Saturday, May 28, 2016

Contras las normas y la policía de tránsito

Uno de mis odios favoritos, una de esas cosas que yo amo odiar, son las normas y la policía de tránsito. Me parece que en ese par de cosas se resume una arbitrariedad insoportable del Estado colombiano. En ese odio, vale decir, toca admitirlo desde el principio, tengo rabo de paja. Como dirían las señoras, tengo un palito para los comparendos que es la cosa más verraca. Casi siempre es por exceso de velocidad o por adelantar en línea continua, aunque el último comparendo, que todavía no he pagado, fue por estacionar en un lugar prohibido.

Viendo el valor facial de las cosas, todas las multas que me han puesto me las merecía. Pero lo que yo propongo es ir más allá del valor facial. Yo creo que buena parte de las normas de tránsito son arbitrarias, y son arbitrariamente aplicadas. Por ejemplo, la norma dice que los límites de velocidad generales son de 60 km por hora en zonas urbanas, y de 80 en carreteras, sin atención al tipo de vía en que uno transita. Eso me parece una estupidez. Recuerdo una gloriosa ocasión en que viajé a Ibagué por carretera, y me multaron dos veces en el mismo viaje por exceso de velocidad, una presencialmente y otra por fotomulta. En la presencial, lo admito, iba a 120 km, pero en una sección de doble calzada en la que el límite de 80, o 90, o 100, suena francamente ridículo. En la fotomulta, iba a 84 km por hora, también en una sección de doble calzada, pero en zona urbana de Soacha, y por lo tanto pailas. Hombre, no fregués: en Colombia hacemos dobles calzadas para no poder andar rápido.

Otra de mis multas icónicas por exceso de velocidad fue un día sin carro, en el que se podían sacar motos. Entonces saqué mi moto para ir a los Andes. De vuelta por la circunvalar, me pararon. Yo pensé que era una de esas detenciones para revisar papeles, que son molestas, pero no pensé que fuera a pasar a mayores. No me sentía infringiendo ninguna norma. Cuando, oh sorpresa, me dijeron que iba con exceso de velocidad. “¿Qué?”. “Sí señor, va a 74 km por hora”. “Señor agente, ir a esa velocidad en ese sector no tiene ningún problema”. “Sí, señor, el límite acá es 30 km por hora, y el límite urbano es de 60. Usted va superando los dos”. Mi punto es que nadie en la circunvalar anda a 30 km por hora. Si esa norma se hiciera cumplir siempre, se paralizaría la circunvalar.

Yo propongo un criterio simple para establecer los límites de velocidad. Antes de fijarlos, haga un estudio. Mire pasar los carros, y pregúntese a qué velocidad pasan. Después, usted no puede fijar un límite que sea inferior a la velocidad promedio a la que pasan los carros.  Si la vía aguanta esa velocidad promedio, es tonto fijar una velocidad máxima inferior a esa velocidad promedio. Lo ideal sería que la velocidad máxima fuera ligeramente superior a esa velocidad promedio. Más en general, lo ideal sería que hubiera un estudio previo a la imposición de la norma, de cualquier norma.

Por ejemplo, recuerdo una vez que venía de La Línea, cuando era una vía estrecha en todos lados. No había modo de pasar sin ser imprudente, y los camiones formaban un trancón horrible. Recuerdo que me aguanté la baja velocidad con paciencia, para no manejar con imprudencia entre los camiones y el curverío. Y, cuando apareció la primera recta en las planicies de Tolima, adelanté… y apareció la multa. Algún imbécil decidió que la recta también era línea continua, y me pusieron la multa por adelantar en línea continua. Era, claramente, una deficiencia de la señalización, pero yo la terminé pagando.

Otro ejemplo: mi papá vivía en una calle cerrada: un lugar sin ningún tráfico. Un buen día, aparecieron las señales de no parquear, y la multa para mi papá. Él, que había parqueado toda su vida en frente de su casa, en un lugar que no le hacía ningún daño al tráfico, ahora, de viejito, tenía que ir a pagar una multa sin sentido.

