El decano de la facultad de economía de la Universidad del Rosario, Carlos Sepúlveda, muy amablemente me invitó a dirigir unas palabras a los graduados de la facultad. Esto fue lo que dije.
Quisiera, en primer lugar, agradecer el
riesgo que tomó la Universidad, y muy en particular el decano Carlos Sepúlveda,
al pedirme que les dirigiera a ustedes, queridos graduandos, unas palabras en
este día. No sé si tenga los pergaminos o las canas necesarias para semejante
encargo. Les ruego mucha indulgencia con estas palabras, que fueron preparadas
a las carreras, sin mucha inspiración y sin mucho orden para ponerlas en un
todo coherente.
Quiero comenzar por contar anécdotas
personales que me atan a esta universidad. Yo soy uniandino, pero tengo una
deuda de gratitud con el Rosario. Recién graduado de los Andes, mi primer
trabajo fue aquí al lado, en el Banco de la República. Y tal vez esa proximidad
sirvió para que mi primer trabajo como profesor fuera acá, en la Universidad
del Rosario, que en esas épocas tal vez todavía era el Colegio Mayor de Nuestra
Señora del Rosario. Acá me recibieron a pesar de mi juventud de entonces, de mi
pelo largo, de mi arete, de mi falta de corbata y de mi irreverencia por los
“doctores”, así entre comillas. En el Rosario de la época, eso era un
sacrilegio, que fue aceptado de buen grado. En mi primera clase, los estudiantes
no creyeron que yo fuera el profesor, y me tocó llamar a la decana de Derecho
de la época, Marcela Monroy, para que los persuadiera de que yo no era una
primiparada. Hice muchos amigos entre los estudiantes de esa época, que eran
casi de mi misma edad, varios de los cuales aún conservo.
Aquí me pasaron cosas divertidas y
terribles. Recuerdo que la universidad me exigía hacer exámenes orales, en los
cuales yo no tenía experiencia. Hice uno que comenzó un viernes en la tarde, y que
duró todo un fin de semana. La fiesta en el intermedio, animada con música de
Soda Estéreo, para mí siempre será inolvidable. En otra ocasión, en plena clase
y en voz alta, una alumna me pidió que me quitara la chaqueta, para poderme ver
mejor las nalgas. Me imagino que la apuesta que debió ganar por ese
atrevimiento tuvo que haber sido muy grande. Al menos una de mis estudiantes de
esa época ya murió, y vine a enterrarla, con todo el dolor de mi alma, aquí a
la Bordadita. Y estas historias no agotan todas las anécdotas que puedo contar
de esas épocas. ¿Por qué cuento todo esto? Creo que una palabra lo resume todo:
gratitud porque aquí comencé mi carrera de profesor. No tengo el honor de ser
rosarista, pero tengo una deuda de gratitud enorme con este claustro.
Hoy es una fecha de celebración. Estamos
celebrando su grado de economistas. Trabajaron duro para él, y es justo que hoy
lo celebren. Así que felicitaciones para ustedes; para sus padres, que deben
estar muy orgullosos; para la Universidad y sus profesores, que formaron una
nueva cohorte de profesionales, y que deben sentirse satisfechos por la labor
cumplida. Aquí hay motivo de regocijo para todo el mundo.
Los grados universitarios son un rito de
paso, una iniciación, una ceremonia para marcar una conversión. Hasta hoy
ustedes estaban en formación. Hasta hoy ustedes eran responsabilidad,
primariamente, de otros: de sus padres, de sus familiares, de su Universidad.
Hoy termina la preparación para la vida, y mañana será otra cosa.
Claro, el cambio no es tan abrupto como
el rito lo sugiere: ustedes ya venían ganando independencia antes de este acto,
y, de hecho, antes de llegar aquí, ya habían tomado algunas decisiones que
serán cruciales para el resto de sus vidas. Por ejemplo, ustedes ya decidieron
que querían ser economistas o financieros.
