Acabo de leerme el breve libro Salario mínimo: vivir con nada, de Andrés Felipe Solano (2015, Tusquets), basado en una crónica que el autor escribió para la revista Soho en 2007. Bien escrito, se entiende por qué la crónica en que está basado mereció una considerable atención: finalista del premio FNPI de 2008, y reimpresa en tres antologías de crónicas, una de ellas en lengua extranjera.
Sin embargo, el libro no fue para mí lo que yo esperaba que fuera. No quiero decir que el libro fue una decepción. No. No lo fue. Fue simplemente algo distinto a lo que yo esperaba. Yo, obsesionado con la idea de que la pobreza es una tragedia de una inmoralidad infinita que el sistema económico en el que vivimos no nos deja ver, buscaba en el libro de Solano una ratificación a mis prejuicios. En otros libros similares la he hallado, pero en el de Solano esperaba encontrar esa ratificación en un escenario más próximo a mi terruno. Yo quería saber qué es ser pobre en Colombia.
Y no, no encontré eso. Y no por el tecnicismo de que, estrictamente hablando, una persona que tiene un trabajo y gana el salario mínimo no es considerada una persona pobre en Colombia, aunque todos sabemos que sí lo es. Pero tal vez sí porque una cosa es ser pobre y otra cosa es vivir como pobre durante seis meses. Lo que no encontré en el libro de Solano es la experiencia de ser pobre. Claro, hay algunas descripciones de lo obvio: vivir en un arriendo barato. Gastar mucho dinero en transporte. Encontrar sitios baratos para comer. No poderse comprar los tenis con los que uno está obsesionado. Pero en el libro de Solano la experiencia de ser pobre es sustituida por otras cosas: la transformación de los barrios de Medellín de zonas de guerra a lugares relativamente tranquilos; el descubrimiento del restaurante con el plato de comida más barato; la descripción de algunos personajes, como el DJ o el travesti; la rutina del trabajo; la experiencia de una nueva vida familiar. De hecho, Solano dedica su libro a su “familia en Medellín”, y casi que se siente una cierta relación madre-hijo con su arrendadora, y una cierta tensión sexual con su “hermana política”.
Tal vez lo aterrador que encontré en el libro de Solano es que ser pobre es una experiencia a la que uno se acostumbra. Una vez uno sabe cuánto vale el arriendo, el transporte, la comida, uno se acostumbra, y vive la vida, y casi que describir cómo es la experiencia de ser
pobre se vuelve tan difícil como describir la experiencia de estar vivo. Porque todos lo sabemos: estar vivo no es cumplir con la rutina del trabajo, ir el fin de semana a algún sitio de esparcimiento, tener una relación afectiva. Estar vivo es otra cosa, pero parece que solo pudiera describirse contando la rutina del trabajo, la rumba del fin de semana, la naturaleza de la "infatuación", como se diría en inglés.
Tal vez uno no pueda contar cómo es ser pobre si uno sabe que su propia condición de pobreza es temporal y artificial. Todos podemos, lo digo por experiencia propia, acostumbrarnos a vivir con menos. La pregunta es eso en qué medida modifica nuestras posibilidades como seres humanos, nuestras expectativas, nuestro relacionamiento con los demás. Hasta qué punto es la pobreza una situación en la que uno escoge estar, como dice la gente de derecha, o si ella es mejor descrita como una condena de la que es imposible escapar, como dice la gente de izquierda.
Hablando de cosas relevantes, no un reloj caro, no un vestido fino, ¿puede un pobre aspirar a las mismas cosas fundamentales que un rico? Mi intuición es que no. Que a los pobres en una sociedad de ricos y pobres les estamos robando una parte de su dignidad, y a nosotros mismos, los ricos, una parte de nuestra decencia. Me resuena en la cabeza la frase que alguna vez leí en un libro de antropología sobre la actitud
de algún grupo étnico acerca de la pobreza: “un hombre pobre nos avergüenza a todos”. ¿Por qué, en la sociedad en la que vivo, todos parecemos haber perdido la vergüenza? ¿O será, simplemente, que los pobres no merecen ninguna consideración especial porque son exactamente igual que nosotros, solo que con menos plata?
Si la gente escoge vivir en la pobreza, ¿por qué tanta gente en nuestra sociedad escoge esa condición? Si la pobreza es una condena de la que no se puede escapar, ¿por qué condenamos a tanta gente en nuestra sociedad a esa condición? ¿O será, simplemente, que esas preguntas no
importan? ¿Será que, refiriéndose a lo fundamental, todos somos igualmente ricos o, peor aún, igualmente pobres?
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