En los últimos meses he tenido la suerte de viajar a México y Perú, a pagar la deuda histórica de conocer los emplazamientos de las grandes civilizaciones precolombinas, la azteca, la maya y la inca, entre otras. La fama de estas civilizaciones es bien merecida. Las ruinas que hoy quedan siguen siendo espectaculares. Me da un poco de vergüenza admitir que me tomó mucho tiempo conocer lo más preciado de la herencia prehispánica latinoamericana.
Sin embargo, más allá de las construcciones en piedra, lo que uno ve no deja de doler. Lo que se aprecia con claridad en México y Perú es que el encuentro de dos mundos que sucedió hace más de quinientos años fue en realidad un choque cataclísmico, del cual todavía no nos recuperamos.
Los aztecas y los incas fueron unos imperios jóvenes, que desaparecieron prematuramente debido a la invasión española. Es difícil entender cómo sucedió eso, porque, en ambos casos, unas pocas centenas de europeos lograron conquistar imperios con ejércitos de miles de personas y millones de habitantes.
Naturalmente, los españoles fueron favorecidos por el desequilibrio tecnológico, basado en el barco, el acero, la pólvora y el caballo. Los aztecas y los incas, en cambio, al parecer no conocían la rueda. Aunque sí tenían sistemas de registro, no hay evidencia de que los incas tuvieran escritura en el sentido moderno del término. Los españoles también fueron favorecidos por la superstición, las enfermedades importadas de Europa y las guerras civiles que encontraron en América.
Aunque lo que es América hoy le debe tanto a su herencia india y negra como española, es imposible no llegar a la conclusión de que la conquista fue un proceso brutal y absolutamente injusto por medio del cual a los indios les arrebataron sus tierras y los sometieron a una condición humillante.
Para ilustrar esa condición, solo voy a contar una anécdota: cuando subí a Machu Picchu, compartí una guía con un pequeño grupo que, por casualidad, resultó ser de colombianos. En lo más alto de la montaña, uno de los miembros del grupo tuvo el irrefrenable impulso de gritar. Rápidamente fue callado por la guía, quien le explicó que en ese lugar sagrado estaba prohibido gritar. Una de las acompañantes del personaje reprendido completó la amonestación: le dijo "se te salió el indio".
Dudo que la mujer haya comprendido la ironía de su comentario. Uno va a Machu Picchu a admirar la habilidad de los indios, pero ella hizo uso de la tradición cultural que nos dejó la conquista para regañar a su compañero, asimilando su comportamiento al de un indio, entendido como un ser inferior e ignorante.
A diferencia de Estados Unidos, donde los británicos y los colonos en general se dedicaron a exterminar a los indios, en América los indios no fueron exterminados. Fueron diezmados, no cabe duda, pero no exterminados. De esta manera, se formaron dos sociedades, la blanca, subyugadora, y la india, sometida y oprimida, con toda clase de combinaciones entre esos dos extremos. Para completar el horror, se trajeron negros del África que sirvieran como esclavos. En Estados Unidos, el tema de la esclavitud no se resolvió sino con una guerra civil, y aun así no fue resuelto completamente. Todavía en los años 1960, 100 años después de la guerra civil, Estados Unidos tenía un problema no resuelto de derechos civiles de los negros, y la reciente elección de Barack Obama fue toda una revolución social.
En América Latina quizás no se necesitó una guerra civil para resolver el tema de la esclavitud, pero los indios y los negros han sido víctimas de una discriminación secular, que los ha mantenido en la marginación y la pobreza. No sorprende que el indio andino, del cual todavía se ve tanto en Perú, parece callado y triste. La conquista creó una sociedad injusta, dividida sobre líneas raciales, que ha hecho avergonzar a los americanos nativos de lo que son.
La independencia de España no mejoró la situación, y no lo hizo porque la independencia no fue un movimiento de reivindicación de los indios y los negros: fue un movimiento de reivindicación del blanco americano. Total, las heridas abiertas por una conquista que tuvo lugar hace más de quinientos años siguen abiertas hoy, perfectamente visibles en sociedades como la mexicana o la peruana. Los blancos aún concentran el poder y la riqueza, y los indios y los negros se mantienen en la marginación y la pobreza.
Claro, el indio o el negro de hoy no son lo que eran hace quinientos años, y el blanco tampoco lo es. Si hay algo bello en México y Perú es que el orgullo azteca e inca siguen vivos. Ya no es posible reversar la conquista y la colonia. Pero se vuelve imperativo paliar sus consecuencias. América Latina tiene que construir una sociedad justa, no solo para los blancos, sino también para quienes tienen la piel cobriza, que, en realidad, a estas alturas de la historia, debido al mestizaje, somos todos.
