No se puede sino celebrar el triunfo electoral de Barack Obama en Estados Unidos. Obama es un fenómeno político que ha tenido una carrera fulgurante. Hace cinco años, nadie lo conocía. Pero sus libros, uno de ellos titulado La audacia de la esperanza, y su discurso ante la convención demócrata de 2004, lo pusieron en una senda imparable. Negro y con un nombre extraño, era una opción improbable para Estados Unidos. Pero hoy, para fortuna del mundo, es el presidente electo de ese país.
Obama es un cambio bienvenido en el liderazgo del mundo. Los ocho años de la presidencia de George W. Bush no serán recordados como unos de liderazgo iluminado. Bush ganó la presidencia con una minoría del voto popular, gracias al complejo sistema electoral de Estados Unidos y a un turbio conteo de votos en Florida. Pero recibió el respaldo del mundo cuando Estados Unidos fue injustificadamente atacado el 11 de septiembre de 2001. Y, gracias al miedo, pudo ser reelegido.
Bush propuso un replanteamiento de las relaciones exteriores de Estados Unidos, basado en la nueva y peligrosa doctrina de los ataques preventivos, el desprecio de las Naciones Unidas, y la facultad de exportar a la fuerza la democracia y el libre mercado a quien le viniera en gana. El resultado fue la impopular guerra en Irak.
Irak, no cabe duda, era gobernado por un dictador impresentable, Saddam Hussein, pero que previamente había sido apoyado por Estados Unidos como un mecanismo de contención del fundamentalismo en Irán. Cuando Hussein se salió de control, invadiendo a Kuwait, había una legitimidad para atacarlo, pero la legitimidad para un segundo ataque, basada en los vínculos de Irak con el 11 de septiembre y en la posesión de armas de destrucción masiva, resultó sin ningún fundamento.
Las justificaciones retóricas de la guerra en Irak nunca alcanzaron para ocultar un obsceno interés estratégico y de lucro por el petróleo de ese país. Qué espectáculo tan degradante ver la empresa donde antes había trabajado el vicepresidente de Estados Unidos lucrándose con la guerra. Afortunadamente, ninguno de los halcones que promovieron la guerra, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, terminó bien. Hoy, gracias a ellos, el mundo es un lugar menos, no más, seguro.
La guerra en Irak representa el punto más bajo de la concepción de las relaciones exteriores promovida por el presidente Bush. Pero no fue sólo en relaciones exteriores que su gobierno fue un desastre. En su gobierno se promovió un fanatismo conservador y religioso indigno de un país civilizado. Fue Bush, inmortalmente capturado en un documental de Michael Moore, el que, dirigiéndose a un grupo de ultramillonarios, les dijo: “algunos los llaman a ustedes la élite. Yo los llamo mi base”. Estados Unidos es hoy un país más desigual y más polarizado gracias a Bush. A pesar de la desgracia que significa, no es sino razonable que termine su gobierno en medio de la mayor crisis financiera de la historia, que no parece ser más que la cosecha justa para lo sembrado durante los últimos ocho años: un capitalismo individualista y egoísta sin control ni medida. Bush fue el representante perfecto de una sociedad fanática, embrutecida e insolidaria, movilizada por el miedo. Qué terror que aún hoy los republicanos hayan podido ganar en 21 estados de Estados Unidos. Qué país tan contradictorio Estados Unidos, la mayor potencia económica, científica y militar del planeta, pero con una población que está dividida casi por mitades entre una sociedad cosmopolita, culta y mentalmente abierta, y una sociedad ignorante, fanática, e incapaz de aceptar la teoría de la evolución, pero capaz de aceptar la guerra en Irak, así no sepa ni siquiera dónde queda ese país en el mapa.
El mayor cambio que implica Obama con respecto a Bush es el cambio de la política del miedo por la política de la esperanza. Y qué cambio tan refrescante, tan necesario, tan bienvenido. Nadie sabe qué será del gobierno de Obama. Quién sabe cómo lo termine juzgando la historia. Lo que ya ha hecho es revolucionario, pero lo que viene es lo realmente importante. Sin embargo, sin lugar a dudas, Obama será bueno, por lo menos en relación con lo que los republicanos han tenido para ofrecer en los últimos ocho años, para Estados Unidos y para el mundo.
La cuestión es si también lo será para Colombia. Algunos, provincianos, preferían en nuestro país a McCain porque “a Colombia le va mejor con los republicanos”. Sobra decir que fue un error basar la relación especial de Colombia con Estados Unidos en una perspectiva partidista. Ojo, no está mal que Colombia tenga una relación especial con Estados Unidos. No queremos ser la Venezuela de Chávez, o el Ecuador de Correa, o la Bolivia de Evo. Pero sí tendremos que aprender a hablar con los demócratas, esos que nos harán difícil la aprobación del TLC, que querrán recortarnos el Plan Colombia (sobre todo en su componente militar) y que nos exigirán un mejor desempeño en la lucha contra las violaciones de los derechos humanos. Se puede decir incluso que Obama no tiene una comprensión sofisticada de los matices tan complejos de la situación colombiana. McCain vino a Colombia; de Obama difícilmente podemos decir que hemos capturado su atención. Pero es un hombre inteligente, al que, si se le explican las cosas, debe entender. Y quizás nosotros también debamos entender lo que hay de cierto en la visión demócrata de nuestro mundo. Para comenzar, no hace sino dañar a la Política de Seguridad Democrática que, para vergüenza de Colombia, los vivos de Soacha aparezcan muertos en Santander.
Colombia sigue necesitando el apoyo de Estados Unidos: necesitamos el TLC, el Plan Colombia, las preferencias arancelarias. Colombia es, además, un aliado leal de Estados Unidos en la región, y un gobierno demócrata debe aprender a tratar a la región y a sus aliados en ella más benignamente. Pero quizás necesitemos refinar nuestros acentos para poder dialogar con la nueva perspectiva. Eso no está mal: por el contrario, es probablemente necesario. En lo que sí no podemos caer es en la posición miope e insular de que Obama es bueno para el mundo pero malo para Colombia. Al revés, tiene que ser verdad que lo que es bueno para el mundo es bueno para Colombia. Que para algunos de nosotros eso no esté claro no habla bien de nosotros.