Esa decisión es importante, pero no
determinante. Algunos de ustedes querrán ser economistas académicos, otros
trabajarán en el sector financiero, otros estarán preocupados por el
desarrollo, otros estarán en el tercer sector, otros venderán bienes raíces. La
carrera que uno escoge marca un rumbo posible, pero no definitivo. Ya habrá
tiempo para que la vida juegue sus dados, y para cambios voluntarios de rumbo y
rectificaciones.
Además, cometerían un error muy grave si
creen que sus procesos de formación para la vida terminan hoy. Si hay algo que
hemos aprendido en el incesante cambio del mundo de hoy es que la formación no
puede terminar con la juventud, y solo los que mantienen sus cabezas actualizadas
evitan una obsolescencia precoz en un mundo que corre atropellado.
Pero los grados dan pie para reflexionar
por un instante sobre los cambios que están sucediendo en sus vidas. Ya mañana
ustedes serán profesionales, y deberán enfrentar el reto de vivir la vida como
adultos. De mañana en adelante, sus vidas serán lo que ustedes quieran hacer
con ellas. Desde mañana, los principales responsables de ustedes serán ustedes
mismos.
Claro, el azar existe. Nadie sabe qué les
deparará la vida. Algunos tendrán más oportunidades; otros menos. La vida
traerá sorpresas, no cabe duda, y, no crean, los años son aleccionantes. Bien
dice el dicho que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Pero las
personas más exitosas usualmente son aquellas que mantienen una consistencia de
propósitos entre la juventud y la madurez. Si uno, desde joven, sabe para dónde
va, la vida le alcanzará más fácilmente para llegar al puerto de destino.
Así que mi primer mensaje es que, en la
vida, uno recibe más o menos lo que quiere. Si algún acierto tiene el
pensamiento de derecha es que el individuo adulto es responsabilidad,
principalmente, de sí mismo, no de las circunstancias, del Estado, de los
familiares o del azar. Ejerzan con cuidado la gerencia de sus propias vidas,
porque, hasta donde entiendo, a cada cual le toca una sola, y cada cual es
responsable de la que le ha tocado en suerte. Nada es más odioso que una persona
que utiliza sus circunstancias para explicar sus fracasos. Contra ese terrible
mal, es bueno recordar la frase de Bolívar en la que dijo que, si la naturaleza
se oponía a sus designios, lucharía contra ella, y la sometería. Para los
grandes hombres, y mujeres, no hay excusas.
Todo lo que se les pide, lo cual es fácil
de pedir, pero no tan fácil de lograr, es que sean buenos profesionales, buenos
rosaristas y buenas personas.
Como profesionales, sean buenos trabajadores
y buenos economistas o financieros. Uno, como profesional, solo tiene dos
futuros posibles: o es empleado, o es emprendedor. Los emprendedores son
fundamentales para la sociedad, y su éxito es fácil de medir: la lograste, o no
la lograste. Pero no todo el mundo tiene madera de emprendedor, y está bien que
así sea. Una sociedad necesita emprendedores, pero no solamente emprendedores.
Si uno escoge ser empleado, es bueno saber que uno debe jugar a ser la locomotora
que arrastra los vagones, no la carga que va dentro de ellos. El mensaje es simple:
como trabajadores, den más de lo que les piden. Piensen más y más rápido que
sus jefes. Así pronto llegarán a ocupar los cargos que ellos ocupan.
En cuanto a la economía y las finanzas,
se ha popularizado el mito de que Colombia es tierra de buenos economistas. Y
eso es cierto, pero solo en un sentido limitado. Se ha enfatizado que el manejo
económico colombiano es razonable, que tenemos una tradición de mantener la
estabilidad macroeconómica y de pagar nuestras deudas. Cuando una mira nuestra
historia, esa tradición bien puede ser más un mito que una realidad, pero, aun
así, bien vale la pena mantenerla. Nuestro actual ministro de Hacienda, creo,
simboliza esa sana tradición. Adicionalmente, en una bienvenida evolución, creo
que hay toda una generación de economistas jóvenes con notables habilidades
empíricas, sectoriales y microeconómicas. Todo eso está muy bien.