Hallo en la profunda injusticia del proceso colonizador las causas del subdesarrollo latinoamericano. Hallo la discriminación básica de ese proceso, no solo en las sociedades americanas de México para abajo, sino también en las zonas de frontera de Estados Unidos con México. Uno puede ver cómo los inmigrantes latinoamericanos con cara de indios son discriminados en California, Texas o incluso la Florida. Cosa curiosa, porque esos "hispanics", cuando migran, en un acto de justicia poética, no hacen sino reclamar las tierras que eran de ellos. Y uno puede entender la ira ancestral que subyace a la organización social latinoamericana cuando, acostumbrado a la vida de blanco en América Latina, uno descubre en Estados Unidos que no es realmente blanco, sino hispánico.
No pido volver a los años 1960 o 1970, cuando era común adoptar una pose alternativa, reviviendo la música folclórica de Inti Illimani, Quilapayún, Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui, o burlarse con Piero de los "americanos de mandíbulas grandes de tanto mascar chicle". Lo que pido es algo a la vez más simple y más complejo: en Estados Unidos, la lucha por los derechos civiles de los negros, a pesar de todo lo compleja que fue, tenía un punto a favor: la discriminación era abierta y palpable. En América Latina la discriminación racial es más soterrada, más subterránea, menos visible, más complicada, porque es interior, parte del individuo discriminado mismo. Es un poco como Michael Jackson queriendo negarse a sí mismo que es negro. Lo que pido es superar esa discriminación que heredamos de la conquista española, que es más insidiosa cuanto más solapada es.
América Latina, con su división entre ricos y pobres, es horrible. Tanto más cuando los pobres son indios o negros y los ricos son blancos. Una sociedad así no puede tener paz, y no se merece el progreso.
Sunday, May 29, 2011
Wednesday, May 11, 2011
11-05-11: El caso AIS, una vez más
El 14 de abril publiqué una entrada en mi blog que recibió toda una oleada de comentarios. La entrada se refería a la prisión de Camila Reyes por el caso AIS. Los comentarios son de tipos opuestos: de una parte, me han dicho cosas como que no se trata de defender solo a Camila Reyes, sino a todos los técnicos del Minagricultura que hoy están en la cárcel por el caso AIS, o que es absurdo que los técnicos respondan penalmente por el diseño e implementación de una mala política. De otra parte, me han dicho que esos técnicos, al facilitar o permitir la corrupción, sí deberían estar en la cárcel.
La verdad es que ver a esos muchachos en la cárcel es desmoralizante, en especial para aquellos que tienen la ilusión de hacer como técnicos una carrera en el sector público y contribuir al desarrollo del país. Lo interesante de una sociedad libre es que cada cual escoja qué hacer con su vida. Algunos escogerán ir al sector privado y tratar de hacer dinero, y otros escogerán ir al sector público. Me parece muy importante que cada cual haga lo que quiera hacer. Quienes están en el sector público claramente hacen patria. Quienes están en el sector privado también hacen patria, porque generan riqueza, empleo y pagan impuestos.
El problema en Colombia es que los incentivos para entrar al sector público están distorsionados. Para los honestos, las pagas son malas y los riesgos jurídicos son altos. Para quienes tienen ambiciones desmedidas de poder y para los corruptos, el Estado se vuelve un botín irresistible. Así, ¿cómo hacemos para que la gente buena quiera ir al Estado? Yo mismo he pasado por ahí, y ahora, a pesar de toda la presión, encuentro muy atractiva la vida en el sector privado, aunque quienes tenemos la vocación del servicio público quizás no la perdemos nunca.
Lo que sí es triste es que jóvenes que se meten al sector público con la mejor vocación de servicio terminen perseguidos sin sentido por la justicia o los organismos de control. A la mala paga se suma el riesgo jurídico. Cualquiera con un mínimo sentido de protección de los intereses personales se ve espantado por el sector público. Por eso los técnicos del sector público se han sentido especialmente agraviados por el encarcelamiento de los técnicos del Ministerio de Agricultura. La señal que se le está dando al país es que trabajar por el bien común no paga.
Al respecto, quisiera contar lo que tal vez es una infidencia. En medio de la investigación, Camila me pidió escribirle una carta de recomendación, que hubiera podido servirle en todo el proceso jurídico, pero que nunca redacté. Lo que sí hice, gracias a los buenos oficios de mi jefa, María Mercedes Cuéllar (a quien admiro, fuera de por otras, por ese tipo de cosas: ya quisiera yo ver a otros defendiendo a su gente), fue hablar con la señora Fiscal General de la Nación.
