Thursday, December 27, 2007

07-12-27: Mi divisa

Se cuenta que en tiempos medievales los caballeros ponían en su blasón una divisa, que, según el Diccionario de la lengua española, es "una expresión que formula un pensamiento, un ideal, una forma de conducta, que una persona o un grupo de personas asumen como norma". Hace muchos años decidí que, si yo fuese a tener una divisa en mi blasón, ella sería la siguiente frase: homo sum: humani nihil a me alienum puto (“hombre soy: nada de lo humano me es ajeno”).

Esta frase latina, original del romano Terencio (cerca de 1 AC), describe el compromiso del hombre con el hombre. Es el compromiso que yo quisiera tener.

Los entendidos notarán que el latinajo era el lema favorito de Marx. En los tiempos actuales no está de moda ser marxista, y yo mismo no lo soy, pero el compromiso de Marx con el mejoramiento de la humanidad es indudable.

Aún más, en estos tiempos en los que toda noción de izquierda está desprestigiada, y todavía más dentro de la ciencia en la que he escogido formarme, la economía, me parece necesario volver a un sano humanismo. La economía actual supone que toda decisión humana se puede reducir a un cálculo racional y egoísta de maximización de la utilidad individual. Cada vez siento más que ese es sólo un supuesto, un punto de partida, y no una conclusión, un punto de llegada. No me hago ilusiones sobre la naturaleza humana. La Biblia nos recuerda que somos sólo polvo, y que en polvo nos convertiremos. Pero también creo que las cosas hermosas, por lo general, tienen orígenes humildes. No es lo que soy, sino lo que hago con mi vida, lo que es importante.

Por eso les temo a ciertas conclusiones de los actuales científicos sociales. Una de ellas es que debemos concentrarnos en pensar medidas para promover la eficiencia social, ya que la noción de justicia social estaría más allá de cualquier análisis científico. Otra es que la economía se puede entender, en efecto, como una ciencia “lúgubre”. Esto nos ha llevado a construir una sociedad donde nada de lo humano nos importa.

Por el contrario, me parece a mí que el hombre es más emocional que racional, y que en el fondo del corazón de cualquier hombre hay una aspiración innata de justicia: es necesario construir sociedades donde nada de lo humano nos sea ajeno.

En un libro de Víctor-José Herrero Llorente, veo que Gerardo Diego glosó a Terencio de la siguiente manera:

Versos humanos, ¿por qué no? Soy hombre y nada humano debe serme ajeno.

Pena, amor, amistad. Si hay quien se asombre, si hay quien se escandalice, es que no es hombre.

07-12-27: El nombre de mi finca

Hace algún tiempo, me compré una casa de campo muy bonita, cerca a Sesquilé, entre el embalse de Tominé y la laguna de Guatavita. La rebauticé "Cusmuy Cova da Iría". Mucha gente me pregunta qué quiere decir el nombre. Hace algún tiempo escribí esto para dar una explicación.

El nombre de la finca es “Cusmuy Cova da Iría”. Este nombre es una mezcla de dos elementos. Por una parte, “cusmuy” es una palabra de origen chibcha que, palabras más palabras menos, quiere decir “casa ceremonial”. El cusmuy, para los chibchas, es como la maloca para los indígenas amazónicos: es una casa de reunión. Por otra parte, Cova da Iría hace alusión al lugar exacto donde, en seis ocasiones, la primera de ellas el 13 de mayo de 1917, la Virgen María se apareció a tres niños pastores, Lucía, Jacinta y Francisco. Tal vez usted alguna vez haya cantado: “el 13 de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Cova da Iría”. Cova da Iría queda muy cerca del pueblo de Fátima, en Portugal. Por eso, en el santoral católico, el 13 de mayo es el día de Nuestra Señora de Fátima. Durante su visita a Fátima, la Virgen les reveló a los pastorcitos tres secretos, que ya han sido divulgados públicamente. El primero decía que los pastorcitos ya habían visto el infierno, en alusión, seguramente, a la Primera Guerra Mundial que estaba en curso cuando las apariciones de la Virgen. El segundo, en síntesis, predecía la Segunda Guerra Mundial. El tercero, y más críptico de todos, fue recientemente divulgado, con una interpretación del entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI. En su parte crucial, el secreto dice: “¡penitencia, penitencia, penitencia!”. Yo, a pesar de los esfuerzos del hoy papa, sigo sin entender muy bien qué quiere decir el tercer secreto de Fátima. La Virgen también predijo que Jacinta y Francisco morirían siendo niños, pero que Lucía tendría larga vida. De hecho, Jacinta y Francisco murieron de neumonía antes de convertirse en adolescentes, pero Lucía vivió para tomar los hábitos y tener muchos años: murió muy recientemente, en 2005. Se dice que unas 70 mil personas fueron testigos de la última aparición de la Virgen en Fátima, y desde entonces el lugar se ha vuelto un lugar de peregrinación.