Pero también creo que hay dimensiones
donde los economistas le hemos fallado al país. Por ejemplo, creo que Colombia
aplazó inversiones vitales por mantener el equilibrio macroeconómico, y hoy es
un país con un acervo de capital que no se compadece con su nivel de
desarrollo. De otra parte, creo que uno de los grandes debates que no se han
dado en Colombia, quizás porque todos sus protagonistas están todavía vivos, es
cuál fue la responsabilidad de los técnicos colombianos en la gran crisis
económica de 1999. Como un tercer ejemplo, habría que mencionar la crisis
social que vive el país, que se refleja en el hecho de que, en términos de
desigualdad, estemos entre los 10 o 15 peores países del mundo. Quizás la culpa
de esto no sea solo de los economistas, pero la verdad es que es un hecho que
nos avergüenza a todos.
Economistas colombianos de renombre
internacional hay muy pocos, quizás solo uno, y ninguno con posibilidades de
llegar a ser un premio Nobel. Me parece, por tanto, que la producción teórica
colombiana es deficiente, y que eso ha limitado nuestra capacidad de
entendernos a nosotros mismos. En este terreno me parece incluso que hemos retrocedido.
En el pasado, las reflexiones sobre el desarrollo, sobre el desempleo, sobre la
historia económica, sobre los problemas económicos vitales, me parece que eran
más activas, si bien no se hacían, quizás, con el nivel de rigor necesario.
Pero ser buen economista no significa
solamente hacer modelos matemáticos complejos o correr regresiones con las
últimas técnicas estadísticas. Ser buen economista implica darse cuenta de que
hay preguntas sobre el comportamiento social que todavía no sabemos responder
muy bien, y cuyas respuestas son fundamentales para entendernos como sociedad y
para resolver problemas como la pobreza y la desigualdad. Estoy tratando de
decir, creo, que la técnica, por sí sola, no hace bueno al economista. No solo
se trata de responder rigurosamente las preguntas que se nos plantean, sino de
saber plantearnos las preguntas adecuadas.
Mi generación, creo yo, ha sido una de
economistas técnicos pero ideologizados, convencidos de las bondades del libre
mercado y la apertura, pero incapaces de contrastar la teoría con la realidad.
Para mi generación, ser buen economista era ser neoliberal. Para nosotros,
nuestros problemas se resolverían si sacáramos a los políticos y metiéramos al
mercado a manejar las cosas. Hoy estoy convencido de que el mundo es más sutil,
y que no basta con entender la esfera económica del funcionamiento social. No
creo que en el mundo de hoy alguien pueda ser buen economista despreciando o
ignorando la política, la sociedad y la historia.
Hoy, un buen economista es ante todo un
buen científico social: un tipo que puede hablar con los sicólogos, con los
antropólogos, con los politólogos, y no un tipo que se atrinchera en la jerga
de los economistas para descalificar al resto con la pregunta de “¿y dónde está
su modelo?”. Los más técnicos de nuestros ministros fueron sacrificados en el
Congreso de la República porque su lenguaje técnico sonaba como, y quizás era,
arrogancia, y hoy no nos sorprendemos de que tipos como Óscar Iván Zuluaga o
Simón Gaviria, con un perfil más político que técnico, sean ministros de Hacienda
o directores de Planeación Nacional. Hoy los economistas no pueden solo hablar
con letras griegas y entre ellos, sino que tienen que hablar, también, en
lengua vernácula y frente a todos los concernidos. La economía es demasiado
importante para dejársela solo a los técnicos.
No sean dogmáticos con su conocimiento.
Sé que es una tentación de la juventud, pero no crean que se las saben todas.
Quién sabe si la economía es una ciencia, pero el sello distintivo de esta es
la posibilidad de estar equivocado. El buen economista no es el que sabe qué
dice el modelo, sino el que sabe si el modelo aplica a la realidad. Todo
modelo, por bello que sea, si no es ratificado por la realidad, debe ser
corregido o abandonado. Nuestra prueba ácida no es que nuestro conocimiento
esté de acuerdo con nuestras ideas, sino que esté de acuerdo con la realidad.
