Vi la acusación esta mañana. Rocío Rubio
publicó en Facebook que no había que juzgar a Gerardo Reichel-Dolmatoff antes
de tiempo. No entendí muy bien la alusión. Busqué un poco, y ahí estaba. Un artículo
en la revista Arcadia señalaba que el
antropólogo más famoso de Colombia, Gerardo Reichel-Dolmatoff, ya fallecido, tenía
un pasado nazi. Las acusaciones no son ligeras: que formó parte del Partido
Nacional Socialista (nazi), de las SS y de la guardia personal de Hitler, y que
fue un asesino.
El artículo de Arcadia está basado en hallazgos
del antropólogo colombiano, radicado en La Florida, Estados Unidos, Augusto
Oyuela-Caycedo, expuestos el pasado 17 (o 18) de julio en el 54 Congreso
Internacional de Americanistas, que tuvo lugar en la Universidad de Viena, Austria
(ver la presentación aquí).
La cita no podía ser más adecuada, a los cien años del nacimiento de Reichel en
su país de origen. Sin embargo, quizás la conmemoración no salió del todo como
se esperaba, debido a la presentación de Oyuela-Caycedo. De alguna manera, el
mito se empezaba a desmoronar.
Lo primero que hay que decir es que tanto
el artículo de Arcadia como las
investigaciones de Oyuela-Caycedo parecen serios. Si ese es el caso, ¿qué
debemos pensar de Reichel-Dolmatoff? Es divertido leer lo que escriben los
comentaristas del caso en Internet, que revelan distintas opiniones: que
Reichel-Dolmatoff no es tan respetable como se pensaba (alguien más o menos
dice: “ya me lo imaginaba: yo sí recuerdo sus frases racistas”; otro señala,
más o menos, que “ahí está pintada la academia en Colombia: liderada por un
tipo —refiriéndose a Reichel— sin títulos académicos”); que Oyuela-Caycedo es
un pintado en la pared; o que el periodista que escribió el artículo de Arcadia, Camilo Jiménez Santofimio, solo
tiene propósitos amarillistas.
Culpar a Oyuela-Caycedo o a Jiménez
Santofimio por decir lo que dicen me parece estúpido. Ellos solo hacen su
trabajo, y me parece que lo están haciendo bien. Oyuela-Caycedo está
desenterrando una verdad incómoda, pero no por eso no había que desenterrarla.
Me imagino que para eso están los arqueólogos: para desenterrar verdades. Los
únicos puntos, me parece a mí, son si las acusaciones son verdaderas o no, y,
si lo son, cómo debemos reinterpretar al hombre.
Yo no soy experto ni en antropología ni
en Reichel-Dolmatoff. Sé que fue un antropólogo muy importante en Colombia,
quizás el más importante, y leí algunos textos de él. Recuerdo en particular su
artículo en la Nueva historia de Colombia.
Una búsqueda rápida en Internet revela que su biografía tiene vacíos
importantes. Esos vacíos son llenados en parte por las investigaciones de
Oyuela-Caycedo. Pero estas no nos cuentan toda la historia. Oyéndolas, parece
claro que Reichel-Dolmatoff sí tuvo un pasado nazi, y que alcanzó a ser asesino
por esa afiliación.
Sin embargo, también parece claro que
tuvo una crisis, que fue buscado y expulsado por el partido nazi, y que terminó
refugiándose al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, si entiendo bien, en
Colombia. No se cambió el nombre, pero dejó de utilizar su primer nombre y
españolizó su segundo nombre: pasó de ser Erasmus a Gerardo. Así que la
cuestión es la siguiente: ¿debemos condenarlo por su pasado nazi, a pesar de su
ilustre carrera en Colombia? ¿Qué hubiéramos pensado si, digamos, en 1980
hubiera aparecido un cazador judío de nazis que hubiera dicho que uno de
nuestros mayores intelectuales, que fue crucial para entender mejor la
diversidad de nuestro país, era en realidad, o por lo menos en una vida pasada,
un criminal nazi?