La finca se llama “cusmuy Cova da Iría” por tres razones: la primera es que el nombre es una combinación de elementos indígenas y españoles, combinación que aún hoy es muy fuerte en la región. Los españoles llegaron a la región buscando oro y sal, y de ese encuentro de dos mundos terminó formándose el carácter nacional de Colombia. Es apropiado que el nombre de la casa recuerde el doble origen de nuestro carácter.

Es importante resaltar que el “cusmuy Cova da Iría” queda en la ruta hacia la laguna de Guatavita, laguna que ayudó a inspirar la leyenda de El Dorado, una de las dos principales leyendas indígenas que han llegado a nosotros sobre la laguna. Antes de recordar la leyenda de El Dorado, permítanme recordar brevemente la otra leyenda, que es una historia de infidelidad indígena: la leyenda cuenta que la infiel fue una india ---en algunas versiones conocida como Mengala; en otras, con otros nombres--- que era la mujer del cacique de los Guatavitas, por eso llamado el cacique Guatavita. Cuando el cacique se enteró de la infidelidad de su mujer, mandó castrar y matar al amante, llamado Tominé, y mandó preparar una sopa con sus partes nobles, que dio de beber a Mengala, sin que ella supiera la real naturaleza de lo que estaba bebiendo. Al enterarse ella de la muerte brutal de su amante y de la receta del brebaje que había bebido, decidió huir de Guatavita y buscar refugio, junto con su hija, en las aguas de la laguna, en las cuales vive desde entonces. En ese momento Guatavita entendió que su ataque de celos y venganza le había permitido deshacerse de Tominé, pero también había significado perder a Mengala y a su hija. Por tanto, decidió sacralizar las aguas de la laguna donde se había refugiado su mujer, e inició la costumbre de pagarle tributo en forma de pagamentos a la que, a pesar de su pecado, todavía amaba. Se cuenta que la india infiel, en las noches de luna menguante, sale de la laguna, y que se le puede ver errando por los alrededores, gimiendo y llorando por sus penas de amor, pero también tratando siempre de ayudar y proteger al pueblo al que se vio obligada a abandonar. El pueblo de Sesquilé todavía recuerda esta leyenda con sus “fiestas de la india infiel”.

Por su parte, la leyenda de El Dorado dice que los caciques indígenas, completamente cubiertos de miel, a la cual se adhería oro en polvo, se bañaban así en la laguna de Guatavita, como forma de hacerles riquísimas ofrendas a los dioses, en una continuación de los pagamentos que inició el cacique Guatavita a la princesa Mengala. Los conquistadores españoles supusieron que la laguna debía estar repleta de riquezas, y las buscaron afanosamente. La montaña circundante muestra hoy el tajo que algunos cazadores de fortunas le hicieron, con el fin de poder secarla y extraerle sus tesoros. Igual sucedió con otras lagunas de la región. La de Siecha, por ejemplo, que queda arriba de Guasca, no sólo tiene el tajo, sino la placa recordatoria de la guaquería que dejaron unos cazafortunas británicos. Sin embargo, por fortuna, no pudieron desecar ni la una ni la otra, y sus riquezas, si existen, probablemente no han sido extraídas del todo. Sin embargo, no hay por qué dudar de la leyenda de El Dorado. Una célebre pieza de orfebrería precolombina, la “balsa muisca”, hallada en Pasca, Cundinamarca, y hoy exhibida en el Museo del Oro de Bogotá, sugiere que sí hubo un ritual en el cual un jefe indígena, completamente vestido de oro, abordaba una balsa, y quizás viajaba en ella hacia el centro de alguna laguna sagrada, para hacer ricas ofrendas a los dioses...

La segunda razón de por qué la finca se llama “cusmuy Cova da Iría” es que yo me hice a su propiedad un 13 de mayo. Los conquistadores españoles tenían la costumbre de poner a las tierras recién descubiertas nombres relacionados con el santo del día del descubrimiento, y yo, como buen conquistador español (según un estudio hecho por el Genographic Project de la National Geographic, mis genes paternos provienen, como los de todos los seres humanos, de África, pero en mi caso por vía de España ---lo cual, ciertamente, no era muy difícil de adivinar---), he decidido mantener la costumbre. “Cova da Iría” hace alusión directa a Nuestra Señora de Fátima, cuyo día se celebra el 13 de mayo.