Igual me pasó a mí recientemente. Trabajo en la 65 con 2. La 65, es cierto, ha venido ganado tráfico, pero es amplia, y no hay problema en parquear a los dos lados de la vía. Un buen día, sin embargo, aparecieron las señales de no parquear, y nos multaron a una niña de mi oficina y a mí. Pienso que las dos multas son injustas, porque las señales de no parquear aparecieron de buenas a primeras en un sector donde todo el mundo estaba acostumbrado a parquear en la calle, sin hacerle daño a nadie, pero siento que la mía es particularmente injusta porque mi moto ni siquiera estaba parqueada sobre la calle. Estaba parqueada en el andén en frente de la oficina. Alguien me dirá que parquear en los andenes también está mal, y quizás hasta tenga razón, pero hasta antes de que aparecieran las señales de no parquear nunca había sido un problema parquear ahí. La joya de la historia es que me llegó por el celular la notificación de multa, que yo estaba dispuesto a pelear, y, cuando fui a pagar, la multa había desaparecido del “sistema”. Entonces no la pude pagar. Dos meses después, volvió a aparecer, pero ya perdí la posibilidad de reclamación y de descuento. Así que la pregunta es: ¿cómo así que las multas aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer?

Otra multa célebre me la pusieron viniendo de Armero a Bogotá por la ruta de Cambao. La ruta es estrecha y llena de curvas, y la pérdida de la banca en algunos sectores hace que se pierda un carril. Los obreros, por tanto, tienen que bloquear la vía en un sentido, para que los que vienen en el otro sentido puedan pasar. En uno de esos bloqueos, se acumularon como 20 motos detrás de un carro de la policía. Cuando dieron paso, las motos empezaron a pasar al carro de la policía, que iba muy lento. Yo no me atreví a pasar, porque la doble línea amarilla era muy clara. Pero unas 17 motos pasaron al carro de la policía. Luego, este bajó aún más la velocidad. Dada la impresión de que iba a orillarse, y entonces las otras tres motos empezamos a pasarlo. La primera de las tres, es cierto, lo hizo de manera imprudente, y a la policía se le salió el genio, prendió las luces y las sirenas, y se dedicó a perseguir la moto que la acababa de pasar. Echándole el carro encima la obligó a orillar. En ese momento, yo pasé el carro de la policía, y también me detuvieron, me multaron y me retuvieron la moto, por pasar en línea continua. No menciono que los dos policías que me pararon llevaban una nenita en la patrulla, y que, lo menos, estaban utilizando la patrulla como transporte público de una particular. En breve, la policía armó el trancón, y, a pesar de que traté de prevenirme, tuve que pagar por ello. Vieran lo rico que es tener que hacer el curso en Villeta y recoger la moto en Albán. Qué tiempo tan “bien” invertido fue ese.

Mi punto es que en Colombia van apareciendo las restricciones y prohibiciones de tránsito como hongos, sin ningún estudio o socialización. Yo admito que el tráfico de Bogotá y en Colombia es horrendo, y que los conductores necesitamos aprender a manejar mejor. Pero la combinación de normas y policía de tránsito se prestan para unas conductas que solo pueden ser consideradas como abusivas. Lo repito, en todos casos, a valor facial, yo estaba violando la norma. Pero, en muchos casos, lo que yo creo que faltaba era criterio y sentido común. En muchos casos, lo mejor es no hacer cumplir la norma. Si a eso uno le añade la tendencia a la corrupción de la policía, las cosas empeoran: las normas estúpidas son un caldo de cultivo para que la policía cobre plata por dejar las cosas pasar. Yo tengo por costumbre no pagarles a los policías, pero varias veces he sentido que la razón de fondo por la cual me están poniendo la multa es por no aceptar el soborno.

Uno diría, entonces, que, con las fotomultas, la cosa debe ser mejor. Tengo la sospecha de que no. A mí “solo” me han puesto dos fotomultas: el “exceso” de velocidad en Soacha, y el “mal” parqueo en frente de mi oficina. Ambas me han parecido una estupidez. Y hay claras evidencias de que el tema de las fotomultas se ha vuelto una fuente de quejas por los abusos de unas autoridades que han visto en ellas una fuente de ingresos fiscales.

