Preparando un texto para la Revista del Buen Gobierno, releí (en William Safire (1992), Lend Me Your Ears: Great Speeches in History, New York: W. W. Norton & Company) un discurso de John D. Rockefeller, Jr., uno de los millonarios más famosos de Estados Unidos, que pronunció por radio el 8 de julio de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, pero antes del ataque japonés a Pearl Harbor. Rockefeller, Jr., heredó su fortuna del conocido magnate petrolero, pero, mutando de los negocios a la filantropía le dio aceptabilidad a la misma. Fue el padre de Nelson Rockefeller, político republicano que repitió durante su campaña para la gobernación de Nueva York una de las frases de ese discurso ("brotherhood of man, fatherhood of God") tan intensamente que su sigla (bomfog) empezó a significar en inglés algo así como "retórica política bien intencionada pero vacía"; y fue tío abuelo de Jay Rockefeller, político demócrata que dijo: “usted no debería ser un Rockefeller para tener servicio médico”.
El discurso de Rockefeller, que hoy está escrito en piedra en la pista de patinaje del Rockefeller Center de Nueva York, tiene una cierta belleza que lo rescata de la ingenuidad, y es difícil estar en desacuerdo con él. Sólo hay un punto en el que no me identifico del todo, y aquellos que conozcan mis posiciones religiosas no tendrán dificultad en saber cuál es. He pensado que vale la pena añadirlo a mi blog.
“Estos son los principios con base en los cuales mi esposa y yo hemos tratado de criar nuestra familia. Estos son los principios en los cuales mi padre creía y con los cuales guiaba su vida. Estos son los principios que aprendí al lado de mi madre.
“Ellos señalan la vía hacia la utilidad y la felicidad en la vida, y hacia el valor y la paz en la muerte”.
“Si ellos significan para usted lo que significan para mí, quizás ellos también puedan ayudar a nuestros hijos para su guía e inspiración.
“Permítanme mencionarlos:
“Yo creo en el valor supremo del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
“Yo creo que cada derecho implica una responsabilidad; cada oportunidad, una obligación; cada posesión, un deber.
“Yo creo que la ley fue hecha para el hombre y no el hombre para la ley; que el gobierno es el siervo de la gente y no su maestro.
“Yo creo en la dignidad del trabajo, ya sea con la cabeza o con la mano; que el mundo no le debe a ningún hombre los medios para ganarse la vida pero que le debe a cada hombre una oportunidad para ganarse la vida.
“Yo creo que el ahorro es esencial para un vivir ordenado y que la economía es un requisito primordial de una estructura financiera sana, ya sea en el gobierno, en los negocios o en los asuntos personales.
“Yo creo que la verdad y la justicia son fundamentales para un orden social perdurable.
“Yo creo en la santidad de una promesa, que la palabra de un hombre debería ser su mejor compromiso, que el carácter —no la riqueza ni el poder ni el cargo— es de supremo valor.
“Yo creo que la producción de un servicio útil es el deber común de la humanidad y que sólo en el fuego purificador del sacrificio se consume el egoísmo y se libera la grandeza del alma humana.
“Yo creo en un Dios todo sabiduría y todo amor, denominado por cualquier nombre, y que el más alto logro del individuo, su mayor alegría y su mayor utilidad se encuentran en vivir en armonía con su voluntad.
“Yo creo que el amor es la cosa más grande del mundo; que sólo él puede superar el odio; que el derecho puede y va a triunfar sobre la fuerza.
“Estos son los principios, independientemente de cómo estén formulados, que todos los hombres y mujeres buenos a través del mundo, sin importar la raza o el credo, la educación, la posición social o la ocupación, sostienen, y por los cuales muchos de ellos están sufriendo y muriendo.
“Estos son los únicos principios sobre los cuales un nuevo mundo que reconozca la hermandad de los seres humanos y la paternidad de Dios puede ser establecido”.
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