La tercera razón es que yo quiero que ir al cusmuy Cova da Iría, la finca, sea como ir a Cova da Iría, el lugar en Portugal. Es decir, quiero que sea como una peregrinación. El tema de las peregrinaciones es muy importante para las religiones monoteístas. Uno puede entender el judaísmo como una larga peregrinación hacia la Tierra Prometida. De otra parte, el Islam impone a sus creyentes que, por muy pobres que sean, vayan en peregrinación por lo menos una vez en su vida a La Meca. Los musulmanes que han hecho la peregrinación usualmente lo resaltan pintando los santos lugares en el frente de sus casas.

Las peregrinaciones también han sido muy importantes para el cristianismo. Se recuerda al autor medieval Geoffrey Chaucer, quien escribió “Los cuentos de Canterbury”, una colección de historias que supuestamente contaba un conjunto de viajeros en su peregrinación desde Londres hasta la tumba de Thomas Beckett, en Canterbury. Se recuerdan, además, las cruzadas, que fueron una forma de peregrinación militar para reconquistar, de manos de los musulmanes, los Santos Lugares donde vivió y murió Cristo. Sin embargo, quizás la ruta de peregrinación más famosa del cristianismo medieval es la que se siguió, desde diversos lugares de Europa, para llegar a Santiago de Compostela, en Galicia, España. Es tan mágica Santiago que el nombre del patio central del cusmuy Cova da Iría le rinde homenaje: al patio yo lo llamo el “claustro de Compostela”. La palabra “Compostela” proviene del latín campus stellae: el campo de las estrellas: un nombre muy adecuado para el patio central de mi casa. Aún hoy es popular ir en peregrinación, a pie o en bicicleta, hasta Santiago la de España, en una travesía que es también un viaje de búsqueda personal. Así, los tres lugares de peregrinación más importantes del cristianismo sean quizás Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, aunque Jesús mismo nunca estuvo ni en Roma ni en Santiago.

He tenido la fortuna de poder visitar esos tres lugares, y de recorrer algunos trechos de los trayectos de peregrinación hacia ellos. Sin embargo, nunca he estado en Fátima. Eso me parece apropiado: uno nunca termina de peregrinar; uno nunca llega, de verdad, al sitio de peregrinación. Por lo tanto, está bien que mi finca se llame “cusmuy Cova da Iría”: es el lugar de peregrinación, de búsqueda personal, al que todavía no he llegado.

Yo estoy persuadido de que, a todo aquel que haga la peregrinación de manera adecuada al cusmuy Cova da Iría, la laguna de Guatavita le tiene reservado un gran tesoro, aunque no necesariamente sea de oro.

07-12-27: ¿Por qué soy hincha del Nacional?

Encontrarse con gente joven tiene sus ventajas. Los jóvenes son inquietos e irreverentes. Todo lo cuestionan, todo lo prueban, todo lo discuten. Cuando uno envejece, pierde esas características. Como dicen por ahí, a uno la experiencia le llega cuando ya no la necesita. Al respecto recuerdo una frase memorable de este año que termina, que oí en un foro al que asistí: "el buen juicio sólo proviene de la experiencia, y la experiencia sólo proviene del mal juicio".

El caso es que, en vísperas de la final del campeonato colombiano de fútbol del segundo semestre de 2007, entre La Equidad, un equipo chico, y el Atlético Nacional, el glorioso Nacional, me encontré una culicagada, de 20 años, para más señas, que desafió mi afiliación al Nacional de la siguiente manera:

"Estoy que me compro la camiseta de La Equidad, sólo por convicción. Sólo porque pienso que el fútbol es un reflejo del partido de la vida y no puede ser justo ver en la gloria a quienes no han trabajado justamente para ello. A quienes no han sido honestos y han dejado que su ambición valga más que el juego mismo.

"Ganarán, según los pronósticos, los partidos comprados, los árbitros que no actuan justamente y la gente que es capaz de permitir que eso suceda. Aún peor, ganarán el campeonato quienes provocan (impunemente) que el fútbol ya no sea simplemente el fútbol y se convierta una lucha a toda costa por una estrella. No soy hincha de Nacional, no creo que sea necesario repetirlo. Pero odiaría ver a un equipo como ese coronarse campeón, ante los ojos de otro que con mucho esfuerzo y nada más que pasión, ha llegado hasta ahí".


