María Inés Agudelo ha renunciado a la dirección del Instituto Nacional de Concesiones (Inco) porque, bajo el efecto del alcohol, arrolló a un policía mientras conducía. Afortunadamente no lo mató, pero le causó lesiones de consideración. Todas mis simpatías están con María Inés. Se podrá decir que no soy neutro en esta discusión, porque estuve casado con ella y, a diferencia de otras separaciones, le sigo guardando un enorme cariño. A María Inés la admiro y la respeto.
Me parece que María Inés se equivocó renunciando, y el Ministro se equivocó aceptándole la renuncia. Según información de prensa, ella renunció porque “manejar con tragos tiene su consecuencia y en este momento quiero responder por esa falta”. Eso es cierto, y lo que ella dice es muestra de su decencia fundamental como ser humano. Supongo que María Inés debe responder por la responsabilidad que le quepa en el infortunado accidente. De eso no cabe duda. Atropellar a alguien cuando se está bajo el efecto del alcohol no es una cosa encomiable.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. No creo que ese accidente ponga en tela de juicio la capacidad de María Inés para dirigir el Inco, o la conveniencia de que lo haga (a menos que la sanción que le puedan imponer la inhabilite de alguna manera para ejercer el cargo). María Inés estaba haciendo una gran labor en una entidad que requería urgentemente una cirugía profunda. Ese proceso queda por lo menos temporalmente truncado. Colombia pierde una funcionaria honesta en un cargo fundamental, donde antes había imperado el desgreño y la corrupción. Además, con los escándalos que hoy azotan la contratación pública, el momento no podía ser más infortunado. Ese no puede ser un buen arreglo para el país.
Mi solidaridad está con el policía y con María Inés. Ella está actuando con gallardía en un país que no se caracteriza por esa cualidad. No quiero minimizar su falta, pero no creo que ella deba ser juzgada con una severidad innecesaria, entre otras razones porque no hay un ser humano perfecto, y todos requerimos cierta indulgencia. Supongo que éste será un duro golpe para ella. Ante eso, solo un mensaje: fortaleza de carácter, que ya ha demostrado antes. Estoy seguro de que las cualidades que le están sugiriendo que, por un sentido del deber exaltado, ella debe renunciar ahora, la harán volver a la escena nacional: Colombia no puede perderse de funcionarios como ella. Lo ideal sería que volviera a la dirección del Inco.
Tuesday, June 14, 2011
Sunday, June 12, 2011
11-06-12: El pragmatismo en la coyuntura política
En los últimos días, ha habido dos enfrentamientos muy interesantes en la política colombiana: por una parte, está el que opone a los uribistas y los santistas, y, por otra, está el que opone a Peñalosa y Mockus.
El enfrentamiento entre los uribistas y los santistas se debe, en esencia, a que los uribistas creen que Santos no hubiera llegado a la presidencia sin los votos de Uribe, y que aquél, una vez acomodado en el poder, se ha dedicado a "traicionar" las ideas de éste. Los perros rabiosos del uribismo se han dedicado a abusar verbalmente de Santos, y al propio Uribe se le han escapado algunos trinos manifestando su inconformidad. Santos, en general, se ha dedicado a ignorar a los uribistas.
Y hace bien. Uribe es, como debería ser, un periódico de ayer en la política colombiana. Una regla de etiqueta mínima en un país civilizado es que el presidente saliente desaparezca de la escena política.
Una discusión interesante es qué tanto Santos es la continuidad de Uribe. Ciertamente, así se vendió durante la campaña electoral. Pero, ya en la presidencia, se han visto diferencias entre Uribe y Santos. De forma y de fondo. El modelo Santos presidente parece haber sido del agrado del país. Su aprobación en las encuestas es muy alta, y ha logrado aproximarse al liberalismo sin desprenderse del uribismo, al menos el que no es tan fanático. Hoy Santos se perfila como el reunificador del liberalismo (y Ernesto Samper se apresta para impedirlo, relanzando el ala "socialdemócrata" del partido: la misma fórmula que alejó al liberalismo del poder desde 1998). El uribismo fanático sí está incómodo con Santos y con lo que llama esa agua tibia que no es chicha ni limoná.
Problema de ellos. Santos hace bien en desmarcarse de Uribe y en ser un presidente independiente. Con eso da muestras de un pragmatismo muy importante en política. Santos fue el vocero más locuaz en contra de Chávez antes de ser presidente, y ahora ha recompuesto las relaciones con Venezuela. Santos nombró ministros que parecían diseñados para molestar a Uribe, como Germán Vargas Lleras o Juan Camilo Restrepo. Uribe creyó que, para aprobar el TLC con Estados Unidos, bastaba congraciarse con los republicanos; Santos ha comprendido que, sin demócratas, no hay TLC. El gobierno de Santos ha pasado leyes que hubieran sido impensables bajo el gobierno de Uribe. Santos ha dicho que claro que hay conflicto, cosa que Uribe siempre se negó a aceptar. Santos ha puesto la seguridad democrática después de la prosperidad democrática; Uribe siempre sostuvo que el principal problema de la economía era la inseguridad. En síntesis, Santos pareció ser una cosa y terminó siendo otra, con la cual la mayoría de colombianos se sienten contentos.
