Wednesday, March 4, 2009

09-03-04: ¿Qué es el liberalismo?

¿Qué es el liberalismo? Puede ser una cosa que va desde la izquierda hasta la derecha. En el sentido más puro, el liberalismo es la defensa de la libertad, pero una defensa acérrima de la libertad conduce a una visión muy conservadora de las cosas. La forma más conservadora de entender el liberalismo es la que señala que la libertad que cuenta es la libertad individual, y que, por lo tanto, toda amenaza a la libertad individual, especialmente la que proviene del Estado, tiene que ser activamente rechazada. Esta noción de libertad como libertad individual rechaza toda noción de comunidad: no hay sociedad sino individuos, y no hay más bien que el bien individual. En particular, una noción como el bien común es rechazada por pertenecer al mundo de la fantasía. Dentro de esta concepción conservadora del liberalismo no puede haber libertad sin propiedad privada y no puede haber derechos sin responsabilidades.

Sin embargo, no todo el liberalismo es derecha. En Estados Unidos el calificativo "liberal" designa a alguien más de izquierda que de derecha. En Colombia también se sigue esa convención, quizás como resultado de la influencia de líderes históricos como Rafael Uribe Uribe, Alfonso López Pumarejo y Jorge Eliécer Gaitán, que eran liberales de izquierda. Se dice que Rafael Uribe Uribe sostenía que "el liberalismo debe amamantar en los abrevaderos del socialismo". Este liberalismo de izquierda estaría más preocupado por la justicia social que por la libertad. O, más bien, reconocería que una excesiva libertad económica genera para muchos una libertad más formal que real. Como me enseñaba mi entrañable profesor de filosofía en el colegio (que, curiosamente, era conservador), "la única libertad real de muchos en el capitalismo es la libertad de morirse de hambre". Bajo esta lógica, algunos liberales colombianos hacen el tránsito a la izquierda, como Carlos Gaviria o María Emma Mejía, o se sienten cómodos interlocutando con la izquierda, como Piedad Córdoba.

De modo, pues, que el liberalismo da para todo. En el contexto colombiano, una forma más estrecha de entender el liberalismo es la que lo colocaría entre la izquierda y el conservatismo. El liberalismo no sería de izquierda, ya que respetaría las convenciones básicas de la economía de mercado, y no sería de derecha, ya que afirmaría, en todo caso, la primacía de la igualdad o la justicia social sobre la libertad, y la importancia de lo que la Constitución colombiana denomina "el libre desarrollo de la personalidad", es decir, la libre expresión de la individualidad personal.

En este escenario, ¿yo dónde me coloco? Yo creo que soy un liberal de centro. Creo que, entre justicia social y libertad, prima la justicia social. Sin embargo, también creo que la promoción de la justicia social debe hacerse de forma cuidadosa, para no perjudicar el funcionamiento de los mercados. No más hoy veo en la prensa que Hugo Chávez, el presidente venezolano, "obligará" a los productores de 12 alimentos básicos a "mantener una producción mínima que garantice el abastecimiento interno a precios controlados". Es absurdo esperar que alguien quiera mantenerse en un proceso productivo a pérdida, y por lo tanto la medida de Chávez, que ignora completamente los incentivos que operan en una economía de mercado, está condenada a fracasar: con ella no conseguirá abastecimiento a precios bajos, sino desabastecimiento. En este sentido, puede decirse que un liberal de centro es un tipo con conciencia social, pero no iletrado en asuntos económicos.

Un liberal de centro aprecia la libertad, pero entiende que la aspiración de libertad individual no es absoluta. La libertad individual puede ser coartada siempre que esa restricción de la libertad individual promueva el bien común. Sólo con ese pretexto se le imponen límites a la libertad individual. Ese espíritu quedaba recogido en algún texto constitucional colombiano bajo la fórmula de que "se respeta la propiedad privada con responsabilidad social". Para el liberal conservador, la intervención estatal que recorte la libertad individual es anatema. Bajo esta lógica, los impuestos no son una contribución individual al bien común, sino la expresión de un Estado desbordado en sus funciones, que por lo tanto se convierte en una amenaza para la libertad individual. El liberal de centro reconoce que las apelaciones frecuentes al bien común se pueden convertir en una fuente de totalitarismo. No es casual que los regímenes que han hecho de la igualdad social un valor absoluto, como la Unión Soviética, Cuba o Corea del Norte, sean también totalitarios. A uno se le puede ir la mano promoviendo la justicia social a expensas de la libertad. Un verdadero liberal trata de conciliar ambas, no de someter la segunda a la primera. Es un balance delicado, que trata de hacer honor a la doctrina aristotélica de que la virtud se halla en el justo medio.

