A lo largo de su historia, el capitalismo
ha tenido tanto defensores como detractores. En su defensa priman la riqueza
que crea y la libertad que respeta. Sus acusadores destacan, en cambio, su
explotación e injusticia.
Soy de la opinión de que las sociedades
que han tratado de superar las manifiestas debilidades del capitalismo no han
producido sociedades mejores que las sociedades capitalistas. En política, han
traído dictaduras; en economía, no han resultado particularmente eficientes.
Uno pudiera concluir, entonces, que es
mejor no tratar de arreglar lo que no se ha dañado, y que es mejor dejar las
cosas como están. Esta forma de pensar ignora, sin embargo, que sí hay cosas
profundamente dañadas en el capitalismo. Pero, al tratar de botar el agua sucia
del capitalismo, ¿cómo estar seguros de que no estamos botando al bebé con la
bañera?
Yo creo que hay cosas del capitalismo que
es bueno preservar, o por lo menos que no hay que desechar a la ligera. La
primera es el sistema de precios, entendido como que los precios deben variar
libremente para reflejar adecuadamente las condiciones de la oferta y la
demanda. La segunda es la libertad de empresa, entendida como que cada cual es
libre de montar su negocio, y que los negocios que no son capaces de superar la
prueba del mercado deben desaparecer. La tercera es la propiedad privada. La cuarta,
que no es propiamente capitalismo, es un entorno de libertad individual y
política, mejor conocido como democracia.
Entonces,
¿qué es lo que está mal con el capitalismo, exactamente? Yo creo que son varias
cosas, pero en esta nota, en aras de la brevedad, solo voy a discutir una: la
que denomino “superioridad” o “primacía del capital”. La idea es la siguiente:
todo esfuerzo económico es, fundamentalmente, un esfuerzo cooperativo. La
economía no se puede entender con el símil de Robinson Crusoe solo en una isla:
nada de lo que producimos y consumimos lo producimos y consumimos solos. Las
economías más desarrolladas son las que permiten mayor interacción económica,
no menos. Ahora, si los esfuerzos cooperativos son exitosos, se genera un
excedente. La pregunta clave es: ¿cómo se reparte ese excedente? En el
capitalismo, el excedente del esfuerzo cooperativo no se reparte
equitativamente. La regla es simple: en una unidad productiva, después de pagar
el valor de los insumos y el “valor de mercado” del trabajo, el excedente que
se genere es por completo propiedad de los dueños del capital. Y se afirma que
esa es la remuneración “justa” del capitalista por su emprendimiento,
organización de la actividad productiva y asunción de riesgos. Es a esta regla
a la que denomino “superioridad” o “primacía del capital”.
Bien, el punto es que esta regla me parece
absurda. La organización económica sería muy distinta si, en vez de que hubiera
primacía del capital, hubiera primacía del trabajo. Esto querría decir que al
capital se le paga su “valor de mercado”, pero es el trabajo el que se apropia
del excedente generado en el proceso productivo. Es el trabajo el que controla
el proceso productivo, el que alquila el capital y el que se apropia del
excedente generado. En síntesis, aquí el capital no “manda” al trabajo, sino
que es el trabajo el que “manda” al capital. Esto implica que las empresas
deberían ser, de alguna forma, empresas controladas por los trabajadores, no
por los capitalistas. Esto no quiere decir que todos los trabajadores deban
ganar lo mismo. Los “jefes” podrían ganar más que los “subalternos”. Pero todos
se beneficiarían, quizás en las proporciones de sus salarios, del excedente
generado por la empresa en la que trabajan.
La idea fundamental es que la propiedad
del capital no tiene por qué conducir automáticamente al control empresarial y
a la propiedad del excedente generado en el proceso productivo. Esto no quiere
decir que el capital no tenga ningún valor. Por el contrario, lo tiene y se le
debe reconocer. Pero el capitalista que viene a poner la plata para un negocio
no podría decir que el negocio es de él. Todo lo que podría decir es que él
merece una remuneración de mercado por prestar o arrendar su capital.
Lo anterior conduciría a una sociedad más
justa, y no veo por qué sería menos eficiente que una economía capitalista
tradicional.
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1 comment:
Clarisimo
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