Este es uno de esos textos que nunca terminé, y que hoy cuelgo de esa manera.
En días pasados se volvió a discutir en el Congreso de Colombia, sin buen éxito, el tema de la reforma política. Este tema volvió a surgir por dos razones: (1) la participación de fuerzas ilegales en la política colombiana, y (2) la necesidad de afinar las reformas políticas de 1991 y 2003.
Con respecto al primer tema, la participación de fuerzas ilegales en la política, la crisis de la denominada parapolítica hizo que muchos plantearan la necesidad de una reforma política, con al menos dos objetivos: (1) hacer más difícil la participación de los paramilitares, y en general de todo grupo ilegal, en la política, y (2) tener instrumentos de castigo más eficientes para aquellos políticos en ejercicio vinculados con grupos ilegales. Esto se tradujo en dos tipos de preguntas: (1) ¿cómo sanear la financiación de las campañas políticas? y (2) ¿qué tipo de castigo dar a los políticos vinculados con grupos ilegales?
En el tema de la financiación, en parte debido a lo costosas que se han vuelto recientemente las campañas políticas, volvió a surgir la idea de la financiación 100 por ciento estatal de las campañas políticas.
La financiación privada de la política tiene luces y sombras. En materia de luces, se dice que el aporte financiero privado a las campañas es una forma de participación política, tan válida o legítima como votar o formar parte de un partido político. En materia de sombras, se dice que es una forma de sobrerrepresentar los intereses de aquellos que tienen más recursos económicos, lo cual, en efecto, convierte a la democracia en una plutocracia.
En Colombia ha sido tradicional que la financiación privada de las campañas provenga de pocas fuentes, que usualmente no distinguen entre candidatos. Así, pocos ponen mucha plata, con lo cual es inevitable para los candidatos no tener en cuenta los intereses de sus financiadores, que en el mejor de los casos son grandes empresas, y en el peor son paramilitares, guerrilla o narcotraficantes. Lo deseable sería lo contrario: tener muchos financiadores que pongan, cada uno, poca plata.
Mi opinión es que la financiación privada de las campañas no puede ser abolida, entre otras razones porque en Colombia la participación de grupos políticos nuevos y renovadores ha dependido de la posibilidad de conseguir recursos privados de financiación. La financiación pública de la actividad política premia al statu quo y no a la renovación. Adicionalmente, con un Estado y unos partidos políticos débiles como en Colombia, quién sabe qué tipo de corrupción y otras aberraciones pueda traer la financiación enteramente pública de las campañas.
Me parece sensato permitir una financiación mixta de las campañas, con restricciones a la financiación privada. Por ejemplo, no me molestaría que las campañas sólo pudieran ser financiadas por personas naturales, y no jurídicas, y sólo hasta un tope preacordado.
También me parece muy importante revisar qué ha producido la inflación de costos reciente en las campañas políticas. La pauta en televisión parece ser una fuente de problemas. Quizás valga la pena pensar más activamente en temas de regulación de la propaganda política en los medios de comunicación. Esto quizás no les guste a los medios, ya que de ahí deben sacar unos ingresos jugosos, pero lo cierto es que, cuando una campaña política al Congreso vale 10.000 millones de pesos, prácticamente nadie en la legalidad puede pagarla.
Con respecto al castigo a los políticos asociados con grupos ilegales, me parece que la justicia debe investigar y condenar a los culpables. Esto quiere decir que llamados a cerrar el Congreso o convocar Asambleas Constituyentes me parece un error. No toda nuestra democracia es ilegítima porque haya un número, así sea alarmante, de congresistas investigados y condenados por vínculos con los paramilitares.
Sin embargo, sí creo que la responsabilidad no sólo es personal, sino también política. Esto quiere decir que no sólo se debe condenar al congresista parapolítico, sino también castigar al partido que lo patrocinó. Me parece claro que el partido también debe perder algo cuando se sanciona a un congresista. Si, por decir algo, un partido avala a un político vinculado con los paramilitares, me parece inaudito que la responsabilidad sólo sea del político. Tiene que haber una responsabilidad del partido también. En ese sentido, yo comparto la noción general de la silla vacía, que algunos han atacado porque puede afectar la representación regional. Frente a este tipo de críticas, creo que, en el peor de los casos, la vacante dejada por un congresista sancionado no puede ser llenada por otro miembro de su misma lista y partido.