De Vivianne Morales tengo la mejor opinión: me parece una mujer proba y juiciosa. Le dije que, para lo que pudiera valer, yo podía meter mis manos al fuego por Camila Reyes. Ella me dijo que entendía, pero que el proceso debía continuar, y que el propósito era que los investigados dieran las explicaciones del caso y se defendieran.
Y lo siguiente que me dijo fue una admisión de la tragedia: que pensaba en Camila como pensando que su propia hija podría estar en esa situación, y que ella (la Fiscal), que ha hecho toda su carrera en el sector público, les recomendaba a sus hijos que no siguieran sus pasos, porque el sector público es muy desagradecido. Si una persona como Vivianne Morales les enseña a sus hijos que ir al sector público no vale la pena, ¿qué se puede esperar? No se puede esperar nada bueno de un país que manda señales de que la gente buena no se debe interesar en el servicio público.
Un segundo tema es el balance entre técnicos y políticos en el Estado. Encontrar aquí el equilibrio es muy difícil. En una primera instancia, es claro que los técnicos no deberían responder penalmente por las políticas públicas. Si una política pública es mala, la sanción debería ser política y debería ser soportada por los políticos (otra cosa es que haya comportamientos criminales por parte de los técnicos).
Pero la pregunta es hasta qué punto los técnicos pueden o deben parar las estupideces de los políticos o las trampas de los corruptos. En la historia reciente de Colombia ha rondado por ahí la idea de que los técnicos deben ser lo suficientemente poderosos como para poder cumplir ese papel. La idea es oponer la barrera del Estado tecnocrático al poder del Estado burocrático.
Esta idea ha sido compartida en su momento tanto por presidentes intervencionistas, como Carlos Lleras, como por presidentes neoliberales, como César Gaviria. Se dice que fue Carlos Lleras quien inició la tradición de tener un fuerte componente técnico en el gobierno.
La noción de que el poder de los técnicos pueda contener las malas ideas de los políticos es una que suena bien en principio, pero que es muy difícil de implementar en la práctica. En primer lugar, una tecnocracia poderosa sin control político no es deseable, entre otras razones porque la noción de una tecnocracia desprendida de toda consideración política simplemente no existe. En segundo lugar, es el poder político el que le otorga fortaleza a la tecnocracia. En tercer lugar, si la tecnocracia no está fortalecida, es imposible que cumpla su función de contención.
Durante mucho tiempo, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) fue un bastión técnico en el Estado, que contenía las presiones políticas que se manifestaban en los ministerios. Mientras que los ministerios algo se han fortalecido técnicamente, el DNP se ha debilitado. El caso es que el balance técnico-político no luce muy a favor de los técnicos en la Colombia actual.
Así, es muy difícil que los técnicos puedan contener a los políticos. Yo sigo creyendo que Camila Reyes fue puesta en una situación que era superior a sus fuerzas, y que eso habla mal, no de ella, sino del sistema político vigente. Sea lo que sea, dos cosas me parecen ciertas: (1) Camila Reyes no era responsable del programa AIS, y (2) Camila, con toda probabilidad, no hizo algo que fuera abiertamente ilegal o inmoral. Ahí seguramente había una línea difícil de trazar, que hoy le están pintando de modo que ella queda del lado de los inmorales.
Una nota final: escribo todo esto porque creo en la bondad fundamental de Camila Reyes, y no porque esté interesado en defender el gobierno de Uribe o el ministerio de Arias, o porque crea que el programa AIS fue un buen programa. En particular, creo que el programa AIS fue un mal programa. No me interesa que la defensa de Camila y de los otros técnicos del ministerio se vuelva un tema político. Mi punto de fondo es que, si en el programa AIS hubo algo mal, aquí estamos haciendo pagar a quien no corresponde. Y eso es una tremenda injusticia.
La verdad es que ver a esos muchachos en la cárcel es desmoralizante, en especial para aquellos que tienen la ilusión de hacer como técnicos una carrera en el sector público y contribuir al desarrollo del país. Lo interesante de una sociedad libre es que cada cual escoja qué hacer con su vida. Algunos escogerán ir al sector privado y tratar de hacer dinero, y otros escogerán ir al sector público. Me parece muy importante que cada cual haga lo que quiera hacer. Quienes están en el sector público claramente hacen patria. Quienes están en el sector privado también hacen patria, porque generan riqueza, empleo y pagan impuestos.
