Si la economía de mercado no es capaz de producir igualdad, la siguiente pregunta es: ¿por qué? Esta pregunta es, sin lugar a dudas, muy interesante. Aquí pienso considerar dos respuestas distintas: una es que, cuando decimos que Mozambique es mucho más pobre que Suiza, no es porque la economía de mercado no sea capaz de producir igualdad, sino porque el funcionamiento de la economía de mercado es mucho más defectuoso en Mozambique que en Suiza. La otra respuesta es que la economía de mercado no produce igualdad porque existe una distribución desigual de los medios de producción.
Consideremos la primera respuesta. Ésta sostiene que es injusto decir que “la economía de mercado es incapaz de producir igualdad” porque, cuando decimos, por ejemplo, que Mozambique es pobre, seguramente es porque allá no opera apropiadamente la economía de mercado. Así, no sería la economía de mercado la que esté causando que Suiza sea rica y Mozambique pobre, sino más bien sería que Suiza es rica porque tiene una economía de mercado desarrollada, mientras que Mozambique es pobre porque carece de ella.
Yo creo que este tipo de respuesta ayuda a explicar mucho la desigualdad entre países. La economía de mercado implica toda una institucionalidad, que es inevitable que se vaya desarrollando con el tiempo. Quienes carecen de esa institucionalidad se pierden de la habilidad que la economía de mercado tiene para producir riqueza. Nadie pensaría que la institucionalidad de la economía de mercado es tan desarrollada en Colombia como en Estados Unidos, de donde es posible entender por qué Estados Unidos es más rico que Colombia.
Sin embargo, ¿quiere decir lo anterior que, cuando una adecuada institucionalidad está en pie, la economía de mercado es igualitaria? Hay países ricos, con economías de mercado, que no son muy desiguales. Los países nórdicos son ejemplos de esto. Sin embargo, tampoco se puede decir que son perfectamente igualitarios, o que son relativamente igualitarios gracias a la economía de mercado. Por el contrario, la impresión es que sigue habiendo ricos y menos ricos (ya que la pobreza extrema parece haberse erradicado), pero que la desigualdad extrema se evita gracias, no a la economía de mercado, sino a una acción estatal decidida en ese sentido.
Otras sociedades con economías de mercado desarrolladas no son tan igualitarias porque su énfasis estatal en la igualdad no es tan marcado. Considere a Estados Unidos, por ejemplo: claramente no es una sociedad igualitaria. En muchos sentidos, es una sociedad que se precia de su desigualdad, ya que allá, probablemente más que en cualquier otro país del mundo, impera la opinión de que el éxito de los individuos está directamente asociado con su visión y su trabajo duro. En otras palabras, en Estados Unidos se tiende a creer más que, si Bill Gates es rico, es porque tiene unos talentos y habilidades únicos, que así lo justifican. En Estados Unidos el énfasis estatal en disminuir la igualdad es menor que en Europa, y por lo tanto una mayor desigualdad aparece de manera más manifiesta.
Estoy concluyendo, entonces, que es claro, incluso allí donde la institucionalidad de la economía de mercado está bien desarrollada, que la desigualdad no desaparece. Puede ser mitigada por una acción estatal decidida, pero no desaparece. Entonces vale la pena considerar la segunda respuesta a la pregunta de por qué la economía de mercado es incapaz de producir igualdad.
La segunda potencial respuesta tiene que ver con el papel de la propiedad privada del capital, o medios de producción distintos del trabajo. La hipótesis sería la siguiente: aunque los seres humanos difieren en su aplicación al trabajo y en la productividad del mismo, lo cual naturalmente se traduciría en desigualdad de ingresos entre los seres humanos, parecería ser que la principal fuente de desigualdad tiene que ver con la propiedad de los medios de producción. Es más probable que un ser humano sea mucho más rico que otro, no porque trabaje más o porque trabaje más productivamente, sino porque posee más medios de producción distintos del trabajo.
