No se puede sino celebrar el triunfo electoral de Barack Obama en Estados Unidos. Obama es un fenómeno político que ha tenido una carrera fulgurante. Hace cinco años, nadie lo conocía. Pero sus libros, uno de ellos titulado La audacia de la esperanza, y su discurso ante la convención demócrata de 2004, lo pusieron en una senda imparable. Negro y con un nombre extraño, era una opción improbable para Estados Unidos. Pero hoy, para fortuna del mundo, es el presidente electo de ese país.
Obama es un cambio bienvenido en el liderazgo del mundo. Los ocho años de la presidencia de George W. Bush no serán recordados como unos de liderazgo iluminado. Bush ganó la presidencia con una minoría del voto popular, gracias al complejo sistema electoral de Estados Unidos y a un turbio conteo de votos en Florida. Pero recibió el respaldo del mundo cuando Estados Unidos fue injustificadamente atacado el 11 de septiembre de 2001. Y, gracias al miedo, pudo ser reelegido.
Bush propuso un replanteamiento de las relaciones exteriores de Estados Unidos, basado en la nueva y peligrosa doctrina de los ataques preventivos, el desprecio de las Naciones Unidas, y la facultad de exportar a la fuerza la democracia y el libre mercado a quien le viniera en gana. El resultado fue la impopular guerra en Irak.
Irak, no cabe duda, era gobernado por un dictador impresentable, Saddam Hussein, pero que previamente había sido apoyado por Estados Unidos como un mecanismo de contención del fundamentalismo en Irán. Cuando Hussein se salió de control, invadiendo a Kuwait, había una legitimidad para atacarlo, pero la legitimidad para un segundo ataque, basada en los vínculos de Irak con el 11 de septiembre y en la posesión de armas de destrucción masiva, resultó sin ningún fundamento.
Las justificaciones retóricas de la guerra en Irak nunca alcanzaron para ocultar un obsceno interés estratégico y de lucro por el petróleo de ese país. Qué espectáculo tan degradante ver la empresa donde antes había trabajado el vicepresidente de Estados Unidos lucrándose con la guerra. Afortunadamente, ninguno de los halcones que promovieron la guerra, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, terminó bien. Hoy, gracias a ellos, el mundo es un lugar menos, no más, seguro.
La guerra en Irak representa el punto más bajo de la concepción de las relaciones exteriores promovida por el presidente Bush. Pero no fue sólo en relaciones exteriores que su gobierno fue un desastre. En su gobierno se promovió un fanatismo conservador y religioso indigno de un país civilizado. Fue Bush, inmortalmente capturado en un documental de Michael Moore, el que, dirigiéndose a un grupo de ultramillonarios, les dijo: “algunos los llaman a ustedes la élite. Yo los llamo mi base”. Estados Unidos es hoy un país más desigual y más polarizado gracias a Bush. A pesar de la desgracia que significa, no es sino razonable que termine su gobierno en medio de la mayor crisis financiera de la historia, que no parece ser más que la cosecha justa para lo sembrado durante los últimos ocho años: un capitalismo individualista y egoísta sin control ni medida. Bush fue el representante perfecto de una sociedad fanática, embrutecida e insolidaria, movilizada por el miedo. Qué terror que aún hoy los republicanos hayan podido ganar en 21 estados de Estados Unidos. Qué país tan contradictorio Estados Unidos, la mayor potencia económica, científica y militar del planeta, pero con una población que está dividida casi por mitades entre una sociedad cosmopolita, culta y mentalmente abierta, y una sociedad ignorante, fanática, e incapaz de aceptar la teoría de la evolución, pero capaz de aceptar la guerra en Irak, así no sepa ni siquiera dónde queda ese país en el mapa.
El mayor cambio que implica Obama con respecto a Bush es el cambio de la política del miedo por la política de la esperanza. Y qué cambio tan refrescante, tan necesario, tan bienvenido. Nadie sabe qué será del gobierno de Obama. Quién sabe cómo lo termine juzgando la historia. Lo que ya ha hecho es revolucionario, pero lo que viene es lo realmente importante. Sin embargo, sin lugar a dudas, Obama será bueno, por lo menos en relación con lo que los republicanos han tenido para ofrecer en los últimos ocho años, para Estados Unidos y para el mundo.
La cuestión es si también lo será para Colombia. Algunos, provincianos, preferían en nuestro país a McCain porque “a Colombia le va mejor con los republicanos”. Sobra decir que fue un error basar la relación especial de Colombia con Estados Unidos en una perspectiva partidista. Ojo, no está mal que Colombia tenga una relación especial con Estados Unidos. No queremos ser la Venezuela de Chávez, o el Ecuador de Correa, o la Bolivia de Evo. Pero sí tendremos que aprender a hablar con los demócratas, esos que nos harán difícil la aprobación del TLC, que querrán recortarnos el Plan Colombia (sobre todo en su componente militar) y que nos exigirán un mejor desempeño en la lucha contra las violaciones de los derechos humanos. Se puede decir incluso que Obama no tiene una comprensión sofisticada de los matices tan complejos de la situación colombiana. McCain vino a Colombia; de Obama difícilmente podemos decir que hemos capturado su atención. Pero es un hombre inteligente, al que, si se le explican las cosas, debe entender. Y quizás nosotros también debamos entender lo que hay de cierto en la visión demócrata de nuestro mundo. Para comenzar, no hace sino dañar a la Política de Seguridad Democrática que, para vergüenza de Colombia, los vivos de Soacha aparezcan muertos en Santander.
Colombia sigue necesitando el apoyo de Estados Unidos: necesitamos el TLC, el Plan Colombia, las preferencias arancelarias. Colombia es, además, un aliado leal de Estados Unidos en la región, y un gobierno demócrata debe aprender a tratar a la región y a sus aliados en ella más benignamente. Pero quizás necesitemos refinar nuestros acentos para poder dialogar con la nueva perspectiva. Eso no está mal: por el contrario, es probablemente necesario. En lo que sí no podemos caer es en la posición miope e insular de que Obama es bueno para el mundo pero malo para Colombia. Al revés, tiene que ser verdad que lo que es bueno para el mundo es bueno para Colombia. Que para algunos de nosotros eso no esté claro no habla bien de nosotros.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment