En cuanto liberal que no se siente muy bien representado por el Partido Liberal, y que la última vez que votó por él en unas elecciones presidenciales fue en 1990 (en 1994 el liberalismo se logró mantener en el poder, pero financiándose con el narcotráfico, y en 1998, 2002 y 2006 fue derrotado), mi esperanza en este congreso era que el Partido diera muestras de modernizarse, para que pueda volver a ser elegible. Modernizarse, para mí, significa abandonar la posición de izquierda populista, de antiuribismo y de distanciamiento de la opinión en la que se ha refugiado en los últimos años, que le ha valido dejar de ser la mayoría política.
Los años en el desierto le han servido, sin embargo, y es claro que el Partido se está repensando y reorganizando. No tanto como yo quisiera, pero ahí va avanzando. Me parecía que en el congreso la mejor esperanza para la modernización política radicaba en que el ex presidente César Gaviria se mantuviera como jefe único de la colectividad, y eso se logró. Otras cosas necesarias para su modernización, como la reforma de los estatutos, no se lograron de inmediato, pero se avanzó en ellas.
El congreso en sí mismo fue un evento muy interesante. En el primer día, el sábado 28, hubo discursos. Los primeros fueron los de los miembros de la mesa principal, en la que, notablemente, no había ni una sola mujer. En su orden, habló César Gaviria como director del Partido, Juan Fernando Cristo y Guillermo Rivera como voceros de las bancadas del Partido en el Congreso, Alfonso Gómez, realmente no sé muy bien a título de qué, Rafael Pardo, Rodrigo Rivera y Horacio Serpa como pre o candidatos liberales a la presidencia, y Eduardo Sarmiento, como presidente del consejo programático del Partido. Entre Rodrigo Rivera y Horacio Serpa hubo una pequeña alteración de la agenda para permitir que hablara una vocera a favor del acuerdo humanitario, la esposa del congresista Jorge Eduardo Gechem, secuestrado hace cinco años.
Hubo discursos llenos de contenido, pero mal echados o mal recibidos, como los de César Gaviria, Juan Fernando Cristo, Guillermo Rivera, Rafael Pardo y Eduardo Sarmiento. El discurso de Gaviria, notablemente, fue silbado en algunos apartes. Las barras ruidosas claramente no eran gaviristas. Alfonso Gómez se atrevió a improvisar, y su discurso, vacío de contenido, no tuvo más méritos que algunos pasajes de oratoria veintejuliera. Aunque no soy objetivo, Rodrigo Rivera pronunció uno de los dos mejores discursos de la mesa principal. Logró que un público disperso e impaciente, y no necesariamente amigo, se calmara, le prestara atención y le aplaudiera de vez en cuando. Además, marcó una posición dentro del Partido. El otro gran discurso fue el de Horacio Serpa. En medio de un público amigo, produjo un discurso impresionante, no tanto por su contenido, frente al cual tengo serias reservas, sino por el fervor que despertó en la audiencia. Serpa se movió en su ambiente y produjo una actuación magistral. Ahora, lo que dijo fue, por lo menos, preocupante. Hizo una interpretación de la historia política en la cual las derrotas recientes del liberalismo no tienen nada que ver con él, no le reconoció ningún mérito al gobierno de Uribe, e hizo un emocionante, hay que admitirlo, llamado a la juventud para pertenecer a la izquierda liberal. Sólo Pardo y Rodrigo Rivera aludieron al hecho de que el liberalismo ha perdido las tres últimas elecciones presidenciales como un llamado a la necesidad de cambiar, pero me parece, nuevamente sin ninguna objetividad, que de los discursos sólo quedaron dos posiciones claras para el Partido: la izquierda serpista y el centro "riveral". Por último, habló Eduardo Sarmiento, después de Serpa. Quizás no es ninguna exageración decir que el único que lo oyó con atención fui yo, y quizás su éxito es que nadie lo oye. Es un pesar que el consejo programático del Partido esté totalmente dominado por la economía de Eduardo Sarmiento, que es de un intervencionismo totalmente pasado de moda. Uno de los aspectos que revelan la falta de modernización del Partido es que Eduardo Sarmiento es su economista de cabecera. Yo tengo mucho respeto por el doctor Sarmiento, pero ya es hora de que, al menos, le pongan alguna compañía que cante otra tonada.
Después de los discursos de la mesa principal hablaron quienes pidieron la palabra. Ya pocos los oyeron. Sin embargo, Piedad Córdoba, muy en su estilo, logró armar polvareda, hablando del gobierno "ilegítimo" de Uribe y de que ella podrá ser negra y mal hablada pero que no puede hablar de otra manera porque le duele la miseria y el hambre. Sin embargo, su perla fue proponer a Serpa como jefe único del Partido. Algunos comentaron que lo mejor del discurso de Piedad fue lo que no dijo, es decir, lo mejor fue que no se puso a atacar a Gaviria con fuego amigo. El caso es que, después de los discursos de Serpa y Córdoba, hay que admitir que la posición de Gaviria lucía debilitada.
Desde el punto de vista ideológico, las cosas lucen preocupantes para el Partido. Los dos grandes documentos ideológicos que circularon fueron el "manifiesto de Medellín", leído en su discurso por Juan Fernando Cristo, y el documento que leyó Eduardo Sarmiento en su discurso. De este último no pude conseguir copia; del primero sí (es increíble que, en el momento de escribir estas líneas, sólo el primero, y para esa gracia ninguno de los discursos, excepto el de Gaviria y el de Pardo, se pueden hallar en la página web, ya sea del Partido Liberal o del Instituto del Pensamiento Liberal). El manifiesto de Medellín tiene los siguientes puntos:
- Un referendo contra el acto legislativo que reforma el Sistema General de Participaciones.
