Es manifiesto que la institución del matrimonio está siendo sujeta a unas grandes transformaciones. Las nociones de que el matrimonio es para toda la vida y de que el sexo debe ocurrir exclusivamente dentro del matrimonio han venido cambiando rápidamente. Primero que todo, el divorcio es ahora común. Ahora lo que es frecuente es lo que los expertos llaman “monogamia serial”: uno tiene una sola pareja, pero la va cambiando con alguna frecuencia. En segundo lugar, el sexo pre y extramatrimonial son corrientes. Incluso, el estigma sobre el sexo prematrimonial se está perdiendo rápidamente. Ahora lo anormal es que alguien llegue virgen al matrimonio.
El matrimonio es una institución social curiosa. De un lado, se percibe como una parte fundamental de la realización personal. Una persona no termina de “madurar” sino hasta que “se organiza” y se casa. Según una visión conservadora, el matrimonio es una institución “civilizadora”, pues, antes de él, prima una vida muy dominada por los instintos. De otro lado, el matrimonio es una fuente de chistes cínicos, como aquel que dice que “un hombre soltero es un animal incompleto, y que un hombre casado es un completo animal”.
Creo que el matrimonio es una institución social que causaría menos infelicidad, o que por lo menos sería menos fuente de este tipo de chistes, si estuviera más en consonancia con la naturaleza humana. Siempre me llamó la atención que, cuando se desarrollaban actitudes sociales muy estrictas sobre el matrimonio y la vida en pareja, como en la Inglaterra victoriana, también florecían cosas como la prostitución, que me parece una especie de sexo patológico. No se puede olvidar que, mientras florecían las ideas victorianas, también estaba Oscar Wilde y Jack el destripador. De otra parte, al menos en Colombia, el tema del matrimonio siempre ha tendido a ser una preocupación como de las clases altas. Las clases bajas por lo general se “arrejuntan” sin ponerle mucho misterio al asunto (cosa que las clases altas están aprendiendo).
Naturalmente la institución del matrimonio se desarrolló por alguna razón. Los vínculos afectivos que se desarrollan en una pareja permanente pueden llegar a ser muy fuertes, y la estabilidad emocional que eso puede brindar a la pareja y a los hijos es invaluable. De otra parte, un matrimonio no es sólo un arreglo afectivo: es también un arreglo material. Por lo tanto, no siempre los temas del amor y del matrimonio han venido juntos. En ciertas culturas, como en la India, es común que los matrimonios sean arreglados por los padres, incluso en edades de los novios en las cuales la pareja todavía es demasiado joven para estar interesada en aventuras románticas. En otras, como en la Roma clásica o en la Francia prerrevolucionaria, estaba claro que el matrimonio era un compromiso (social, político, económico) que poco tenía que ver con el amor: los maridos eran para una cosa, y los amantes para otra.
Una pregunta que siempre me interesó es: ¿cuál es la “naturaleza humana” en materias sexuales y reproductivas? ¿Realmente estamos “programados” para la monogamia? Este tipo de inquietudes me introdujeron, hace ya muchos años, a la sicología evolutiva, tema que resultó muy divertido de leer, sobre todo en lo que tiene que ver con el sexo.
Lo primero es notar que los seres humanos somos una especie muy sexuada. Somos particulares en que las hembras son sexualmente receptivas prácticamente siempre, incluso cuando no están en celo, que entre otras cosas, a diferencia de otras especies, es una situación imperceptible para los machos. Los seres humanos tenemos un pene muy grande en comparación con otros primates, y el tamaño y la forma de los senos se justifica más por su capacidad para causar excitación sexual, tanto en el hombre como en la mujer, que por su función en el amamantamiento. Es razonable que los seres humanos seamos muy sexuados: en la selección natural lo importante es sobrevivir y reproducirse, de modo que, en una especie “exitosa” como nosotros, el sexo tiene que haber jugado un papel muy importante.
Lo siguiente es si estamos “hechos” para la monogamia. La respuesta parece ser que sí, pero no de manera concluyente. En el reino animal parece haber tres formas básicas para el apareamiento. En una un macho dominante controla a un grupo de hembras: es la poligamia. Si machos no dominantes quieren tener acceso a las hembras deben pelear con el dominante. En la segunda forma cada macho tiene su hembra: es la monogamia. En la tercera no hay propiamente vida social de parejas. Los machos y las hembras se juntan sólo en la época de celo y, después de aparearse, vuelven a una vida solitaria. Esta forma no parece muy consistente con la naturaleza altamente social de nuestra especie. Por lo tanto, sólo cabe considerar las dos primeras.
