Tuesday, May 8, 2007

07-05-08: Contra el populismo

Una característica general de los partidos políticos en el mundo es que los partidos de izquierda no le temen a un Estado muy activo, que ejecute muchos gastos y cobre muchos impuestos, mientras que los partidos de derecha, que prefieren un Estado pequeño, buscan bajo gasto público y baja tributación. Un amigo mío de izquierda, ya desaparecido, decía que, si a los ricos no se les puede expropiar el capital, que por lo menos sí paguen impuestos. La regla general, de mínima consistencia, es que los grandes gastadores defiendan la alta tributación, mientras que los enemigos del gasto busquen una tributación baja.

Esta regla, como toda regla que se respete, tiene sus excepciones. Internacionalmente, las más notables tienen que ver con los gobiernos conservadores recientes de Estados Unidos, que bajaron los impuestos pero subieron el gasto público, sobre todo en defensa, provocando un déficit fiscal considerable. En Estados Unidos, de manera paradójica, ahora el Partido Demócrata es el que suena defensor de la responsabilidad fiscal. Sin embargo, Colombia tiene que clasificar como una excepción notable a la regla: aquí es frecuente que los partidos políticos, todos los partidos, inconsistentemente pidan mucho gasto público y pocos impuestos. Pocos perciben que esta es una receta segura para el déficit fiscal. Y el déficit fiscal sólo se puede financiar con emisión monetaria o con endeudamiento público. En Colombia, está constitucionalmente prohibido emitir para financiar directamente el déficit, de modo que éste se traduce enteramente en mayor endeudamiento. Para enrevesar las cosas, muchos entienden que el déficit existe porque existe una gran deuda, cuando la cosa es exactamente al revés. Para estar seguros, es verdad que los intereses de la deuda incrementan el déficit fiscal, pero la existencia de la deuda siempre requiere un déficit previo. Es decir, hoy hay deuda porque ayer hubo déficit fiscal.

En síntesis, en Colombia parece legítimo pedir mucho gasto público y pocos impuestos. Esto, obviamente, genera déficit, que a su vez genera deuda. Entonces algún "inteligente" viene y propone que, como un remedio para combatir el déficit, no se pague la deuda, lo cual "liberaría" recursos para el gasto social. Frente a la insistencia ortodoxa de que la deuda pública hay que pagarla, algún "pensador" de izquierda se inventó el concepto de la "deuda social": si hay una deuda con las entidades financieras, también hay una deuda con los pobres, que esperan alimentación, educación, vestido, techo, salud y trabajo. El argumento es que, si pagar la deuda pública es prioritario, lo es aún más pagar la deuda social. Así queda cuadrado el círculo: la lección es que es posible gastar la plata que no hay.

Toda esta forma de pensar me parece absurda, por decir lo menos. Una buena definición de populismo es prometer resolver los problemas sociales con la plata que no hay. Por eso, si usted es de izquierda, y cree que el Estado debe gastar más en temas sociales, por lo menos sea consistente: pida que se paguen más impuestos, como mi amigo de marras.

Valga esta perorata para advertir de un mal muy frecuente en Colombia: hay quienes creen que el progreso social se puede hacer a costa de la racionalidad económica. Hay "valientes" que declaran que "el ser humano está por encima de la economía". Que, si de atender necesidades sociales se trata, uno no debería preocuparse por un mayor déficit fiscal, o por un poco más de inflación, o por cualquier otra enfermedad económica que se pueda producir como daño colateral. Si el costo de "lo social" es perjudicar lo económico, "lo social" lo vale todo.

Pamplinas. No he visto, no hay, no puede haber, progresos sociales donde no hay una economía capaz de producir riqueza. Lo económico no es enemigo de lo social. Todo lo contrario: es su requisito indispensable. Me parece que si la izquierda quiere progresar en un país como Colombia, tiene que separarse por completo del populismo. El populismo es un freno al progresismo, porque el progresismo populista es peor que la charlatanería: es un positivo peligro para quienes dice beneficiar.

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