Y bien, llegó el gran día. En pocas horas
sabremos el resultado del plebiscito por la paz en Colombia, decisión que no
vacilo en calificar como una de las más trascendentales en nuestra historia.
Yo, como he tratado de hacerlo saber según mis modestos medios, no soy objetivo
en la materia: estoy intelectual y emocionalmente comprometido con la paz.
He tratado de evaluar desapasionadamente
los argumentos de los del “no”. El más sonoro que presentan es que vamos a
entregar el país al comunismo. Eso simplemente no es verdad. Yo no le temo a 10, o si ustedes quieren, en una interpretación amañada de los acuerdos, 26
congresistas de las Farc por dos períodos. Y no solo no es verdad sino que
demuestra una gran estrechez de criterio, al suponer implícitamente que nuestras
instituciones, tal como están, están bien, y que transformarlas es un error.
Nuestra democracia está tomada por el clientelismo y la corrupción; nuestra
sociedad está fracturada por la desigualdad; nuestra cultura es la del avivato.
Así que no vamos a entregar nuestro país al comunismo, pero sí tenemos que
abrir las puertas para reflexionar sobre cómo tener una mejor democracia y una
mejor economía de mercado.
Otro argumento importante de los del “no”
es el de la impunidad: unos de los principales criminales de Colombia no solo
no recibirán penas proporcionales sino que mantendrán sus derechos políticos.
Eso es cierto. El sentido de repugnancia frente a las Farc es legítimo. Pero insistir
en la “impunidad” que implican los acuerdos sigue reflejando una gran estrechez
de miras. Aunque muy seguramente los diálogos de paz se dieron porque las Farc
se persuadieron de que no podían ganar la guerra, no se puede tratar a los
adversarios en un acuerdo de paz como se trata a los enemigos que han sido
derrotados en una campaña militar de tierra arrasada.
Tienen razón los del “no”
cuando señalan que muchos de las Farc merecerían grandes sanciones. Pero
insistir en eso implica seguir sumiendo al país en el conflicto. Así que hay
que tener la inteligencia de percibir que no siempre la justicia es revancha. Habrá
justicia, aunque no será punitiva, sino restaurativa. Los vampiros deseosos de
sangre en sus dientes dirán que eso no es suficiente. Pero ya somos muchos los
que no deseamos vivir de la sangre. En todos los procesos de paz exitosos es
necesario dejar el pasado atrás. Es mucho más importante mirar hacia adelante y
construir unas nuevas condiciones para Colombia. Es muy importante evitar que
una justicia entendida como venganza se interponga en el camino de la paz.
Ciertos cristianos han pretendido presentar el voto por el “no” como un asunto de fe. Curiosa forma de
entenderla. Según mi comprensión de la figura de Jesús, él es paz y amor. En
varios pasajes del Nuevo Testamento Jesús dice que habrá más alegría en el
cielo por encontrar una oveja descarriada que por no perder 99 (Mt 18:12-14).
Porque “No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id,
pues, a aprender qué significa Misericordia
quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a
pecadores” (Mt 9:12-13). Los acuerdos de paz lo que confirman es la admisión de
las Farc de que la transformación social no se logra por la vía de la
violencia, el delito y el narcotráfico. Difícil conciliar el cristianismo,
incluido el catolicismo, con el “no”. Si había alguna duda, afortunadamente el
mismísimo papa la ha disipado. Gracias, Francisco, por apoyar el proceso de paz
en Colombia. Tengo fe de que Dios habla por tu boca.
Hoy votaré “sí”, razonablemente confiado
de no estarme equivocando, y me conmueve profundamente que una mayoría de
colombianos se exprese de la misma manera: sería un triunfo de la sensatez y
del sentido de humanidad.
Sé que el camino que abre un triunfo del
“sí” no está exento, ni mucho menos, de dificultades. El triunfo del “sí” no
elimina la violencia. Algunos de las Farc seguirán delinquiendo. El ELN
continúa, aunque ya se ha anunciado que comienza la fase pública de las
negociaciones con ellos. El narcotráfico y las bandas criminales no están
todavía erradicados. La delincuencia común sigue siendo un azote. El triunfo
del “sí” dejará, en todo caso, una Colombia dividida. La ampliación democrática
no será fácil. Garantizar el desarrollo del campo tampoco. Requerimos, ni más
ni menos, una nueva democracia. Una en la que quepan las Farc, y los
paramilitares, ahora sin armas. Una que extirpe el asesinato, el secuestro, el
robo, el narcotráfico. Una que elimine la corrupción. Una que sea capaz de
atender las necesidades sociales de los más abandonados en Colombia. Y una que
sea capaz de preservar las condiciones de libertad y ambiente para el
crecimiento económico. Nada fácil lo que se nos viene.
Pero el triunfo del “sí” abre la
esperanza de una nueva Colombia, gracias a la posibilidad de pensar y hacer las
cosas distinto. Nada más noble que dedicarse a ayudar a construir esa nueva
Colombia. Estoy en desacuerdo con el guerrillero, y con el paramilitar, pero, si deja de matar, no
por eso tengo que matarlo, ni tengo que temer que me mate o me secuestre. Y
estoy dispuesto a discutir con él, políticamente, para encontrar unas reglas
del juego que nos beneficien a todos, y un discurso común que nos oriente como
país. El mensaje que daremos al mundo será excepcional, y el mensaje que nos
daremos a nosotros mismos será renovador y refundacional. Pasaremos
de ser una Colombia avergonzada a ser una Colombia orgullosa de sí misma. A la
construcción de esa nueva Colombia quiero dedicarme con todas mis energías.
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