Esto, con un par de cambios menores, fue lo que le respondí:

La casa que era de mi abuelo, en Medellín, era una casa grande, con piscina, y con un edificio al lado que era parte de la casa, para que toda la familia pudiera llegar ahí. Uno se movía de la casa al edificio y del edificio a la casa sin problemas. Los primos grandes aprovechaban una terraza del edificio para tirarse a la piscina, en una prueba que separaba a los niños de los hombres: recuerdo a algún descalabrado por esa prueba, que yo nunca fui capaz de intentar. Recuerdo también cómo una jaula de pájaros que mi abuelo adoraba cayó en la piscina por culpa de nuestros juegos, matando a los pajaritos. Mi abuelo casi nos mata. Pero desvarío. En el edificio, en el que aún viven dos viudas de mis tíos, siempre había apartamentos vacíos, porque no toda la familia llegaba al tiempo. Entonces mi abuelo empezó a arrendarlos a jugadores de fútbol del Medellín, pero sobre todo del Nacional: esa era la ventaja de tener una casa tan cerca del estadio. Yo veía a los jugadores de Nacional llegar a MI casa. Además, mi tío, el que aún vive, era periodista deportivo y locutor del estadio. Él anunciaba que un equipo iba a hacer un cambio, él nos metía a los camerinos para poder darles la mano a los jugadores, él hacía que nosotros viéramos los partidos desde la grama misma de la cancha. Eran otros tiempos. Eran los tiempo del portero argentino Navarro, el papá del portero Navarro Montoya, aquél que se inmortalizó cuando le preguntaron en Argentina: "¿y vos sos argentino?". Y él respondió, con total acento argentino, "no, 'llo' soy colombiano". Le sirvió, porque fue arquero de la selección Colombia como por dos fechas, y nunca pudo tapar en la selección argentina. Eran los tiempos de Zubeldía. Eran los años 70. Eran, en suma, otros tiempos. De Nacional me gustaba el nombre, Nacional, y los colores, verde y blanco, esperanza y paz, los colores de Antioquia, mi tierra. "Oh libertad que perfumas las montañas de mi tierra, deja que aspiren mis hijos tus olorosas esencias". Con cuánta emoción cantaba yo ese himno.

Después mi abuelo murió, y la familia arrendó la casa. ¿A quién? Al Atlético Nacional. MI casa era la SEDE del Atlético Nacional. Un tío mío construyó un edificio cercano, el primero que tuvo en Medellín pent house, pista de hielo, pizzería y discoteca, todo en uno. Cuando pude alojar en ese edificio a TODO mi curso, después de haber hecho una excursión por las selvas del Chocó, yo era el más verraco de todos. No te imaginas lo que era llegar a ese sitio después de haber caminado qué sé yo, dos semanas, por las selvas del Chocó. Había gente que no se podía poner una camisa de lo insolada que estaba. Yo mismo no podía ponerme el zapato del pie derecho, por la picada de una hormiga roja, gigante como un hipopótamo, que me dejó el pie hinchado por un mes. Por un mes tuve que andar con una chancla por el mundo, porque no me podía poner otra cosa. Y de pronto esos desharrapados llegamos a Medellín, a mi Medellín, a un Medellín que parecía un paraíso. Y yo era, simplemente, Dios. Además, Nacional empezó a ponerse bueno otra vez, con una nómina de sólo colombianos, y ganó la Libertadores. Lo que nunca hizo el América de Rodríguez Orjuela con Cabañas y Falcioni.

Pero no todo fue chévere. Para comenzar, mi abuelo ya había muerto, y las reuniones de la familia en Navidad dejaron de existir. Ya no era importante que hubiera unos primos en el segundo piso de la casa y otros en el primero para poder coger los globos que mi abuelo hacía como desde julio para poder echarlos en Navidad. Mi abuela murió después, en mi casa en Bogotá. La prima segunda de la que me enamoré en unas vacaciones terminó saliendo con un traqueto al que luego mataron. Mis tíos le tuvieron que vender su edificio de lujo a un fulano que luego sería conocido simplemente como Pablo, Pablo Escobar. Dos primos míos murieron asesinados en las calles de Medellín. Una noche me despertó una balacera justo abajo del edificio de la familia. Vi a los asesinos correr. Vi al cadáver tirado en la calle, recién asesinado. Sentí el terror. Juré no volver a Medellín. Años después, cuando tuve que retirar la bandera de Colombia del edificio inglés en el que vivía durante el mundial de 1994, porque habían asesinado a Andrés Escobar, tuve la mayor humillación de mi vida. Los ingleses me preguntaban: "¿por qué los colombianos son así?".

Tal vez tengas razón. Tal vez Nacional ahora sea un equipo que no es honesto y que se ha dejado ganar por la ambición. Tal vez estés en lo correcto. Pero sólo tal vez. ¿Qué puedo hacer? Me gusta ver que te hierve la sangre. A mí también me ha hervido, y me he quemado. ¿Qué soy yo sino Colombia y su tragedia? Moriré blanco y verde, porque ya no puedo ser otra cosa. ¿Me gusta lo que soy, lo que veo en el espejo? Me trato con indulgencia. ¿Qué más puedo hacer?