Tuesday, July 15, 2008
Friday, July 4, 2008
08-07-04: El regreso de la macroeconomía
Cuando yo era joven, ser economista en Colombia significaba ser macroeconomista. La discusión microeconómica prácticamente no existía, y el debate macroeconómico era intenso. Quizás debido a eso, Colombia se preciaba de tener una política macroeconómica “sana”. Esto rindió frutos especialmente en los años 80, cuando toda América Latina tuvo un muy mal desempeño económico, y Colombia lo tuvo menos malo.
En los últimos años el debate macroeconómico en Colombia ha pasado a un segundo plano. Esto se debe quizás a que, entre 2002 y 2007, el dilema macroeconómico básico se relajó: en ese período, Colombia logró tener tasas de crecimiento al alza, junto con una tasa de inflación a la baja. De esta manera, pensar en temas macro ya no parecía tan importante.
Las últimas cifras sugieren, sin embargo, que Colombia tendrá que retomar su tradición de intensa discusión macroeconómica: la economía se está desacelerando (después de crecer 7.5% en 2007 la tasa de crecimiento en el primer trimestre de 2008 apenas fue de 4.1%) y la inflación va en aumento (el último dato puso la inflación en 7.2%, muy por encima de la inflación de largo plazo a la que aspira el Banco de la República, que está entre 3 y 3.5%), todo esto en un contexto de fuerte apreciación de la tasa de cambio.
La principal dificultad radica en que las recetas tradicionales aplican a situaciones en las cuales el crecimiento y la inflación van de la mano: mucho crecimiento con mucha inflación, o poco crecimiento con poca inflación. En el primer caso, uno debe subir las tasas de interés, y, en el segundo, uno debe bajarlas.
Pero lo que tenemos ahora es un crecimiento a la baja con una inflación al alza. Por lo tanto, no es claro qué hacer con las tasas de interés. La desaceleración del crecimiento sugiere que las tasas de interés no deben subir mucho; la aceleración de la inflación sugiere que las tasas de interés sí deben subir. Por lo tanto es bueno discutir las razones que hay para subir o para bajar las tasas de interés.
Las tasas deberían subir porque existen dudas sobre la sostenibilidad de un crecimiento por encima del 7%. Mientras que otros países han demostrado su capacidad de crecer de manera sostenida a tasas cercanas al 8%, en Colombia no es claro que un crecimiento del 7.5% sea el resultado de un cambio estructural favorable, o más bien de un recalentamiento de la economía, es decir, de un exceso de demanda que es inflacionario e insostenible en el largo plazo. Si el crecimiento del 7.5% es un síntoma de recalentamiento, entonces las tasas de interés deben subir.
Las tasas de interés también deberían subir porque la inflación va al alza.
Ahora, las tasas de interés deberían bajar porque la economía se está desacelerando; porque hay que reducir el diferencial entre tasas de interés domésticas y externas para reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio; y porque hay evidencias de que los problemas inflacionarios no están causados por problemas de demanda, sino por problemas con los precios de los alimentos y de los combustibles.
Que la inflación haya llegado al 7.2% es muy grave. El Banco de la República tiene la obligación de actuar al respecto. Sin embargo, no tiene muchos instrumentos para actuar. El obvio, las tasas de interés, puede ser muy costoso y muy poco efectivo. Hay que pensar, por tanto, en instrumentos alternativos. Una inflación de alimentos puede ser combatida importando más alimentos. Un ajuste fiscal drástico puede ayudar a aliviar la presión sobre las tasas de interés, y a reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio (si es cierto que el exceso de gasto público está presionando los precios de los bienes no transables).
