Esta es una cuestión difícil para mí, que no soy un hombre particularmente religioso. Creo que hay dos formas de ver la vida, y hay dos formas de justificarla. Las dos formas de ver la vida son: "la vida es un carnaval", como en la canción de Celia Cruz, y "la vida es un valle de lágrimas", como en la tradición cristiana (más probablemente católica). Y si la vida es un carnaval, pues es rico vivirla, y no tiene más justificación que ella misma. Pero, si la vida es un valle de lágrimas, vivirla es una pesadilla, y su justificación se tiene que hallar más allá de la vida misma.
Yo creo que la noción correcta de la vida se aproxima más a la canción de Celia Cruz que a las oraciones católicas: la vida es un carnaval. Con esto no quiero negar que la vida implica sufrimientos y sacrificios, pero, bien mirado todo, parece que la vida es un ejercicio que bien vale la pena, perdón la redundancia, vivir.
A mí me gusta el montañismo. Nunca he intentado subir el Everest, o algo así por el estilo, pero sí me he pegado mis caminatas por las montañas de Colombia. Y creo que subir montañas tiene algo similar al ejercicio de estar vivo. Subir una montaña es sacrificado; es esforzado. Quien sube una montaña se enfrenta contra sus propios límites, y requiere una fortaleza mental especial. Obviamente, se requiere una cierta aptitud física, pero eso no parece lo más importante: nadie piensa en los montañistas como atletas, aunque el estado físico importa. Otra característica importante de los montañistas es que muchos de ellos ven su oficio como una búsqueda interior. La posibilidad de la muerte está siempre presente. Se dice que, de cada 10 personas que intentan subir al Everest, sólo tres lo logran, y una muere. La posibilidad de éxito no es muy alta, y el riesgo de muerte es considerable. Pero la diversión está en el sacrificio. Y no hay diversión mayor que llegar a la cima de la montaña. Una buena amiga mía lo describió muy bien, cuando, después de muchos esfuerzos, subió conmigo a los cerros que conforman el páramo de Chingaza, el punto más alto de la cordillera oriental en las cercanías de Bogotá antes de descender a los Llanos Orientales: "las mejores vistas están reservadas a aquellos que son capaces de soportar el sacrificio de llegar a la cima". Llegar a la cima no es una carrera: no se trata de llegar primero que otros. No importa parar mucho, si eso permite recuperar el aliento y las fuerzas. Pero sí se trata de la convicción de seguir adelante. Eso me parece hermoso, y me parece muy parecido al ejercicio de vivir la vida.
Muchos han señalado que el propósito de la vida es huir del sufrimiento y buscar la felicidad. En términos generales, estoy de acuerdo. A veces hay que pagar un cierto sufrimiento para lograr una cierta felicidad, pero ese es el truco de la vida. Me parece que el truco de la vida está en sentir. Me parece que los seres humanos estamos hechos de emociones, y que lo más rico de la vida es sentir esas emociones. Esto puede sonar totalmente contradictorio en un tipo que se precia de ser profundamente racional, como yo, pero la verdad es que el triunfo de la razón no puede significar la muerte de la emoción, porque sin emociones no somos humanos.
Me parece perfectamente legítimo que tratemos de buscar la felicidad. Naturalmente, no el concepto hedónico de la felicidad, el asociado con placeres y dinero, que me parece vulgar y vacuo. No dudo que una cierta comodidad económica es muy importante para la vida, pero me parece totalmente equivocado volverla el objetivo principal de nuestras vidas. Aquí tengo que admitir que a veces siento que me pude haber equivocado al haber estudiado economía. Pensaba que lo primero para la felicidad era que todos pudieran llevar una vida digna desde el punto de vista material, y eso me llevó a estudiar economía. Pero hoy siento pasión por los sicólogos que se preguntan directamente por la medición y las causas de la felicidad. Siento que ellos se están haciendo la pregunta más importante: ¿qué nos hace felices?
Noten que hablo de sicólogos, es decir, de científicos. Me parece infortunado que la discusión sobre el tema de la felicidad esté dominada por escritores de superación personal y por iglesias de garaje. Pero el éxito de unos y otras indudablemente tiene que ver con que ellos no tienen vergüenza en hacerse preguntas que son fundamentales para los seres humanos: ¿cuál es el sentido de nuestras vidas? ¿En dónde radica nuestra felicidad?
Yo, por mi parte, pienso que el sentido de nuestras vidas está en ser lo que somos, en cumplir con nuestro fin, en un sentido aristotélico. Nosotros somos seres humanos. Yo, de acuerdo con los hallazgos recientes de la sicología evolutiva, creo firmemente que los seres humanos tenemos una naturaleza humana. Creo que la naturaleza humana está hecha de luces y de sombras. Acabo de leerme un libro, Our Inner Ape (Nuestro simio interior), de Frans de Waal, el famoso primatólogo holandés, que trata de entender la naturaleza humana a partir del estudio del comportamiento de nuestros familiares más cercanos en el reino animal: los chimpancés y los bonobos. Los chimpancés son agresivos y obsesionados con el poder. Los bonobos son extremadamente sensuales. De Waal dice que los chimpancés usan el poder para poder tener sexo, mientras que los bonobos usan el sexo para poder tener poder. De Waal argumenta que los seres humanos tenemos un poco de chimpancés y de bonobos, que somos un simio bipolar. Es cierto que en nuestra naturaleza humana hay cosas horribles, como la tendencia a la agresión, pero también hay cosas sublimes, como la tendencia a la cooperación y a la amabilidad. De hecho, hemos llevado nuestra tendencia a la cooperación tan lejos que ahora, como dice Paul Seabright, en su libro The Company of Strangers (En la Compañía de Extraños), somos capaces de cooperar con extraños, lo cual muchas veces nos hace sentir "deshumanizados", o controlados por las fuerzas complejas y "despersonalizadas" de la globalización.