Aunque, a primera vista, la poligamia parece un arreglo en contra de las hembras, puede que no lo sea tanto. En ésta, todas las hembras acceden a los genes del “mejor” macho. En cambio, en la monogamia los “peores” machos tienen la oportunidad de fecundar a alguna hembra, que debe conformarse con genes de “peor” calidad (aunque tal vez ella misma no sea “gran cosa”). ¿Cuál es la ventaja, entonces, de la monogamia? Pues que parece permitir una reducción de la violencia social gracias al arreglo “democrático” de permitir que cada macho tenga acceso sexual a una hembra, sin que tenga que pelear por ella.
Que nos debatamos entre la poligamia y la monogamia es fácil de entender. Los machos producimos, en una eyaculación, suficiente esperma como para fecundar a muchas mujeres: producimos, literalmente, millones de espermatozoides. Nuestra capacidad de reproducirnos está limitada, no por el número de espermatozoides que producimos, sino por el número de hembras a las cuales podemos tener acceso. Los machos buscan cantidad: entre más hembras, más posibilidades de reproducirse. Para las hembras es distinto. Las hembras sólo tienen unos 400 huevos en toda su vida. Tener acceso a más hombres no mejora sus posibilidades de reproducción. Las hembras no buscan “más” machos; lo que ellas buscan es los “mejores” machos. Las hembras buscan calidad: entre mejores sean los genes que reciben de los machos, mejor. La poligamia, pues, en un cierto sentido, es el “cielo” de algunos machos, y de las hembras, ya que permite que los machos afortunados tengan acceso a muchas hembras, y permite que las hembras tengan acceso a los “mejores” genes. El lío de la poligamia es todos esos machos deseosos que no son dominantes, pero que están dispuestos a causar problemas para llegar a serlo. También hay otro lío, asociado con la disponibilidad de recursos para las hembras, que discutiremos más abajo.
Aunque los humanos parece que nos hemos movido en la dirección de la monogamia, hay pistas que indican que no hemos abandonado del todo la poligamia. Por una parte, aunque la monogamia es el arreglo más extendido, hay también muchas sociedades poligámicas, y evidencia de que el acceso sexual a muchas hembras se facilita para hombres ricos o poderosos. Las sociedades poligínicas (varios machos para una sola hembra), aunque existen, son mucho más raras. De otra parte, hay pistas morfológicas para entender qué tan monogámica es nuestra especie. En las especies monogámicas no hay dimorfismo sexual (los machos y las hembras son del mismo tamaño). En las poligámicas sí lo hay: los machos tienden a ser más grandes que las hembras. La razón puede ser la necesidad de corpulencia cuando el acceso sexual sólo se logra a través de demostraciones de fuerza entre machos. El caso es que, en los seres humanos, existe algo de dimorfismo sexual: no tanto como en las especies puramente polígamas, pero tampoco es inexistente, como en las especies monógamas.
¿Por qué los seres humanos deberíamos estar haciendo la transición hacia la monogamia? La razón parece ser la prolongada inmadurez de los infantes humanos. Entre más cerebro tienen los humanos, más capacidad tienen para aprender. Pero, entre más tienen para aprender, más tiempo deben pasar como infantes dependientes. Esto genera un esfuerzo parental muy grande, que no es igual entre los sexos. Es claro que la inversión parental de las hembras es mucho mayor que la de los machos, así sea solamente porque son ellas quienes cargan dentro de sí nueve meses a los niños, y porque son ellas las encargadas de la lactancia. Por tal razón, a una madre de tiempo completo, por lo menos en las épocas prehistóricas en las cuales se formó la sicología humana, le quedaba muy difícil mantenerse por sí misma: los hijos demandan mucho de ella. Un arreglo conveniente es que los machos se especialicen en la provisión de recursos para el mantenimiento de las hembras y las crías, y que las hembras se especialicen en el cuidado de las crías.
No es que las hembras abandonen por completo el problema de su propia manutención: en las sociedades primitivas de cazadores-recolectores, las vicisitudes de la crianza estimulaban la especialización por sexo de las actividades de manutención: los hombres lejos del hogar en funciones de caza, y las mujeres cerca del hogar en funciones de recolección. Esto también explicaría por qué los hombres parecen tener mejores habilidades espaciales que las mujeres (las mujeres “no saben leer los mapas” y los hombres se resisten a admitir que están perdidos), y por qué las mujeres parecen tener mejores habilidades verbales que los hombres: mientras que un cazador muy hablador seguramente no sería muy exitoso, una mujer habladora haría más llevadera la actividad de la recolección y facilitaría la socialización de los hijos: alguien tiene que hablarles para que ellos, a su vez, lo hagan.