En épocas pasadas, pero relativamente recientes, de la historia mundial, la riqueza individual estaba claramente asociada con la propiedad de la tierra. En el medioevo europeo, el rico era el señor feudal, el propietario de la tierra. En la época colonial y en el inicio de la época republicana americana (tal vez sería más preciso decir “iberoamericana”), el rico era el terrateniente. En esas épocas en las cuales los medios de producción distintos del trabajo eran básicamente la tierra, tener tierra era lo que garantizaba la riqueza, y ser excluido de ella prácticamente garantizaba la pobreza.
Entonces una hipótesis aparece: la principal explicación de la desigualdad económica entre los seres humanos es el acceso diferencial al capital. Naturalmente, es bien posible que dos seres humanos que viven solamente del producido de su trabajo sean económicamente muy desiguales, debido a que uno tiene un trabajo muy calificado mientras que otro no. Sin embargo, la hipótesis es que el grueso de la desigualdad es explicado por la desigualdad en el acceso a los medios de producción.
La siguiente pregunta es: ¿por qué es desigual el acceso a los medios de producción? Cuando la tierra era el principal medio de producción, una respuesta podía ser simplemente que la tierra explotable era escasa, es decir, que no había tierra para todos. Muchas veces se ha afirmado que una diferencia fundamental en el desarrollo de Estados Unidos en comparación con el de América Latina es que en Estados Unidos la tierra era relativamente abundante: cada inmigrante podía llegar y hacerse a un pedazo de tierra para explotar. Incluso está la famosa promesa que se les hizo a los negros durante la Guerra Civil norteamericana, de que, si ayudaban a combatir el Sur y el Norte salía victorioso, al final de la guerra recibirían “40 acres y una mula”. La expresión “40 acres y una mula” se ha convertido para algunos negros en el epítome de las promesas incumplidas de los blancos. Sin embargo, el hecho de que en el siglo XIX se les ofreciera tierra a los negros muestra una actitud mental que ciertamente no ocurrió en América Latina. En síntesis, dado que en Estados Unidos la tierra era abundante, podía haberla hasta para los negros. Por el contrario, dado que aquí la tierra cultivable sin mayores esfuerzos era escasa (aquí había que luchar contra climas malsanos, enfermedades tropicales, selvas y montañas), se conformó un patrón de latifundios y minifundios, que siempre hizo que el tema de la distribución de la tierra fuera una fuente de inconformidad social, que no ha sido resuelta hasta el día de hoy.
Sin embargo, hoy en día la tierra no es el principal medio de producción. ¿Cómo se explica entonces el desigual acceso a los medios de producción? Yo creo tener una respuesta simple. Yo creo que el acceso a los medios de producción es desigual porque la acumulación de capital está sometida a retornos crecientes a escala, es decir, porque es mucho más difícil acumular capital para aquellos que no lo tienen que para aquellos que ya lo tienen. Por lo tanto, esto produce unas dinámicas de acumulación que conducen a una situación de desigualdad importante.
Si es correcta la hipótesis de que el grueso de la desigualdad es explicado por la desigualdad en el acceso a los medios de producción, entonces surgen algunas ideas de cómo reducir la desigualdad. La primera es que la eliminación de una parte sustancial de la desigualdad económica podría lograrse suprimiendo la propiedad privada de los medios de producción. Esta podría denominarse, por obvias razones, la hipótesis marxista. Naturalmente, la hipótesis marxista implica que la gente derive ingresos únicamente de su trabajo, y no del capital.
Esto puede parecer extraño, porque es el capital acumulado (físico, humano e institucional o social) el que hace más rica a la sociedad. El modelo de crecimiento económico de Solow muestra cómo el crecimiento está basado en la acumulación de capital físico. Teorías posteriores han tratado de entender de manera amplia el capital: no sólo se habla de capital físico, sino también de otros tipos de capital. Si, para crecer, hay que acumular capital, suena curioso que la acumulación de capital no se premie de alguna manera.
