Estoy escribiendo un libro sobre mercado y democracia. Para tal fin, estoy escribiendo unas notas que me sirven para organizar las ideas. Quizás sea bueno ir publicando esas notas, por si eso provoca algún debate y me sirve para refinar mis posiciones. Por lo tanto, me gustaría iniciar una serie de entradas sobre la democracia. Esta es la primera, lo que explica el título de Democracia I.
La democracia es uno de los grandes
inventos de Occidente, pero, como dicen por ahí, no se ha terminado de
inventar. Yo creo que la democracia actual, en particular la colombiana, tiene cuatro
grandes defectos, que son los siguientes: (1) La definición comúnmente aceptada
de democracia es insatisfactoria. (2) La democracia representativa introduce
unos privilegios inaceptables para los representantes, que se traducen
fácilmente en corrupción. (3) La forma adecuada de tributar aún no se ha
identificado. Y (4) la desigualdad económica puede afectar la igualdad
política, desvirtuando la democracia. Dedicaré sendas entradas a tratar cada
uno de estos temas. En esta ocasión trataré el tema de la definición de la
democracia.
Usualmente se aceptan tres ideas: (1) que
el fin de la democracia es el bien común, (2) que la democracia es el gobierno
del pueblo, y (3) que, en una democracia, debe prevalecer la opinión de las
mayorías. Con las dos primeras concepciones no tengo problema. Con la tercera
sí. Es decir, creo que el fin de la democracia es el bien común y que la
democracia es el gobierno del pueblo, pero no creo que un régimen mayoritario
sea una democracia.
Eso no quiere decir que yo privilegie los
gobiernos de minorías. No. Lo que quiero decir es que el criterio superior en
una democracia debe ser el bien común, y sostengo que la regla de la mayoría no
expresa adecuadamente el bien común. Pongamos un ejemplo. Supongamos que en
Alemania gana las elecciones un partido, que, por decir algo, se llama el
Partido Nacional-Socialista (nazi). Ese partido, una vez en el poder, decide
que hay que exterminar a los judíos alemanes, que son una minoría. ¿Es
democrático que los nazis exterminen a los judíos? Obvio que no. Mi punto es
que una mayoría, por muy mayoría que sea, no puede imponer sacrificios enormes
a una minoría.
Algunos teóricos de la democracia
sostienen que ese problema se resuelve otorgándoles derechos a las minorías,
derechos que, en una democracia, deberían ser inviolables por parte de las
mayorías. Así, en una verdadera democracia, no solo gobiernan las mayorías,
sino que, además, se reconocen unos derechos a las minorías.
Debo decir que la anterior solución me parece
insatisfactoria. La principal razón es que hay una contradicción inherente
entre los derechos de los individuos y el bien común. ¿Qué debe primar cuándo?
No es una pregunta fácil de responder. Algunos teóricos afirman que el bien
común no existe, y que solo existen derechos individuales, mientras que otros
(nuestra Constitución incluida) sugieren que el bien común (casi) siempre está
por encima de los derechos individuales. ¿Cómo se traza la línea? ¿Cuándo se
traza? ¿Cómo se definen los derechos individuales?
He pensado mucho sobre qué significa el
bien común, y he llegado a la conclusión de que los regímenes mayoritarios no lo
expresan adecuadamente. Pienso, además, que una adecuada definición de bien
común debe incorporar los derechos de los individuos, y no asumirlos como
exógenos.
No es este el lugar para explicar los
detalles de mi visión del mundo (para más detalles ver Castellanos, 2012), pero
creo que el bien común está expresado por aquella situación social que impone
los menores costos relativos a todos los miembros de la sociedad. Esta idea,
expresada así, es vaga, así que voy a tratar de aclararla con un ejemplo.
Suponga que una sociedad está dividida en
dos grupos, los “rojos” y los “azules”. Los rojos prefieren la situación I, y
detestan la situación D. Los azules, por su parte, tienen las preferencias
exactamente contrarias, es decir, prefieren la situación D, y detestan la
situación I. Si los rojos tienen la mayoría, y por tanto gobernaran, harían
valer la situación I, y los azules verían el gobierno de los rojos como
tiranía. Si sucediera el caso contrario, con una mayoría azul, prevalecería la
situación D, y los rojos verían el gobierno de los azules como tiranía.