Thursday, November 6, 2008
Friday, August 8, 2008
08-08-08: Reflexión sobre la apertura de los Olímpicos en Beijing
Me acabo de “patear”, como decimos en Colombia, la apertura de los juegos olímpicos de Beijing 2008. Muy linda, debo decir. Muy impresionante. Esta apertura fue como una ventana por donde se puede mirar lo que el mundo debe esperar de China.
No hace mucho tiempo, la China era un país pobre que Estados Unidos utilizaba para hacerle contrapeso a la Unión Soviética. Recuerdo la famosa aproximación a China hecha por Estados Unidos en la época de Nixon, es decir, en plena Guerra Fría, que pretendía explotar la tradicional desconfianza chino-soviética para impedir que se conformara un bloque comunista entre las dos naciones y, por el contrario, producir más bien un acercamiento chino-americano, que para muchos hubiera parecido impensable, pues sólo un par de décadas antes Estados Unidos había interpuesto la Séptima Flota para que la China comunista no invadiera a Taiwán: se necesitaba, pues, un maestro de la realpolitik en las relaciones internacionales como Kissinger para volver a acercar a Estados Unidos a la China comunista.
Por otro lado, sin embargo, se dice que, cuando a Napoleón le preguntaron su opinión sobre ese país, él respondió: "cuando China despierte, el mundo temblará". Recuerdo que hace muchos años (en los 1970, constato) mi papá leyó un libro, escrito por Alain Peyrefitte, con ese título, que quedó grabado en mi memoria. Hoy China es una nación de unos 1.300 millones de personas (la más numerosa del planeta) que, bajo Deng Xiao Ping, introdujo más libertad a su ambiente económico para poder crecer, pero sin introducir más libertad a su ambiente político. En consecuencia, durante décadas su economía no ha tenido problemas en crecer al 10 por ciento anual. Gracias a ese crecimiento, China, más que ningún otro país en la tierra, contribuye a la reducción de la pobreza mundial, al sacar de ella cada año a millones de personas. Algunos cálculos ya colocan a la China como la segunda nación más rica de la tierra, y algunos vaticinan que será la primera, superando a Estados Unidos, antes de que acabe la primera mitad del siglo XXI. Ya no hay colonias europeas en territorio chino, como lo fueron Macao o Hong Kong, que han sido devueltas a China, aunque ésta, sabiamente, ha sabido mantenerles un estatus especial. La humillación que sufrió China en el siglo XX al ser invadida por Japón, tan bellamente retratada por Bertolucci en su película El último emperador, hoy sería impensable. China, la nación más populosa de la tierra, y con una de las culturas más distintivas y más ricas, está empezando a ocupar el lugar que le corresponde entre las naciones del planeta. China ya está despertando…
… Y el mundo está empezando a temblar. China es hoy una potencia económica, militar, nuclear y espacial. Su presencia en la economía mundial está poniendo de cabeza los tradicionales equilibrios económicos internacionales, con la manifestación más obvia de disparar los precios de los bienes básicos, incluido el petróleo, y deprimir los precios de los bienes manufacturados: ya hoy nadie puede competir con los bajos costos de producción en China. Las empresas chinas se empiezan a colocar, sin ningún problema, entre las más grandes del mundo, o empiezan a comprarlas. La IBM, por ejemplo, vendió su división de computadores personales a Lenovo, una empresa china. Las grandes discusiones en la OMC son entre Estados Unidos y China. Y son discusiones entre gigantes, disputándose el liderazgo mundial. Y ya sabemos quién ganará. A diferencia de los Olímpicos que hoy comienzan, que Estados Unidos bien puede todavía ganar, hoy empezamos a ver un nuevo líder mundial. Y no porque Estados Unidos esté en declive y próximo a caer, sino porque el auge chino parece imparable, a pesar de que todavía tiene enormes dificultades por superar. La gran mayoría de ellas son políticas. China todavía tiene que dejar a Mao definitivamente en el pasado, hacer la transición a la democracia, mejorar su registro de violaciones a los derechos humanos, resolver la cuestión tibetana, reunirse con Taiwán y garantizar que los beneficios del crecimiento no se concentren sólo en las grandes ciudades del oriente del país. No son temas menores. Pero lo que ha logrado la China en las últimas décadas da muestras de la capacidad de hacer transformaciones prodigiosas. Por eso, no es descabellado pensar que, si con el fin de la Primera Guerra Mundial comenzó el imperio indisputado de Estados Unidos en la arena mundial, para el centenario del Tratado de Versalles quizás ya sea China la que ocupe ese lugar.
Yo tengo en la cabeza una idea estúpida, que me hace creer que a los chinos hay que prestarles mucha atención. Yo creo que los primeros pobladores de América fueron en realidad chinos que atravesaron el estrecho de Bering cuando estaba cubierto de hielo. La evidencia circunstancial que tengo es que un campesino boyacense es igualito a un chino, con los mismos rasgos mongoloides que hoy todavía se perciben en nuestras razas nativas (es decir, prehispánicas y precolombinas). Hasta algo tan colombiano como Alejandra Ríos tiene unos ojos rasgados que no se ven del todo fuera de lugar en China. Creo, pues, que el pueblo más alejado de la tierra, el que utilizamos para denotar la mayor distancia, pues no hay mayor distancia que la que hay “de aquí a la Conchinchina”, es en realidad el pueblo de nuestros abuelos, es decir, es nosotros mismos. Por lo tanto, hallo legítimo mirar a la China como un pueblo de donde venimos, y como un ejemplo de lo que podemos llegar a ser.
