Tengo la fortuna de tener un chat de
amigos de la universidad. A ese chat mando los vínculos a las entradas de mi
blog. Frente a mi más reciente entrada, que hablaba de un método de votación
que estoy proponiendo, alternativo al mayoritario usualmente usado, tuve una interesante
reacción: “Si te estás inventando un método de votación alternativo, ¿cómo
funcionaría en el caso práctico de los acuerdos de paz en La Habana?”. ¡Ja!
Quién dijo: “¿para qué soy bueno?”. Inmediatamente les cogí la caña (hablando
en sentido figurado, claro).
Lo primero era ponerse de acuerdo en las
opciones disponibles. ¿Por qué se iba a votar? Después de alguna discusión, se convino en que las
opciones eran aprobar lo acordado en La Habana y no aprobar lo acordado en La
Habana. Al fin y al cabo, a esa decisión se someterá el pueblo colombiano en unos meses, si todo sale bien. Este tema merecerá más discusión adelante.
Lo segundo era explicar cómo funciona el
método de votación. Yo traté de explicar que cada cual debía escoger, en
abstracto, una nota máxima y una nota mínima, y que con respecto a esas dos
notas debía calificar las dos opciones disponibles. Mi explicación no debió
haber sido muy buena porque, debo decirlo, causó alguna confusión. Algunos
pensaron que con señalar sus notas máximas y mínimas era suficiente; otros
pensaron que calificar situaciones abstractas, que nunca se iban a dar, era una
ridiculez; unos terceros pensaron que con dar una sola nota era suficiente, sin
darse cuenta de que mi método exige poner una nota a todas las opciones
disponibles, en nuestro caso dos; otros más dijeron que esas valoraciones eran
filosóficamente imposibles. Así que me tocó ejercer bastante pedagogía, y tener
algo de paciencia.
Al principio, la gente se mostró tímida
frente al método, lo cual es normal cuando uno se enfrenta a un procedimiento
nuevo. Tal vez uno no deba enredar el método de votación y deba anunciar de
antemano cuáles son las notas máxima y mínima, pero una de las bellezas del
método es que esa decisión no importa para nada, y cada cual puede escoger sus
notas máxima y mínima como a bien tenga. En esta prueba, yo pedí que un voto
válido tuviera cuatro números (la calificación máxima, la calificación mínima y
las calificaciones de las dos opciones en juego: aprobar y no aprobar los
acuerdos de La Habana). Sin embargo, acepté los votos de las personas que
mandaron solo dos números cuando era razonablemente claro cuál era el marco de
máximos y mínimos que estaban utilizando.
Después de algunas aclaraciones, la gente
empezó a votar. Quizás aquí quepan algunos datos sociodemográficos. En el chat
hay 17 personas. Ellas no fueron escogidas probabilísticamente: todos fuimos
compañeros de estudio de economía en los Andes, hace ya unas tres décadas. 11
son hombres y seis son mujeres. Todos estamos en nuestros “early fifties” de
edad. Pertenecemos a un estrato socioeconómico medio-alto (en mi caso más medio;
en el del resto, extraordinariamente alto). Somos altamente educados: todos
fuimos, por lo menos, a la universidad (aunque allí unos mamamos más gallo que
otros). En síntesis, la muestra no es ni cinco representativa. Un estadístico
bobo diría que de los resultados no se puede derivar ninguna conclusión
confiable. Y, sin embargo…
Después del plazo de escrutinio, se
emitieron 13 votos, de los cuales 12 fueron válidos, lo cual equivale a una
abstención del 29%. Los votos, a diferencia de una elección de verdad, se
emitieron de manera pública, lo cual pudo haber inhibido a algunos a votar,
para así no revelar frente a sus amigos sus verdaderas preferencias. Eso puede
causar una distorsión adicional en los resultados.
Algunas personas, más que no preocuparse
por votar, fueron renuentes a hacerlo. Según lo que se dijo en el chat, yo
identifico al menos tres razones para esa renuencia: (1) había inconformidad
con las opciones planteadas (es decir, a la gente le hubiera gustado que
hubiera otras opciones para escoger); (2) había el sentimiento de que la
información para votar era insuficiente; que no había suficiente información
para votar (una pregunta que se formuló era: ¿quién sabe lo que se acordó en La
Habana?); y (3) hubo el sentimiento de que darle un valor a las opciones era
moral o filosóficamente complicado.
A pesar del tono con el que se expresaron
las anteriores razones (al fin y al cabo hablamos en un chat de amigos), me
parece que todas ellas son profundas. Con respecto a la primera (¿no sería
mejor tener otras opciones?), la selección de opciones o candidatos es crucial.