Sin embargo, un marxista tal vez diría que el capital físico no es más que trabajo pasado materializado. Indudablemente, un carpintero dotado de un martillo hace su trabajo mejor que un carpintero que no tiene un martillo. Y tener un martillo hoy depende de que alguien, en el pasado, haya decidido trabajar para hacer un martillo. De esta manera, uno puede reducir todos los bienes que existen hoy, tanto de consumo como de capital, a trabajo, ya sea presente o pasado. Si eso es así, ¿por qué es legítimo remunerar la propiedad del capital? ¿No proviene todo el valor del trabajo? Es la famosísima teoría del valor-trabajo de los economistas clásicos, de la cual Marx sacó conclusiones radicales. Esta teoría perdió el favor de la profesión con el trabajo de los economistas neoclásicos, que hacen de la escasez relativa la fuente de valor.
Otra línea de razonamiento, menos radical, que puede adoptar un marxista es decir que lo que está mal no es que se premie la acumulación de capital, sino cómo se premia. El debate surge cuando el carpintero no es dueño de su martillo, de modo que debe compartir las ganancias de su trabajo con el “capitalista” (el dueño del martillo). ¿Por qué al trabajador se le paga el salario de mercado mientras que el capitalista se queda con todo el excedente económico? ¿Cómo hacer la repartición del excedente de manera “justa”?
La hipótesis marxista no está libre de críticas. La principal es que, se afirma, la propiedad privada (de los medios de producción) provee los incentivos indispensables para el buen funcionamiento de los mercados. En otras palabras, se argumenta que, sin una propiedad privada bien definida, los mercados no pueden funcionar.
Existe buena evidencia empírica de que las críticas a la hipótesis marxista no están del todo equivocadas: la Cortina de Hierro implosionó; la Unión Soviética colapsó; Cuba no es un buen ejemplo de una sociedad próspera; los países que fueron divididos para tener un régimen capitalista en una parte y uno socialista en la otra, como Alemania, Corea o China, han tenido sistemáticamente más éxito en la parte capitalista; e incluso la China comunista, que hoy es un milagro económico, puede deber su éxito a la incorporación de elementos de funcionamiento social capitalista.
¿Qué quiere decir lo anterior? ¿Que estamos condenados a la desigualdad? ¿O que los intentos igualitarios del pasado ignoraron condiciones indispensables de funcionamiento social? Estas dos son cosas distintas. Tal vez no estamos condenados a la desigualdad, pero sí tenemos que buscarla de la forma adecuada. Bien se puede decir que el socialismo histórico fracasó porque suprimió condiciones indispensables de funcionamiento social, como la democracia, el libre funcionamiento del sistema de precios y la racionalidad económica empresarial, que dice que sólo sobreviven aquellas empresas que no sean deficitarias. Todavía es posible articular el argumento de que la propiedad pública de los medios de producción puede funcionar si se respetaran la democracia, el funcionamiento del sistema de precios y la racionalidad económica empresarial. Yo mismo, de hecho, he defendido esta visión en algunos de mis escritos (ver, por ejemplo, la entrada del 07-08-23: "Mi visión para el desarrollo colombiano"). Yo llamaría a esta visión una socialdemocracia de mercado, que es muy distinta del socialismo histórico que se ha observado en el mundo.
Sin embargo, tengo que admitir que, incluso si esa ruta funcionara, el proceso de “expropiación” de los medios de producción, para hacer desaparecer la propiedad privada de los mismos, sería un proceso socialmente muy traumático, y por la misma razón indeseable. Además, desde el punto de vista meramente práctico, es un proceso que en la actualidad parece inviable. Uno tiene que preguntarse, no sólo si una sociedad igualitaria es posible, sino si existe una senda que lleve del statu quo actual a la sociedad igualitaria de manera no traumática.
John Roemer, en su libro Un futuro para el socialismo (1994), describe algunas formas de socialismo de mercado que se han propuesto. Él habla de tres tipos de propuestas: (1) propuestas basadas en la idea de empresas gestionadas por los trabajadores (EGT), (2) propuestas que conservan las formas de gestión tradicionales pero que no permiten a los individuos invertir dinero en las empresas públicas, y (3) propuestas que no contemplan un cambio en los derechos de propiedad como rasgo central del nuevo sistema. En lo que sigue, voy a referirme a los dos primeros tipos de propuestas, presentándolos de una manera ligeramente distinta de como lo hace Roemer.