El problema en Colombia es que los incentivos para entrar al sector público están distorsionados. Para los honestos, las pagas son malas y los riesgos jurídicos son altos. Para quienes tienen ambiciones desmedidas de poder y para los corruptos, el Estado se vuelve un botín irresistible. Así, ¿cómo hacemos para que la gente buena quiera ir al Estado? Yo mismo he pasado por ahí, y ahora, a pesar de toda la presión, encuentro muy atractiva la vida en el sector privado, aunque quienes tenemos la vocación del servicio público quizás no la perdemos nunca.
Lo que sí es triste es que jóvenes que se meten al sector público con la mejor vocación de servicio terminen perseguidos sin sentido por la justicia o los organismos de control. A la mala paga se suma el riesgo jurídico. Cualquiera con un mínimo sentido de protección de los intereses personales se ve espantado por el sector público. Por eso los técnicos del sector público se han sentido especialmente agraviados por el encarcelamiento de los técnicos del Ministerio de Agricultura. La señal que se le está dando al país es que trabajar por el bien común no paga.
Al respecto, quisiera contar lo que tal vez es una infidencia. En medio de la investigación, Camila me pidió escribirle una carta de recomendación, que hubiera podido servirle en todo el proceso jurídico, pero que nunca redacté. Lo que sí hice, gracias a los buenos oficios de mi jefa, María Mercedes Cuéllar (a quien admiro, fuera de por otras, por ese tipo de cosas: ya quisiera yo ver a otros defendiendo a su gente), fue hablar con la señora Fiscal General de la Nación.
De Vivianne Morales tengo la mejor opinión: me parece una mujer proba y juiciosa. Le dije que, para lo que pudiera valer, yo podía meter mis manos al fuego por Camila Reyes. Ella me dijo que entendía, pero que el proceso debía continuar, y que el propósito era que los investigados dieran las explicaciones del caso y se defendieran.
Y lo siguiente que me dijo fue una admisión de la tragedia: que pensaba en Camila como pensando que su propia hija podría estar en esa situación, y que ella (la Fiscal), que ha hecho toda su carrera en el sector público, les recomendaba a sus hijos que no siguieran sus pasos, porque el sector público es muy desagradecido. Si una persona como Vivianne Morales les enseña a sus hijos que ir al sector público no vale la pena, ¿qué se puede esperar? No se puede esperar nada bueno de un país que manda señales de que la gente buena no se debe interesar en el servicio público.
Un segundo tema es el balance entre técnicos y políticos en el Estado. Encontrar aquí el equilibrio es muy difícil. En una primera instancia, es claro que los técnicos no deberían responder penalmente por las políticas públicas. Si una política pública es mala, la sanción debería ser política y debería ser soportada por los políticos (otra cosa es que haya comportamientos criminales por parte de los técnicos).
Pero la pregunta es hasta qué punto los técnicos pueden o deben parar las estupideces de los políticos o las trampas de los corruptos. En la historia reciente de Colombia ha rondado por ahí la idea de que los técnicos deben ser lo suficientemente poderosos como para poder cumplir ese papel. La idea es oponer la barrera del Estado tecnocrático al poder del Estado burocrático.
Esta idea ha sido compartida en su momento tanto por presidentes intervencionistas, como Carlos Lleras, como por presidentes neoliberales, como César Gaviria. Se dice que fue Carlos Lleras quien inició la tradición de tener un fuerte componente técnico en el gobierno.
La noción de que el poder de los técnicos pueda contener las malas ideas de los políticos es una que suena bien en principio, pero que es muy difícil de implementar en la práctica. En primer lugar, una tecnocracia poderosa sin control político no es deseable, entre otras razones porque la noción de una tecnocracia desprendida de toda consideración política simplemente no existe. En segundo lugar, es el poder político el que le otorga fortaleza a la tecnocracia. En tercer lugar, si la tecnocracia no está fortalecida, es imposible que cumpla su función de contención.
Durante mucho tiempo, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) fue un bastión técnico en el Estado, que contenía las presiones políticas que se manifestaban en los ministerios. Mientras que los ministerios algo se han fortalecido técnicamente, el DNP se ha debilitado. El caso es que el balance técnico-político no luce muy a favor de los técnicos en la Colombia actual.
Así, es muy difícil que los técnicos puedan contener a los políticos. Yo sigo creyendo que Camila Reyes fue puesta en una situación que era superior a sus fuerzas, y que eso habla mal, no de ella, sino del sistema político vigente. Sea lo que sea, dos cosas me parecen ciertas: (1) Camila Reyes no era responsable del programa AIS, y (2) Camila, con toda probabilidad, no hizo algo que fuera abiertamente ilegal o inmoral. Ahí seguramente había una línea difícil de trazar, que hoy le están pintando de modo que ella queda del lado de los inmorales.