Los juegos olímpicos que hoy comienzan, en una fecha auspiciosa, 08-08-08, son una señal de que debemos empezar a ver a China con ojos distintos (rasgados, quizás). China escogió para dirigir su acto inaugural de los Olímpicos a Zhang Yimou, un director de cine que ha producido varias bellas películas y que no ha dejado de tener sus problemas con las autoridades chinas (el director escogido inicialmente era Steven Spielberg, pero éste también resultó ser crítico, de modo que, al parecer, las autoridades chinas decidieron que, si el director iba a ser crítico de las medidas oficiales, que por lo menos fuera un crítico local). Yimou trató el estadio del “nido de los pájaros” de Beijing como una hermosa pincelada cinematográfica, y produjo una belleza discreta que nos mostró lo que China ha representado para la humanidad: nos mostró a Confucio, nos mostró el papel y la escritura (con tinta china, por supuesto), nos mostró la brújula y al desconocido descubridor chino de América, nos mostró la ruta de la seda y por qué las historias de Marco Polo podían ser éxitos de ventas en la Europa medieval, nos mostró la cometa y el uso de la pólvora en tiempos de paz. En suma, vimos a la China tradicional y a la moderna, a una China que cada vez menos podremos evitar. Hace treinta años, era normal para mí aprender filosofía en un texto de Bertrand Russell titulado La sabiduría de occidente. Hoy, semejante desprecio por lo oriental empieza a parecer impensable. Y quizás en una generación el mandarín sea como es el inglés hoy: una lengua que tenemos que aprender. Yo quizás ya esté demasiado viejo para ese nuevo mundo, pero he hecho mis provisiones: ya compré un curso de chino por computador que tengo que empezar a hacer.
Hoy los juegos olímpicos hacen lo que nadie más puede hacer: reunir a todas las naciones del planeta bajo una bandera de fraternidad y convivencia. Hoy Colombia lució bella, con su discreto uniforme blanco, con sombrero “vueltiao” y mochila, ocupando su puesto en el concierto de las naciones. Qué suerte que esta vez no hubo el patán que nos mandara a desfilar en sudadera. Quizás ganemos una medalla. Pero hoy toda la fiesta se agota en dos palabras: China y deporte. El nuevo poder y el espacio de la convivencia y de la paz. A los occidentales nos queda el consuelo de que los olímpicos son un aporte occidental, de los antiguos griegos y del barón de Coubertain. Y, a los colombianos, el sueño de lo que podemos llegar a ser.
No hace mucho tiempo, la China era un país pobre que Estados Unidos utilizaba para hacerle contrapeso a la Unión Soviética. Recuerdo la famosa aproximación a China hecha por Estados Unidos en la época de Nixon, es decir, en plena Guerra Fría, que pretendía explotar la tradicional desconfianza chino-soviética para impedir que se conformara un bloque comunista entre las dos naciones y, por el contrario, producir más bien un acercamiento chino-americano, que para muchos hubiera parecido impensable, pues sólo un par de décadas antes Estados Unidos había interpuesto la Séptima Flota para que la China comunista no invadiera a Taiwán: se necesitaba, pues, un maestro de la realpolitik en las relaciones internacionales como Kissinger para volver a acercar a Estados Unidos a la China comunista.
Por otro lado, sin embargo, se dice que, cuando a Napoleón le preguntaron su opinión sobre ese país, él respondió: "cuando China despierte, el mundo temblará". Recuerdo que hace muchos años (en los 1970, constato) mi papá leyó un libro, escrito por Alain Peyrefitte, con ese título, que quedó grabado en mi memoria. Hoy China es una nación de unos 1.300 millones de personas (la más numerosa del planeta) que, bajo Deng Xiao Ping, introdujo más libertad a su ambiente económico para poder crecer, pero sin introducir más libertad a su ambiente político. En consecuencia, durante décadas su economía no ha tenido problemas en crecer al 10 por ciento anual. Gracias a ese crecimiento, China, más que ningún otro país en la tierra, contribuye a la reducción de la pobreza mundial, al sacar de ella cada año a millones de personas. Algunos cálculos ya colocan a la China como la segunda nación más rica de la tierra, y algunos vaticinan que será la primera, superando a Estados Unidos, antes de que acabe la primera mitad del siglo XXI. Ya no hay colonias europeas en territorio chino, como lo fueron Macao o Hong Kong, que han sido devueltas a China, aunque ésta, sabiamente, ha sabido mantenerles un estatus especial. La humillación que sufrió China en el siglo XX al ser invadida por Japón, tan bellamente retratada por Bertolucci en su película El último emperador, hoy sería impensable. China, la nación más populosa de la tierra, y con una de las culturas más distintivas y más ricas, está empezando a ocupar el lugar que le corresponde entre las naciones del planeta. China ya está despertando…
… Y el mundo está empezando a temblar. China es hoy una potencia económica, militar, nuclear y espacial. Su presencia en la economía mundial está poniendo de cabeza los tradicionales equilibrios económicos internacionales, con la manifestación más obvia de disparar los precios de los bienes básicos, incluido el petróleo, y deprimir los precios de los bienes manufacturados: ya hoy nadie puede competir con los bajos costos de producción en China. Las empresas chinas se empiezan a colocar, sin ningún problema, entre las más grandes del mundo, o empiezan a comprarlas. La IBM, por ejemplo, vendió su división de computadores personales a Lenovo, una empresa china. Las grandes discusiones en la OMC son entre Estados Unidos y China. Y son discusiones entre gigantes, disputándose el liderazgo mundial. Y ya sabemos quién ganará. A diferencia de los Olímpicos que hoy comienzan, que Estados Unidos bien puede todavía ganar, hoy empezamos a ver un nuevo líder mundial. Y no porque Estados Unidos esté en declive y próximo a caer, sino porque el auge chino parece imparable, a pesar de que todavía tiene enormes dificultades por superar. La gran mayoría de ellas son políticas. China todavía tiene que dejar a Mao definitivamente en el pasado, hacer la transición a la democracia, mejorar su registro de violaciones a los derechos humanos, resolver la cuestión tibetana, reunirse con Taiwán y garantizar que los beneficios del crecimiento no se concentren sólo en las grandes ciudades del oriente del país. No son temas menores. Pero lo que ha logrado la China en las últimas décadas da muestras de la capacidad de hacer transformaciones prodigiosas. Por eso, no es descabellado pensar que, si con el fin de la Primera Guerra Mundial comenzó el imperio indisputado de Estados Unidos en la arena mundial, para el centenario del Tratado de Versalles quizás ya sea China la que ocupe ese lugar.