En fin, la vida es difícil. Yo entiendo que el Estado debe tratar de poner orden en el caos, y que uno, como ciudadano, tampoco es que se comporte la maravilla en todas las ocasiones. Pero, no sé, con las normas y la policía de tránsito hay algo que no funciona: un cierto abuso de la autoridad estatal que no hace sino amargarle la vida al ciudadano. En las normas y la policía de tránsito veo una metáfora de la sinrazón de la vida en Colombia, que ayuda a nuestra falta de sanidad mental. Perdón termino aquí. Tengo que ir a pagar una multa.

2 comments:

Unknown said...

Las normas de tránsito en Colombia son el rey de burlas. No es que me parezca el más importante de los temas, pero pedagógicamente sí es muy importante porque es la manera como los ciudadanos se encuentran a diario con la Ley, y porque es representativo de la manera de aplicar la ley a la colonial “la ley se obedece pero no se cumple” o “la ley es para los de ruana”.

En las normas de tránsito todavía es la norma que los límites de velocidad, los semáforos, límites de estacionamiento, etc., no están puestos para ser respetados, sino para ser el rey de burlas. Y el problema no está en la policía de tránsito; el problema está en el funcionario que diseñó la norma. Viví en Suiza por más de una década y allí encontraba que al violar una norma, me iba normalmente peor que si le hubiera hecho caso; no porque me sancionaran, sino porque la norma estaba bien diseñada. Los límites de velocidad eran razonables y volárselos en más de 20 km/h implicaba tomar el gran riesgo de atropellar un peatón, hacer un viraje forzado u ofender a una comunidad de padres de familia. Lo mismo para un semáforo peatonal: en Suiza es mejor mirar al semáforo porque da mejor información que mirar si los carros están parando; además, como los peatones normalmente miran sólo al semáforo, el riesgo de atropellar a alguien al pasarse un semáforo en rojo es mucho más alto que en Colombia; vale decir, hay además un efecto de cadena.

El funcionario que diseña la norma debería tener alguna responsabilidad en su cumplimiento. Si absolutamente todos los conductores pasan a más de 60 km/h enfrente de una señal que impone un límite máximo de velocidad de 20 km/h, allí el sancionado debería ser el funcionario que impuso una norma que todo el mundo incumple de manera tan flagrante. O bien toma las medidas para hacerla cumplir, o bien la elimina, o bien estudia el tema para imponer un límite más razonable.

Aparte de fomentar una actitud desdeñosa con respecto al cumplimiento de la Ley, un problema adicional de este modelo de aplicación de la ley es que el funcionario encargado de hacer cumplir semejante engendro queda encargado además de escoger a quién sancionar. Y ese es el principio de la dictadura: la justicia debería ser ciega; pero por supuesto, si todos los ciudadanos están violando la ley, y si el policía de tránsito no puede sancionarlos a todos, pues terminará sancionando al quien le ha caído mal por alguna otra razón (como a Daniel); se le está obligando a una aplicación arbitraria de la Ley, pero la arbitrariedad no se genera en la persona encargada de aplicarla, sino en aquel funcionario que decidió poner un límite de velocidad de 20 km/h en medio de una vía sin semáforos, de cinco carriles, que todo el mundo entiende como una vía rápida con límite razonable de alrededor de 80 km/h.

Y obsérvese que la corrección del problema es muy fácil, se arregla principalmente con pintura reflectiva o con un modelo de tráfico (que seguro ya está inventado). No hay que rehacer vías, no hay que construír puentes. Si los funcionarios supieran del tema, bastaría con aplicar el límite adecuado, poner la cadencia adecuada y repintar las señales. Para poder luego sancionar a los pocos que incumplan la norma, pero en cambio sancionarlos a todos ellos, preferiblemente después de que su imprudencia los conduzca al accidente.

Ana María Mesa Villegas said...

Jajajaja "En fin, la vida es difícil". Muy bueno el post.