Una nota final: escribo todo esto porque creo en la bondad fundamental de Camila Reyes, y no porque esté interesado en defender el gobierno de Uribe o el ministerio de Arias, o porque crea que el programa AIS fue un buen programa. En particular, creo que el programa AIS fue un mal programa. No me interesa que la defensa de Camila y de los otros técnicos del ministerio se vuelva un tema político. Mi punto de fondo es que, si en el programa AIS hubo algo mal, aquí estamos haciendo pagar a quien no corresponde. Y eso es una tremenda injusticia.
Sunday, May 8, 2011
11-05-08: La izquierda y la corrupción en Bogotá
Una alumna mía, Catalina Rodríguez, me pidió escribir una columna para el periódico estudiantil "Sin corbata", publicado en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Esto fue lo que le mandé.
En Colombia nos estamos acostumbrando a las noticias sobre un manejo menos que pulcro de los recursos públicos. En los últimos días la prensa ha estado dominada por los casos del AIS, el Ministerio de Protección y el Fosyga, y el denominado “carrusel de la contratación”, entre otros. Lo bueno es que hay la percepción de que la justicia, lenta pero segura, está operando. Lo malo es que también hay la percepción de que la corrupción nos ha invadido.
El caso del “carrusel de la contratación” ha sido particularmente lamentable. Todo aquel que circule por Bogotá entiende que algo anda muy mal con la administración de la ciudad. Es una verdadera lástima, porque la ciudad se venía acostumbrando a un proceso de transformación que hoy parece detenido. Ese proceso de transformación se personificó en las alcaldías de Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa. Luego sucedió algo vanguardista e interesante: la izquierda, en cabeza del Polo Democrático y Lucho Garzón, llegó a la alcaldía.
Las evaluaciones que se hacen de la alcaldía de Lucho Garzón están marcadas por tintes políticos: la derecha generalmente habla mal de la alcaldía de Garzón, mientras que el resto opina que los temores de un gobierno de izquierda en la ciudad no se materializaron. Sin embargo, lo que es importante es que esa fue la primera vez que la izquierda llegó por la vía electoral a un puesto político de primer nivel. Eso abrió la posibilidad de una izquierda democrática como alternativa de poder en nuestro país, lo cual, juzgo yo, es de la mayor importancia para Colombia. La mejor forma de desacreditar la izquierda armada es mostrar que la izquierda democrática es políticamente viable.
Sin embargo, la esperanza que se abrió para la izquierda con la alcaldía de Lucho Garzón no se materializó. El Polo se dividió en su elección de candidato para la presidencia. El exmagistrado Carlos Gaviria, que daba la impresión de ser un sabio hombre viejo, para ganar la nominación de su partido terminó aliándose con los sectores más representativos de la política tradicional en la izquierda, por no llamarlos los sectores más corruptos e indeseables. En el Polo, de un lado quedaron las figuras más dogmáticas y las más representativas de la política tradicional, y del otro quedaron las figuras más modernizantes. Uno a uno, terminaron saliéndose del Polo Antonio Navarro, Lucho Garzón y Gustavo Petro. A pesar de que éste fue el último candidato presidencial del Polo, el partido quedó en manos de los Moreno, uno como senador y el otro como alcalde de Bogotá. Como siempre, la izquierda terminó canibalizándose, pero esta vez no por un purismo teórico sobre la mejor forma para promover una sociedad más justa, sino para echar mano del botín político.
Como alcalde de Bogotá, Samuel Moreno ha resultado un desastre. Los avances en seguridad se han detenido, y su gestión en infraestructura ha sido patética. Esto es irónico porque Samuel ganó la alcaldía con la promesa de que iba a hacer el metro de Bogotá. No solamente no lo hizo, sino que echó para atrás en materia de infraestructura de transporte. Para añadir el insulto a la injuria, el mayor monumento de (o a) Samuel es una avenida 26 destruida, la misma que su abuelo construyó con gran visión hace un poco más de medio siglo.
Con Iván Moreno en la cárcel y con Samuel Moreno suspendido, ya sabemos por qué se obtuvieron esos resultados: porque el poder se estaba utilizando para robar, o, en el mejor de los casos, para no administrar, pues recordemos que Samuel no fue suspendido por corrupto sino por inepto. Así no se puede gobernar. Todos sabemos que en Colombia la corrupción es frecuente, pero creíamos que Bogotá estaba más allá de esas prácticas. Hoy nos preguntamos: si Bogotá está como está, ¿cómo será el resto del país?