En el primer tipo de propuestas, se discute cómo se administran las empresas. Hay dos posibilidades: o son gestionadas por los trabajadores, o no se modifica la administración capitalista tradicional de las empresas. Naturalmente, si nos atenemos sólo a este factor, una empresa no podría ser socialista si su gestión continuara siendo la capitalista tradicional.
En el segundo tipo de propuestas, se discute cómo se financian las empresas. Aquí hay varias posibilidades (en todos los casos se supone que el socialismo surge de que no se permite a los individuos invertir dinero en las empresas públicas):
- Las empresas se financian con créditos bancarios. Los individuos pueden depositar sus ahorros en los bancos, pero no pueden comprar acciones de las empresas.
- Las empresas se financian con emisión de acciones. Las acciones sólo pueden ser compradas por fondos de inversión, en los cuales los ciudadanos pueden invertir sus ahorros. Las acciones adquiridas por los fondos de inversión no les dan a éstos derecho a voto sobre cómo conducir las empresas, pero los fondos siempre pueden vender las acciones de las empresas que estén mal administradas.
- El universo de empresas es dividido en grupos. Las empresas de cada grupo se asignan a un banco principal. El banco financia a las empresas de su grupo y controla a sus ejecutivos. Las empresas de un grupo poseen acciones de las empresas de otros grupos, y los dividendos que una empresa recibe se distribuyen entre sus trabajadores.
- Las empresas son financiadas con créditos procedentes de la banca pública, que es responsable de controlar la gestión empresarial. Los beneficios de las empresas se distribuyen entre los accionistas individuales. Al comienzo, el Estado reparte entre todos los ciudadanos un número fijo de cupones, que sirven para comprar acciones de las empresas. Las acciones sólo son adquiribles por medio de estos cupones. En particular, las acciones no se pueden ni comprar ni vender por dinero. Sin embargo, los individuos sí pueden cambiar su posición accionaria en cada empresa, a precios de cupón. Poseer una participación en una empresa da derecho al ciudadano a participar en los beneficios de esa empresa.
De las anteriores propuestas surgen algunas inquietudes, de las cuales vamos a plantear aquí tres explícitamente: (1) las propuestas sobre cómo financiar las empresas apuntan a reducir la desigualdad causada por la distribución de los beneficios o la renta del capital, pero también hay una desigualdad salarial considerable. ¿Es importante tratar de controlarla? (2) ¿Tienen las EGT los incentivos adecuados para tratar de maximizar ganancias? (3) ¿Hasta qué punto el acceso al capital externo limita el control por parte de los trabajadores de las EGT?
La discusión anterior sugiere que la búsqueda de una sociedad igualitaria todavía está abierta. Para avanzar en esta búsqueda, creo que es conveniente comenzar por hacer precisiones sobre las funciones de la propiedad privada. Se puede decir que la propiedad privada cumple al menos cuatro tipos de funciones distintas:
- facilita el intercambio,
- define el control,
- provee incentivos para el uso eficiente de los bienes, y
- define la repartición del excedente económico.
Veamos rápidamente cada una de estas funciones a continuación.
En primer lugar, parece claro que la función del intercambio no puede prosperar si la propiedad de los bienes intercambiados no está adecuadamente definida. Cuando yo voy a un supermercado a intercambiar mi dinero por algunos alimentos, la premisa básica es que mi dinero es mío y que los alimentos son del supermercado. Ambos, tanto el supermercado como yo, estamos dispuestos a intercambiar nuestros bienes: el supermercado está dispuesto a darme algunos de sus alimentos a cambio de mi dinero, y yo estoy dispuesto a darle al supermercado algo de mi dinero a cambio de sus alimentos. Por lo tanto, es claro que la propiedad privada facilita el intercambio. De manera muy importante, se debe notar aquí que lo clave es la propiedad privada en general, no la propiedad privada de los medios de producción.
