Estoy, como todos los colombianos,
conmocionado y anonadado con el asesinato de Yuliana Samboní. Sean, en primer
lugar, mis pensamientos para ella y para su familia.
El asesinato también me hace pensar mucho
porque los hechos tanto del secuestro como del asesinato ocurrieron muy cerca
de donde yo vivo y trabajo, y porque el presunto asesino, Rafael Uribe Noguera,
estudió en el mismo colegio en que yo lo hice, el Gimnasio Moderno, y conozco a
algunos de sus familiares.
El hecho de que Uribe sea del Moderno me
avergüenza, pero no voy a llegar al extremo de decir que la educación del
colegio tuvo algo qué ver en el asesinato. Si Uribe mató a Yuliana, la mató a
pesar de la educación del colegio, no debido a ella. De igual manera, pienso
que no hay que buscar responsables en la familia Uribe Noguera. El fiscal
general salió presto a decir que algunas gestiones familiares constituían un
intento de manipular la evidencia. La familia ya debe estar lo suficientemente
dolorida como para tratarla, también, de victimaria. Imaginen ustedes descubrir
que su hermano tiene el cadáver de una niña en su apartamento. Eso no debe ser
fácil de manejar para nadie. Por este episodio, la participación del hermano de
Rafael Uribe Noguera en otro controvertido caso ya ha vuelto a ser ventilada, y
el hermano ha tenido que renunciar a su puesto en un prestigioso bufete de
abogados. En fin: dejemos que cada cual pague por lo que debe, pero no volvamos
a la familia responsable de lo que un individuo hizo, porque también para la
familia esto es una tragedia.
Obviamente, el crimen de Yuliana lo pone
a uno a reflexionar. Uno tiene que preguntarse: ¿cuál es la responsabilidad de
la sociedad y de sus valores en todo esto? ¿No es este crimen el reflejo de una
sociedad machista que subvalora a las mujeres y a los niños y en la que una
clase privilegiada desprecia a los humildes y los trata como meros objetos para
su propia satisfacción? Pensar así sería fácil y cómodo, pero no creo que sea
lo correcto. No dudo que la sociedad tiene mucho de esas enfermedades, pero el
crimen de Yuliana no fue cometido ni por la sociedad, ni por el Gimnasio
Moderno, ni por los familiares de Rafael Uribe Noguera. Fue cometido por un
individuo que, sin duda, tiene muchos problemas, y solo a él se le debe
atribuir la culpa.
Por el contrario, la reacción social en
este caso, a pesar de ciertas manifestaciones groseras y violentas, ha sido
saludable. La sociedad, en masa, ha repudiado lo repudiable. Ha habido, es
cierto, notas destempladas. Transcribo solo una de ellas: “Pais de corronchos y
amnesicos! Se les olvida que las farc han cometido crimenes millones de veces
mas atroces! En fin la chusma se agarra y se descarga en cualquier cosa!”
(sic). Este comentario hace el triple punto de que (1) somos un país de chusma
y corroncho (el punto clasista), (2) la sensibilidad de la chusma es loba y
desinformada (el punto clasista repotenciado), y (3), si de escoger sensiblería
se trata, deberíamos escoger los crímenes de las Farc para sensibilizarnos, no
este (el punto ético-político). Criticar lo patético de este tipo de notas
destempladas me tomaría más que el espacio que estoy dispuesto a permitirles.
Tratar de hacer un punto político del crimen de Yuliana solo habla mal, muy
mal, de la condición humana de quienes emiten ese tipo de opiniones, que
ciertamente deberían revisar su ética. Lo que más aterra del crimen de Yuliana
es que es un crimen aislado y sin sentido sobre una persona particularmente
indefensa, y es humano sentir repugnancia por eso. Los crímenes de las Farc, repugnantes
como son, responden a una lógica distinta, la lógica de la guerra, que los
derechistas (o como usted quiera llamarlos) de este país no quieren que
termine. Aquí la pregunta de fondo es si nuestro repudio ético debe dirigirse a
los crímenes de las FARC, o a la guerra en su conjunto. Pero en fin, volviendo
al asesinato de Yuliana, a pesar de los desmanes y de las reacciones atípicas,
la reacción social ha sido la correcta. La sociedad colombiana no produjo el
crimen de Yuliana, sino que lo repudia…
Y, pasando del plano social al
individual, uno se pregunta, en este caso, qué diferencia a la enfermedad de la
criminalidad. Está claro que quien comente un crimen así es, mínimo, un
desadaptado. Pero si Uribe está enfermo, loco o desadaptado, es un enfermo,
loco o desadaptado aparentemente muy normal. No parece que su “enfermedad”
pueda ser usada para declararlo inimputable. Está claro que Uribe tiene un
grave problema, pero no un problema que le impida responder como ser humano por
lo que hizo.
Todos estamos hechos de luces y de
sombras. Todos tenemos algo de lo que no nos sentimos orgullosos. Pero, en
medio de tanta confusión, la mayoría logra abstenerse de los peores
comportamientos. Los frenos que debían detener la mala acción de Uribe no
funcionaron. Esto es más trágico en cuanto Uribe ocupaba una posición de
privilegio en la sociedad, y sus frenos por tanto deberían ser mejores. ¿Cómo
es que esos frenos operan, y por qué a veces fallan y a veces funcionan? Si
para algo debe servir este caso es para que cada cual revise sus barreras
éticas, y las refine. Un mensaje de fondo es que la posibilidad de salir en las
fotos de las revistas del jet-set no lo exime a uno automáticamente de la
posibilidad de vivir en el patio de una prisión. Uno tiene que cultivar todos
los días sus barreras éticas.
El crimen cometido contra Yuliana Samboní
fue uno brutal e injustificable, contra una niña triplemente indefensa por su
edad, su género y su condición social. Uno no puede pasar por encima de los
otros, especialmente los más vulnerables, para lograr lo que quiere. El
perpetrador de semejante crimen merece la máxima pena. Y pueda la familia
Samboní, en medio de toda la escoria de este país que le ha tocado vivir,
encontrar una luz de consuelo en todo esto. Ojalá viviéramos en un país que no
le infligiera a su gente, especialmente la más humilde, semejante dolor. Pero
da esperanza ver que, cuando vemos el mal, al menos una gran mayoría del país
lo rechaza.
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