Ese contraste con la realidad me parece
vital. En estos días, ese reality check,
como se dice en inglés, se practica en economía con lo que, en nuestra jerga,
se denomina “formulación de políticas públicas basada en evidencia”. Debo decir
que ese reality check, practicado de
esa manera, me parece absolutamente insuficiente. El mundo hoy corre más rápido
que las evaluaciones de impacto. No sé si estoy diciendo con claridad lo que
quiero decir, pero, como diría Suso el paspi, para que no digan que no cito a grandes
filósofos, el que me entendió me entendió.
Descubran la ideología que hay detrás de
cada modelo. Algunos han querido convencernos de que, como la economía es una
ciencia, en cuanto tal, no admite valores. Pamplinas. La economía no es solo la
ciencia de la eficiencia: también es la ciencia de la justicia. No hay
separación entre economía y política, así como tampoco hay separación entre
política y valores. No les estoy diciendo que sean de derecha o de izquierda.
Creo que todo ser humano maduro debe cultivar una posición política, pero es
indispensable reconocer que nunca habrá unanimidad al respecto, y que tenemos que
ser capaces de crear una sociedad donde todos, incluso los que piensan distinto
de uno, puedan florecer. No solo como economistas, sino también como seres
humanos, tenemos que aportar a la paz de Colombia.
A la economía a veces se le dice the dismal science, la ciencia lúgubre.
A veces se dice que los estudiantes de economía son más egoístas que los
estudiantes de otras disciplinas, que uno se vuelve más egoísta por estudiar
economía. Si esas cosas se siguen repitiendo, que no sea por ustedes. Ojalá ustedes
sean portadores de una economía de la esperanza y el altruismo. Las utopías
pensadas por los economistas han resultado un desastre, como lo atestiguan la
antigua Unión Soviética o la actual Venezuela. Releo esta frase y, la verdad,
no sé si estos resultados se pueden atribuir a los economistas, o a la falta de
ellos. En fin, ese sería todo un debate. Pero creo que mis puntos son dos: uno,
no podemos renunciar a la utopía, y dos, no podemos abandonar el sentido
práctico de las cosas.
Así que creo que lo que estoy proponiendo
es la búsqueda del oxímoron de las utopías posibles. No causen daño por buscar
lo imposible, pero tampoco se contenten con justificar lo malo de la realidad
actual solo porque es la realidad actual. Las cosas son como son, pero la
promesa del conocimiento es que es la comprensión la que permite la transformación
social.
Como buenos rosaristas, ustedes son
herederos de una tradición sobre la cual se ha construido Colombia, y que se
respira muy fácilmente en estas paredes, tan llenas de historia. Ser rosarista
es un honor que cuesta. Tal vez ustedes, que deambulan tanto por estas paredes,
no lo notan tanto, pero para mí, que, como ya dije, no soy de este claustro, la
tradición rosarista es un bien público de máximo valor. Colombia está hecha de
lo que ha hecho el Rosario. Recuerden que en esta casa enseñó Mutis. Solo
pensar que de esta casa salió Caldas a enfrentar su suerte se vuelve un
pensamiento sobrecogedor. Piensen ustedes en esa figura conmovedora: el
conocimiento saliendo a dar la vida por la Patria. Pocas universidades pueden
decir que tienen una cafetería con una multitud de cuadros de presidentes de la
república egresados de la universidad. Esa historia pesa y es un patrimonio, no
solo de ustedes, sino de toda Colombia. Vivimos la vida bajo la sombra de
nuestros mayores, y no podemos ser inferiores a su legado. Hoy ustedes entran a
esa historia, y no como espectadores, sino como protagonistas. Desde hoy es el
turno de ustedes.
Como personas, me parece que todos
tenemos tres grandes responsabilidades: con nosotros mismos, con nuestras
familias y con nuestra sociedad, tanto nacional como internacional. La primera
responsabilidad de cada individuo es consigo mismo. Cada cual debe cultivarse,
intelectual y moralmente. Nadie que no esté bien consigo mismo puede hacer el
bien por los demás.