A lo que parecía ser Santos se opusieron los verdes en la última contienda electoral. Los verdes recogieron las fuertes, aunque quizás no muy numerosas, antipatías que levanta Uribe. Los antiuribistas se reunieron alrededor de los verdes, y en particular alrededor de Antanas Mockus. En un momento pareció que Mockus iba a ser capaz de derrotar a Santos. Se habló de la ola verde. Pero luego vino el peor enemigo de Mockus, él mismo, e hizo el peor cierre de campaña que uno hubiera podido concebir. Mockus demostró no tener ningún tacto político.
Y lo está volviendo a demostrar. El ejercicio de los verdes en la campaña presidencial fue un ejercicio de esperanza: gente buena con ganas de juntarse para construir país. Ahí Mockus no se equivocó cuando se juntó con Peñalosa y Garzón. Fajardo no entendió el mensaje y se lanzó por la vía personalista: le fue mal. Mockus se equivocó cuando apareció la posibilidad real de que el candidato verde fuera presidente de la república. Como ya dije, hizo el peor cierre de campaña que uno pueda imaginar.
Y, para añadir insulto a la injuria, ahora se retira del Partido Verde porque éste escogió como candidato a la alcaldía de Bogotá a Peñalosa y aceptó el respaldo de Uribe. Ahí Mockus se equivoca: para ganar en política hay que sumar. Si Uribe quiere votar por Peñalosa, que lo haga. Si Peñalosa gana, ganan los verdes, no Uribe. Si Uribe no controla el gobierno de Colombia, porque Santos le salió independiente, mucho menos podrá controlar el gobierno de Bogotá, en cabeza de un partido que no es uribista.
Mockus dirá que tiene principios, y que esos principios le impiden sentarse en la misma mesa con Uribe. Una tontería. La línea entre los principios y el dogmatismo ciego es muy fina, y es fácil cruzarla. Uribe también tiene sus principios, y el hecho de que sean tan rígidos es lo que molesta a los antiuribistas. No es necesario ser extremista para tener principios, y Mockus se equivoca queriéndose definir como el extremo contrario de Uribe.
Aquí es donde hay que aprender lecciones de Santos: él también tiene sus principios, pero no deja que el dogmatismo lo ciegue. Si es necesario sentarse con Chávez, él se sienta. Es una tontería cuando los principios se oponen al logro de unos resultados deseables. Para los verdes, lo deseable es que el Partido Verde se consolide, y que Peñalosa llegue a la alcaldía. Mockus, sin tino político, compromete todo eso. Fajardo, que metió las patas una vez, ha aprendido la lección, y regaña a Mockus con toda la razón.
A Santos le ha servido su pragmatismo, y a Mockus le hubiera convenido aprender de él. Lo cual no quiere decir que Santos sea perfecto. El gobierno de Santos parece un buque que va más o menos en la dirección correcta, pero no con la suficiente velocidad. O, para utilizar un símil futbolístico, el gobierno de Santos hoy se parece más al Real Madrid que al Barcelona: está lleno de figuras, pero le hace falta empezar a ganar partidos. Sin embargo, por lo menos por ahora, la gente está contenta con él. El gobierno de Uribe tuvo muchos méritos, pero, cuando se trata de prolongar la influencia política más allá de lo debido, se cometen errores que comienzan a empañar la buena imagen de lo que se hizo. Santos le recuerda al país los beneficios de tener un uribismo sin Uribe.
Friday, June 10, 2011
11-06-10: "Filalogía"
A todos nos ha pasado, sobre todo en una sociedad como la colombiana: nos disponemos a hacer cola en algún lugar (un banco, un cine, un cajero de un restaurante de comida rápida, un parqueadero) y algún avivato, que manifiestamente llega después, aprovecha la más mínima excusa para hacerse adelante de uno en la fila.
En esos casos no siempre reacciono igual. A veces me tomo la molestia de decir: "señor: ¡respete!"; a veces simplemente aprovecho la oportunidad para hacer, para mis adentros, un poco de sociología amateur.
La pregunta es por qué un acto tan grosero es tan común en una sociedad como la colombiana. En Inglaterra las cosas son tan distintas que alguna vez un extranjero caracterizó a los ingleses como un pueblo que siempre hace colas ordenadas, incluso cuando solo hay una persona: ¡los ingleses hacen una ordenada fila de uno!