No sobra recordar en este punto la importancia del intercambio. El intercambio es tan importante que da su nombre a la economía de mercado: el mercado es el sitio donde toma lugar el intercambio. ¿Cuál es la particularidad del intercambio en la economía de mercado? Hay dos elementos: uno, que los precios, o las razones de intercambio, los define el mercado mismo, y dos, que el intercambio toma lugar de manera voluntaria. ¿Por qué es tan importante el intercambio voluntario? Porque ambas partes están revelando que el intercambio voluntario las favorece. Mi bienestar aumenta si yo me desprendo de mi dinero y compro alimentos en el supermercado, y el “bienestar” del supermercado aumenta si se desprende de sus alimentos y recibe mi dinero. Dado que, con el intercambio, ambas partes ganan (es un juego de suma positiva), los mercados se convierten en un instrumento muy importante para la promoción de la eficiencia social.
En segundo lugar, la propiedad privada define el control de un bien. La propiedad privada vuelve “aceptable” el hecho de que el dueño de un bien puede hacer con ese bien lo que quiera. Un ejemplo extremo de esta noción es la esclavitud. En principio, el esclavista podía hacer con su propiedad, el esclavo, lo que quisiera, incluidos los castigos inhumanos y el abuso sexual. Y eso “estaba bien”, porque el esclavo era propiedad del esclavista. En general, se acepta que el dueño de un bien puede hacer con éste lo que quiera.
Esto nos conduce a la tercera función de la propiedad privada, proveer incentivos para el uso eficiente de los bienes. Una cosa es que el esclavista pueda pegarle a su esclavo. Otra cosa es que quiera hacerlo. Algunas personas argumentan que, siendo los esclavos una inversión tan valiosa, los esclavistas tenían incentivos para tratar bien a sus esclavos. En general, el argumento es que los bienes tienden a ser más cuidados cuando tienen dueño que cuando no. Bajo este argumento, Margaret Thatcher trató de universalizar la propiedad de la vivienda popular en Inglaterra. La idea era que muchos barrios populares habían caído en el abandono porque la política laborista de proveer vivienda, pero no la propiedad de la vivienda, a las clases menos favorecidas, no les había provisto los incentivos correctos para cuidar de sus lugares de habitación y de sus barrios.
El argumento de que la propiedad privada genera los incentivos para que los propietarios den el uso más eficiente a sus bienes claramente no siempre es cierto. Por ejemplo, una crítica frecuente que se le hace al latifundismo es que el latifundista no siempre tiene los incentivos para explotar de la manera más eficiente su tierra. Sin embargo, para ser justos con el argumento de que los propietarios dan el uso más eficiente a sus bienes, quizás uno tiene que preguntarse si el manejo eficiente es desde el punto de vista del propietario o de la sociedad. Desde el punto de vista del latifundista, puede ser eficiente utilizar vastas zonas de su propiedad de manera extensiva y no intensiva, aunque eso no sea lo deseable para la sociedad. El punto general es que, si un propietario, desde su punto de vista, percibe un uso más eficiente para su propiedad que el que le está dando, seguramente lo seguirá.
Por último, queda la función de la repartición del excedente económico. La idea, en general, es que el dueño del capital tiene “derechos residuales” sobre el excedente económico producido por una firma. Un capitalista crea una firma e inicia un proceso productivo por el cual tiene que pagar ciertos insumos de producción, dentro de los cuales están las materias primas y la mano de obra. Lo que quede después de pagar esos insumos constituye la utilidad del capitalista. Esa utilidad puede ser, naturalmente, negativa, de donde muchas veces se argumenta que el pago al capitalista se justifica por el hecho de que él está asumiendo un riesgo.
En la teoría económica tradicional no hace ninguna diferencia que el capital contrate al trabajo o que el trabajo contrate al capital al interior de una firma. En teoría, la renta del capital también está definida por el mercado, de modo que es conceptualmente posible que el trabajo contrate al capital, y le pague su renta definida por el mercado.