Que el crecimiento también se esté reduciendo es igualmente grave. Pero también hay que recordar que la mejor forma de promover el crecimiento es con medidas de largo plazo, no con la política macroeconómica. Colombia debe dejar de creer que uno debe manipular las condiciones macroeconómicas para promover el crecimiento. Algunos creen que la clave del crecimiento es tener tasas de interés bajas, así eso produzca inflación, y tener una tasa de cambio devaluada, para promover las exportaciones, así eso también atice la inflación. No. Los problemas de crecimiento se deben resolver con medidas de carácter estructural, y la macroeconomía se debe dejar para resolver problemas de carácter cíclico.
En los últimos años el debate macroeconómico en Colombia ha pasado a un segundo plano. Esto se debe quizás a que, entre 2002 y 2007, el dilema macroeconómico básico se relajó: en ese período, Colombia logró tener tasas de crecimiento al alza, junto con una tasa de inflación a la baja. De esta manera, pensar en temas macro ya no parecía tan importante.
Las últimas cifras sugieren, sin embargo, que Colombia tendrá que retomar su tradición de intensa discusión macroeconómica: la economía se está desacelerando (después de crecer 7.5% en 2007 la tasa de crecimiento en el primer trimestre de 2008 apenas fue de 4.1%) y la inflación va en aumento (el último dato puso la inflación en 7.2%, muy por encima de la inflación de largo plazo a la que aspira el Banco de la República, que está entre 3 y 3.5%), todo esto en un contexto de fuerte apreciación de la tasa de cambio.
La principal dificultad radica en que las recetas tradicionales aplican a situaciones en las cuales el crecimiento y la inflación van de la mano: mucho crecimiento con mucha inflación, o poco crecimiento con poca inflación. En el primer caso, uno debe subir las tasas de interés, y, en el segundo, uno debe bajarlas.
Pero lo que tenemos ahora es un crecimiento a la baja con una inflación al alza. Por lo tanto, no es claro qué hacer con las tasas de interés. La desaceleración del crecimiento sugiere que las tasas de interés no deben subir mucho; la aceleración de la inflación sugiere que las tasas de interés sí deben subir. Por lo tanto es bueno discutir las razones que hay para subir o para bajar las tasas de interés.
Las tasas deberían subir porque existen dudas sobre la sostenibilidad de un crecimiento por encima del 7%. Mientras que otros países han demostrado su capacidad de crecer de manera sostenida a tasas cercanas al 8%, en Colombia no es claro que un crecimiento del 7.5% sea el resultado de un cambio estructural favorable, o más bien de un recalentamiento de la economía, es decir, de un exceso de demanda que es inflacionario e insostenible en el largo plazo. Si el crecimiento del 7.5% es un síntoma de recalentamiento, entonces las tasas de interés deben subir.
Las tasas de interés también deberían subir porque la inflación va al alza.
Ahora, las tasas de interés deberían bajar porque la economía se está desacelerando; porque hay que reducir el diferencial entre tasas de interés domésticas y externas para reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio; y porque hay evidencias de que los problemas inflacionarios no están causados por problemas de demanda, sino por problemas con los precios de los alimentos y de los combustibles.
Que la inflación haya llegado al 7.2% es muy grave. El Banco de la República tiene la obligación de actuar al respecto. Sin embargo, no tiene muchos instrumentos para actuar. El obvio, las tasas de interés, puede ser muy costoso y muy poco efectivo. Hay que pensar, por tanto, en instrumentos alternativos. Una inflación de alimentos puede ser combatida importando más alimentos. Un ajuste fiscal drástico puede ayudar a aliviar la presión sobre las tasas de interés, y a reducir las presiones a la apreciación de la tasa de cambio (si es cierto que el exceso de gasto público está presionando los precios de los bienes no transables).
Que el crecimiento también se esté reduciendo es igualmente grave. Pero también hay que recordar que la mejor forma de promover el crecimiento es con medidas de largo plazo, no con la política macroeconómica. Colombia debe dejar de creer que uno debe manipular las condiciones macroeconómicas para promover el crecimiento. Algunos creen que la clave del crecimiento es tener tasas de interés bajas, así eso produzca inflación, y tener una tasa de cambio devaluada, para promover las exportaciones, así eso también atice la inflación. No. Los problemas de crecimiento se deben resolver con medidas de carácter estructural, y la macroeconomía se debe dejar para resolver problemas de carácter cíclico.
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