El duelo entre ella y yo ha quedado saldado. No tengo que convencerla a ella de nada, ni ella a mí. Ella seguirá siendo hincha de La Equidad, o del Barcelona, y yo del Nacional. Pero ahora el mundo es lo suficientemente grande para los dos. Ahora los dos podemos coexistir en paz.

Wednesday, December 26, 2007

07-12-26: El propósito igualitario

El desmembramiento de la Unión Soviética y la caída de la Cortina de Hierro han puesto en entredicho el ideal igualitario. Sin embargo, es importante resaltar que este ideal puede estar en retirada, pero no derrotado.

¿Por qué el ideal igualitario es de suma importancia? En un cierto sentido, este ideal no requiere justificación. Locke decía que el estado natural de los hombres es “un estado de igualdad, dentro del cual todo poder y toda jurisdicción son recíprocos, en el que nadie tiene más que otro, puesto que no hay cosa más evidente que el que seres de la misma especie y de idéntico rango, nacidos para participar sin distinción de todas las ventajas de la Naturaleza y para servirse de las mismas facultades, sean también iguales entre ellos, sin subordinación ni sometimiento”. De otra parte, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos dice que es una verdad autoevidente que todos los seres humanos somos creados iguales (los énfasis son míos).

Pero, en otro sentido, el ideal igualitario no es evidente para todos, o en todo momento. Por el contrario, las diferencias entre los seres humanos son muchas. Hay hombres, y hay mujeres. Hay ricos, y hay pobres. Hay seres humanos de diversas nacionalidades y culturas. Los talentos están distribuidos entre los seres humanos de muy diversa manera: hay hábiles para los negocios, o para la ciencia, o para el arte, o para el comercio. Hay muchas dimensiones en las cuales los seres humanos son diferentes. Puede decirse, incluso, corriendo muchos riesgos, que las diferencias humanas están basadas en la biología. En efecto, la teoría de la evolución nos enseña que existen diferencias entre los individuos de una especie, diferencias que ayudan a explicar la evolución misma: aquellos individuos mejor adaptados al ambiente tendrán mayores probabilidades de sobrevivir y reproducirse, haciendo que, a la larga, la especie en conjunto parezca “adaptada” para vivir en el ambiente dado.

Sin embargo, la diferenciación biológica es una mala base para justificar, desde un punto de vista moral, las diferencias entre los seres humanos. Desde hace tiempo se ha desenmascarado la “falacia naturalística”, que consiste en derivar juicios sobre el deber ser de las cosas a partir de la observación de las cosas como son. En otras palabras, no se puede decir que “lo que es es como debe ser”. Además, así como la biología puede ser usada para resaltar la diferenciación entre los miembros de una especie, también puede ser usada para resaltar la igualdad entre los mismos. Al fin y al cabo, los miembros de una especie se definen por sus similitudes, que incluyen, entre otras cosas, la facultad de reproducirse entre sí. La biología nos enseña que, más allá de ciertas diferencias superficiales, todos los seres humanos somos esencialmente iguales (y que somos mucho menos distintos de otros animales de lo que quizás nos gustaría ser).

En síntesis, se puede decir que los seres humanos, en un cierto sentido, son iguales y, en otro sentido, son distintos. Por lo tanto, el ideal igualitario tiene que ser cualificado y precisado. La organización social tiene que reconocer y exaltar tanto las similitudes como las diferencias humanas. La organización social tiene que proveer el espacio para que cada individuo pueda desarrollar al máximo sus individualidades, pero también respetar la dignidad connatural a toda la condición humana. El ideal igualitario no puede tratar de igualar a los seres humanos allí donde son distintos: simplemente debe tratar de reconocer la dignidad que asiste a todos los seres humanos sin distinción.

En últimas, la opción a favor del ideal igualitario es una opción moral. Es la opción que pone por encima de cualquier otra consideración la noción de que todos los seres humanos somos esencialmente iguales en nuestra dignidad. Esto no tiene por qué reñir con la libertad que debe otorgársele a cada ser humano para que desarrolle su proyecto de vida personal de la manera más autónoma posible.

No cabe duda de que el progreso de la democracia es el progreso del ideal igualitario. Preservar la democracia es preservar un espacio de toma de decisiones colectivas donde todos los individuos “valen lo mismo”. Este valor igual se resume en la máxima “un individuo, un voto”. Sin embargo, el avance de la democracia política no es suficiente para desarrollar plenamente el ideal igualitario. Éste se ve especialmente amenazado por las desigualdades económicas y en términos de poder que existen entre los seres humanos. Si uno entiende que una democracia perfecta es aquella donde se realiza plenamente el ideal igualitario, entonces es forzoso admitir que las democracias reales que tenemos en la actualidad son muy imperfectas. Si uno entiende que la democracia sólo provee un espacio para la igualdad política, pero no necesariamente para la igualdad económica, entonces la democracia es necesaria, pero no suficiente, para promover el ideal igualitario.