Pero, ¿qué interés tiene un macho en compartir los recursos de su caza con una hembra y a sus hijos? Pues que así garantiza que sus hijos (genes) sobrevivan. Sicológicamente, el truco es el siguiente: el macho le “dice” a la hembra: “si tú cuidas a mis hijos, yo te cuido a ti. Pero, para yo tener interés en volver a ti y en permitirte tener acceso a mis recursos, te exijo, uno, que tus hijos sean en efecto mis hijos, y dos, que tú me permitas acceso sexual continuado a ti. De otro lado, yo sí quiero volver a ti, porque, nótame, estoy enamorado de ti”. Hombres y mujeres estamos programados, pues, para intercambiar recursos por sexo. Es significativo, por ejemplo, que, para mostrar “compromiso”, el hombre le regale anillos de diamantes a la mujer: con esto el hombre quiere convencerla de que el apego emocional es tan fuerte que realmente está dispuesto a dar recursos valiosos por ella. Y también es significativo que, cuando se ejerce la prostitución, lo que casi universalmente ocurre es que el hombre es el que paga por tener sexo: es la mujer la que “tiene el recurso escaso”. De otra parte, me parece claro que toda esta sicología prehistórica tiene que verse muy afectada cuando, como en la vida moderna, las mujeres adquieren la posibilidad de mantenerse por sí mismas.
Otra pregunta interesante es qué tan inclinados estamos a la “infidelidad”. Parece que mucho. La razón es que, con este comportamiento “oportunista”, tanto machos como hembras pueden beneficiarse. Si usted es un macho en una relación monógama, pero logra fecundar a una hembra por fuera de la relación, existe la posibilidad de que aumente su reproducción. Y, si usted es una hembra en una relación monógama, pero logra aparearse por fuera de la relación, quizás logre conseguir mejores genes que los que su relación le garantiza.
Sin embargo, la infidelidad es peligrosa, porque puede poner fin a la relación monógama. Un macho muy seguramente no querrá proveer recursos a una cría que no es suya, y una hembra no querrá tener una relación con un macho muy dispuesto a invertir recursos en otras hembras. Es natural que, si existe una relación monógama y hay posibilidades de infidelidad, se desarrollen los celos. Pero, de manera significativa, los hombres son menos propensos a perdonar la infidelidad física, y las mujeres la infidelidad emocional. La infidelidad física de la mujer hace dudar al hombre de su paternidad sobre los hijos. Pero si la mujer “ama” a otro, y este amor no llega al terreno de lo físico, la preocupación para el hombre es menor. En el caso de la mujer es exactamente al contrario. La infidelidad emocional del hombre es más grave que la física, porque el hombre que se desvincula emocionalmente de su relación monógama es más propenso a comprometer recursos en otras relaciones. Muchas mujeres son capaces de tolerar la infidelidad física de sus hombres, con tal de que ellas sigan siendo la pareja “oficial”. Lo peor para la mujer es que su pareja se vaya con otra.
Ciertas características fisiológicas aportan evidencia impresionante de la propensión a la infidelidad en los seres humanos. Por ejemplo, se ha establecido que menos del uno por ciento del esperma de un hombre tiene en efecto la capacidad de fecundar a la mujer. Si eso es así, cabe preguntarse para qué producimos el otro 99 por ciento. La increíble respuesta es que el esperma se divide en dos tipos: el uno por ciento que tiene la capacidad de llegar al huevo y fecundarlo, y el 99 por ciento, que tiene la función de matar al esperma de otros hombres. En efecto, dentro del cuerpo de la mujer se puede librar una “guerra de espermas” que le permitiría a la mujer tener acceso a los mejores genes, sin que ella conscientemente los seleccione: sería el esperma “victorioso” el que la fecundaría. Esto sugeriría que la tendencia instintiva hacia la infidelidad tiene que ser muy grande, ya que los hombres hemos evolucionado para tener un esperma que es capaz de matar el esperma de otros hombres, y las mujeres han evolucionado para permitir esa guerra de espermas dentro de ellas. Esto también sugeriría por qué el sexo rutinario es tan importante para la pareja nominalmente monógama: esto permitiría al hombre depositar regularmente su dosis de esperma asesino, y a la mujer estar preparada para poner a competir el esperma de su pareja regular con el de la pareja no oficial.
En lo que he escrito hasta ahora sólo he arañado la superficie de lo que sicología evolutiva tiene para decir en materias de sexo. Al parecer, la evidencia señala que somos una especie con tendencia a la monogamia, sobre todo por razones de crianza de los niños, pero también con fuerte tendencia a un comportamiento sexual oportunista. ¿Cómo construir la institución social del matrimonio sobre esa naturaleza humana tan particular?
