Thursday, December 27, 2007

07-12-27: ¿Por qué soy hincha del Nacional?

Encontrarse con gente joven tiene sus ventajas. Los jóvenes son inquietos e irreverentes. Todo lo cuestionan, todo lo prueban, todo lo discuten. Cuando uno envejece, pierde esas características. Como dicen por ahí, a uno la experiencia le llega cuando ya no la necesita. Al respecto recuerdo una frase memorable de este año que termina, que oí en un foro al que asistí: "el buen juicio sólo proviene de la experiencia, y la experiencia sólo proviene del mal juicio".

El caso es que, en vísperas de la final del campeonato colombiano de fútbol del segundo semestre de 2007, entre La Equidad, un equipo chico, y el Atlético Nacional, el glorioso Nacional, me encontré una culicagada, de 20 años, para más señas, que desafió mi afiliación al Nacional de la siguiente manera:

"Estoy que me compro la camiseta de La Equidad, sólo por convicción. Sólo porque pienso que el fútbol es un reflejo del partido de la vida y no puede ser justo ver en la gloria a quienes no han trabajado justamente para ello. A quienes no han sido honestos y han dejado que su ambición valga más que el juego mismo.

"Ganarán, según los pronósticos, los partidos comprados, los árbitros que no actuan justamente y la gente que es capaz de permitir que eso suceda. Aún peor, ganarán el campeonato quienes provocan (impunemente) que el fútbol ya no sea simplemente el fútbol y se convierta una lucha a toda costa por una estrella. No soy hincha de Nacional, no creo que sea necesario repetirlo. Pero odiaría ver a un equipo como ese coronarse campeón, ante los ojos de otro que con mucho esfuerzo y nada más que pasión, ha llegado hasta ahí".


Esto, con un par de cambios menores, fue lo que le respondí:

La casa que era de mi abuelo, en Medellín, era una casa grande, con piscina, y con un edificio al lado que era parte de la casa, para que toda la familia pudiera llegar ahí. Uno se movía de la casa al edificio y del edificio a la casa sin problemas. Los primos grandes aprovechaban una terraza del edificio para tirarse a la piscina, en una prueba que separaba a los niños de los hombres: recuerdo a algún descalabrado por esa prueba, que yo nunca fui capaz de intentar. Recuerdo también cómo una jaula de pájaros que mi abuelo adoraba cayó en la piscina por culpa de nuestros juegos, matando a los pajaritos. Mi abuelo casi nos mata. Pero desvarío. En el edificio, en el que aún viven dos viudas de mis tíos, siempre había apartamentos vacíos, porque no toda la familia llegaba al tiempo. Entonces mi abuelo empezó a arrendarlos a jugadores de fútbol del Medellín, pero sobre todo del Nacional: esa era la ventaja de tener una casa tan cerca del estadio. Yo veía a los jugadores de Nacional llegar a MI casa. Además, mi tío, el que aún vive, era periodista deportivo y locutor del estadio. Él anunciaba que un equipo iba a hacer un cambio, él nos metía a los camerinos para poder darles la mano a los jugadores, él hacía que nosotros viéramos los partidos desde la grama misma de la cancha. Eran otros tiempos. Eran los tiempo del portero argentino Navarro, el papá del portero Navarro Montoya, aquél que se inmortalizó cuando le preguntaron en Argentina: "¿y vos sos argentino?". Y él respondió, con total acento argentino, "no, 'llo' soy colombiano". Le sirvió, porque fue arquero de la selección Colombia como por dos fechas, y nunca pudo tapar en la selección argentina. Eran los tiempos de Zubeldía. Eran los años 70. Eran, en suma, otros tiempos. De Nacional me gustaba el nombre, Nacional, y los colores, verde y blanco, esperanza y paz, los colores de Antioquia, mi tierra. "Oh libertad que perfumas las montañas de mi tierra, deja que aspiren mis hijos tus olorosas esencias". Con cuánta emoción cantaba yo ese himno.

Después mi abuelo murió, y la familia arrendó la casa. ¿A quién? Al Atlético Nacional. MI casa era la SEDE del Atlético Nacional. Un tío mío construyó un edificio cercano, el primero que tuvo en Medellín pent house, pista de hielo, pizzería y discoteca, todo en uno. Cuando pude alojar en ese edificio a TODO mi curso, después de haber hecho una excursión por las selvas del Chocó, yo era el más verraco de todos. No te imaginas lo que era llegar a ese sitio después de haber caminado qué sé yo, dos semanas, por las selvas del Chocó. Había gente que no se podía poner una camisa de lo insolada que estaba. Yo mismo no podía ponerme el zapato del pie derecho, por la picada de una hormiga roja, gigante como un hipopótamo, que me dejó el pie hinchado por un mes. Por un mes tuve que andar con una chancla por el mundo, porque no me podía poner otra cosa. Y de pronto esos desharrapados llegamos a Medellín, a mi Medellín, a un Medellín que parecía un paraíso. Y yo era, simplemente, Dios. Además, Nacional empezó a ponerse bueno otra vez, con una nómina de sólo colombianos, y ganó la Libertadores. Lo que nunca hizo el América de Rodríguez Orjuela con Cabañas y Falcioni.

Pero no todo fue chévere. Para comenzar, mi abuelo ya había muerto, y las reuniones de la familia en Navidad dejaron de existir. Ya no era importante que hubiera unos primos en el segundo piso de la casa y otros en el primero para poder coger los globos que mi abuelo hacía como desde julio para poder echarlos en Navidad. Mi abuela murió después, en mi casa en Bogotá. La prima segunda de la que me enamoré en unas vacaciones terminó saliendo con un traqueto al que luego mataron. Mis tíos le tuvieron que vender su edificio de lujo a un fulano que luego sería conocido simplemente como Pablo, Pablo Escobar. Dos primos míos murieron asesinados en las calles de Medellín. Una noche me despertó una balacera justo abajo del edificio de la familia. Vi a los asesinos correr. Vi al cadáver tirado en la calle, recién asesinado. Sentí el terror. Juré no volver a Medellín. Años después, cuando tuve que retirar la bandera de Colombia del edificio inglés en el que vivía durante el mundial de 1994, porque habían asesinado a Andrés Escobar, tuve la mayor humillación de mi vida. Los ingleses me preguntaban: "¿por qué los colombianos son así?".

Tal vez tengas razón. Tal vez Nacional ahora sea un equipo que no es honesto y que se ha dejado ganar por la ambición. Tal vez estés en lo correcto. Pero sólo tal vez. ¿Qué puedo hacer? Me gusta ver que te hierve la sangre. A mí también me ha hervido, y me he quemado. ¿Qué soy yo sino Colombia y su tragedia? Moriré blanco y verde, porque ya no puedo ser otra cosa. ¿Me gusta lo que soy, lo que veo en el espejo? Me trato con indulgencia. ¿Qué más puedo hacer?

El duelo entre ella y yo ha quedado saldado. No tengo que convencerla a ella de nada, ni ella a mí. Ella seguirá siendo hincha de La Equidad, o del Barcelona, y yo del Nacional. Pero ahora el mundo es lo suficientemente grande para los dos. Ahora los dos podemos coexistir en paz.

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