En los últimos meses nos hemos venido enterando cómo las obras en Bogotá no avanzan porque los contratistas las dejan tiradas, y los contratistas las dejan tiradas porque sus empresas fueron utilizadas, más que para hacer obras públicas, para saquear al Estado. Hemos oído cómo los anticipos de las obras públicas se utilizaban, no para financiar el comienzo de las obras, sino para pagar las mordidas que eran necesarias para garantizar la obtención de más contratos. Para obtener la liquidez para hacer una obra, era necesario que al contratista le otorgaran otra. Este es el “carrusel de la contratación” que resultó un verdadero horror.
Frente a esta situación, es lamentable que la ciudadanía no se haya movilizado. Mejor dicho, sí se movilizó, pero no para pedirle cuentas al alcalde. Se movilizó para pedir que, dado el estado de la ciudad, no se hicieran más obras por la carrera séptima. Su solicitud fue escuchada, pero no por el alcalde, sino por el presidente de la República, que tuvo que intervenir para decirle al alcalde que no comenzara esa obra. Según cuentan los chismes, ante el requerimiento del presidente, la respuesta del alcalde fue decir que él estaba completamente de acuerdo con que las obras no comenzaran. Es como si las obras por la séptima fueran a comenzar sin que el alcalde se hubiera enterado. No era la primera vez que el alcalde nos sorprendía con esas actitudes. Antes, durante el paro de camioneros, el alcalde ni se molestó en salir a darles declaraciones a los bogotanos. Puso a una secretaria del despacho a frentear la situación, lo que nos obligó a todos a preguntarnos: ¿dónde está el alcalde?
Hoy, con la suspensión del alcalde por parte de la Procuraduría, parece que comienza a cesar la horrible noche. Pero nunca es más oscura la noche que antes del amanecer. Colombia tiene que vencer la corrupción. No puede ser que en Colombia mucha gente se vuelva rica a punta de robar al Estado. Los ojos del país se tienen que volcar sobre las transferencias, las regalías y los contratos de infraestructura. Allí donde el Estado reparte plata hay problemas, y en cifras que a uno no le caben en la cabeza. El Inco, la entidad que creó el Estado para supuestamente tecnificar la contratación de la infraestructura, terminó siendo un horror que ha tocado reformar una y otra vez, y muchos de sus anteriores directores han terminado o mal o en la cárcel. Hoy estamos a la espera de que la entidad vuelva a ser reformada una vez más. El gobierno propuso una reforma del régimen de regalías, que fue fuertemente modificada en el Congreso, y que aún no ha sido aprobada. Veremos si lo que se aprueba es suficiente para impedir la corrupción y el despilfarro. De igual manera, hay que volver a mirar las transferencias, el régimen de salud y los programas de subsidios con miras a combatir la corrupción. Esos son temas de fondo, que el país no aborda con la atención que merecen.
El problema es claramente estructural. Los incentivos que operan sobre los tomadores de decisiones son perversos. Funcionarios con sueldos de siete dígitos deciden sobre asignaciones de recursos multimillonarias. Falta de transparencia. Una prensa menos fisgona de lo que debería ser. Unos partidos políticos que no atinan a extirpar la corrupción. Desinterés y apatía de la ciudadanía. La cantidad de problemas es enorme.
Ya vendrá la izquierda a decir que la suspensión de Samuel es persecución política. No nos dejemos confundir. Ladrones hay en todas partes. No olvidemos que Germán Olano y el excontralor Moralesrussi eran liberales, no del Polo. Pero tampoco olvidemos que Samuel le ha hecho un daño horrible a Bogotá, y que le ha hecho un daño igual de grande a la izquierda y a la democracia. Samuel tiene el honor de haber acabado con Bogotá y con el Polo. Qué legado tan triste. Hoy Gustavo Petro y Carlos Vicente de Roux quedan reivindicados, pero sin proyecto político. Mis respetos a ellos. Ojalá Petro tenga éxito con sus progresistas, pero qué camino tan largo le espera a la izquierda para rehacerse. El Polo, de manera oportunista, solo hasta ahora pide la renuncia de Moreno. Lo que es increíble es que Moreno se niegue a emitirla. Ya veremos si la ciudadanía, que no se movilizó para tumbar a Moreno, ahora sí se moviliza para exigir su renuncia.
La suerte del país produce un desasosiego enorme. Veo mi formulario de pago del impuesto predial, y me pregunto con qué ganas lo pago. Me pregunto también cuál va a ser la suerte de Bogotá con un alcalde interino. Trato de convencerme de que éste no es un país de hampones, pero me cuesta lograrlo. Porque, si no es un país de hampones, sí está sitiado por los hampones. Algo está profundamente mal con esta sociedad, y debe ser corregido. Pero nunca lo será si los ciudadanos seguimos mirando con indiferencia lo que hacen quienes se hacen elegir para abusar del poder. Vergüenza sobre ustedes, Nules y Morenos. Vergüenza, vergüenza, mil veces vergüenza. Y quizás también vergüenza sobre nosotros, ciudadanos del común, que dejamos que ese tipo de personas nos meta los dedos en la boca.