Yo tengo en la cabeza una idea estúpida, que me hace creer que a los chinos hay que prestarles mucha atención. Yo creo que los primeros pobladores de América fueron en realidad chinos que atravesaron el estrecho de Bering cuando estaba cubierto de hielo. La evidencia circunstancial que tengo es que un campesino boyacense es igualito a un chino, con los mismos rasgos mongoloides que hoy todavía se perciben en nuestras razas nativas (es decir, prehispánicas y precolombinas). Hasta algo tan colombiano como Alejandra Ríos tiene unos ojos rasgados que no se ven del todo fuera de lugar en China. Creo, pues, que el pueblo más alejado de la tierra, el que utilizamos para denotar la mayor distancia, pues no hay mayor distancia que la que hay “de aquí a la Conchinchina”, es en realidad el pueblo de nuestros abuelos, es decir, es nosotros mismos. Por lo tanto, hallo legítimo mirar a la China como un pueblo de donde venimos, y como un ejemplo de lo que podemos llegar a ser.
Los juegos olímpicos que hoy comienzan, en una fecha auspiciosa, 08-08-08, son una señal de que debemos empezar a ver a China con ojos distintos (rasgados, quizás). China escogió para dirigir su acto inaugural de los Olímpicos a Zhang Yimou, un director de cine que ha producido varias bellas películas y que no ha dejado de tener sus problemas con las autoridades chinas (el director escogido inicialmente era Steven Spielberg, pero éste también resultó ser crítico, de modo que, al parecer, las autoridades chinas decidieron que, si el director iba a ser crítico de las medidas oficiales, que por lo menos fuera un crítico local). Yimou trató el estadio del “nido de los pájaros” de Beijing como una hermosa pincelada cinematográfica, y produjo una belleza discreta que nos mostró lo que China ha representado para la humanidad: nos mostró a Confucio, nos mostró el papel y la escritura (con tinta china, por supuesto), nos mostró la brújula y al desconocido descubridor chino de América, nos mostró la ruta de la seda y por qué las historias de Marco Polo podían ser éxitos de ventas en la Europa medieval, nos mostró la cometa y el uso de la pólvora en tiempos de paz. En suma, vimos a la China tradicional y a la moderna, a una China que cada vez menos podremos evitar. Hace treinta años, era normal para mí aprender filosofía en un texto de Bertrand Russell titulado La sabiduría de occidente. Hoy, semejante desprecio por lo oriental empieza a parecer impensable. Y quizás en una generación el mandarín sea como es el inglés hoy: una lengua que tenemos que aprender. Yo quizás ya esté demasiado viejo para ese nuevo mundo, pero he hecho mis provisiones: ya compré un curso de chino por computador que tengo que empezar a hacer.
Hoy los juegos olímpicos hacen lo que nadie más puede hacer: reunir a todas las naciones del planeta bajo una bandera de fraternidad y convivencia. Hoy Colombia lució bella, con su discreto uniforme blanco, con sombrero “vueltiao” y mochila, ocupando su puesto en el concierto de las naciones. Qué suerte que esta vez no hubo el patán que nos mandara a desfilar en sudadera. Quizás ganemos una medalla. Pero hoy toda la fiesta se agota en dos palabras: China y deporte. El nuevo poder y el espacio de la convivencia y de la paz. A los occidentales nos queda el consuelo de que los olímpicos son un aporte occidental, de los antiguos griegos y del barón de Coubertain. Y, a los colombianos, el sueño de lo que podemos llegar a ser.
Tuesday, July 15, 2008
08-07-15: Sobre la reforma política
Este es uno de esos textos que nunca terminé, y que hoy cuelgo de esa manera.
En días pasados se volvió a discutir en el Congreso de Colombia, sin buen éxito, el tema de la reforma política. Este tema volvió a surgir por dos razones: (1) la participación de fuerzas ilegales en la política colombiana, y (2) la necesidad de afinar las reformas políticas de 1991 y 2003.
Con respecto al primer tema, la participación de fuerzas ilegales en la política, la crisis de la denominada parapolítica hizo que muchos plantearan la necesidad de una reforma política, con al menos dos objetivos: (1) hacer más difícil la participación de los paramilitares, y en general de todo grupo ilegal, en la política, y (2) tener instrumentos de castigo más eficientes para aquellos políticos en ejercicio vinculados con grupos ilegales. Esto se tradujo en dos tipos de preguntas: (1) ¿cómo sanear la financiación de las campañas políticas? y (2) ¿qué tipo de castigo dar a los políticos vinculados con grupos ilegales?
En el tema de la financiación, en parte debido a lo costosas que se han vuelto recientemente las campañas políticas, volvió a surgir la idea de la financiación 100 por ciento estatal de las campañas políticas.
La financiación privada de la política tiene luces y sombras. En materia de luces, se dice que el aporte financiero privado a las campañas es una forma de participación política, tan válida o legítima como votar o formar parte de un partido político. En materia de sombras, se dice que es una forma de sobrerrepresentar los intereses de aquellos que tienen más recursos económicos, lo cual, en efecto, convierte a la democracia en una plutocracia.
En Colombia ha sido tradicional que la financiación privada de las campañas provenga de pocas fuentes, que usualmente no distinguen entre candidatos. Así, pocos ponen mucha plata, con lo cual es inevitable para los candidatos no tener en cuenta los intereses de sus financiadores, que en el mejor de los casos son grandes empresas, y en el peor son paramilitares, guerrilla o narcotraficantes. Lo deseable sería lo contrario: tener muchos financiadores que pongan, cada uno, poca plata.
Mi opinión es que la financiación privada de las campañas no puede ser abolida, entre otras razones porque en Colombia la participación de grupos políticos nuevos y renovadores ha dependido de la posibilidad de conseguir recursos privados de financiación. La financiación pública de la actividad política premia al statu quo y no a la renovación. Adicionalmente, con un Estado y unos partidos políticos débiles como en Colombia, quién sabe qué tipo de corrupción y otras aberraciones pueda traer la financiación enteramente pública de las campañas.
Me parece sensato permitir una financiación mixta de las campañas, con restricciones a la financiación privada. Por ejemplo, no me molestaría que las campañas sólo pudieran ser financiadas por personas naturales, y no jurídicas, y sólo hasta un tope preacordado.
También me parece muy importante revisar qué ha producido la inflación de costos reciente en las campañas políticas. La pauta en televisión parece ser una fuente de problemas. Quizás valga la pena pensar más activamente en temas de regulación de la propaganda política en los medios de comunicación. Esto quizás no les guste a los medios, ya que de ahí deben sacar unos ingresos jugosos, pero lo cierto es que, cuando una campaña política al Congreso vale 10.000 millones de pesos, prácticamente nadie en la legalidad puede pagarla.