Sin embargo, en la vida real lo que casi siempre sucede es que es el capital el que contrata al trabajo, el que organiza la producción al interior de la firma y el que tiene los “derechos residuales” sobre la utilidad de la firma. Esto, me parece a mí, es muy importante. La idea clave es que el organizador de la producción tiene automáticamente los derechos residuales sobre el excedente económico, y esto, también automáticamente, genera los incentivos correctos para que el organizador de la producción trate de organizarla de la manera más eficiente posible: entre más eficiente sea, se apropia de un mayor excedente económico.
Hay que anotar que algunas de las ecuaciones que hemos planteado aquí no son estrictamente ciertas. Por ejemplo, la ecuación “propiedad = control” no siempre se cumple. Esa ecuación es más evidentemente falsa en el caso de las grandes corporaciones organizadas bajo la forma de sociedades anónimas. En estos casos los dueños son los accionistas, pero el control lo ejerce la administración. En teoría, la administración les rinde cuentas a los accionistas, representados a través de una junta directiva o directamente por medio de la asamblea de accionistas, pero en la vida real muchas veces sucede que la administración logra adquirir una autonomía que va más allá del interés de los accionistas.
Si la ecuación “propiedad = control” no siempre es cierta, uno legítimamente puede preguntarse si algo similar puede pasar con la ecuación “capitalista = organizador de la producción = dueño del excedente económico”. El hecho de que la ecuación “propiedad = control” no siempre se cumpla implica que la ecuación “capitalista = organizador de la producción” tampoco se cumpla siempre. Es que, en últimas, esas dos ecuaciones son sinónimas.
La pregunta clave es si la ecuación “capitalista = dueño del excedente económico” tiene que ser verdad. En otras palabras, la pregunta clave es si el razonamiento “si ‘capitalista = organizador de la producción’ y si ‘organizador de la producción = dueño del excedente económico’, entonces ‘capitalista = dueño del excedente económico’ ” es verdaderamente transitivo.
Ya hemos dicho que la parte “capitalista = organizador de la producción” no tiene por qué cumplirse siempre. Y, si esta parte no se cumple siempre, entonces tampoco se puede cumplir siempre que “capitalista = dueño del excedente económico”. Esta es una observación positiva. En otras palabras, si la propiedad no puede ejercer adecuadamente el control, entonces es inevitable que la administración se apropie de al menos una parte del excedente económico. Esto claramente ocurre con gerentes o políticos que, en ciertas circunstancias, denominaríamos “corruptos”. La cuestión es si esto también debería volverse una afirmación normativa. ¿Debe ser el capitalista el dueño del excedente económico?
Yo creo que, por razones de eficiencia, es inevitable que la ecuación “organizador de la producción = dueño del excedente económico” deba ser verdad. Si el organizador de la producción no se beneficia de organizarla bien, no tendrá incentivos para hacer bien su tarea. Pero no es claro para mí que el capitalista deba ser el dueño del excedente económico.
Pongamos un ejemplo trivial. Supongamos que yo poseo unos ahorros. Y puedo con ellos hacer dos cosas: los deposito en el sistema financiero a cambio de una remuneración, o creo o compro una empresa (o parte de ella). En el primer caso, la propiedad de mi capital no me da derecho al control. Alguien más tomará mi capital prestado y lo utilizará productivamente, ya sea generando ingresos a través de una actividad productiva, o bienestar a través de una actividad de consumo. En ambos casos, quien toma el capital prestado está dispuesto a pagar por él, de donde salen las utilidades tanto del sistema financiero como la remuneración por mi capital. En el segundo caso, yo adquiero el control de una empresa productiva, o de parte de ella. Yo adquiero entonces el derecho a una fracción del excedente económico igual a mi participación en el control de la empresa. En el primer caso, mi capital es remunerado a la tasa promedio del mercado. En el segundo caso, mi capital será remunerado de acuerdo con la gestión de la empresa.
Las anteriores reflexiones me hacen pensar, de manera provisional, que un socialismo de mercado viable y lo suficientemente igualitario consistiría en combinar algunas ideas socialistas de administración y de financiación de las empresas.