En Colombia nos estamos acostumbrando a las noticias sobre un manejo menos que pulcro de los recursos públicos. En los últimos días la prensa ha estado dominada por los casos del AIS, el Ministerio de Protección y el Fosyga, y el denominado “carrusel de la contratación”, entre otros. Lo bueno es que hay la percepción de que la justicia, lenta pero segura, está operando. Lo malo es que también hay la percepción de que la corrupción nos ha invadido.
El caso del “carrusel de la contratación” ha sido particularmente lamentable. Todo aquel que circule por Bogotá entiende que algo anda muy mal con la administración de la ciudad. Es una verdadera lástima, porque la ciudad se venía acostumbrando a un proceso de transformación que hoy parece detenido. Ese proceso de transformación se personificó en las alcaldías de Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa. Luego sucedió algo vanguardista e interesante: la izquierda, en cabeza del Polo Democrático y Lucho Garzón, llegó a la alcaldía.
Las evaluaciones que se hacen de la alcaldía de Lucho Garzón están marcadas por tintes políticos: la derecha generalmente habla mal de la alcaldía de Garzón, mientras que el resto opina que los temores de un gobierno de izquierda en la ciudad no se materializaron. Sin embargo, lo que es importante es que esa fue la primera vez que la izquierda llegó por la vía electoral a un puesto político de primer nivel. Eso abrió la posibilidad de una izquierda democrática como alternativa de poder en nuestro país, lo cual, juzgo yo, es de la mayor importancia para Colombia. La mejor forma de desacreditar la izquierda armada es mostrar que la izquierda democrática es políticamente viable.
Sin embargo, la esperanza que se abrió para la izquierda con la alcaldía de Lucho Garzón no se materializó. El Polo se dividió en su elección de candidato para la presidencia. El exmagistrado Carlos Gaviria, que daba la impresión de ser un sabio hombre viejo, para ganar la nominación de su partido terminó aliándose con los sectores más representativos de la política tradicional en la izquierda, por no llamarlos los sectores más corruptos e indeseables. En el Polo, de un lado quedaron las figuras más dogmáticas y las más representativas de la política tradicional, y del otro quedaron las figuras más modernizantes. Uno a uno, terminaron saliéndose del Polo Antonio Navarro, Lucho Garzón y Gustavo Petro. A pesar de que éste fue el último candidato presidencial del Polo, el partido quedó en manos de los Moreno, uno como senador y el otro como alcalde de Bogotá. Como siempre, la izquierda terminó canibalizándose, pero esta vez no por un purismo teórico sobre la mejor forma para promover una sociedad más justa, sino para echar mano del botín político.
Como alcalde de Bogotá, Samuel Moreno ha resultado un desastre. Los avances en seguridad se han detenido, y su gestión en infraestructura ha sido patética. Esto es irónico porque Samuel ganó la alcaldía con la promesa de que iba a hacer el metro de Bogotá. No solamente no lo hizo, sino que echó para atrás en materia de infraestructura de transporte. Para añadir el insulto a la injuria, el mayor monumento de (o a) Samuel es una avenida 26 destruida, la misma que su abuelo construyó con gran visión hace un poco más de medio siglo.
Con Iván Moreno en la cárcel y con Samuel Moreno suspendido, ya sabemos por qué se obtuvieron esos resultados: porque el poder se estaba utilizando para robar, o, en el mejor de los casos, para no administrar, pues recordemos que Samuel no fue suspendido por corrupto sino por inepto. Así no se puede gobernar. Todos sabemos que en Colombia la corrupción es frecuente, pero creíamos que Bogotá estaba más allá de esas prácticas. Hoy nos preguntamos: si Bogotá está como está, ¿cómo será el resto del país?
En los últimos meses nos hemos venido enterando cómo las obras en Bogotá no avanzan porque los contratistas las dejan tiradas, y los contratistas las dejan tiradas porque sus empresas fueron utilizadas, más que para hacer obras públicas, para saquear al Estado. Hemos oído cómo los anticipos de las obras públicas se utilizaban, no para financiar el comienzo de las obras, sino para pagar las mordidas que eran necesarias para garantizar la obtención de más contratos. Para obtener la liquidez para hacer una obra, era necesario que al contratista le otorgaran otra. Este es el “carrusel de la contratación” que resultó un verdadero horror.
