Monday, November 19, 2007

07-11-19: Variaciones sobre un tema de Jorge Barraza

Jorge Barraza lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a escribir otra de sus bellas columnas sobre fútbol. Hoy, domingo 18 de noviembre de 2007, ha publicado en El Tiempo una defensa de Millonarios, ese equipo del que yo no sería hincha incluso si fuera de Bogotá. Nada me gusta de los Millonarios, comenzando por el nombre, pasando por el azul de su uniforme, que me recuerda a los conservadores, y terminando por la influencia que tuvo el narcotraficante Gustavo Rodríguez Gacha, “el mexicano”, en el equipo.

Me dicen que Millonarios tuvo su época de gloria, cuando acumulaba estrellas del campeonato colombiano una tras otra, cuando jugaba tan bien que le decían “el ballet azul”, cuando él casi solo armó la leyenda de la época de El Dorado en el fútbol colombiano. De esas viejas glorias ya poco queda. Hace años que Millonarios no vuelve a ser campeón. Y cómo me gusta que la arrogancia encuentre su horma.

Pero hoy Jorge Barraza escribió una linda columna sobre Millonarios, un Millonarios que está “por encima del resultado”. Y a mí, que hace pocos días escribí unas líneas sobre la importancia de los resultados, viene Jorge Barraza a decirme que Millonarios, aun perdiendo, “ya está en el recuerdo”.

“Pamplinas”, debió haber sido mi reacción inicial. Pero no lo fue. Jorge Barraza habló de cosas que son caras a mis sentimientos. Habló de dignidad, de esfuerzo, de hombría, de entrega, de orgullo, de dejar regado el campo con la sangre propia. Habló de la capacidad del equipo para representar a sus hinchas. Habló del espíritu amateur, ese que le dice a uno que debe hacer las cosas por placer y no por dinero. Habló del enorme valor que se requiere para continuar la lucha frente a una causa perdida. Habló de un equipo que fue capaz de despertar toda “una fuerte aventura humana: gloria, contratiempo, esperanza, emoción, angustia, sonrisa, llanto”.

En síntesis, se infiere de lo que dice Barraza que Millonarios se redimió, a pesar de perder, porque fue grande en su debilidad. Alguna vez escribí que mis abuelos fueron grandes por su proceder, no por el hecho azaroso del resultado. Y hay muchos ejemplos en la historia de eso. Se le vienen a uno a la mente los 300 griegos peleando en la batalla de las Termópilas, o Scott tratando de llegar al polo sur. Hay gente que deja la vida en causas perdidas.

Hace días venía pensando que sería bueno tratar de explicar por qué yo me alineo con Pelé en el importante debate de determinar quién ha sido el mejor jugador de la historia, si Pelé o Maradona. Pelé fue una feliz combinación de procedimientos y resultados. Su fútbol era de poesía, pero adicionalmente fue tres veces campeón mundial y anotó más de 1.000 goles en su carrera, marcas a las cuales Maradona ni se acerca. Pero Maradona, es, para muchos, literalmente una religión. Hace poco leí que unas parejas se casaron por el rito de la “iglesia maradoniana”. A veces mi respeto a la libertad de cultos se ve un poco menoscabado.

Los maradonianos dicen que Pelé fue el astro de una época en la que el fútbol no era tan profesional ni tan físico, con lo cual quieren sugerir que ser el mejor en esa época no puede ser lo mismo que ser el mejor en una época más exigente, como la que le tocó a Maradona. Sería, supongo yo, como comparar la marca de los 100 metros planos de principios del siglo XX con las marcas del siglo XXI: no hay duda de cuál es la mejor.

Pero igual Pelé fue astro en una época en la cual los medios de comunicación no creaban astros tan fácilmente como ahora. A Pelé se le vio jugar en blanco y negro, si es que era grabado, mientras que a Maradona siempre se le vio jugar a colores. Y Maradona quedó retratado de cuerpo entero en el que fue quizás su partido más famoso, en el que marcó dos goles contra Inglaterra en el mundial, si no me equivoco, de 1982. Era un partido marcado por la sombra de la guerra de las Malvinas, y Maradona metió un gol con la mano y otro con unas gambetas a la carrera fenomenales, con las que burló a toda la defensa inglesa. De manera célebre, Maradona dijo que ese gol había sido hecho un poco con la cabeza de Maradona y un poco con la mano de Dios.

En síntesis, a mí Pelé me gusta porque, dentro del campo, hacía poesía, y, fuera de él, era un caballero. Incluso los problemas personales, a los que nadie es ajeno, los ha manejado con discreción. Qué tan distinto al Maradona camorrero y con problemas de drogadicción que ha resultado después de abandonar el fútbol.

Mi preferencia por Pelé, debo decirlo, es estética. Hay cosas que uno debe hacer, o dejar de hacer, porque están bien o mal hechas en un sentido ético. Sin embargo, hay otras que uno debe hacer, o dejar de hacer, porque están bien o mal hechas en un sentido estético. Mi problema con Maradona es estético, pero la sabiduría popular dice que, entre gustos, no hay disgustos. Así que voy a ser benevolente con Maradona, y voy a adjudicarle la frase que el guión de la película Amadeus pone en boca de Wolfgang Amadeus Mozart: “yo soy un hombre ordinario, pero mi música no lo es”. Quizás algo similar es lo mejor que uno puede decir de Maradona.

Así que Pelé me gusta, no por sus superiores resultados, que los tiene, sino por su saber hacer, por sus procedimientos. Los mismos que pueden salvar a Millonarios del olvido, aun en la derrota. Qué mejor cosa puede decir uno de un equipo malo que “fue perdedor, pero digno”. Nos dice Jorge Barraza que así es el Millonarios de hoy. Buena cosa. No da como para que yo me vuelva hincha de Millonarios, pero sí como para que lo respete un poco más.

Porque, me pregunto, ¿quién es capaz de salir a pelear una batalla que se sabe perdida, o de seguir caminando hacia el polo sur, sabiendo que la ilusión de ser el primero en llegar allá se ha esfumado, y que seguir, insistir, volver a intentar, no tiene otra salida que la muerte? El fútbol es sublime cuando se parece a la vida. Al final de la misma, nos espera la muerte. Pero, mientras tanto, está la gloria, el contratiempo, la esperanza, la emoción, la angustia, la sonrisa, el llanto. Todos estamos peleando una batalla que no podemos ganar. Todos estamos tratando de llegar a un polo al que, se sabe, otros llegaron primero. Todos sabemos que, si pensamos en el fin, nada tiene sentido. Pero seguimos luchando, seguimos marchando, con gloria, con contratiempos, con esperanza, con emoción, con angustia, con sonrisa, con llanto. Hacemos todo eso mientras nos alcanza la muerte. Hacemos todo eso antes de que la vida nos anuncie el resultado final. Todos sabemos que la nuestra es una causa perdida. Todos dejamos, quizás sin saberlo, la vida en el campo de juego.

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