- El apoyo al acuerdo humanitario.
- El rechazo a la posible injerencia de los grupos armados por fuera de la ley en las elecciones regionales de octubre.
- El apoyo a la reforma urbana.
- El apoyo a una política social distinta del "asistencialismo" y "paternalismo" del gobierno nacional.
- La necesidad de corregir las desigualdades, no sólo entre ciudadanos, sino entre regiones.
- La preocupación por los recursos naturales.
- La crítica a la forma como fue negociado el TLC.
- El apoyo a una salida negociada al conflicto.
- La crítica a la corrupción.
- La oposición al gobierno de Álvaro Uribe.
De esos 11 puntos, estoy francamente en desacuerdo con el primero, el nueve y el once, y tengo mis reservas con los puntos dos y ocho. Tener reparos sobre cinco de los once puntos del manifiesto de Medellín señala que la ideología liberal todavía tiene mucho por hacer para seducirme totalmente.
No aprobar el acto legislativo que reforma el Sistema General de Participaciones compromete la salud fiscal del país, y sería una irresponsabilidad mayúscula. Sería el más típico populismo, que promete más descentralización y más recursos para la educación y la salud con la plata que no hay. Para ponerlo claramente, según cálculos del propio Partido Liberal, si el acto legislativo se aprueba, entonces el gobierno "dejaría" de transferirles a las regiones unos 50 billones de pesos entre 2008 y 2016. Una reforma tributaria exitosa recoge unos dos billones de pesos. Entonces, no aprobar el acto legislativo costaría unas 25 reformas tributarias exitosas. Es decir, casi que habría que hacer tres reformas tributarias exitosas por año entre 2008 y 2016 para poder financiar la no aprobación del acto legislativo. Es este tipo de irresponsabilidades lo que francamente no me gusta del Partido Liberal. No dudo que la descentralización tiene que fortalecerse, pero es claro que, si seguimos pensando que descentralización es lo mismo que más gasto fiscal, es que no hemos pensado la descentralización lo suficiente, y lo único que estamos haciendo es proponer una ruta segura hacia el descalabro económico.
El apoyo a una salida negociada al conflicto es un error tanto estratégico como político. Estratégico, porque el conflicto no tiene salida negociada si la guerrilla no quiere negociar. El gobierno debe hablar si la guerrilla, con sinceridad, quiere hablar, pero el Estado no debe insistir en el diálogo si la guerrilla no quiere hablar. Si la guerrilla no quiere hablar, al Estado no le queda más remedio que usar la fuerza legítima de la democracia. Y es un error político porque yo sí quiero ver, en esta época derechizada, quién va a ganar las elecciones diciendo que la paz se gana con diálogo en vez de con una estrategia de fortalecimiento de la capacidad disuasiva del Estado.
En tercer lugar está el tema de la oposición a Uribe. Me parece ridículo que el liberalismo se siga definiendo por su antiuribisimo. Mientras el Partido Liberal siga haciendo política contra alguien, y en particular desconociendo los obvios avances hechos durante las administraciones Uribe, no será más que un partido del resentimiento, indigno de dirigir el país. Ser un mal perdedor no es una buena razón para ser ganador. Me parece mucho más sensato tener una posición de independiencia que una de oposición.
Con respecto al tema del acuerdo humanitario, vacilo entre dos posiciones. De una parte, entiendo perfectamente la necesidad de hacer algo por los secuestrados, que llevan años en esa situación. De otra parte, me parece muy difícil que el Estado muestre debilidad en este tema, haciendo así que el secuestro se convierta en un arma legítima de presión política. Aunque la situación de los secuestrados es un horror, no estoy seguro de que el tiempo del acuerdo humanitario ya ha llegado.
Por último, el Partido Liberal es vago frente al TLC. Por una parte, se declara amigo del libre comercio. Por otra, denuncia que la forma como se negoció el TLC no consulta los intereses del país. Todavía no es claro que el Partido esté a favor o en contra del TLC. A mí me parece que el país debe tener TLC, y que, si el Partido Liberal considera que algunos aspectos de su negociación son inconvenientes, debe aprovechar su cercanía con el Partido Demócrata para resolverlos. Pero el país no se puede quedar sin TLC. Me parece que éste es el criterio último.
Me gustaría hacer comentarios específicos sobre las propuestas del consejo programático leídas por Eduardo Sarmiento, pero, como dije antes, me fue imposible obtener el documento.
En síntesis, el Partido se sigue debatiendo entre la izquierda serpista y el centro que ahora mejor encarnan Rodrigo Rivera y, de manera menos rutilante en el congreso, Rafael Pardo. Algunos dirán que Gaviria está buscando su reelección, pero yo creo que él es honesto cuando dice que no es así. La izquierda no tiene candidatos creíbles para el 2010. Alfonso Gómez no es el gallo para la pelea. El tránsito hacia el centro es inevitable, no sólo porque la izquierda no tiene con quién, a menos que quiera volver a perder con Serpa, sino también porque es en el centro donde están los votos. Las barras del congreso liberal fueron serpo-cordobistas, pero los votos fueron gaviristas: el Partido se está moviendo en la dirección correcta. Lentamente, pero en la dirección correcta.
1 comment:
Daniel, muy buen texto. Ameno y con definiciones políticas. Coincido en casi todo. Pero, francamente, creo que el Liberalismo sigue el mismo guión de años pasados: dice una cosa y hace otra.
Fuerte abrazo. Rafael.
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