Uno de mis odios favoritos, una de esas
cosas que yo amo odiar, son las normas y la policía de tránsito. Me parece que
en ese par de cosas se resume una arbitrariedad insoportable del Estado
colombiano. En ese odio, vale decir, toca admitirlo desde el principio, tengo
rabo de paja. Como dirían las señoras, tengo un palito para los comparendos que
es la cosa más verraca. Casi siempre es por exceso de velocidad o por adelantar
en línea continua, aunque el último comparendo, que todavía no he pagado, fue
por estacionar en un lugar prohibido.
Viendo el valor facial de las cosas,
todas las multas que me han puesto me las merecía. Pero lo que yo propongo es
ir más allá del valor facial. Yo creo que buena parte de las normas de tránsito
son arbitrarias, y son arbitrariamente aplicadas. Por ejemplo, la norma dice
que los límites de velocidad generales son de 60 km por hora en zonas urbanas,
y de 80 en carreteras, sin atención al tipo de vía en que uno transita. Eso me
parece una estupidez. Recuerdo una gloriosa ocasión en que viajé a Ibagué por
carretera, y me multaron dos veces en el mismo viaje por exceso de velocidad,
una presencialmente y otra por fotomulta. En la presencial, lo admito, iba a
120 km, pero en una sección de doble calzada en la que el límite de 80, o 90, o
100, suena francamente ridículo. En la fotomulta, iba a 84 km por hora, también
en una sección de doble calzada, pero en zona urbana de Soacha, y por lo tanto
pailas. Hombre, no fregués: en Colombia hacemos dobles calzadas para no poder
andar rápido.
Otra de mis multas icónicas por exceso de
velocidad fue un día sin carro, en el que se podían sacar motos. Entonces saqué
mi moto para ir a los Andes. De vuelta por la circunvalar, me pararon. Yo pensé
que era una de esas detenciones para revisar papeles, que son molestas, pero no
pensé que fuera a pasar a mayores. No me sentía infringiendo ninguna norma.
Cuando, oh sorpresa, me dijeron que iba con exceso de velocidad. “¿Qué?”. “Sí
señor, va a 74 km por hora”. “Señor agente, ir a esa velocidad en ese sector no
tiene ningún problema”. “Sí, señor, el límite acá es 30 km por hora, y el
límite urbano es de 60. Usted va superando los dos”. Mi punto es que nadie en
la circunvalar anda a 30 km por hora. Si esa norma se hiciera cumplir siempre,
se paralizaría la circunvalar.
Yo propongo un criterio simple para
establecer los límites de velocidad. Antes de fijarlos, haga un estudio. Mire
pasar los carros, y pregúntese a qué velocidad pasan. Después, usted no puede
fijar un límite que sea inferior a la velocidad promedio a la que pasan los
carros. Si la vía aguanta esa velocidad
promedio, es tonto fijar una velocidad máxima inferior a esa velocidad promedio.
Lo ideal sería que la velocidad máxima fuera ligeramente superior a esa
velocidad promedio. Más en general, lo ideal sería que hubiera un estudio
previo a la imposición de la norma, de cualquier norma.
Por ejemplo, recuerdo una vez que venía
de La Línea, cuando era una vía estrecha en todos lados. No había modo de pasar
sin ser imprudente, y los camiones formaban un trancón horrible. Recuerdo que
me aguanté la baja velocidad con paciencia, para no manejar con imprudencia
entre los camiones y el curverío. Y, cuando apareció la primera recta en las
planicies de Tolima, adelanté… y apareció la multa. Algún imbécil decidió que
la recta también era línea continua, y me pusieron la multa por adelantar en
línea continua. Era, claramente, una deficiencia de la señalización, pero yo la
terminé pagando.
Otro ejemplo: mi papá vivía en una calle
cerrada: un lugar sin ningún tráfico. Un buen día, aparecieron las señales de
no parquear, y la multa para mi papá. Él, que había parqueado toda su vida en
frente de su casa, en un lugar que no le hacía ningún daño al tráfico, ahora,
de viejito, tenía que ir a pagar una multa sin sentido.
Igual me pasó a mí recientemente. Trabajo
en la 65 con 2. La 65, es cierto, ha venido ganado tráfico, pero es amplia, y
no hay problema en parquear a los dos lados de la vía. Un buen día, sin
embargo, aparecieron las señales de no parquear, y nos multaron a una niña de
mi oficina y a mí. Pienso que las dos multas son injustas, porque las señales
de no parquear aparecieron de buenas a primeras en un sector donde todo el
mundo estaba acostumbrado a parquear en la calle, sin hacerle daño a nadie, pero
siento que la mía es particularmente injusta porque mi moto ni siquiera estaba
parqueada sobre la calle. Estaba parqueada en el andén en frente de la oficina.