En términos de administración de las empresas, me parece muy importante que todas las empresas estén sometidas a dos criterios básicos: (1) las empresas deben hacer ganancias y deben vivir de ellas. No se debe dar la impresión de que las empresas que hacen pérdidas pueden sobrevivir. Esto sería tener, como lo denominan algunos, una “restricción presupuestal blanda”, lo cual debe ser rechazado: nadie debe subsidiar la incompetencia empresarial. (2) Lo mejor es que las empresas se controlen a sí mismas. Delegar el control de las empresas a terceros no parece una buena idea. Al respecto se debe recordar la advertencia de Binmore de que, en equilibrio, los agentes sociales se deben auto-vigilar. Yo me debo portar bien porque portarme bien es bueno para mí, no porque, si me porto mal, me castigan. Naturalmente, una sociedad operante debe incluir un castigo para quien se porta mal, pero la motivación para portarse bien debe estar, en últimas, en que portarme bien es lo mejor para mí.
Bajo los dos anteriores criterios, me parece bien la idea de las EGT. Esto quiere decir que las empresas no son propiedad de nadie, pero sí son controladas por sus trabajadores. Nadie es responsable del control de la gestión empresarial, excepto los propios trabajadores. Intuitivamente, los trabajadores son los socios de la empresa productiva. Por lo tanto, serían los trabajadores quienes se apropien del excedente de la empresa. El hecho de que las empresas estén gestionadas por los trabajadores no debe reducir sus incentivos para producir ganancias. Todo lo contrario: al fin y al cabo, los trabajadores vivirán de las ganancias que generen las empresas.
La empresa se gestionaría de forma democrática, es decir, en las decisiones de la empresa en las que se convoque a todos los trabajadores, cada trabajador tendría un voto. Esto no quiere decir que al interior de la empresa no haya una jerarquía, sino que la jerarquía tiene que ser convenida con los trabajadores de la empresa, de acuerdo con procedimientos internos democráticos. Esto implicaría que la estructura salarial al interior de la firma puede, en efecto, pagar más a los cargos administrativos que a los cargos operativos, pero qué tanto más estaría definido entre todos. Esto, presumiblemente, debe contribuir a reducir las diferencias salariales entre gerentes y operarios al interior de las firmas (si la firma sale adelante, sale adelante toda, y, si se hunde, se hunde toda), pero no necesariamente entre empleados de firmas distintas: en general, debe suceder que las firmas más exitosas estén en capacidad de pagar más a sus empleados. La democracia interna también debe implicar que ciertas medidas particularmente arbitrarias de las administraciones tradicionales, como el despido de empleados para reducir costos, se tengan que consensuar con los trabajadores, moderando los efectos perversos para éstos.
El hecho de que el sueldo de los trabajadores esté directamente relacionado con el excedente que genera la empresa implica que el tema de la productividad se vuelve un compromiso de toda la empresa, no sólo de sus directivos. Esto debe contribuir a los esfuerzos de productividad empresarial.
Una preocupación es que las EGT no estimulen el emprendimiento, es decir, la creación de nuevas empresas. Usualmente, si un emprendedor tiene una idea y quiere llevarla a cabo, debe formar una empresa. Pero, si el emprendedor debe compartir la administración y las utilidades de la empresa con sus trabajadores, esto puede limitar los casos de emprendimiento. Sin embargo, en el caso de empresas nuevas, es factible pensar en unas reglas del juego que premien el emprendimiento. Conceptualmente, es posible que la ley proteja, o que el emprendedor convenga con la empresa una forma de proteger, los “derechos de emprendimiento”. Esta protección es muy importante, para no sofocar la creación de nuevas empresas.
En términos de financiación de las empresas, éstas podrían captar financiación, ya sea a través de crédito o acciones. Las acciones no darían lugar ni a la propiedad ni al control de la empresa, pero sí darían lugar a una participación en sus beneficios. Los individuos no podrían comprar acciones, pero sí podrían depositar sus ahorros en bancos, que actuarían como prestamistas de las empresas, o en fondos de inversión, que actuarían como compradores de las acciones empresariales. Tanto los bancos como los fondos de inversión serían, a su vez, EGT.