Mi primera condición para identificar un método de votación adecuado es que una
elección está definida, entre otras cosas, por los candidatos que participan en
ella. Una cosa es que uno elija entre aprobar o no aprobar los acuerdos de La
Habana en un plebiscito; otra cosa es que uno elija entre un plebiscito, un
referendo o una constituyente; y una tercera es que uno tenga que aprobar
precisamente los términos del acuerdo alcanzado por los negociadores del
gobierno y las Farc, y no otros términos. La escogencia de las opciones que
entran en el proceso democrático también es parte del juego político, y ya
desde ahí se pueden dar exclusiones que pueden dejar insatisfechos a los
electores. La democracia no se empieza a ejercer cuando las opciones para votar
están definidas, sino en el proceso mismo de definir las opciones por las
cuales se va a votar.
La segunda razón señala que es muy
difícil votar por opciones de las cuales uno está mal informado. Aquí, creo,
hay más razones para el pesimismo. Mucha gente insiste en la importancia de
tener una ciudadanía informada, participativa, empoderada y deliberativa para
tener una buena democracia. Todo eso es verdad y hay que hacer más esfuerzos en
ese sentido, pero, siendo honestos, nada de eso pasará en alto grado. Uno
siempre vota con información incompleta. Un trabajo reciente de Achen y Bartels
(2016), titulado Democracy for Realists,
señala que la gente nunca vota como consecuencia de una decisión racional e
informada, sino que vota, más bien, por afinidad grupal. Mejor dicho, uno vota
por quien le parece chévere, no más. En particular, uno no vota como un acto
racional, ponderado después de evaluar toda la información disponible, sino
motivado por sentimientos más bien primarios. Quien quiera información sobre el
proceso de paz puede hallarla en la página web www.mitosyrealidades.co, o en la app “mesa
de conversaciones”, pero pocos absorberán la información necesaria para una
decisión “informada”. Hay que reconocer que las elecciones, ningunas
elecciones, se tratan de eso.
La tercera razón es que es difícil pasar
de preferencias a números que expresan preferencias. En términos de
economistas, es difícil pasar de relaciones de preferencia a funciones de
utilidad. Yo sé que Paulina Vega me gusta más que Laura Acuña, pero ¿cuánto
más? Es difícil de precisar. Adicionalmente, es repugnante valorar ciertas cosas. ¿Cuánto
vale una vida humana, por ejemplo? ¿La paz no es el máximo bien? ¿La guerra no
es el máximo mal? ¿No es estúpido tratar de valorar esas cosas? Por eso el
supuesto de tener funciones de utilidad cardinales es exigente: porque pide más
información. Las relaciones de preferencia (esto me gusta más que aquello) son menos
exigentes, porque no tengo que decir por cuánto. Pero, si no preciso el cuánto,
no puedo hablar de una función de utilidad social consistente (Arrow). En el fondo, toda la economía está basada en la idea de darle un valor a nuestras preferencias, así eso a veces suene repugnante. De esta manera, siempre seguirá existiendo gente que nos recuerde que hay cosas que el dinero no puede comprar (ver, por ejemplo, Sandel, 2012, What Money Can´t Buy).
A pesar de todas las salvedades, los
resultados del ejercicio fueron contundentes. Si la elección hubiera sido
mayoritaria, aprobar los acuerdos de La Habana hubiera ganado por unanimidad,
12 votos contra cero.
Con mi método de votación, aprobar los
acuerdos de La Habana también hubiera ganado. ¿Por qué? Porque los votantes
calificaron muy mal no aprobar los acuerdos. La nota relativa mínima de no
aprobar los acuerdos fue más baja que la nota relativa mínima de aprobarlos. Los detalles de los cálculos los muestro en un cuadro abajo, que explico más adelante. Por
lo tanto, según mi método, la opción ganadora fue aprobar los acuerdos de La
Habana. La nota decisiva fue la de una persona cuyo nombre no puedo revelar por
razones de habeas data, pero cuyo sistema de evaluación fue bastante creativo.
Sin embargo, no creo que eso haya sesgado los resultados.
Espero que una de las cosas para las
cuales haya servido este experimento particular es para mostrar que la aplicación de mi
método no es extraordinariamente difícil. Una de las cosas para las cuales NO
sirvió fue para mostrar la superioridad de mi método
de votación sobre el método mayoritario, ya que ambos, en este caso, dieron el
mismo resultado. Pero no importa. El experimento sirvió para sacar otras
conclusiones.
Adicionalmente, es fácil ver cómo hubiera podido haber una diferencia. Por ejemplo, suponga que hubiera habido una mayoría que votara en contra de los acuerdos, pero sin grandes diferencias entre rechazar y aprobar los acuerdos. Suponga, además, que la minoría que hubiera votado a favor de los acuerdos tuviera unas preferencias intensas a favor de los acuerdos (es decir, que no aprobarlos le pareciera fatal). Ahí los métodos de votación hubieran hecho una diferencia.
Adicionalmente, es fácil ver cómo hubiera podido haber una diferencia. Por ejemplo, suponga que hubiera habido una mayoría que votara en contra de los acuerdos, pero sin grandes diferencias entre rechazar y aprobar los acuerdos. Suponga, además, que la minoría que hubiera votado a favor de los acuerdos tuviera unas preferencias intensas a favor de los acuerdos (es decir, que no aprobarlos le pareciera fatal). Ahí los métodos de votación hubieran hecho una diferencia.