Yo tomo el desprecio por las colas como una manifestación profunda de la índole moral de los colombianos: en el fondo de nuestro etos como sociedad está la creencia de que el otro no importa, que no debe ser respetado, que yo estoy primero que él.
Algunos sostienen que el principio fundamental de la ética es la valoración del otro. Según ésto, uno no podría tener una visión ética de las cosas si no toma en cuenta el punto de vista de los otros. Esta idea está detrás de las doctrinas de filósofos morales tan distintos como Adam Smith o John Rawls.
En esos casos no siempre reacciono igual. A veces me tomo la molestia de decir: "señor: ¡respete!"; a veces simplemente aprovecho la oportunidad para hacer, para mis adentros, un poco de sociología amateur.
La pregunta es por qué un acto tan grosero es tan común en una sociedad como la colombiana. En Inglaterra las cosas son tan distintas que alguna vez un extranjero caracterizó a los ingleses como un pueblo que siempre hace colas ordenadas, incluso cuando solo hay una persona: ¡los ingleses hacen una ordenada fila de uno!
Yo tomo el desprecio por las colas como una manifestación profunda de la índole moral de los colombianos: en el fondo de nuestro etos como sociedad está la creencia de que el otro no importa, que no debe ser respetado, que yo estoy primero que él.
Algunos sostienen que el principio fundamental de la ética es la valoración del otro. Según ésto, uno no podría tener una visión ética de las cosas si no toma en cuenta el punto de vista de los otros. Esta idea está detrás de las doctrinas de filósofos morales tan distintos como Adam Smith o John Rawls.
Aún más: uno podría decir que la principal discusión ético-política es la discusión de si uno debe comportarse de manera egoísta (pensando primariamente en el bienestar de uno), o altruista (pensando primariamente en el bienestar de los demás). Esta discusión subyace al debate entre capitalismo y socialismo. En el capitalismo se legitima la búsqueda del interés particular, mientras que en el socialismo no.
Pues bien, aunque en Colombia nuestra Constitución nos dice que somos un "Estado Social de Derecho", la evidencia preliminar provista por la sociología amateur nos dice que en nuestro país realmente creemos que el otro no importa y que no debe ser respetado. En estas circunstancias, ¿cuándo respeta uno al otro? Solo cuando es más fuerte, no cuando es más débil. Ser débil en una sociedad como la nuestra es una desgracia.
Yo creo que ese desinterés por el otro está en la base de nuestros problemas como sociedad. No hemos podido construir una sociedad justa porque no pensamos adecuadamente en los intereses de los otros: gastamos mucho más tiempo pensando cómo hacemos prevalecer nuestros intereses sobre los de los demás. Eso lo tenemos tan incorporado que ya se hace de manera inconsciente, y por lo tanto nos cuesta trabajo reflexionar sobre algo que se nos ha vuelto invisible.
También es interesante interpretar la tecnología que se desarrolla para evitar las colas como una aproximación de la tecnología que desarrolla la sociedad para superar los problemas sociales. Una solución obvia para las colas es poner más cajeros, es decir, ampliar las oportunidades. ¿Pero aquí cómo debemos proceder? ¿Haciendo una cola por cajero? Esta es la práctica común en Colombia, pero no parece justa: la gente trata de cambiarse de una cola a otra, dependiendo de cuál se mueve más rápido. Es evidente que la gente aprovecha la multiplicidad de cajeros como una excusa para adelantarse a los que estaban primero: "ah, señor, es que ese cajero estaba vacío". De esta manera, aunque hay varios cajeros, la lógica de que el otro no importa continúa.
Otra tecnología es poner cordones para hacer respetar las colas. Pero estos cordones, cuando se hace más de una cola, sirven para enfatizar la discriminación, no para eliminarla. Esto es particularmente obvio en los bancos donde hay filas especiales para los titulares o los clientes VIP, o en los cines donde se venden boletas con tarjetas prepago.
Por último, está el papel de los individuos. He descubierto, por ejemplo, que, si usted no es cliente de un banco, pero hace la cola de los titulares, el cajero lo atiende igual. Esto, obviamente, genera incentivos para que uno se haga en la cola rápida, así no tenga el "derecho" de hacerse en ella. Y también está la presión ciudadana. Es manifiesto que la gente tiende a respetar más las colas si quienes las hacen protestan sonoramente cuando alguien intenta pasarse de listo. Esa presión social me parece fundamental.
Es interesante ver cómo se va construyendo una cultura social en un fenómeno tan simple como las colas. Quizás aprender a hacer colas no nos vuelva desarrollados, pero apreciar cómo las hacemos sí nos indica, de manera simple, el grado de desarrollo social que tenemos.
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