Con respecto al castigo a los políticos asociados con grupos ilegales, me parece que la justicia debe investigar y condenar a los culpables. Esto quiere decir que llamados a cerrar el Congreso o convocar Asambleas Constituyentes me parece un error. No toda nuestra democracia es ilegítima porque haya un número, así sea alarmante, de congresistas investigados y condenados por vínculos con los paramilitares.
Sin embargo, sí creo que la responsabilidad no sólo es personal, sino también política. Esto quiere decir que no sólo se debe condenar al congresista parapolítico, sino también castigar al partido que lo patrocinó. Me parece claro que el partido también debe perder algo cuando se sanciona a un congresista. Si, por decir algo, un partido avala a un político vinculado con los paramilitares, me parece inaudito que la responsabilidad sólo sea del político. Tiene que haber una responsabilidad del partido también. En ese sentido, yo comparto la noción general de la silla vacía, que algunos han atacado porque puede afectar la representación regional. Frente a este tipo de críticas, creo que, en el peor de los casos, la vacante dejada por un congresista sancionado no puede ser llenada por otro miembro de su misma lista y partido.
En días pasados se volvió a discutir en el Congreso de Colombia, sin buen éxito, el tema de la reforma política. Este tema volvió a surgir por dos razones: (1) la participación de fuerzas ilegales en la política colombiana, y (2) la necesidad de afinar las reformas políticas de 1991 y 2003.
Con respecto al primer tema, la participación de fuerzas ilegales en la política, la crisis de la denominada parapolítica hizo que muchos plantearan la necesidad de una reforma política, con al menos dos objetivos: (1) hacer más difícil la participación de los paramilitares, y en general de todo grupo ilegal, en la política, y (2) tener instrumentos de castigo más eficientes para aquellos políticos en ejercicio vinculados con grupos ilegales. Esto se tradujo en dos tipos de preguntas: (1) ¿cómo sanear la financiación de las campañas políticas? y (2) ¿qué tipo de castigo dar a los políticos vinculados con grupos ilegales?
En el tema de la financiación, en parte debido a lo costosas que se han vuelto recientemente las campañas políticas, volvió a surgir la idea de la financiación 100 por ciento estatal de las campañas políticas.
La financiación privada de la política tiene luces y sombras. En materia de luces, se dice que el aporte financiero privado a las campañas es una forma de participación política, tan válida o legítima como votar o formar parte de un partido político. En materia de sombras, se dice que es una forma de sobrerrepresentar los intereses de aquellos que tienen más recursos económicos, lo cual, en efecto, convierte a la democracia en una plutocracia.
En Colombia ha sido tradicional que la financiación privada de las campañas provenga de pocas fuentes, que usualmente no distinguen entre candidatos. Así, pocos ponen mucha plata, con lo cual es inevitable para los candidatos no tener en cuenta los intereses de sus financiadores, que en el mejor de los casos son grandes empresas, y en el peor son paramilitares, guerrilla o narcotraficantes. Lo deseable sería lo contrario: tener muchos financiadores que pongan, cada uno, poca plata.
Mi opinión es que la financiación privada de las campañas no puede ser abolida, entre otras razones porque en Colombia la participación de grupos políticos nuevos y renovadores ha dependido de la posibilidad de conseguir recursos privados de financiación. La financiación pública de la actividad política premia al statu quo y no a la renovación. Adicionalmente, con un Estado y unos partidos políticos débiles como en Colombia, quién sabe qué tipo de corrupción y otras aberraciones pueda traer la financiación enteramente pública de las campañas.
Me parece sensato permitir una financiación mixta de las campañas, con restricciones a la financiación privada. Por ejemplo, no me molestaría que las campañas sólo pudieran ser financiadas por personas naturales, y no jurídicas, y sólo hasta un tope preacordado.
También me parece muy importante revisar qué ha producido la inflación de costos reciente en las campañas políticas. La pauta en televisión parece ser una fuente de problemas. Quizás valga la pena pensar más activamente en temas de regulación de la propaganda política en los medios de comunicación. Esto quizás no les guste a los medios, ya que de ahí deben sacar unos ingresos jugosos, pero lo cierto es que, cuando una campaña política al Congreso vale 10.000 millones de pesos, prácticamente nadie en la legalidad puede pagarla.
Con respecto al castigo a los políticos asociados con grupos ilegales, me parece que la justicia debe investigar y condenar a los culpables. Esto quiere decir que llamados a cerrar el Congreso o convocar Asambleas Constituyentes me parece un error. No toda nuestra democracia es ilegítima porque haya un número, así sea alarmante, de congresistas investigados y condenados por vínculos con los paramilitares.
Sin embargo, sí creo que la responsabilidad no sólo es personal, sino también política. Esto quiere decir que no sólo se debe condenar al congresista parapolítico, sino también castigar al partido que lo patrocinó. Me parece claro que el partido también debe perder algo cuando se sanciona a un congresista. Si, por decir algo, un partido avala a un político vinculado con los paramilitares, me parece inaudito que la responsabilidad sólo sea del político. Tiene que haber una responsabilidad del partido también. En ese sentido, yo comparto la noción general de la silla vacía, que algunos han atacado porque puede afectar la representación regional. Frente a este tipo de críticas, creo que, en el peor de los casos, la vacante dejada por un congresista sancionado no puede ser llenada por otro miembro de su misma lista y partido.
Friday, July 4, 2008
08-07-04: El regreso de la macroeconomía
Cuando yo era joven, ser economista en Colombia significaba ser macroeconomista. La discusión microeconómica prácticamente no existía, y el debate macroeconómico era intenso. Quizás debido a eso, Colombia se preciaba de tener una política macroeconómica “sana”. Esto rindió frutos especialmente en los años 80, cuando toda América Latina tuvo un muy mal desempeño económico, y Colombia lo tuvo menos malo.
En los últimos años el debate macroeconómico en Colombia ha pasado a un segundo plano. Esto se debe quizás a que, entre 2002 y 2007, el dilema macroeconómico básico se relajó: en ese período, Colombia logró tener tasas de crecimiento al alza, junto con una tasa de inflación a la baja. De esta manera, pensar en temas macro ya no parecía tan importante.