Que la doctrina católica imponga la convención del matrimonio para toda la vida se explica porque, entre más largo es el horizonte de interacción entre la pareja, más probable es que surja la cooperación en su interior (“si vamos a estar juntos toda la vida, es mejor que nos llevemos bien”). Sin embargo, la experiencia social reciente muestra que la gente ya no cree que el matrimonio, en efecto, sea para toda la vida. Lo anterior no necesariamente quiere decir que los separados, al cesar la vida en pareja, abandonan sus responsabilidades sobre los hijos (aunque hay mucha discusión sobre la calidad del afecto que reciben los hijos de una pareja separada). Lo que es fundamental es que, si una pareja decide dedicarse a la crianza, ese compromiso dure por lo menos hasta la adultez de los hijos. A pesar de la suerte que pueda correr la vida en pareja, ese compromiso con los hijos, por lo general, se mantiene.
De otra parte, queda el problema de cómo manejar el sexo extramatrimonial. Al respecto, no parece haber norma fija. En algunas parejas la infidelidad es causal suficiente de disolución del matrimonio. En otras parejas la infidelidad es aceptada, ya sea implícita o explícitamente. La liberalidad en esta materia fue famosa, por ejemplo, en la pareja que conformaron Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Más recientemente, se han venido popularizando las reuniones de swingers, grupos de parejas que dan por entendido que, cuando están reunidos, es lícito el intercambio de parejas. Así la infidelidad es explícita y se produce en un “ambiente controlado” (“yo sé qué es lo que está haciendo mi pareja”).
Me parece que repensar la naturaleza del matrimonio a la luz de: (1) la comprensión reciente sobre la naturaleza humana que ha hecho la sicología evolutiva y (2) las transformaciones sociales recientes, presenta unas dificultades muy difíciles de resolver. Mucha gente busca su felicidad en la vida en pareja, y, en la medida en que se derrumban algunos tabúes sociales, lo que va quedando cada vez más claro es que la definición de la forma de unión entre dos personas es algo que es mejor que cada pareja resuelva por su cuenta. Me parece que, en la sociedad moderna, uno tiene que ser muy tolerante en cuanto a las formas del arreglo matrimonial.
Y aquí, para terminar, va mi vieja réplica al artículo de Carrasquilla.
Amable réplica a un biólogo amateur, o una breve defensa de la infidelidad
Por fin Carrasquilla escribió sobre un tema chévere, lo cual indica que él todavía puede llegar a serlo: la verdad, nadie se vuelve popular escribiendo sólo de Economía. Los economistas somos inherentemente aburridos. ¿O acaso han visto ustedes una serie de televisión dedicada a los economistas? Hay series de policías, de salvavidas, de médicos, de abogados (¡de abogados, por Dios!), pero nunca de economistas. Puede haber algo como Emergency Room, pero ¿cuándo va a ver usted una serie que se llame Department of Economics?
Fuera de que, escribiendo de temas chéveres, podemos volvernos chéveres, hay una razón adicional por la cual todos los economistas debemos copiar las inquietudes intelectuales de Carrasquilla, que se ve que lee libros de ciencia popular en biología evolutiva: el asunto es que una economía es, en cualquier momento t, un “equilibrio” que no va a perdurar para siempre. Venimos de algún equilibrio y vamos hacia otro equilibrio, sin permanecer nunca en el mismo. ¿Qué es lo que ata todos esos equilibrios? Naturalmente, un proceso evolutivo, como en biología.
Por ejemplo un ejemplo: cuando uno piensa en great powers, al estilo de Paul Kennedy, uno nunca espera que los Estados Unidos sean un poder hegemónico para siempre. Antes, el poder hegemónico era la Gran Bretaña, y el hecho de que la Gran Bretaña haya sido el poder hegemónico anterior ayuda a entender por qué los Estados Unidos son el poder hegemónico de ahora. Pero habrá, sin duda, otro poder hegemónico, y predecirlo es tan incierto como predecir la evolución biológica (más fácil a corto que a largo plazo, como en todo proceso caótico que se respete).
Las anteriores, naturalmente, no son ideas mías. Hay por lo menos dos premios Nobel en Economía que han hecho énfasis en ese estilo de ideas, Herbert Simon y Douglass North, pero sigue siendo cierto que todavía no hay modelos que las formalicen satisfactoriamente. Estoy seguro que ahí hay un premio Nobel in waiting, y el personaje que, a mi modo de ver, está más próximo a ganárselo con esa perspectiva es Ken Binmore, de UCL. Por eso, así como en la vida social ya es un signo de analfabetismo no saber manejar Office, en la economía académica se está volviendo un signo de analfabetismo no saber de teoría de juegos evolutiva.