Frente a esta situación, es lamentable que la ciudadanía no se haya movilizado. Mejor dicho, sí se movilizó, pero no para pedirle cuentas al alcalde. Se movilizó para pedir que, dado el estado de la ciudad, no se hicieran más obras por la carrera séptima. Su solicitud fue escuchada, pero no por el alcalde, sino por el presidente de la República, que tuvo que intervenir para decirle al alcalde que no comenzara esa obra. Según cuentan los chismes, ante el requerimiento del presidente, la respuesta del alcalde fue decir que él estaba completamente de acuerdo con que las obras no comenzaran. Es como si las obras por la séptima fueran a comenzar sin que el alcalde se hubiera enterado. No era la primera vez que el alcalde nos sorprendía con esas actitudes. Antes, durante el paro de camioneros, el alcalde ni se molestó en salir a darles declaraciones a los bogotanos. Puso a una secretaria del despacho a frentear la situación, lo que nos obligó a todos a preguntarnos: ¿dónde está el alcalde?
Hoy, con la suspensión del alcalde por parte de la Procuraduría, parece que comienza a cesar la horrible noche. Pero nunca es más oscura la noche que antes del amanecer. Colombia tiene que vencer la corrupción. No puede ser que en Colombia mucha gente se vuelva rica a punta de robar al Estado. Los ojos del país se tienen que volcar sobre las transferencias, las regalías y los contratos de infraestructura. Allí donde el Estado reparte plata hay problemas, y en cifras que a uno no le caben en la cabeza. El Inco, la entidad que creó el Estado para supuestamente tecnificar la contratación de la infraestructura, terminó siendo un horror que ha tocado reformar una y otra vez, y muchos de sus anteriores directores han terminado o mal o en la cárcel. Hoy estamos a la espera de que la entidad vuelva a ser reformada una vez más. El gobierno propuso una reforma del régimen de regalías, que fue fuertemente modificada en el Congreso, y que aún no ha sido aprobada. Veremos si lo que se aprueba es suficiente para impedir la corrupción y el despilfarro. De igual manera, hay que volver a mirar las transferencias, el régimen de salud y los programas de subsidios con miras a combatir la corrupción. Esos son temas de fondo, que el país no aborda con la atención que merecen.
El problema es claramente estructural. Los incentivos que operan sobre los tomadores de decisiones son perversos. Funcionarios con sueldos de siete dígitos deciden sobre asignaciones de recursos multimillonarias. Falta de transparencia. Una prensa menos fisgona de lo que debería ser. Unos partidos políticos que no atinan a extirpar la corrupción. Desinterés y apatía de la ciudadanía. La cantidad de problemas es enorme.
Ya vendrá la izquierda a decir que la suspensión de Samuel es persecución política. No nos dejemos confundir. Ladrones hay en todas partes. No olvidemos que Germán Olano y el excontralor Moralesrussi eran liberales, no del Polo. Pero tampoco olvidemos que Samuel le ha hecho un daño horrible a Bogotá, y que le ha hecho un daño igual de grande a la izquierda y a la democracia. Samuel tiene el honor de haber acabado con Bogotá y con el Polo. Qué legado tan triste. Hoy Gustavo Petro y Carlos Vicente de Roux quedan reivindicados, pero sin proyecto político. Mis respetos a ellos. Ojalá Petro tenga éxito con sus progresistas, pero qué camino tan largo le espera a la izquierda para rehacerse. El Polo, de manera oportunista, solo hasta ahora pide la renuncia de Moreno. Lo que es increíble es que Moreno se niegue a emitirla. Ya veremos si la ciudadanía, que no se movilizó para tumbar a Moreno, ahora sí se moviliza para exigir su renuncia.
La suerte del país produce un desasosiego enorme. Veo mi formulario de pago del impuesto predial, y me pregunto con qué ganas lo pago. Me pregunto también cuál va a ser la suerte de Bogotá con un alcalde interino. Trato de convencerme de que éste no es un país de hampones, pero me cuesta lograrlo. Porque, si no es un país de hampones, sí está sitiado por los hampones. Algo está profundamente mal con esta sociedad, y debe ser corregido. Pero nunca lo será si los ciudadanos seguimos mirando con indiferencia lo que hacen quienes se hacen elegir para abusar del poder. Vergüenza sobre ustedes, Nules y Morenos. Vergüenza, vergüenza, mil veces vergüenza. Y quizás también vergüenza sobre nosotros, ciudadanos del común, que dejamos que ese tipo de personas nos meta los dedos en la boca.
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