Alguien me dirá que parquear en los andenes también está mal, y quizás hasta
tenga razón, pero hasta antes de que aparecieran las señales de no parquear
nunca había sido un problema parquear ahí. La joya de la historia es que me
llegó por el celular la notificación de multa, que yo estaba dispuesto a
pelear, y, cuando fui a pagar, la multa había desaparecido del “sistema”.
Entonces no la pude pagar. Dos meses después, volvió a aparecer, pero ya perdí
la posibilidad de reclamación y de descuento. Así que la pregunta es: ¿cómo así
que las multas aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer?
Otra multa célebre me la pusieron
viniendo de Armero a Bogotá por la ruta de Cambao. La ruta es estrecha y llena
de curvas, y la pérdida de la banca en algunos sectores hace que se pierda un
carril. Los obreros, por tanto, tienen que bloquear la vía en un sentido, para
que los que vienen en el otro sentido puedan pasar. En uno de esos bloqueos, se
acumularon como 20 motos detrás de un carro de la policía. Cuando dieron paso,
las motos empezaron a pasar al carro de la policía, que iba muy lento. Yo no me
atreví a pasar, porque la doble línea amarilla era muy clara. Pero unas 17
motos pasaron al carro de la policía. Luego, este bajó aún más la velocidad.
Dada la impresión de que iba a orillarse, y entonces las otras tres motos
empezamos a pasarlo. La primera de las tres, es cierto, lo hizo de manera
imprudente, y a la policía se le salió el genio, prendió las luces y las
sirenas, y se dedicó a perseguir la moto que la acababa de pasar. Echándole el
carro encima la obligó a orillar. En ese momento, yo pasé el carro de la policía,
y también me detuvieron, me multaron y me retuvieron la moto, por pasar en
línea continua. No menciono que los dos policías que me pararon llevaban una
nenita en la patrulla, y que, lo menos, estaban utilizando la patrulla como
transporte público de una particular. En breve, la policía armó el trancón, y,
a pesar de que traté de prevenirme, tuve que pagar por ello. Vieran lo rico que
es tener que hacer el curso en Villeta y recoger la moto en Albán. Qué tiempo
tan “bien” invertido fue ese.
Mi punto es que en Colombia van
apareciendo las restricciones y prohibiciones de tránsito como hongos, sin
ningún estudio o socialización. Yo admito que el tráfico de Bogotá y en
Colombia es horrendo, y que los conductores necesitamos aprender a manejar
mejor. Pero la combinación de normas y policía de tránsito se prestan para unas
conductas que solo pueden ser consideradas como abusivas. Lo repito, en todos
casos, a valor facial, yo estaba violando la norma. Pero, en muchos casos, lo
que yo creo que faltaba era criterio y sentido común. En muchos casos, lo mejor
es no hacer cumplir la norma. Si a eso uno le añade la tendencia a la
corrupción de la policía, las cosas empeoran: las normas estúpidas son un caldo
de cultivo para que la policía cobre plata por dejar las cosas pasar. Yo tengo
por costumbre no pagarles a los policías, pero varias veces he sentido que la
razón de fondo por la cual me están poniendo la multa es por no aceptar el
soborno.
Uno diría, entonces, que, con las
fotomultas, la cosa debe ser mejor. Tengo la sospecha de que no. A mí “solo” me
han puesto dos fotomultas: el “exceso” de velocidad en Soacha, y el “mal”
parqueo en frente de mi oficina. Ambas me han parecido una estupidez. Y hay
claras evidencias de que el tema de las fotomultas se ha vuelto una fuente de
quejas por los abusos de unas autoridades que han visto en ellas una fuente de
ingresos fiscales.
En fin, la vida es difícil. Yo entiendo
que el Estado debe tratar de poner orden en el caos, y que uno, como ciudadano,
tampoco es que se comporte la maravilla en todas las ocasiones. Pero, no sé,
con las normas y la policía de tránsito hay algo que no funciona: un cierto
abuso de la autoridad estatal que no hace sino amargarle la vida al ciudadano. En
las normas y la policía de tránsito veo una metáfora de la sinrazón de la vida
en Colombia, que ayuda a nuestra falta de sanidad mental. Perdón termino aquí.
Tengo que ir a pagar una multa.