Las últimas cifras sugieren, sin embargo, que Colombia tendrá que retomar su tradición de intensa discusión macroeconómica: la economía se está desacelerando (después de crecer 7.5% en 2007 la tasa de crecimiento en el primer trimestre de 2008 apenas fue de 4.1%) y la inflación va en aumento (el último dato puso la inflación en 7.2%, muy por encima de la inflación de largo plazo a la que aspira el Banco de la República, que está entre 3 y 3.5%), todo esto en un contexto de fuerte apreciación de la tasa de cambio.
La principal dificultad radica en que las recetas tradicionales aplican a situaciones en las cuales el crecimiento y la inflación van de la mano: mucho crecimiento con mucha inflación, o poco crecimiento con poca inflación. En el primer caso, uno debe subir las tasas de interés, y, en el segundo, uno debe bajarlas.
Pero lo que tenemos ahora es un crecimiento a la baja con una inflación al alza. Por lo tanto, no es claro qué hacer con las tasas de interés. La desaceleración del crecimiento sugiere que las tasas de interés no deben subir mucho; la aceleración de la inflación sugiere que las tasas de interés sí deben subir. Por lo tanto es bueno discutir las razones que hay para subir o para bajar las tasas de interés.
Las tasas deberían subir porque existen dudas sobre la sostenibilidad de un crecimiento por encima del 7%. Mientras que otros países han demostrado su capacidad de crecer de manera sostenida a tasas cercanas al 8%, en Colombia no es claro que un crecimiento del 7.5% sea el resultado de un cambio estructural favorable, o más bien de un recalentamiento de la economía, es decir, de un exceso de demanda que es inflacionario e insostenible en el largo plazo. Si el crecimiento del 7.5% es un síntoma de recalentamiento, entonces las tasas de interés deben subir.
Las tasas de interés también deberían subir porque la inflación va al alza.
Ahora, las tasas de interés deberían bajar porque la economía se está desacelerando; porque hay que reducir el diferencial entre tasas de interés domésticas y externas para reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio; y porque hay evidencias de que los problemas inflacionarios no están causados por problemas de demanda, sino por problemas con los precios de los alimentos y de los combustibles.
Que la inflación haya llegado al 7.2% es muy grave. El Banco de la República tiene la obligación de actuar al respecto. Sin embargo, no tiene muchos instrumentos para actuar. El obvio, las tasas de interés, puede ser muy costoso y muy poco efectivo. Hay que pensar, por tanto, en instrumentos alternativos. Una inflación de alimentos puede ser combatida importando más alimentos. Un ajuste fiscal drástico puede ayudar a aliviar la presión sobre las tasas de interés, y a reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio (si es cierto que el exceso de gasto público está presionando los precios de los bienes no transables).
Que el crecimiento también se esté reduciendo es igualmente grave. Pero también hay que recordar que la mejor forma de promover el crecimiento es con medidas de largo plazo, no con la política macroeconómica. Colombia debe dejar de creer que uno debe manipular las condiciones macroeconómicas para promover el crecimiento. Algunos creen que la clave del crecimiento es tener tasas de interés bajas, así eso produzca inflación, y tener una tasa de cambio devaluada, para promover las exportaciones, así eso también atice la inflación. No. Los problemas de crecimiento se deben resolver con medidas de carácter estructural, y la macroeconomía se debe dejar para resolver problemas de carácter cíclico.
En los últimos años el debate macroeconómico en Colombia ha pasado a un segundo plano. Esto se debe quizás a que, entre 2002 y 2007, el dilema macroeconómico básico se relajó: en ese período, Colombia logró tener tasas de crecimiento al alza, junto con una tasa de inflación a la baja. De esta manera, pensar en temas macro ya no parecía tan importante.
Las últimas cifras sugieren, sin embargo, que Colombia tendrá que retomar su tradición de intensa discusión macroeconómica: la economía se está desacelerando (después de crecer 7.5% en 2007 la tasa de crecimiento en el primer trimestre de 2008 apenas fue de 4.1%) y la inflación va en aumento (el último dato puso la inflación en 7.2%, muy por encima de la inflación de largo plazo a la que aspira el Banco de la República, que está entre 3 y 3.5%), todo esto en un contexto de fuerte apreciación de la tasa de cambio.
La principal dificultad radica en que las recetas tradicionales aplican a situaciones en las cuales el crecimiento y la inflación van de la mano: mucho crecimiento con mucha inflación, o poco crecimiento con poca inflación. En el primer caso, uno debe subir las tasas de interés, y, en el segundo, uno debe bajarlas.
Pero lo que tenemos ahora es un crecimiento a la baja con una inflación al alza. Por lo tanto, no es claro qué hacer con las tasas de interés. La desaceleración del crecimiento sugiere que las tasas de interés no deben subir mucho; la aceleración de la inflación sugiere que las tasas de interés sí deben subir. Por lo tanto es bueno discutir las razones que hay para subir o para bajar las tasas de interés.
Las tasas deberían subir porque existen dudas sobre la sostenibilidad de un crecimiento por encima del 7%. Mientras que otros países han demostrado su capacidad de crecer de manera sostenida a tasas cercanas al 8%, en Colombia no es claro que un crecimiento del 7.5% sea el resultado de un cambio estructural favorable, o más bien de un recalentamiento de la economía, es decir, de un exceso de demanda que es inflacionario e insostenible en el largo plazo. Si el crecimiento del 7.5% es un síntoma de recalentamiento, entonces las tasas de interés deben subir.
Las tasas de interés también deberían subir porque la inflación va al alza.
Ahora, las tasas de interés deberían bajar porque la economía se está desacelerando; porque hay que reducir el diferencial entre tasas de interés domésticas y externas para reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio; y porque hay evidencias de que los problemas inflacionarios no están causados por problemas de demanda, sino por problemas con los precios de los alimentos y de los combustibles.
Que la inflación haya llegado al 7.2% es muy grave. El Banco de la República tiene la obligación de actuar al respecto. Sin embargo, no tiene muchos instrumentos para actuar. El obvio, las tasas de interés, puede ser muy costoso y muy poco efectivo. Hay que pensar, por tanto, en instrumentos alternativos. Una inflación de alimentos puede ser combatida importando más alimentos. Un ajuste fiscal drástico puede ayudar a aliviar la presión sobre las tasas de interés, y a reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio (si es cierto que el exceso de gasto público está presionando los precios de los bienes no transables).