Una noción clave es que existe un vínculo entre la falta de igualdad política y la falta de igualdad económica, porque la desigualdad económica se traduce en desigualdad en la distribución de poder. Usualmente, los más poderosos son los más ricos. Usualmente, los ricos avanzan más que los pobres en obtener lo que quieren. Y usualmente el ejercicio del poder en un contexto de mala distribución del mismo no se hace de manera benigna; todo lo contrario: usualmente se hace de manera despiadada y brutal, o, como escribió Marx en El capital, refiriéndose a la acumulación originaria, “con trazos de sangre y fuego”.

Por lo tanto, una tarea esencial del ideal igualitario es eliminar, o por lo menos reducir a “sus justas proporciones” la desigualdad económica. Esta tarea es extremadamente compleja por al menos dos razones. La primera es que es supremamente difícil separar la “mala” desigualdad económica de la “buena”. En otras palabras, es difícil saber hasta qué punto reconocer en el ámbito económico las diferencias de talentos y habilidades que tienen los seres humanos significa comprometer el propósito igualitario. Shakira es mucho mejor cantante y compositora que yo, pero ¿eso significa que ella debe ser mucho más rica que yo?

La segunda razón es que quizás no entendemos muy bien las causas de la desigualdad económica, y cuando actuamos sobre un fenómeno cuyas causas no entendemos muy bien usualmente no obtenemos los efectos deseados. En este sentido, se requiere un conocimiento científico de las causas de la desigualdad económica.

El socialismo marxista se arrogó la cualidad de ser un socialismo científico. Marx y Engels fueron enfáticos en distinguir su socialismo, que denominaban “científico”, del socialismo de otros, que denominaban “utópico” (ver, por ejemplo, el panfleto de Engels denominado “Del socialismo utópico al socialismo científico”).

Sin embargo, no es conveniente confundir a priori el ideal igualitario con el socialismo, y mucho menos con el socialismo marxista. La razón, me parece a mí, es que el socialismo no ha dejado de ser utópico. El problema es que el ideal de igualdad compromete tanto las emociones de algunos seres humanos que les nubla su capacidad de análisis racional, de modo que muchas de las propuestas igualitaristas que se hacen simplemente producen una sociedad inviable, tal como lo demostró la caída de la Unión Soviética y la Cortina de Hierro. Por lo tanto, el primer deber de un igualitario es tratar de cerciorarse de que sus propias propuestas no son una utopía. O la sociedad igualitaria es un equilibrio social, o no será. En otras palabras, la discusión sobre el igualitarismo también tiene que darse en el plano conservador de lo que se puede, y no solamente en el plano transformador de lo que se quiere. El problema es encontrar, si esto no es una contradicción en términos, una utopía posible.

Hay muchos niveles en los cuales el socialismo real ha estado equivocado. Voy a referirme sólo a cuatro: (1) la naturaleza humana, (2) el uso de la violencia, (3) la responsabilidad individual, y (4) el mercado. Algunos de esos errores no han sido plenamente superados, de modo que aún siguen frenando el avance del ideal igualitario.

Con respecto a la naturaleza humana, hay en los socialistas una cierta tendencia a idealizar la naturaleza humana. Los socialistas ven un comportamiento egoísta generalizado en todo el mundo, pero lo atribuyen, erróneamente, a la naturaleza del capitalismo, y no a la naturaleza humana.

Marx y Engels escribieron en una frase del Manifiesto del partido comunista que la burguesía no deja “subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel ‘pago al contado’ ”, y, en otra frase, que su “despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro”. En un texto más reciente (Razones para el socialismo, de 2001), Gargarella y Ovejero escriben que “Es importante saber que la izquierda no puede considerar como buena sociedad aquella en la que el vínculo entre la gente no es otro que la codicia, el miedo o el simple cálculo de intereses”.

Los socialistas creen que, en una sociedad socialista, a diferencia de la sociedad capitalista, primarán valores de generosidad y solidaridad. Aunque es bien posible que, en un adecuado entorno institucional, no florezcan con frecuencia las peores facetas de la naturaleza humana, ningún arreglo institucional debe ignorar que esas facetas están ahí, y que, dadas unas circunstancias adecuadas, florecerán. Cómo caracterizar al ser humano siempre ha sido una fuente de debate en las ciencias sociales, pero diseñar instituciones sociales bajo el criterio romántico de que “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe” es una invitación al desastre. Ciertamente el ser humano no es incapaz de motivaciones nobles y actos elevados, pero, para la ingeniería social, es mejor partir de que el ser humano tampoco es ajeno al egoísmo y a la insensibilidad. Como lo tuvieron absolutamente claro los Padres Fundadores de Estados Unidos, el diseño de una Constitución y de un gobierno para una sociedad no es más que una profunda reflexión sobre la naturaleza humana.

