Se cuenta que en tiempos medievales los caballeros ponían en su blasón una divisa, que, según el Diccionario de la lengua española, es "una expresión que formula un pensamiento, un ideal, una forma de conducta, que una persona o un grupo de personas asumen como norma". Hace muchos años decidí que, si yo fuese a tener una divisa en mi blasón, ella sería la siguiente frase: homo sum: humani nihil a me alienum puto (“hombre soy: nada de lo humano me es ajeno”).
Esta frase latina, original del romano Terencio (cerca de 1 AC), describe el compromiso del hombre con el hombre. Es el compromiso que yo quisiera tener.
Los entendidos notarán que el latinajo era el lema favorito de Marx. En los tiempos actuales no está de moda ser marxista, y yo mismo no lo soy, pero el compromiso de Marx con el mejoramiento de la humanidad es indudable.
Aún más, en estos tiempos en los que toda noción de izquierda está desprestigiada, y todavía más dentro de la ciencia en la que he escogido formarme, la economía, me parece necesario volver a un sano humanismo. La economía actual supone que toda decisión humana se puede reducir a un cálculo racional y egoísta de maximización de la utilidad individual. Cada vez siento más que ese es sólo un supuesto, un punto de partida, y no una conclusión, un punto de llegada. No me hago ilusiones sobre la naturaleza humana. La Biblia nos recuerda que somos sólo polvo, y que en polvo nos convertiremos. Pero también creo que las cosas hermosas, por lo general, tienen orígenes humildes. No es lo que soy, sino lo que hago con mi vida, lo que es importante.
Por eso les temo a ciertas conclusiones de los actuales científicos sociales. Una de ellas es que debemos concentrarnos en pensar medidas para promover la eficiencia social, ya que la noción de justicia social estaría más allá de cualquier análisis científico. Otra es que la economía se puede entender, en efecto, como una ciencia “lúgubre”. Esto nos ha llevado a construir una sociedad donde nada de lo humano nos importa.
Por el contrario, me parece a mí que el hombre es más emocional que racional, y que en el fondo del corazón de cualquier hombre hay una aspiración innata de justicia: es necesario construir sociedades donde nada de lo humano nos sea ajeno.
En un libro de Víctor-José Herrero Llorente, veo que Gerardo Diego glosó a Terencio de la siguiente manera:
Versos humanos, ¿por qué no? Soy hombre y nada humano debe serme ajeno.
Pena, amor, amistad. Si hay quien se asombre, si hay quien se escandalice, es que no es hombre.
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