Que el crecimiento también se esté reduciendo es igualmente grave. Pero también hay que recordar que la mejor forma de promover el crecimiento es con medidas de largo plazo, no con la política macroeconómica. Colombia debe dejar de creer que uno debe manipular las condiciones macroeconómicas para promover el crecimiento. Algunos creen que la clave del crecimiento es tener tasas de interés bajas, así eso produzca inflación, y tener una tasa de cambio devaluada, para promover las exportaciones, así eso también atice la inflación. No. Los problemas de crecimiento se deben resolver con medidas de carácter estructural, y la macroeconomía se debe dejar para resolver problemas de carácter cíclico.
Thursday, January 10, 2008
08-01-10: Diatriba contra la superación personal
Odio los libros de superación personal y de autoayuda, las iglesias de garaje y los sistemas de ventas multinivel que parecen una secta religiosa. Odio todas esas cosas. Odio los pastores evangélicos que llenan coliseos deportivos, predican por televisión y andan en Mercedes Benz. ¿Qué le vamos a hacer?
Entiendo que los seres humanos andamos en una búsqueda de propósito. Eso lo entiendo muy bien, y lo respeto. Lo que no entiendo muy bien es por qué eso tiene que caer en unos ejercicios de “espiritualidad” de la mayor ramplonería. Odio el camino fácil a una vida con sentido.
Ese camino fácil, hay que decirlo, es frecuentemente la salida de los fracasados. Qué horrible es esta frase, pero hay que decirla. “Pare de sufrir”, dice una iglesia de garaje. “Haga amigos”, dice un libro de superación personal. “Cuide lo más importante: su salud”, dice un sistema de ventas multinivel. En síntesis, “haz mucho dinero”, “mejora tus relaciones”, “tú puedes hacerlo”, “el cielo es la meta”, “ten éxito”, y la gente corre a oír semejante ramplonería.
No que yo tenga resueltos esos problemas. No gano mucho dinero, no me sobrarían más amigos, podría ser más feliz. Quizás yo mismo, para ganarme la vida, termine vendiendo productos de un sistema de ventas multinivel. En síntesis, siento que me hace falta mucho en materia de “superación personal”. Pero la pregunta es: ¿cómo voy a lograrlo? La lógica es la siguiente: como la vida es difícil, y uno no obtiene esas cosas con sólo pedirlas, entonces voy a irme por el camino fácil.
Esa lógica me enfurece. Y lo que más me ofende es que sus promotores se vuelven ricos con eso. La propaganda es tan insidiosa que uno no es nadie si no ha comprado el último libro, asistido a la última conferencia, comprado el último producto. La gente paga por esas cosas. La gente da el 10 por ciento de sus ingresos al pastor enriquecido, o paga 100.000 pesos por oír la charla del autor “transformacional” de moda, o realmente espera salir de pobre si logra poner debajo suyo uno y otro y otro nivel de ventas adicional. ¡Pobres seres humanos! ¿Nadie les explicó las leyes del crecimiento exponencial? ¿No han oído hablar de Charles Ponzi? ¿Nadie les contó la historia del inventor del ajedrez, que “cobró” su invento pidiéndole al rey un grano de cereal por el primer cuadro del tablero del juego, dos por el segundo, cuatro por el tercero y así sucesivamente, hasta ocupar los 64 cuadros del tablero? ¡Qué sorpresa la del rey cuando sus oficiales le informaron que el grano de todos sus graneros no es suficiente para pagar la “modesta” solicitud del astuto inventor! Pero todo está bien, con tal de que uno no sea el último de la cadena. Los promotores de la cadena tienen eso clarísimo…
Tengo una amiga que es tan mala, tan mala (bueno, en realidad no es tan mala), que me dejó comprar el libro El secreto sin advertirme, sin atreverse a darme su opinión personal. “Si quieres juzgarlo tienes que leerlo, ¿no?”, me dijo. Ante tan contundente argumento, lo compré, pirateado. Primero que todo, notemos qué libros se piratean en Colombia. Son los grandes éxitos editoriales: Las prepago, La confesión de Carlos Castaño, El secreto. ¡Qué excelsa compañía! Eso ya me debió haber advertido. Pero yo estaba dispuesto a seguir adelante con mi ejercicio de honestidad intelectual: “si quieres juzgarlo tienes que leerlo, ¿no?”. Afortunadamente lo compré pirateado: así no contribuyo a enriquecer a su autora. Además, semejante título en edición barata jamás adornará mi biblioteca.
¿Cuál es El secreto? El secreto es la “ley de la atracción”: lo semejante atrae a lo semejante. Tus pensamientos negativos atraen el mundo negativo en el que vives. Si piensas en positivo, tu mundo será positivo. Si quieres plata, piensa en plata. Vives en la pobreza porque sólo te quejas de que no tienes, pero nunca piensas en tener. ¿Cuál es la fórmula? Ojo que la fórmula la supieron Leonardo da Vinci, Newton, Einstein. Es una fórmula genial. Es en tres pasos, ten mucho cuidado. Es difícil entenderlos. Concéntrate. Aquí van. Paso 1: pide. Paso 2: ten fe. Paso 3: recibe. No te preocupes. La fórmula funciona para todo: hasta para perder peso.
Me repito los tres pasos, no se me vayan a olvidar: pide, ten fe, recibe. Bien, bien, bien. Si no recibes es que no pediste bien (“no sabes qué es lo que quieres”), o no tienes la suficiente fe (“no hay nada imposible para la fe verdadera”).
Si esto no es un consejo para débiles mentales, entonces no sé qué pueda serlo. Es un insulto a la inteligencia. Odio a mi amiga (bueno, en realidad no la odio) por haberme dejado botar 22.000 pesos (¿¡22.000 pesos!?: si seré imbécil) en semejante “chanda”, como dicen las nuevas generaciones. Le voy a cobrar esa plata, aunque aún no sé cómo. Ya veré. “Quiero mi dinero de vuelta”. “Voy a tener fe”. “Recibiré”.