Uno esperaría que estas reformas institucionales limiten ciertas propiedades del capital que hacen que su acumulación esté sujeta a retornos crecientes a escala en una economía de mercado normal, al tiempo que no introduzcan demasiadas ineficiencias en el funcionamiento de los mercados.
Binmore señala que el papel de las convenciones sociales es escoger el tipo de equilibrio social que entra en vigor. La propiedad privada no es más que una convención social que facilita el intercambio. Esta convención, al parecer, facilita la eficiencia, pero no garantiza la equidad. Es razonable, entonces, preguntarse qué modificaciones institucionales son adecuadas para promover tanto la eficiencia como la equidad. En nuestra propuesta, que no es más que un borrador para discusión, proponemos una separación de la propiedad y el control, proponemos que quienes ejerzan el control sean los trabajadores, y proponemos que los derechos residuales sobre el excedente económico se asignen a quienes ejercen el control (los trabajadores).
En nuestra propuesta, la propiedad privada del capital no es abolida. Las firmas son las dueñas del capital físico específico. Los individuos, dueños de su trabajo, ganan sobre la rentabilidad específica de la firma en la que trabajan. Los individuos, además, pueden ser dueños de un capital financiero genérico, y obtienen una rentabilidad por él, pero no obtienen más que la rentabilidad promedio del capital. Además, no son dueños del capital específico de la firma.
Bajo este esquema, a pesar de que el capital seguiría recibiendo una remuneración, una mayor proporción del excedente económico se dirigiría al trabajo, lo cual parece más justo. Adicionalmente, las características que hacen que la acumulación de capital esté sometida a retornos crecientes a escala parecen estar limitadas.
El sistema no garantiza igualdad de salarios entre los trabajadores. Al interior de las firmas son admisibles diferencias salariales. Pero uno esperaría que la administración cogestionada por los trabajadores le pusiera coto a remuneraciones exorbitantes de los gerentes, como a veces sucede en la actualidad. Entre firmas, las diferencias podrían ser importantes, dependiendo de la productividad de cada firma. En esto vemos un incentivo importante a la adecuada asignación de recursos en la sociedad: la gente siempre querría migrar a las mejores firmas.
¿Cómo moverse hacia esta sociedad socialista? Yo veo que el único modo de hacerlo es de manera democrática en una sociedad altamente sensibilizada sobre la injusticia de la desigualdad. No tengo esperanzas de que esto ocurra pronto, pero, para que ocurra, me parecen necesarias dos cosas: (1) aumentar el grado de conciencia sobre la importancia de una sociedad solidaria, y (2) garantizar la consistencia intelectual de la propuesta, estando seguros de que respeta las leyes económicas básicas. Al respecto, una formalización de la propuesta podría ser de mucha utilidad. En esa formalización, dos aspectos me parecen relevantes: uno, la noción de una sociedad cuyos equilibrios se auto-vigilan, y dos, la teoría del diseño institucional óptimo en presencia de derechos residuales contingentes.
Una última pregunta me acosa: si los países nórdicos funcionan tan bien, ¿por qué no simplemente seguimos su ejemplo? De pronto una estrategia socialista no radical hace bien la tarea (aquí cabría el tercer tipo de propuestas incluidas en el libro de Roemer, que yo no discutí). No sé. El truco de las sociedades nórdicas es que hay una alta tributación progresiva, es decir, con fines redistributivos. Mi intuición es que la redistribución deteriora la eficiencia. Si la distribución fuera buena, no sería necesaria la redistribución. Por lo tanto, quizás uno podría obtener mejores resultados que incluso los países nórdicos si la tributación no tuviera que estar dirigida a la redistribución, sino que pudiera especializarse en la provisión de bienes públicos. Esto sólo podría hacerse si una adecuada distribución se pudiera lograr por otro mecanismo. Es en este sentido que nuestras reflexiones tal vez no son en vano.
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