Esta institución ha sabido derivar las
fuentes de su propuesta moral de la fe cristiana, y en esa fe, sea uno creyente
o no, puede encontrar valiosos motivos de renovación y valiosas lecciones de
vida. Hoy el papa Francisco es luz para todo el mundo, incluidos los no
católicos, y se me antoja que Francisco no está más que renovando los esfuerzos
educativos de un Cristóbal de Torres, o reeditando para hoy el mensaje del
nazareno que murió en una cruz hace más de 2.000 años.
Colombia pasa hoy por una crisis de
probidad. Hoy es normal ver que un exalcalde que pasó por estas aulas está en
la cárcel por haber desfalcado a la ciudad, o que la comida de los colegios
oficiales alcanza para dar contratos millonarios, pero no para dar comida a los
niños de los colegios. Recuerden, por Dios, una cosa. No es más exitoso el que
más tiene. No es cierto que el que tenga más juguetes al final de la vida gana.
No se trata de acumular riquezas a toda costa. Hay una cuestión de modo que es
fundamental. Ser famoso con el prestigio de Pablo Escobar es el mayor oprobio.
La decencia es un valor que se ha perdido en Colombia, y que ustedes deben
conservar. Ser profesional es un privilegio en Colombia, y el que más ha recibido
más debe a la sociedad. Si los ladrones no merecen perdón, los ladrones de
cuello blanco son más indignos aún. Hay que mantener la elegancia de la
discreción, las buenas maneras y el buen hacer. El único patrimonio real de una
persona es su buen nombre.
Atrás les dije que, en la vida, uno
recibe más o menos lo que quiere. Eso que les dije es verdad, pero no es toda
la verdad. La historia no queda completa si no se entiende que uno recibe más
o menos lo que da. Esta idea es fácil de entender para un economista. Todo
intercambio es un acto de reciprocidad. Pero, cuando esta noción se saca del
ámbito del mercado, adquiere una profundidad insospechada. Llamémosla la
lección de San Francisco: dando es como se recibe. La medida de nuestro éxito
personal es el alcance de nuestra responsabilidad social. A todos nos gusta el
aprecio y el reconocimiento social, pero ellos no vendrán si antes no hemos
dado lo que nos corresponde.
En un sentido profundo, ustedes hoy generan la
misma ternura que genera un bebé, con todo el futuro por delante. Como diría
Miguel Mateos, en una canción que quizás revela demasiado mi edad, “nene, nene, ¿qué vas a hacer, cuando seas grande? ¿Una estrella de rock and roll, presidente
de la nación?”. Cuando les estamos diciendo que ustedes tienen todo el futuro
por delante, créanselo, porque es verdad. Hoy los mayores les estamos haciendo
entrega a ustedes de ese bien tan preciado que es la esperanza en el futuro.
Hagan con él lo que mejor puedan. Construyan un mejor mañana. Se les pide que
tomen la posta, y que la entreguen un poco más lejos de donde la recibieron. El
país que ustedes reciben hoy no es, en muchos sentidos, el mejor del mundo, así
que tienen mucho trabajo por delante, pero aquí tampoco es que no hayan pasado
cosas. Aquí se ha construido una nacionalidad, se han construido unas
instituciones, se ha construido una base económica. Puede que la Colombia de
hoy no sea una maravilla, pero cómo ha cambiado, y para bien, desde que yo
tenía la edad de ustedes. Hay que seguir, y solo hay una dirección posible:
hacia adelante. Hoy nosotros, seres ya mayores, vemos cómo ustedes ya pueden
despegar, tomar vuelo, y eso nos llena de orgullo y de felicidad a todos
nosotros. Con ustedes, queridos graduandos, nuestro futuro está en buenas
manos. Me uno a sus seres queridos y a sus maestros en felicitarlos
efusivamente, y en desearles lo mejor para sus vidas.
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1 comment:
Excelente texto. Corazón y cabeza puestos al servicio del mensaje que necesitaban oir los muchachos. De paso, primera vez que lo entiendo.
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