Lo más terrible de todas estas cosas es que avanzan y me rodean como si fueran una plaga inevitable. Me rodean en mi entorno más cercano. Sé que la gente que cae en esas cosas merece respeto, que está buscando una salida, que incluso puede encontrar un consuelo genuino, pero… ¿así cómo hacemos?
¿En esto terminó Occidente? ¿Es este el progreso humano? ¿Cómo puede avanzar una sociedad si deja a sus grandes masas aferradas a la superstición, a la incultura, a la búsqueda fácil de sentido, a una fe ramplona y sin elaboración? ¿Es que se ha detenido el avance de la razón? El avance de la razón… Grave materia, que quizás merece otra entrada…
Entiendo que los seres humanos andamos en una búsqueda de propósito. Eso lo entiendo muy bien, y lo respeto. Lo que no entiendo muy bien es por qué eso tiene que caer en unos ejercicios de “espiritualidad” de la mayor ramplonería. Odio el camino fácil a una vida con sentido.
Ese camino fácil, hay que decirlo, es frecuentemente la salida de los fracasados. Qué horrible es esta frase, pero hay que decirla. “Pare de sufrir”, dice una iglesia de garaje. “Haga amigos”, dice un libro de superación personal. “Cuide lo más importante: su salud”, dice un sistema de ventas multinivel. En síntesis, “haz mucho dinero”, “mejora tus relaciones”, “tú puedes hacerlo”, “el cielo es la meta”, “ten éxito”, y la gente corre a oír semejante ramplonería.
No que yo tenga resueltos esos problemas. No gano mucho dinero, no me sobrarían más amigos, podría ser más feliz. Quizás yo mismo, para ganarme la vida, termine vendiendo productos de un sistema de ventas multinivel. En síntesis, siento que me hace falta mucho en materia de “superación personal”. Pero la pregunta es: ¿cómo voy a lograrlo? La lógica es la siguiente: como la vida es difícil, y uno no obtiene esas cosas con sólo pedirlas, entonces voy a irme por el camino fácil.
Esa lógica me enfurece. Y lo que más me ofende es que sus promotores se vuelven ricos con eso. La propaganda es tan insidiosa que uno no es nadie si no ha comprado el último libro, asistido a la última conferencia, comprado el último producto. La gente paga por esas cosas. La gente da el 10 por ciento de sus ingresos al pastor enriquecido, o paga 100.000 pesos por oír la charla del autor “transformacional” de moda, o realmente espera salir de pobre si logra poner debajo suyo uno y otro y otro nivel de ventas adicional. ¡Pobres seres humanos! ¿Nadie les explicó las leyes del crecimiento exponencial? ¿No han oído hablar de Charles Ponzi? ¿Nadie les contó la historia del inventor del ajedrez, que “cobró” su invento pidiéndole al rey un grano de cereal por el primer cuadro del tablero del juego, dos por el segundo, cuatro por el tercero y así sucesivamente, hasta ocupar los 64 cuadros del tablero? ¡Qué sorpresa la del rey cuando sus oficiales le informaron que el grano de todos sus graneros no es suficiente para pagar la “modesta” solicitud del astuto inventor! Pero todo está bien, con tal de que uno no sea el último de la cadena. Los promotores de la cadena tienen eso clarísimo…
Tengo una amiga que es tan mala, tan mala (bueno, en realidad no es tan mala), que me dejó comprar el libro El secreto sin advertirme, sin atreverse a darme su opinión personal. “Si quieres juzgarlo tienes que leerlo, ¿no?”, me dijo. Ante tan contundente argumento, lo compré, pirateado. Primero que todo, notemos qué libros se piratean en Colombia. Son los grandes éxitos editoriales: Las prepago, La confesión de Carlos Castaño, El secreto. ¡Qué excelsa compañía! Eso ya me debió haber advertido. Pero yo estaba dispuesto a seguir adelante con mi ejercicio de honestidad intelectual: “si quieres juzgarlo tienes que leerlo, ¿no?”. Afortunadamente lo compré pirateado: así no contribuyo a enriquecer a su autora. Además, semejante título en edición barata jamás adornará mi biblioteca.
¿Cuál es El secreto? El secreto es la “ley de la atracción”: lo semejante atrae a lo semejante. Tus pensamientos negativos atraen el mundo negativo en el que vives. Si piensas en positivo, tu mundo será positivo. Si quieres plata, piensa en plata. Vives en la pobreza porque sólo te quejas de que no tienes, pero nunca piensas en tener. ¿Cuál es la fórmula? Ojo que la fórmula la supieron Leonardo da Vinci, Newton, Einstein. Es una fórmula genial. Es en tres pasos, ten mucho cuidado. Es difícil entenderlos. Concéntrate. Aquí van. Paso 1: pide. Paso 2: ten fe. Paso 3: recibe. No te preocupes. La fórmula funciona para todo: hasta para perder peso.
Me repito los tres pasos, no se me vayan a olvidar: pide, ten fe, recibe. Bien, bien, bien. Si no recibes es que no pediste bien (“no sabes qué es lo que quieres”), o no tienes la suficiente fe (“no hay nada imposible para la fe verdadera”).
Si esto no es un consejo para débiles mentales, entonces no sé qué pueda serlo. Es un insulto a la inteligencia. Odio a mi amiga (bueno, en realidad no la odio) por haberme dejado botar 22.000 pesos (¿¡22.000 pesos!?: si seré imbécil) en semejante “chanda”, como dicen las nuevas generaciones. Le voy a cobrar esa plata, aunque aún no sé cómo. Ya veré. “Quiero mi dinero de vuelta”. “Voy a tener fe”. “Recibiré”.
Lo más terrible de todas estas cosas es que avanzan y me rodean como si fueran una plaga inevitable. Me rodean en mi entorno más cercano. Sé que la gente que cae en esas cosas merece respeto, que está buscando una salida, que incluso puede encontrar un consuelo genuino, pero… ¿así cómo hacemos?
¿En esto terminó Occidente? ¿Es este el progreso humano? ¿Cómo puede avanzar una sociedad si deja a sus grandes masas aferradas a la superstición, a la incultura, a la búsqueda fácil de sentido, a una fe ramplona y sin elaboración? ¿Es que se ha detenido el avance de la razón? El avance de la razón… Grave materia, que quizás merece otra entrada…
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