pesos convertibles y dar a cambio pesos locales. Sin embargo, hay que decir que los cubanos no parecen particularmente criminales; todo lo contrario. En ese sentido, me parecieron similares a los árabes: ya que robar, en los países árabes, es castigado severamente, utilizan todo método legal, pero que bordea lo ilegal, para obtener propinas de los turistas.

La falta de libertad individual es patente. El Estado es omnipresente y controla las actuaciones de los ciudadanos. Vi guardias en el inútil papel de controlar que el transporte público fuera realmente utilizado por el público. Vi cómo la policía impedía que un compañero se sentara en una banca al lado de la mía, pero permitía que yo siguiera sentado en la mía. Vi cómo la policía restringía las fotografías en un lugar inocente de la Plaza de la Revolución. Hubo el episodio del número de personas en un catamarán que abordamos: el Estado afirmaba que había más de las que en efecto habían abordado, tratando de controlar así que otro cubano más se convirtiera en balsero. Me dicen que la policía fue efectiva en cuestionar a un compañero del grupo por regalar objetos del hotel (jabones y cosas así) a algún cubano que los solicitó.

De otra parte, me parece que la noción que manejan de la eliminación de la propiedad privada es excesiva. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que la gente no sea dueña de su vivienda? Si hay algún sentido en que la propiedad sea pública, es el de la propiedad pública de los medios de producción. Pero las viviendas no son un medio de producción (nadie se ha hecho más rico por tener vivienda), y sin embargo son públicas.

Sigo sin entender por qué el socialismo es incompatible con el sistema de precios. En un sistema operante la escasez se cura, no desestimulando la oferta con bajos precios y racionando la demanda, sino permitiendo que el precio del bien escaso suba. Sin embargo, en Cuba se prefiere el racionamiento y la escasez. Las tiendas de propiedad del Estado tienen un surtido lamentable. Peor aún, los repetidos discursos de Castro para solicitar que se ahorrara energía me parecieron patéticos: eran como decir que lo malo no es que haya poca energía, sino que la gente quiera usar más de la que se produce. Llama la atención la ausencia de toda propaganda comercial, y la ubicuidad de la propaganda del régimen. La valla que más me llamó la atención fue una con una foto de Fidel y una leyenda que decía: “vamos bien”. Otras vallas me recordaron que Cuba está sometida a un bloqueo infame por parte de Estados Unidos, que quién sabe en cuánto ha ayudado a propagar la pobreza en la isla. Me llamó la atención la resignación de los cubanos a aceptar las cosas como son, sin preguntarse mucho por qué son así. No es, creo yo, que sean impermeables a las críticas, sino que saben que cuestionar puede ser peligroso.

En síntesis, a pesar de que me compré una camiseta del Che Guevara, no me pareció que Cuba fuera un modelo a seguir. Lo más detestable es la autoridad absoluta de Castro. Eso choca contra mi espíritu contestatario: yo creo que no debe haber hombres, por poderosos que sean, a los que yo no pueda cuestionar. El Che soñaba con que la Revolución produciría un Hombre Nuevo. No me parece que lo haya logrado. El régimen quiere vender la idea, que ya Martí repetía antes de que hubiera Revolución socialista, de que Cuba es capaz de resistirlo todo, excepto perder su dignidad. Y, la verdad, hay algo de admirable en eso. Causa algo de emoción que Cuba no se arrodille ante Estados Unidos, a pesar del costo que efectivamente paga por eso, en un comportamiento que contrasta tanto con el de Colombia.

No cabe duda de que el viaje me dejó enriquecido, y no puedo menos que estar agradecido por eso. Cuba causa repulsión y afecto por igual. Hay que tenerle paciencia. Debe recordarse que Cuba nunca en su historia ha sido verdaderamente libre: fue colonia de España hasta 1898, fue un satélite de Estados Unidos hasta 1959, y fue un satélite de la Unión Soviética hasta 1989. Lleva, si se quiere, 16 años de vida independiente (aunque todavía no verdaderamente libre). Casi la misma edad de la putica que se me acercó. ¿Qué diría el Che de ver que el resultado concreto del esfuerzo por producir un Hombre Nuevo bajo su socialismo histórico es una jinetera negra de 18 años que se llama Claudia? Es evidente que, en Cuba, la dignidad nacional no llega al plano personal. Y, sin embargo, ¿quién soy yo para juzgar? Cuba me pareció un país fascinante, como toda América Latina. Y me dolió. Me dolió porque vi, como dice Eduardo Galeano, las venas abiertas de América Latina. Y Claudia se me volvió una metáfora de Cuba: puta, pero hermosa. No muy distinta de lo que es mi Colombia. El viaje a Cuba, bien mirado, fue un viaje al fondo de mí mismo. Y a uno, a veces, no le gustan las cosas que ve en esos viajes. ¿Pero quién dejaría de quererse por saber que está lleno de heces por dentro? Esa putica no me pareció peor que yo, y Colombia, quién sabe en cuántos sentidos, es peor (o mejor) que Cuba.

2 comments:

Jorge Eduardo said...

Me encanta la agudeza con que mira el contexto cubano... pero siento que lamentablemente al final diluye la potencia de su reflexion al lanzar la pregunta de "¿quien soy yo para juzgar?"... Uno no puede afirmar que: "la falta de libertad individual es patente"..."El Estado es omnipresente y controla las actuaciones de los ciudadanos"... y despues esconder la mano... lo importante de creer en una matriz de valores universales ... derechos humanos, libertad individual, democracia... es que le permite a uno hacer ese tipo de valoraciones... por supuesto que si... que no sea la primera o la principal tarea suya o mia... cambiar la situación cubana es otra cosa.. nuestra "lucha" es en Colombia... pero que uno tenga una nacionalidad que como espacio ficticio le marque una acción política no implica que no pueda solidarizarse con las tragedias que se viven en otras sociedades... como parte de un proyecto javascript:void(0)
Publicar comentariode humanidad.. y no solo de nación... tengo el derecho y el deber de juzgar las diferentes sociedades...

Jorge Eduardo said...

como parte de un proyecto de humanidad.. y no solo de nación... tengo el derecho y el deber de juzgar las diferentes sociedades...