Para terminar, yo no tomaría mi muestra tan en serio. Pero, con todo y sus limitaciones, tal vez sí se pueda sacar una lección de este experimento. Aún no puedes cantar victoria, pero puedes respirar tranquilo, Juan
Manuel (me refiero a Santos, no a Soto). A pesar de todos los peros que se le pueda poner al proceso
de La Habana, la gente no es boba, y sabe que un mal acuerdo es preferible a un
buen pleito. Con la sabiduría infinita y mal informada de Pambelé, la paz es mejor que la
guerra.
A continuación describo en detalle los resultados del experimento. En el siguiente cuadro hay 12 columnas. La primera es un identificador consecutivo de los votantes. Las columnas 2 a 5 contienen las calificaciones de cada votante: la 2 es la calificación del cielo de cada votante, la 3 es la calificación que se le da a la opción de aprobar los acuerdos, la 4 es la calificación que se le da a la opción de no aprobar los acuerdos, y la 5 es la calificación del infierno de cada votante. La columna 6 es la diferencia entre las columnas 3 y 5. La columna 7 es la diferencia entre las columnas 4 y 5. La columna 8 es la diferencia entre las columnas 2 y 5. Por lo tanto, las columnas 6, 7 y 8 son las "distancias" entre las opciones y el cielo con respecto al infierno. La mejor calificación que una opción puede sacar es que sea igual al cielo; la peor, que sea igual al infierno. Las columnas 9 y 10 son las columnas claves del método de votación que propongo. La columna 9 indica cuánto saca la opción de aprobar los acuerdos en una escala de 0 a 1, y se calcula dividiendo la columna 6 entre la columna 8. La columna 10 indica cuánto saca la opción de no aprobar los acuerdos en una escala de 0 a 1, y se calcula dividiendo la columna 7 entre la columna 8. En otras palabras, las columnas 9 y 10 califican cada opción en relación con la felicidad máxima que un individuo podría sacar en la sociedad. Esas calificaciones tienen que estar entre 0 y 1. Mi método de votación se pregunta cuál es la calificación mínima en las columnas 9 y 10 (leyenda "mínimo"), y luego se pregunta, de esas dos calificaciones mínimas, cuál es la mayor (leyenda "maximin"). Se puede ver que el maximin coincide con el mínimo de la columna 9; por lo tanto, la opción de aprobar los acuerdos de La Habana es la ganadora. Las columnas 11 y 12 se refieren a los votos de cada opción si la votación hubiera sido mayoritaria. Se imputa un voto a "aprobar" si la columna 3 es mayor que la 4, y se imputa un voto a "no aprobar" si la columna 4 es mayor que la 3.
A continuación describo en detalle los resultados del experimento. En el siguiente cuadro hay 12 columnas. La primera es un identificador consecutivo de los votantes. Las columnas 2 a 5 contienen las calificaciones de cada votante: la 2 es la calificación del cielo de cada votante, la 3 es la calificación que se le da a la opción de aprobar los acuerdos, la 4 es la calificación que se le da a la opción de no aprobar los acuerdos, y la 5 es la calificación del infierno de cada votante. La columna 6 es la diferencia entre las columnas 3 y 5. La columna 7 es la diferencia entre las columnas 4 y 5. La columna 8 es la diferencia entre las columnas 2 y 5. Por lo tanto, las columnas 6, 7 y 8 son las "distancias" entre las opciones y el cielo con respecto al infierno. La mejor calificación que una opción puede sacar es que sea igual al cielo; la peor, que sea igual al infierno. Las columnas 9 y 10 son las columnas claves del método de votación que propongo. La columna 9 indica cuánto saca la opción de aprobar los acuerdos en una escala de 0 a 1, y se calcula dividiendo la columna 6 entre la columna 8. La columna 10 indica cuánto saca la opción de no aprobar los acuerdos en una escala de 0 a 1, y se calcula dividiendo la columna 7 entre la columna 8. En otras palabras, las columnas 9 y 10 califican cada opción en relación con la felicidad máxima que un individuo podría sacar en la sociedad. Esas calificaciones tienen que estar entre 0 y 1. Mi método de votación se pregunta cuál es la calificación mínima en las columnas 9 y 10 (leyenda "mínimo"), y luego se pregunta, de esas dos calificaciones mínimas, cuál es la mayor (leyenda "maximin"). Se puede ver que el maximin coincide con el mínimo de la columna 9; por lo tanto, la opción de aprobar los acuerdos de La Habana es la ganadora. Las columnas 11 y 12 se refieren a los votos de cada opción si la votación hubiera sido mayoritaria. Se imputa un voto a "aprobar" si la columna 3 es mayor que la 4, y se imputa un voto a "no aprobar" si la columna 4 es mayor que la 3.
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