Monday, August 20, 2012

12-08-20: Reichel-Dolmatoff: ¿un nazi?


Vi la acusación esta mañana. Rocío Rubio publicó en Facebook que no había que juzgar a Gerardo Reichel-Dolmatoff antes de tiempo. No entendí muy bien la alusión. Busqué un poco, y ahí estaba. Un artículo en la revista Arcadia señalaba que el antropólogo más famoso de Colombia, Gerardo Reichel-Dolmatoff, ya fallecido, tenía un pasado nazi. Las acusaciones no son ligeras: que formó parte del Partido Nacional Socialista (nazi), de las SS y de la guardia personal de Hitler, y que fue un asesino.

El artículo de Arcadia está basado en hallazgos del antropólogo colombiano, radicado en La Florida, Estados Unidos, Augusto Oyuela-Caycedo, expuestos el pasado 17 (o 18) de julio en el 54 Congreso Internacional de Americanistas, que tuvo lugar en la Universidad de Viena, Austria (ver la presentación aquí). La cita no podía ser más adecuada, a los cien años del nacimiento de Reichel en su país de origen. Sin embargo, quizás la conmemoración no salió del todo como se esperaba, debido a la presentación de Oyuela-Caycedo. De alguna manera, el mito se empezaba a desmoronar.

Lo primero que hay que decir es que tanto el artículo de Arcadia como las investigaciones de Oyuela-Caycedo parecen serios. Si ese es el caso, ¿qué debemos pensar de Reichel-Dolmatoff? Es divertido leer lo que escriben los comentaristas del caso en Internet, que revelan distintas opiniones: que Reichel-Dolmatoff no es tan respetable como se pensaba (alguien más o menos dice: “ya me lo imaginaba: yo sí recuerdo sus frases racistas”; otro señala, más o menos, que “ahí está pintada la academia en Colombia: liderada por un tipo —refiriéndose a Reichel— sin títulos académicos”); que Oyuela-Caycedo es un pintado en la pared; o que el periodista que escribió el artículo de Arcadia, Camilo Jiménez Santofimio, solo tiene propósitos amarillistas.

Culpar a Oyuela-Caycedo o a Jiménez Santofimio por decir lo que dicen me parece estúpido. Ellos solo hacen su trabajo, y me parece que lo están haciendo bien. Oyuela-Caycedo está desenterrando una verdad incómoda, pero no por eso no había que desenterrarla. Me imagino que para eso están los arqueólogos: para desenterrar verdades. Los únicos puntos, me parece a mí, son si las acusaciones son verdaderas o no, y, si lo son, cómo debemos reinterpretar al hombre.

Yo no soy experto ni en antropología ni en Reichel-Dolmatoff. Sé que fue un antropólogo muy importante en Colombia, quizás el más importante, y leí algunos textos de él. Recuerdo en particular su artículo en la Nueva historia de Colombia. Una búsqueda rápida en Internet revela que su biografía tiene vacíos importantes. Esos vacíos son llenados en parte por las investigaciones de Oyuela-Caycedo. Pero estas no nos cuentan toda la historia. Oyéndolas, parece claro que Reichel-Dolmatoff sí tuvo un pasado nazi, y que alcanzó a ser asesino por esa afiliación.

Sin embargo, también parece claro que tuvo una crisis, que fue buscado y expulsado por el partido nazi, y que terminó refugiándose al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, si entiendo bien, en Colombia. No se cambió el nombre, pero dejó de utilizar su primer nombre y españolizó su segundo nombre: pasó de ser Erasmus a Gerardo. Así que la cuestión es la siguiente: ¿debemos condenarlo por su pasado nazi, a pesar de su ilustre carrera en Colombia? ¿Qué hubiéramos pensado si, digamos, en 1980 hubiera aparecido un cazador judío de nazis que hubiera dicho que uno de nuestros mayores intelectuales, que fue crucial para entender mejor la diversidad de nuestro país, era en realidad, o por lo menos en una vida pasada, un criminal nazi?

