Sunday, April 24, 2016

Una visión distinta de la Feria del Libro

Yendo en mi carro nuevo a la Feria del Libro, me pasó algo singular. Detenido en un semáforo, vi a un “habitante de la calle” a la distancia. Su presencia me dio una cierta aprehensión. Y, como si yo lo hubiera atraído con el pensamiento, se vino directo a mi carro. Le vi los gestos de un perturbado mental. Se recostó un instante sobre mi puerta, no más que un instante. No le di dinero. Miré si iba a arrancarme el espejo, pero no se acercó a él. Oí un sonido seco en la puerta, pero no me intranquilizó: no era el sonido que se hubiera producido si me hubiera rayado la puerta. No fue más que un instante. No insistió en que le diera algo, y se marchó. El semáforo se puso en verde, y seguí mi camino a la Feria del Libro.

Después de mis compras de libros, volví al parqueadero, y vi el daño que el “habitante de la calle” me había hecho: me arrancó una pieza de la manija de la puerta del carro. También puede ser que me la hayan arrancado en el parqueadero, pero es menos probable. Es mucho más probable que ese habitante de la calle, en ese preciso momento, me haya seleccionado precisamente a mí para hacerme un daño.

El daño, en sí mismo, no es enorme. La pieza faltante es pequeña. Sin embargo, en un carro nuevo, no deja de ser doloroso. Caben, pienso, dos reacciones: una, la de la “izquierda”, lamentarse por la deplorable condición social de los habitantes de la calle, condición que los lanza a una vida brutal, muchas veces al margen de ley. Otra, la de la “derecha”, quejarse de la vida en Bogotá. De los trancones y los semáforos, que hacen más fácil la operación de los ladrones, los mendigos y los vendedores ambulantes. De los indeseables sociales, que “alguien” debería recoger y poner en cintura.

Que haya habitantes de la calle es un síntoma de una grave enfermedad social. El desarrollo, sin embargo, no parece eliminarla. He visto habitantes de la calle en Estados Unidos y en Europa. En Londres les dicen homeless. En París son los clochard, que usualmente son viejitos que beben de alguna botella de alcohol guardada en una bolsa de papel, porque, alguien me explicó, exhibir botellas de alcohol abiertas en la calle es ilegal en París. Pero hay una diferencia entre los habitantes de la calle colombianos y los del mundo desarrollado: los colombianos no parecen ser tan inofensivos. ¿Conclusión? El desarrollo no parece eliminar los habitantes de la calle: simplemente se aprende a convivir con ellos.

Debo admitir que mi encuentro cercano con un habitante de la calle me produce reacciones de “izquierda” y de “derecha”. Creo que todos tenemos el derecho de transitar sin miedo por la calle. Pero vivo en una ciudad donde ese derecho no existe. Uno tiene que cuidarse de todo: del hueco, del trancón, del policía, del habitante de la calle, del atravesado. En la caldera a punto de estallar en la que vivo, cualquier gesto mal interpretado puede terminar en muertos. Entiendo que alguien, de manera facilista, recomiende una “limpieza social” para nuestros males. Digámoslo en un español más actual: “que maten a todos esos hijueputas”.

Pero también entiendo que, en una sociedad desigual, transito en un carro ostentoso, dispuesto a gastarme en libros lo que no estoy dispuesto a pagar en impuestos y lo que mucha gente no gana en un mes, y que el precio de mi estilo de vida es poder vivirlo solo en guetos donde los habitantes de la calle no puedan entrar. Viendo bien las cosas, lo que me ha pasado a mí no es nada comparado con lo que les ha pasado a otros en esta horrible sociedad colombiana.

Yo aproveché la Feria del Libro para comprar, entre otros, el libro de Claudia Palacios Perdonar lo imperdonable. No lo hubiera comprado si no me hubieran hablado mucho de él. Las primeras historias son terribles. Para decir solo un dato, a Maurice Armitage, el actual alcalde de Cali, lo secuestraron dos veces. A mí solo me arrancaron una pieza de la manija de la puerta del carro. A mí lo que me ha ido es bien.

Todos queremos paz. No veo cómo vamos a tenerla si no construimos una sociedad completamente diferente. Armitage (citado por Palacios) dice: “Yo no veo mi secuestro como algo personal de él contra mí sino en medio de un contexto, y estoy convencido de que la paz se logra con la distribución de la riqueza. Es claro que la guerrilla está desprestigiada por su proceder militar, pero no por su principio ideológico. El que diga que eso no es cierto es porque no conoce”.

Un hampón es un hampón, es cierto. Y también es cierto que no puede haber equilibrio en una sociedad injusta. Como dice Claudia Palacios, todos tienen razón. La izquierda y la derecha tienen razón. Pero, si seguimos pensando igual y actuando igual, seguiremos viviendo con miedo.

No sé qué pensar. Pero, bien vistas las cosas, esta Feria de Libro ha dejado sus lecciones.

1 comment:

fernandobaena7 said...

Ni la izquierda ni la derecha han reconocido que la utopica y restante alternativa politica sea la transformacion interior del ser humano. O por lo menos la inclusion de esa dimension en la pedagogia politica.