Pero, volviendo al tema, hay una cosa del ensayo de Carrasquilla que no es chévere, que es su asimilación de la infidelidad biológica a la corrupción económica (wait. ¿Es ese un buen adjetivo? ¿Es la corrupción económica?). Su asimilación parte del hecho empírico de que “aproximadamente el 95% de todas las sociedades humanas conocidas han llegado a la conclusión de que la monogamia es la forma adecuada de organización social”. ¿Es eso el Fin de la Historia de la vida familiar? ¿Es la monogamia a la vida familiar lo que el capitalismo, según Fukuyama, es a la organización económica?
Yo sospecho que Carrasquilla y Fukuyama comparten una visión de éxito total. De la monogamia, por una parte, y del capitalismo, por la otra. Pero lo cierto es que “el” capitalismo no ha triunfado: todos los días está reinventándose. Naturalmente, hay dinosaurios que han desaparecido, como el socialismo “científico” marxista, pero no está claro que lo que “triunfó” haya sido una cosa homogénea. Igual sucede con la monogamia: lo que estamos viendo ahora no es la monogamia tal como la entendían nuestros padres, para toda la vida, sino, tal como la llaman ahora, serial: yo ando contigo, pero sólo hasta que me mame. ¿Cuenta la Inglaterra actual dentro de ese 95% que Carrasquilla menciona?
De hecho, tampoco se puede decir que arreglos distintos a la monogamia hayan fracasado: sigue siendo cierto que hay sociedades islámicas donde, si se tienen los medios, se puede tener hasta cuatro esposas (y antes se podía tener hasta todo un harem —¿o harén?—). Se puede alegar que las sociedades islámicas no son un ejemplo de éxito económico, así que me toca mencionar otro ejemplo: no me cabe la menor duda de que gente como el Tino Asprilla, Diomedes Díaz, Idi Amín o Bill Clinton, han “marcado más puntos” que el común de los mortales. La pregunta es: ¿qué tienen ellos que no tenga yo? La respuesta es: plata, fama y poder. La otra pregunta es: ¿es eso una subversión de la organización social? (nuevamente, Idi Amín no es el mejor ejemplo).
La historia de por qué somos monógamos es bien conocida: un macho dominante puede acaparar muchas hembras, pero, para lograrlo, tiene que ser violento, y grande, y poderoso. Los machos no dominantes, privados de sexo, tienden a ser violentos también. Está la historia famosa de los chimpancés no dominantes que se unieron para, literalmente, capar al dominante de la manada en un zoológico. ¿No es mejor una sociedad no violenta en la que las chicas estén mejor repartidas?
Pero también está la historia de la cantidad versus la calidad. Los hombres producimos muchos espermatozoides, y nuestro parental investment, comparado con el de las mujeres, es bajo. Por lo tanto, tenemos muchos hijos, y no les paramos muchas bolas. Es decir, competimos en cantidad. Las mujeres, por el contrario, producen pocos óvulos, y cada óvulo fecundado es un camello de cuidar. Por lo tanto, tienen que garantizar que los espermatozoides que consiguen “valen la pena”: las chicas compiten en calidad.
Una organización social eficiente podría ser juntar a los “ricos” y “poderosos” con las mamitas (y a los wimps y losers con las menos mamitas), pero todo el mundo quedaría insatisfecho con el arreglo. Listo, no es casual que Tom Cruise se case justo con Nicole Kidman, pero él seguro se preguntará: “¿y por qué sólo con ella?”. Y Nicole estará pensando otro tanto: “Tom es rico y apuesto, pero es que Alberto (Carrasquilla) es taaan inteligente”. ¿Lo pensamos sólo nosotros? No: un estudio: (perdón la referencia: escribo esto lejos de mi biblioteca) mostró que entre los pájaros más monógamos del planeta, un 10% (o algo así) de las crías eran procreadas por machos distintos de la pareja habitual de la hembra. Esta cifra resultó ser un porcentaje similar al de los humanos en Liverpool (o Manchester, no recuerdo).
El punto es que la monogamia es más “democrática”, pero también más “aburrida”. No por nada, ahora que las chicas son más independientes económicamente, la idea de los matrimonios para toda la vida está pasando a la historia. El hecho de que la función de utilidad económica diga “primero yo” no quiere decir que yo sea corrupto. El hecho de que la función de utilidad sexual femenina sea “calidad ante todo” no necesariamente significa que las mujeres tengan que aguantarse al mismo rico toda la vida. Afortunadamente…
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