No conozco los detalles de la vida de Reichel-Dolmatoff, y parece que no hay expertos en ella. Oyuela-Caycedo señala que poco sabemos lo que sucedió entre 1936 y 1937. Pero parece claro que Reichel-Dolmatoff, en su juventud, fue nazi, y que luego cambió completamente de opinión. Sin lugar a dudas, Reichel-Dolmatoff creció en un ambiente en el cual era muy difícil no ser pro-nazi. Oyuela-Caycedo provee evidencia de que un primo de él murió en los campos de batalla rusos luchando a favor del nazismo. Pero algo hizo cambiar de opinión a Reichel-Dolmatoff. Sobre eso sabemos muy poco. Es de sabios rectificar, digo yo. Además, Reichel-Dolmatoff había dejado de ser nazi antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, es decir, no fue uno de los que abandonó el barco solo cuando ya era evidente que se estaba hundiendo. No. Algo lo hizo recapacitar, y asumir el costo de huir del nazismo, antes de que este provocara la catástrofe. Una vez en Colombia se volvió miembro de Francia Libre, un movimiento de apoyo al esfuerzo antinazi en América.

Así que el caso de Reichel abre preguntas éticas interesantes: ¿debemos perdonar a un asesino solo porque se arrepintió y llevó después una vida ejemplar? ¿Manchan las nuevas revelaciones la vida y obra del hombre? Yo pienso que cada cual debe pagar por lo que hace. Si Reichel-Dolmatoff fue nazi, y fue asesino por ser nazi, él debe ser responsable por eso. Pero Reichel-Dolmatoff fue más que eso. Quizás lo que fue después tuvo mucho qué ver con lo que fue antes. Quizás sus investigaciones académicas tenían una motivación personal insospechada. Qué curiosa sería la historia si así fuera: por una vía extraña, el nazismo, proponente de la superioridad racial aria, tuvo como consecuencia la exploración y celebración de la diversidad racial colombiana. Reichel-Dolmatoff dijo que Colombia debía sentirse orgullosa de ser una nación mestiza. Nadie mejor que él para decirlo.

Para los que ven a Reichel-Dolmatoff como el maestro, estas nuevas revelaciones sobre su vida deben caer como un baldado de agua fría. Pero, bien vistas las cosas, quizás no debería ser así. El caso de Reichel-Dolmatoff solo personifica los terribles dilemas a los que se vieron sometidos millones de personas por culpa del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Algunos fueron nazis convencidos, y murieron en los campos de batalla. Algunos no murieron, y se vieron obligados a cambiar su ideología con la derrota. Otros, en medio del camino, se dieron cuenta de que el nazismo necesitaba, cuando menos rectificaciones. Ahí estaban, por ejemplo, Rommel, y von Stauffenberg, y ambos pagaron con sus vidas. El viraje de Reichel-Dolmatoff fue más temprano. Mi ejemplo favorito es, sin embargo, el de Ernesto Bein, el “prof”, que huyó de Alemania cuando el nazismo se expandía, y encontró refugio, para siempre, en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Conocí al “prof” y tuve que investigar sobre su vida para el número de El Aguilucho, la revista de los estudiantes del Moderno, cuando el “prof” murió, pero nunca tuve la suerte de ir como estudiante a su finca en Tabio: ya estaba muy enfermo. Bein, como Reichel-Dolmatoff, fueron exiliados de la gran Alemania que terminaron en Colombia huyendo del nazismo. Ambos hombres sabios. Ambos hicieron mejor a Colombia. Reichel de manera más pública y Bein de manera más discreta. Siempre he creído que a los hombres hay que juzgarlos en su mejor luz. Quizás la juventud de Reichel-Dolmatoff no fue su mejor momento. Pero supo sobreponerse y llevar posteriormente una vida ejemplar, que lo honra a él y que nos beneficia a nosotros los colombianos. Sepamos que fue un hombre, un ser humano, sometido a presiones terribles, y que fue capaz de liberarse de ellas. Dejémoslo descansar en paz.

Sunday, August 12, 2012

12-08-12: Londres 2012

Los juegos olímpicos tienen una magia especial. Su lema, citius, altius, fortius (más rápido, más rápido, más fuerte), habla de la naturaleza indomable del espíritu humano. En los juegos se compite contra otros, pero principalmente contra uno mismo.

En los juegos olímpicos compiten los países, y uno llora emocionado cuando alguien del propio país logra algún éxito, pero también cuando alguien de otro país logra una marca que parecía imposible. Así triunfa, no solo ese país, sino todo el género humano.

