¿Cómo no hablar de política estos días? El tema político, que estuvo dormido durante mucho tiempo, mientras el país esperaba si el presidente Uribe podía ser otra vez candidato, se despertó con la decisión de la Corte de no permitir la segunda reelección, y ha empezado a moverse a un ritmo de vértigo.
Para comenzar, diré que estoy de acuerdo con la decisión de la Corte. Con ella, el Estado de Derecho se colocó por encima del Estado de Opinión. Es imposible describir con justicia lo importante que fue eso para el desarrollo institucional del país. Las encuestas dijeron que el país recibió esa noticia con decepción. Sin embargo, la decisión fue acatada sin reparo, lo cual habla muy bien de la madurez institucional de Colombia. Lo que es notable ahora es cómo el país se desuribiza rápidamente: si antes se buscaba el continuador de Uribe, hoy la tendencia es buscar algo nuevo. Antes parecía que el uribismo dominaría la primera vuelta presidencial, con dos candidatos uribistas pasando a la segunda vuelta. Hoy parece que el concepto mismo de "continuación del uribismo" se desmorona.
Una lucha por la presidencia que en un principio se presagió pareja rápidamente ha dejado graves bajas por el camino. Candidatos muy buenos se desinflaron rápidamente: Petro, Pardo, Vargas Lleras. Malo por la izquierda y malo por el Partido Liberal. Yo soy de los que cree que esas dos colectividades, fortalecidas, le hacen bien al país. La única colectividad que parecía ser capaz de pescar en río revuelto era el Partido Conservador. Sin embargo, eso, que parecía obvio hace unos días, hoy ya no lo es tanto. La candidatura de Noemí Sanín y el vigor del Partido Conservador se han venido desinflando por igual. Yo creo que lo de Sanín es irreversible. Me da mucho pesar por ella, a quien en el plano personal le debo tanto.
Mi interpretación de lo que está pasando es la siguiente: yo creo que Uribe fue eficaz en proporcionar una visión al país que, aunque polarizante, fue políticamente muy efectiva. Pero, desaparecido Uribe del mapa político, la gente está empezando a descubrir que no es necesario mirar al país con la visión que construyó Uribe. La distinción entre uribismo y antiuribismo se está volviendo irrelevante para entender la realidad política. La distinción que parece estar surgiendo con fuerza es la de continuidad o cambio. La desgracia para los uribistas acérrimos es que parece haber mucho uribismo que, enfrentado a la realidad de que Uribe ya es pasado, parece pedir cambio en vez de continuidad. Y no ayuda que el final del gobierno Uribe está siendo lánguido. La última perla fue, naturalmente, la caída de la emergencia social. En la lucha que Uribe sostuvo con la rama judicial, el perdedor de largo plazo fue, sin duda, Uribe. Pero no hay que ser desagradecidos con Uribe. Sin duda, fue un presidente excepcional. Se merece la marcha de agradecimiento que algunos uribistas están proponiendo, aunque no es de mi talante asistir a ese tipo de cosas. Sin embargo, la actitud reinante parece ser "gracias, pero hay que seguir adelante".
La gente, libre de la visión uribista, está imaginando que otra Colombia es posible. Y se está aferrando a una nueva visión esperanzada, construida quizás por un voto urbano, joven, adicto a la tecnología. Es una voz de esperanza. Frente a la noción de miedo que hay detrás del concepto de seguridad democrática, surge la esperanza de una Colombia que hace énfasis en la educación, en la cultura ciudadana, en la lucha contra la corrupción y la politiquería. Se está proponiendo un país imaginado. Y la atracción de la Utopía se está volviendo irrefrenable. Yo soy de los que todavía albergan dudas sobre la capacidad de los nefelibatas para gobernar un país de verdad con los problemas que tiene Colombia, pero negar que aquí está surgiendo una ola de esperanza contra el miedo es una tontería. Hoy no suena improbable que la alternativa independiente sea capaz de derrotar tanto a los partidos tradicionales como al uribismo. Tal como dice una vieja canción de R.E.M., "it’s the end of the world as we know it… and I feel fine".
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