Ahora supongamos que existe una situación
C, que los rojos ven no tan buena como I, pero no tan mala como D. Algo similar
pasa con los azules: ellos ven la situación C no tan buena como D, pero no tan
mala como I. Para ser específicos, si cada grupo pudiera calificar cada
situación de 1 a 5, siendo 1 la peor nota y 5 la mejor nota, los rojos
calificarían a las situaciones I, C y D con 5, 3 y 1, respectivamente, y los
azules las calificarían con 1, 3 y 5, respectivamente.
Notemos que nadie votaría por C en unas
elecciones mayoritarias. Sin embargo, yo afirmo que una situación como C
expresa el bien común en esta sociedad de rojos y azules. La propiedad de C es
que la mínima valoración de ella que hacen las diversas fuerzas sociales es la
mayor posible. Para los rojos, la situación D es un desastre. Para los azules,
la situación I es un desastre. Tanto para los rojos como para los azules la
situación C no es la gran cosa, pero tampoco es un desastre. Se puede
argumentar que la situación C es la mejor situación social posible: la situación C expresa el bien común. Y a ella
nunca se hubiera llegado por un voto mayoritario.
Los puntos de fondo que quiero hacer son
que: (1) la regla mayoritaria no expresa el bien común, y (2) el bien común
está expresado por aquella situación social que causa el menor daño posible a
todos los posibles grupos sociales.
La afirmación (1) es polémica, ya que, a
lo largo de la historia, se ha identificado la democracia con la regla de la
mayoría. Yo afirmo que eso no solo es un error conceptual, sino que,
adicionalmente, ha traído un daño innecesario a las sociedades donde se aplica.
Voy a poner un par de ejemplos, tomados
de la historia política reciente de Colombia. En 2006, Álvaro Uribe logró su
reelección como presidente de Colombia, a pesar de que la Constitución
inicialmente la prohibía, porque, al terminar su primer mandato, había un
sentimiento mayoritario de que él debía continuar como presidente. Había,
naturalmente, una fuerte oposición a la reelección, pero era minoritaria. La
voluntad de las mayorías se impuso, y la experiencia con la reelección no fue
buena. Un segundo intento de reelección en 2010 fue detenido por la Corte
Constitucional.
En 2011, Gustavo Petro fue elegido como
alcalde de Bogotá para el período 2012-2015, con 32% de la votación total. Se
puede argumentar que, para una mayoría de la población bogotana, Petro era la
peor opción, pero las primeras preferencias de esa mayoría estaban divididas.
Eso permitió que Petro ganara, con un porcentaje muy bajo de la votación. La
polarización que esa elección causó dividió a la ciudad y paralizó a la
administración. Petro fue destituido y restablecido en el cargo, y su alcaldía
fue polémica. ¿Por qué? Porque, aunque tuvo una mayoría de votos, Petro no representaba
el bien común. Para una mayoría de personas, una mayoría probablemente mayor
que la que lo eligió, Petro era la peor opción, pero el método mayoritario no
pregunta por cuál es peor opción para la gente, sino cuál es la mejor, y el
resultado fue la elección de Petro. Lo triste de la anterior historia es que no
aprendimos la lección. En las elecciones de 2015, Peñalosa fue elegido con 33%
de los votos. Aparentemente, vamos a tener una ciudad dividida por mucho
tiempo.
En síntesis, la pregunta sobre qué es la
democracia no es un mero ejercicio académico: nuestra comprensión sobre qué es
la democracia tiene serias consecuencias en la práctica. También, como lo
señalo brevemente abajo, tiene profundas implicaciones filosóficas.
Sé que no es fácil aceptar la idea de que
la regla de la mayoría no expresa adecuadamente el sentimiento democrático y el
bien común. La idea de que la democracia está mejor expresada por la opción que
haga el menor daño posible a cualquier grupo social será aún más difícil de
aceptar. Sin embargo, electoralmente sería muy fácil de aplicar. Los ciudadanos
no tendrían que votar por su opción más preferida, sino que tendrían que
calificar a todos los candidatos. Ganaría el candidato cuya peor calificación
fuera la mayor de todas.
Estoy convencido de que cambiar nuestra concepción
sobre la democracia nos llevará a una sociedad más amable. Porque, en una
democracia mayoritaria, el propósito de las mayorías es imponer sus intereses.
En el tipo de democracia que estoy proponiendo, el propósito es no imponer a
nadie cargas excesivamente pesadas o dolorosas. Es una lógica distinta, que
facilita la amabilidad y la cooperación. Entonces, si queremos mejorar la
democracia, debemos comenzar por modificar lo que entendemos por democracia.
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1 comment:
Si quiere que su lector no versado en economia le entienda...vamos bien.yo entendí
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