Los budistas sostienen que el sufrimiento proviene del deseo insatisfecho, de modo que la felicidad proviene de suprimir los deseos. Yo no creo que el punto sea suprimir los deseos. En el límite, uno siempre tendrá los deseos de beber, de comer, de dormir y de evacuar, y no creo que el punto sea suprimir esos deseos. Pero sí creo que el punto es desear bien, con una cierta moderación, con una cierta templanza. Quien tiene apetitos desmedidos no puede ser feliz.
En síntesis, creo que el sentido de la vida consiste en cultivar lo mejor de nuestra naturaleza humana, y en controlar lo malo. Martin Seligman, el sicólogo de la Universidad de Pensilvania que es uno de los líderes en el estudio científico de la felicidad, afirma que las fortalezas claves de la naturaleza humana para la felicidad se pueden reunir en seis grupos:
- El conocimiento y la sabiduría
- El coraje
- El amor y la humanidad
- La justicia
- La moderación y la templanza
- La espiritualidad y la trascendencia
Parece obvio que, si uno cultiva esos seis grupos de fortalezas, vive una vida buena y feliz. El grupo que quizás más me llama la atención es el de la espiritualidad y la trascendencia, porque en otras entradas de este blog he negado la dimensión "espiritual" de los seres humanos, es decir, he dicho que no creo que exista un "alma" separable del cuerpo. Pero una cosa es espiritualidad y otra es trascendencia. Una recomendación tradicional que se les hace a los seres humanos es: "tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol". Esta recomendación sugiere dejar algo que atestigüe nuestro paso por la vida: eso es trascendencia.
Seligman argumenta que hay tres tipos de felicidad: la placentera, la asociada con la buena vida y la que surge de tener sentido o significado. Él no le otorga mucho valor al primer tipo, pero sí a los otros dos. En particular el tercero consiste en estar vinculado a algo más grande que uno mismo. Evidentemente, quienes se sienten vinculados a Dios pueden sentirse perfectamente felices, pero el sentido o el significado de la vida no necesariamente se tiene que derivar del apego a una creencia religiosa. Yo hallo una clara relación entre la búsqueda de trascendencia y la búsqueda de sentido o significado para la vida.
Seligman se ha dedicado a identificar cosas que hacen a la gente positivamente feliz. Como una primera historia, Seligman cuenta que, en algún punto de su carrera profesional se interesó por la sensación de "helplessness", que se podría traducir como desatención, desconsuelo o desesperanza. Hay individuos, tanto humanos como de otras especies animales, que son más resistentes a esa condición. Los resistentes son los "optimistas", mientras que los que sucumben son los "pesimistas". Aproximadamente un décimo de los individuos, tanto humanos como de otras especies, tienen la condición de desesperanza sin tener que provocarla. Y cuando se la provocaba por medio de confrontar a los individuos a situaciones incontrolables, aproximadamente cinco de ocho individuos adquirían esa condición y un tercio de los individuos nunca la adquirían. ¿Quién resiste el colapso? Seligman encontró que los optimistas interpretaban esos eventos incontrolables como temporales, controlables, locales y fuera de su responsabilidad. Los pesimistas los interpretaban como permanentes, incontrolables, ubicuitos y causados por su culpa. Los datos impresionantes son que los optimistas tienen una menor tasa de depresión, tienen más éxito en la generalidad de las profesiones, tienen mejores sistemas inmunológicos y "probablemente" viven más años que los pesimistas.
Una segunda historia es que Seligman ha identificado que la gratitud es una de las cosas que positivamente incrementa la felicidad, tanto de quien la ejerce como de quien la recibe.
Por lo tanto, parece que, dentro de la receta de la felicidad, están el optimismo y la gratitud. Estas ideas parecen obvias. Más en general, parece obvio que quien vive una vida sabia, valiente, humana, justa, moderada y trascendente vive una vida feliz, que merece la pena vivirse.
Por lo tanto, me parece que el sentido de la vida se halla en un nivel a la vez más básico y más profundo que en el que frecuentemente buscamos. La vida es bella por sí misma, y no requiere más justificación que ella misma. El sentido de la vida en nosotros los humanos se halla en nuestra propia naturaleza, y en especial en lo mejor de nuestra propia naturaleza. El cultivo de nuestro lado claro requiere esfuerzo y disciplina. Yo tengo que admitir que, debido al agotamiento, muchas veces no le he hallado sentido al ejercicio vital. Sin embargo, el truco parece estar en saber detenerse y descansar. La vida provee unas recompensas que sólo son obvias para quien goza subiendo la montaña. Para quienes buscan atajos al sentido de la vida y quieren hallarlo sin subir la montaña, sólo cabe la frase célebre de George Mallory, el famoso montañista británico que murió en su tercer intento por subir al Everest. Cuando le preguntaron por qué quería escalar esa montaña, de manera inolvidable, respondió: "porque está ahí".
No comments:
Post a Comment