Con respecto al uso de la violencia, hay en los socialistas una tendencia a legitimarla. La lógica es que, dado que el poder usualmente se manifiesta de manera violenta, es correcto derrocarlo de forma violenta. Para ser justos, esa tendencia es sólo de algunos socialistas, pero, infortunadamente, dentro de éstos se cuentan algunos muy influyentes. Para no ir muy lejos, en el último párrafo del Manifiesto del partido comunista de Marx y Engels se lee que “[los comunistas] proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente”. Muchos, desgraciadamente, han tomado esta idea en serio, como lo atestigua la existencia de las guerrillas colombianas. Otros, como el Mahatma Gandhi, preconizaron una vía al socialismo marcada por la no violencia, pero, mientras que su liderazgo moral es un faro de luz en la oscuridad, su impacto práctico parece más limitado: se debe recordar que Gandhi, irónicamente, murió asesinado.

Con respecto a la responsabilidad individual, los socialistas creen que el trabajo de los seres humanos y la satisfacción de sus necesidades pueden estar desvinculados. Mientras la Biblia explica que el ser humano está condenado a “ganarse el pan con el sudor de la frente”, es decir, que tú no podrás comer pan si no trabajas, Marx, en su Crítica del programa de Gotha, señaló que en el comunismo se cumplirá eso de que “de cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades”, es decir, que las necesidades humanas deben ser cubiertas simplemente porque son meritorias, o que el individuo no tiene ninguna responsabilidad en la provisión de los bienes y servicios que satisfacen sus propias necesidades.

La cita completa de la frase de Marx es: “En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!”.

Claramente Marx se refiere a una utopía, la utopía comunista, donde corren “a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva”. No ha sido el socialismo el que nos ha acercado a esa utopía, sino el capitalismo. Y estar cerca de ella no produce una bonita visión: por una parte, muchos individuos no han logrado liberarse de un trabajo esclavizante, y por otra, el consumismo que viene asociado con los manantiales de la riqueza colectiva no necesariamente ha hecho mejores a los seres humanos. El consumismo no nos ha vuelto a todos Platón o San Alberto Magno, pero sí nos ha invadido de gente como Britney Spears o Paris Hilton. Por ahora, la sociedad en que unos robots hagan todo el trabajo, y nosotros, los seres humanos, satisfagamos nuestras necesidades sin hacer ninguno, no es más que una utopía, que, por lo demás, tampoco está claro que vaya a ser una utopía comunista o, más bien, capitalista.

Por lo tanto, basta ya de pensar en utopías y pongamos de nuevo los pies en el mundo real. La satisfacción de las necesidades humanas no puede estar desvinculada del trabajo, y este vínculo tiene que establecerse en el plano personal: mi bienestar depende, en primerísimo lugar, de mi esfuerzo personal. No creo que ningún sistema social pueda ser exitoso mientras ponga de lado esta noción básica de responsabilidad individual.

Los socialistas, sin embargo, siguen proponiendo, una y otra vez, ideas que ignoran esta noción elemental. Un ejemplo muy ilustrativo es la propuesta del “ingreso básico universal incondicional”, que se ha venido repitiendo en diversos contextos. Eric Olin Wright la explica de la siguiente manera: “la idea básica es muy simple: cada ciudadano recibe mensualmente una suma de dinero, digamos un 125% de la ‘línea de pobreza’, suficiente para satisfacer un estándar de vida respetable según parámetros culturales definidos. La recepción del ingreso no se encuentra condicionada a la realización de ningún trabajo o contribución y es, además, universal: por su calidad de ciudadanos, todos tienen derecho a la suma estipulada” (énfasis en el original).

(Como una pequeña digresión, la idea del ingreso básico universal me gusta, siempre que no sea incondicional: me parece que el ingreso básico universal debe estar condicionado a que la gente trabaje en un trabajo productivo).

Polemizar con los socialistas que siguen creyendo que es posible una sociedad donde los individuos no tienen que trabajar para ganarse la vida me obliga, sin embargo, a considerar a aquellos individuos que, en el mundo real, sí pueden cubrir sus necesidades, no con su trabajo, sino con su propiedad. Al respecto, se podría decir que el verdadero socialismo debería preocuparse por que la gente se ganara la vida con su trabajo, y sólo con su trabajo. Me parece que esta es la nuez del asunto. ¿Es la propiedad privada del capital que ocurre en el capitalismo la principal causa de la desigualdad económica? Si sí, ¿es su abolición una justa aspiración igualitaria, o es, simplemente, otro propósito utópico que ignora la importancia de la propiedad para el funcionamiento de los mercados?

