Vi la noticia en El Tiempo de que la casa museo de Jorge Eliécer Gaitán había sido reabierta, y aproveché este 9 de abril para visitarla. Fue una visita interesante, típica del país en que vivimos. El museo es la casa en que vivía Gaitán cuando lo mataron, en la bien recordada fecha del 9 de abril de 1948. La casa está bien mantenida, con unos enseres que, si bien pueden no ser originales, reproducen el ambiente de los años 1940. El entorno de la casa es una construcción, diseñada por Rogelio Salmona, que rodea y empequeñece a la casa, y que quedó a medio terminar. Un guía, estudiante o profesor joven de la Universidad Nacional, que aparentemente quiere hacer entender más de lo que sabe, nos explica que es porque la presidencia de la República, desde 2002, dejó de girar los fondos necesarios para su terminación. Una historia más precisa seguramente debe incluir las complejas relaciones entre Gloria Gaitán, la hija del caudillo, que no es una persona fácil, y el Estado colombiano.
El caso es que lo que pretendía ser un gran monumento a la memoria de Gaitán es una casa bien mantenida, rodeada de un elefante blanco sin terminar. Da pesar que Colombia no sea capaz de hacer monumentos a la altura de sus referentes históricos, pero ese es el país en el que vivimos. Recuerdo muy vívidamente que, cuando quise visitar el museo del 20 de julio en el bicentenario de nuestra independencia, el 20 de julio de 2010, estaba cerrado. Estaban haciendo unas remodelaciones, y no las terminaron para la fecha crucial.
Visitar la casa de Gaitán es interesante. He pasado muchas veces a su lado, pero nunca había entrado. Y no había entrado porque no estaba abierta al público. Así que aproveché la primera oportunidad. Hay una breve, pero buena, infografía en las paredes, que recuerda algunos hitos de la vida de Gaitán. Algunos objetos están al alcance del público, y uno teme que alguien se robe alguna pieza de la vajilla, o algo así. Hay objetos impactantes, como un micrófono desde el cual Gaitán presumiblemente dio algunos de sus discursos, pero quizás los cuatro más impactantes son la puerta de la entrada del edificio “Agustín Nieto”, donde Gaitán tenía su oficina de abogado, y de donde salía cuando lo mataron (toda la puerta con su marco de piedra fue trasladada de la Jiménez con séptima a la casa de Gaitán); la agenda de Gaitán con la fecha del 7 de abril de 1948, que muestra que tenía cita con Fidel Castro (cita que, aparentemente, nunca se cumplió); varios pares de zapatos del caudillo; y su vestido icónico, un traje gris cruzado: uno fácilmente puede imaginar a Gaitán metido dentro de ese vestido.
Sin duda, la museografía y los guías podrían ser mucho mejores. Tuve dos guías, una niña que era dulce, pero no más, y, como ya mencioné, un joven que, me pareció, tenía todo el perfil de un profesor distrital de historia, que, como buen petrista, tiene conocimientos pandos pero juicios políticos duros. Aunque bien intencionados, mis guías hubieran podido ser mejores. El caso es que quedé con la sensación de que mi visita, que duró casi cuatro horas e incluyó dos charlas, dos videos y una sesión de música, no fue suficiente para ayudar a entender el drama de Gaitán en la vida nacional. El nivel general de la claridad que la visita al muso genera fue revelado cuando una niña detrás de mí preguntó: “¿Pero Gaitán era liberal o conservador?”.
Jorge Eliécer Gaitán murió asesinado, a manos de Juan Roa Sierra, el 9 de abril de 1948. No se sabe quién fue el autor intelectual del asesinato de Gaitán, pero muchos sospechan que detrás de su muerte estuvo el régimen de Mariano Ospina Pérez. De hecho, la turba enardecida que linchó a Juan Roa tiró su cadáver frente al palacio presidencial, como queriéndole decir al presidente que ahí estaba su sicario. Muchos creen que, con la muerte de Gaitán, se inició el período de La Violencia en Colombia, que le costó la vida a unos 300.000 colombianos. La verdad, la violencia había comenzado antes. En Colombia había elecciones, pero no democracia. Los conservadores gobernaron entre 1880 y 1930, en la denominada República Conservadora, y luego los liberales gobernaron entre 1930 y 1946, en la denominada República Liberal. En esos años, e incluso desde antes, se había venido cultivando la animosidad entre los partidos, y las elecciones rara vez eran abiertas o limpias. En 1946, gracias a una división del Partido Liberal entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, los conservadores pudieron volver al poder, con Mariano Ospina a la cabeza. Gaitán se convirtió en el jefe indiscutido del Partido Liberal, y su victoria en las elecciones presidenciales de 1950 era prácticamente inevitable. Solo matándolo se le detendría. La violencia oficial se impuso.
De hecho, Jorge Eliécer Gaitán, dos meses antes de su muerte, el siete de febrero de 1948, encabezó una gran marcha, la Marcha del Silencio, para pedirle al gobierno que cesara la violencia oficial. “Señor presidente: serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los hombres que llenan esta plaza, con esa emoción profunda os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, a favor de la tranquilidad pública. Todo depende de vos; sabemos que quienes anegan en sangre este país cesarían en su pérfida siega. Esos espíritus de mal corazón cesarían al simple imperio de vuestra voluntad. […] Señor presidente: Os pedimos cosa sencilla para la cual están de más los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se desarrollen por cauces de constitucionalidad. […] Impedid, señor presidente, la violencia. Solo os pedimos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo […]”. Gaitán obtuvo su respuesta el 9 de abril de 1948: tres balazos de Juan Roa Sierra.
La muerte de Gaitán fue una tragedia para Colombia toda, incluidos los conservadores. Obviamente, dentro de los conservadores la figura de Gaitán no es una figura admirada. Liberal, socialista, populista, fascista, son algunos de los adjetivos que la figura de Gaitán trae a la mente. “El liderazgo de Gaitán está sobreestimado”, dijo un amigo, al saber de mi visita al museo. Colombia tiene que aprender sus lecciones. Por no aprender de su historia, Colombia la repite. Hoy, como ayer, la política se basa en la violencia. Hoy, como ayer, no se gobierna para todos, sino para unos pocos. Gaitán, como todo personaje histórico, no está libre de defectos. Pero, mientras en Colombia siga reinando la injusticia, su memoria seguirá siendo indispensable.
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