No conozco los detalles de la vida de
Reichel-Dolmatoff, y parece que no hay expertos en ella. Oyuela-Caycedo señala
que poco sabemos lo que sucedió entre 1936 y 1937. Pero parece claro que
Reichel-Dolmatoff, en su juventud, fue nazi, y que luego cambió completamente
de opinión. Sin lugar a dudas, Reichel-Dolmatoff creció en un ambiente en el
cual era muy difícil no ser pro-nazi. Oyuela-Caycedo provee evidencia de que un
primo de él murió en los campos de batalla rusos luchando a favor del nazismo.
Pero algo hizo cambiar de opinión a Reichel-Dolmatoff. Sobre eso sabemos muy
poco. Es de sabios rectificar, digo yo. Además, Reichel-Dolmatoff había dejado
de ser nazi antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, es decir, no fue
uno de los que abandonó el barco solo cuando ya era evidente que se estaba
hundiendo. No. Algo lo hizo recapacitar, y asumir el costo de huir del nazismo,
antes de que este provocara la catástrofe. Una vez en Colombia se volvió
miembro de Francia Libre, un movimiento de apoyo al esfuerzo antinazi en
América.
Así que el caso de Reichel abre preguntas
éticas interesantes: ¿debemos perdonar a un asesino solo porque se arrepintió y
llevó después una vida ejemplar? ¿Manchan las nuevas revelaciones la vida y
obra del hombre? Yo pienso que cada cual debe pagar por lo que hace. Si
Reichel-Dolmatoff fue nazi, y fue asesino por ser nazi, él debe ser responsable
por eso. Pero Reichel-Dolmatoff fue más que eso. Quizás lo que fue después tuvo
mucho qué ver con lo que fue antes. Quizás sus investigaciones académicas
tenían una motivación personal insospechada. Qué curiosa sería la historia si
así fuera: por una vía extraña, el nazismo, proponente de la superioridad
racial aria, tuvo como consecuencia la exploración y celebración de la
diversidad racial colombiana. Reichel-Dolmatoff dijo que Colombia debía
sentirse orgullosa de ser una nación mestiza. Nadie mejor que él para decirlo.
Para los que ven a Reichel-Dolmatoff como
el maestro, estas nuevas revelaciones sobre su vida deben caer como un baldado
de agua fría. Pero, bien vistas las cosas, quizás no debería ser así. El caso
de Reichel-Dolmatoff solo personifica los terribles dilemas a los que se vieron
sometidos millones de personas por culpa del nazismo y la Segunda Guerra
Mundial. Algunos fueron nazis convencidos, y murieron en los campos de batalla.
Algunos no murieron, y se vieron obligados a cambiar su ideología con la
derrota. Otros, en medio del camino, se dieron cuenta de que el nazismo
necesitaba, cuando menos rectificaciones. Ahí estaban, por ejemplo, Rommel, y
von Stauffenberg, y ambos pagaron con sus vidas. El viraje de Reichel-Dolmatoff
fue más temprano. Mi ejemplo favorito es, sin embargo, el de Ernesto Bein, el
“prof”, que huyó de Alemania cuando el nazismo se expandía, y encontró refugio,
para siempre, en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Conocí al “prof” y tuve que investigar
sobre su vida para el número de El
Aguilucho, la revista de los estudiantes del Moderno, cuando el “prof”
murió, pero nunca tuve la suerte de ir como estudiante a su finca en Tabio: ya
estaba muy enfermo. Bein, como Reichel-Dolmatoff, fueron exiliados de la gran
Alemania que terminaron en Colombia huyendo del nazismo. Ambos hombres sabios.
Ambos hicieron mejor a Colombia. Reichel de manera más pública y Bein de manera
más discreta. Siempre he creído que a los hombres hay que juzgarlos en su mejor
luz. Quizás la juventud de Reichel-Dolmatoff no fue su mejor momento. Pero supo
sobreponerse y llevar posteriormente una vida ejemplar, que lo honra a él y que
nos beneficia a nosotros los colombianos. Sepamos que fue un hombre, un ser
humano, sometido a presiones terribles, y que fue capaz de liberarse de ellas. Dejémoslo
descansar en paz.