Esto me da pie para tratar el último tema: los mercados. Los socialistas tienden a desconfiar de ellos. Gerald A. Cohen escribe que “Todo mercado, aun un mercado socialista, es un sistema depredador”. Los socialistas (1) sospechan de las “presuposiciones motivacionales normales” de los mercados; (2) sospechan de sus consecuencias distributivas; (3) en consecuencia, creen que los mercados son una institución típica del capitalismo; y (4), por lo tanto, prefieren el imperio del Estado al imperio de los mercados.

Yo creo que, con respecto a los mercados, los socialistas están equivocados en esos cuatro niveles. El primero no es más que una reiteración de su confusión sobre la naturaleza humana. Cohen quiere oponer el principio de comunidad al principio de mercado. Dice el autor que “Por ‘comunidad’ entiendo aquí el principio negador del mercado según el cual yo presto un servicio no por lo que pueda obtener haciéndolo sino porque usted lo necesita”.

Cohen admite que: “el problema principal con que se enfrenta el ideal socialista es que no sabemos cómo diseñar la maquinaria que lo haría funcionar. Nuestro problema no es, primordialmente, el egoísmo humano, sino nuestra carencia de una tecnología organizacional apropiada: nuestro problema es un problema de diseño” (con énfasis en el original).

Es decir, según él, el problema no es la naturaleza humana, sino nuestra ignorancia sobre cómo diseñar unas instituciones sobre la naturaleza humana que realmente operen. Pero, como admite el mismo autor, “Nuestro problema es que, aunque sabemos cómo hacer funcionar un sistema económico sobre la base del egoísmo, no sabemos cómo hacerlo funcionar sobre la base de la generosidad”. Es decir, hemos resuelto la parte difícil del problema, pero no la fácil. Esto es curioso. Si realmente fuéramos generosos, ¿no sería muy fácil que la sociedad funcionara bajo ese principio?

Cohen termina admitiendo que “La aspiración socialista es extender el ideal de comunidad a toda nuestra vida económica. Como ya lo he reconocido, ahora sabemos que no sabemos cómo hacerlo y muchos piensan que ahora sabemos que es imposible hacerlo”. Yo concuerdo con Cohen en esto último, pero no porque sea un problema técnico que no hemos resuelto. Es porque los mercados son una institución más acorde con la naturaleza humana, tal como Adam Smith lo apreció con claridad. Smith vio que el egoísmo estimula la propensión al cambio; que la propensión al cambio conduce a la división del trabajo; y que, una vez implantada esta última, el hombre vive en un régimen de intercambio.

El segundo temor de los socialistas surge de las “consecuencias distributivas” de los mercados. Es decir, que en el intercambio hay ganadores y perdedores. Sin embargo, el milagro de los mercados es que el intercambio es un juego de suma positiva: ambas partes salen ganando. Es cierto que bajo el capitalismo hay ricos y pobres, pero esta es una propiedad del capitalismo, no de los mercados. Las “consecuencias distributivas” de los mercados no son de éstos per se, sino de las convenciones culturales y sociales que determinan la repartición del excedente económico bajo el capitalismo. El punto crítico es que, bajo el capitalismo, no es el trabajo el que se apropia del excedente económico, sino el capital. Este es el punto que requiere toda la atención.

En tercer lugar, los mercados no son una institución típica del capitalismo, sino previa a él, y presumiblemente es una institución que sobrevivirá en una sociedad verdaderamente igualitaria. Adam Smith decía que la naturaleza humana muestra una “cierta propensión” a “permutar, cambiar y negociar una cosa por otra”. Los mercados son una cosa distinta del capitalismo, y quienes quieren derrocar los mercados junto con el capitalismo quieren botar el bebé junto con el agua sucia de la bañera.

En cuarto lugar, incluso si fuese cierto que los mercados son una institución imperfecta, no se sigue que el Estado es una institución mejor que los mercados. No está claro que el Estado promueva más la eficiencia que los mercados. Además, el Estado tiene un poder de coerción que, desatado, es una amenaza a la libertad. Es cierto que la coerción es necesaria para promover la equidad, pero sólo cuando se parte de situaciones de eficiencia. Cuando el mundo es ineficiente, y el nuestro seguramente lo es, es posible imaginar políticas que promueven simultáneamente la eficiencia y la equidad. El ideal igualitario no tiene por qué ser necesariamente estatizador. Hay una cierta belleza en la noción de una izquierda anarquista. No me gusta ninguna dictadura, incluida la dictadura resentida y vengativa del proletariado. El ideal igualitario tiene que florecer en libertad, y su fortaleza tiene que surgir de su superioridad moral, no de la fuerza muchas veces arbitraria del Estado.