Los juegos son una fiesta de las naciones, una afirmación de las costumbres, un abrazo multinacional y multicultural. Cuántos de nosotros no hemos aprendido que un país existe porque lo hemos visto desfilando en la apertura de unos juegos olímpicos.

Así como la llegada del hombre a la luna fue un logro de Estados Unidos, pero también un logro de toda la humanidad, cada atleta victorioso le da una medalla a su país, pero también a cada uno de nosotros. Ellos, los atletas, rompen marcas en nombre de nosotros, los que estamos fuera de forma, los que estamos viejos, los que tenemos alguna discapacidad, los que no poseemos una genética tan excepcional, o poseemos un kilo de más. Los juegos son para asombrarse de la perfección que los seres humanos pueden lograr.

Los juegos hablan de la dedicación a un objetivo, de dar todo de sí, de competir con todo, pero sin olvidar la gallardía. Los juegos hablan de esos conceptos tan inasibles que son el espíritu deportivo y el juego limpio.

Los juegos son una celebración de la juventud, de la belleza física, de lo que pueden hacer los seres humanos con sus cuerpos. Y uno se pregunta si hay límites a lo que los seres humanos pueden hacer. Claro que los hay, pero siempre nos preguntamos si una décima de segundo más, un centímetro más, un kilo más, son posibles. Y a veces los logramos.

Los juegos hablan del amor al deporte. De hecho, hasta hace no mucho tiempo, los deportistas debían ser amateurs, "amantes" del deporte. Hoy los jugadores olímpicos también pueden ser profesionales, porque los juegos también tienen la vocación de atraer a los mejores, y cada vez más es posible que los deportistas vivan del deporte.

El orgullo nacional está claramente asociado con los juegos. Los juegos olímpicos solo han sido suspendidos por las guerras mundiales, y no cabe duda sobre qué debería preferir un ser humano civilizado. Hitler quiso demostrar la superioridad del nazismo en los juegos de 1936, y no lo logró, porque un atleta negro norteamericano, el legendario Jesse Owens, demostró ser el mejor del mundo. Los negros norteamericanos quisieron llamar la atención sobre su lucha por los derechos civiles en Estados Unidos recibiendo, en los juegos de México de 1968, sus medallas con un puño, enfundado en un guante negro, levantado en alto. Los palestinos quisieron llamar la atención sobre su causa matando atletas israelíes en las olimpíadas de Munich de 1972. La guerra fría también se luchó en los olímpicos. Si los Estados Unidos no fueron a Moscú en 1980, la Unión Soviética no fue a Los Ángeles en 1984. Así como China mostró su ascenso a la supremacía mundial ganando los juegos de 2008, Estados Unidos demuestra que aún es el líder mundial ganando los juegos de 2012. Colombia dio muestras de lo que puede ser ocupando la posición 38 en los olímpicos, la tercera mejor en América Latina, después de Cuba y Brasil, y por encima de México y Argentina. Y qué orgullosos nos sentimos de Mariana Pajón y de nuestros otros atletas. Ellos nos han mostrado que un futuro mejor es posible. Y Gran Bretaña demuestra su civilidad y su decoro quedando de tercera en los juegos que ella misma, impecablemente, organizó. A veces hasta sospecho que ese error inicial de confundir la bandera de Corea del Norte con la del Sur fue premeditado, y tenía como objetivo mandar un mensaje subliminal. Y entre los más destacados atletas británicos estuvo un refugiado somalí, Mohamed Farah, un negro flaco y bello que se convirtió en medallista de oro en los 5.000 y 10.000 metros. Qué símbolo hermoso de lo que significa ser civilizado hoy en día.

Ciertos intelectuales han pensado mal del deporte. Del fútbol se ha dicho que son 22 tipos en calzoncillos corriendo detrás de una pelota. Todos los deportes podrían ser trivializados de igual manera. Lo cierto es que los seres humanos somos poco más que seres juguetones. En vez de Homo sapiens, podemos haber sido, como propone Johan Huizinga, Homo ludens. La vida es un juego. No más y no menos que eso. Y no hay mejores juegos que los juegos olímpicos.