Me parece que un liberalismo de centro es una posición pragmática, compasiva frente a la situación de los débiles en la sociedad, pero tambien enterada de las realidades del funcionamiento social.

Es posible que una situación más de izquierda también sea aceptable. Pero yo creo que sus bases teóricas todavía tienen que ser elaboradas. Creo que la base de esa situación más de izquierda debe ser un replanteamiento del papel de la propiedad privada. En la actualidad, la propiedad privada del capital cumple dos papeles principales: un papel de organización de la actividad productiva (el dueño del capital define cómo se organiza la actividad productiva), y un papel de distribución del excedente económico (el dueño del capital contrata al trabajo en el mercado de trabajo, y se apropia de todo el excedente que el proceso productivo pueda generar por encima de los salarios que se les paga a los trabajadores). Yo creo que esos dos papeles sólo están justificados por convenciones sociales. Quizás sea posible redefinir esos papeles sin afectar la operatividad de la economía de mercado.

Tuesday, March 3, 2009

09-03-03: Mis amigos los conservadores

Llámelo suerte, si quiere. O la rosca uniandina. En la Universidad de los Andes he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas influyentes en la vida social colombiana. En la universidad conocí a Mauricio Cárdenas, quien fue director de Fedesarrollo, director del Departamento Nacional de Planeación, y ministro de Comercio y Transporte, todo antes de cumplir los 40 años. Mauricio iba enrutado a ser Presidente de la República, hasta que una “indiscreción”, como dirían los gringos, lo alejó, quién sabe qué tan definitivamente, de esa ruta. Conocí también a Alberto Carrasquilla, uno de los economistas más brillantes de su generación, quien llegó a ser ministro de Hacienda. A otro que conocí en la universidad es Juan Carlos Echeverry, quien llegó a ser uno de mis amigos más cercanos. Él fue mi padrino de matrimonio. Últimamente no lo he visto mucho, pero el cariño sigue ahí. Acabo de oír que piensa lanzarse a la alcaldía de Bogotá. Y, por último, en la universidad conocí a Andrés Arias. Fui su profesor, y fui invitado a su primer matrimonio. En una carrera meteórica, fue ministro de Agricultura, y ahora quiere ser presidente de la República.

Todos ellos tienen varias cosas en común. Son economistas. Son uniandinos. Son muy brillantes. Son muy influyentes… Y son conservadores. Yo me pregunto por qué una generación de brillantes economistas uniandinos muy próxima a la mía estuvo destinada a ser conservadora. Puede ser que, si usted es verdaderamente inteligente, no tenga más remedio que ser conservador. Puede ser. O puede ser que ser economista uniandino conservatice. También puede ser. O puede ser que ninguna de las anteriores cosas tenga nada que ver. Rafael Nieto, el hoy comentarista de la FM en la mañana, también es de mi generación y también es conservador, pero no es economista uniandino. Pero es del Gimnasio Moderno, donde también estudié.

El caso es que los conservadores están viendo madurar una nueva generación de líderes que es justamente mi generación. Y lo que veo a mi alrededor es que mi generación es conservadora. Ay, Dios: es conservadora. Es curioso, porque la imagen que yo tenía de Colombia es que era un país más liberal que conservador. Desde 1974 hasta 1994, el Partido Liberal sólo perdió la presidencia cuando se dividió. Pero desde 1998 ha perdido la magia: ha perdido tres elecciones presidenciales seguidas. De pronto, entonces, mi generación no ha hecho más que leer el espíritu de estos tiempos, que es más conservador. Miro a mi alrededor, y no veo el surgimiento de la misma generación de liberales. Frente a esta nueva generación, los economistas liberales, como Sarmiento, Perry o Cabrera, lucen inevitablemente de otra época.

Escribo esta pequeña nota para hacer una profesión de fe: a pesar de ser economista uniandino, no soy conservador. Puede ser que yo no sea tan brillante. Puede ser. Puede ser que yo no me sienta tan economista, o que los Andes no hicieron bien sobre mí su tarea de adoctrinamiento. Puede ser. Naturalmente, reconozco los méritos del mercado, lo cual me aleja de ser socialista, pero tampoco soy conservador. Para ser más preciso, soy liberal. Quizás ese no sea el signo de los tiempos, pero qué le voy a hacer. Todos mis amigos son conservadores, pero qué le voy a hacer. A pesar de todo, soy liberal, soy liberal…