Los olímpicos siempre son un evento maravilloso.
Por su compromiso con la excelencia humana, por el sentimiento de unidad
planetaria a pesar de las diferencias culturales, por el respeto a una
tradición heredada de los antiguos griegos. No hay nada más emocionante que ver
llorar a un atleta olímpico cuando logra un desempeño asombroso, o cuando suena
el himno de su país. Uno sabe que él celebra por su gente, pero,
independientemente de dónde sea, uno siente que su triunfo es también un poco
de uno. Puede que uno tenga unos kilos de más, o unas articulaciones ya muy
oxidadas, o, simplemente, unos años de más, pero ver a esos muchachos
intentando hacer lo imposible es francamente conmovedor. Los olímpicos son una
gran fiesta de la juventud, la paz mundial y la humanidad.
El triunfo de Estados Unidos, con 46
medallas de oro y 121 medallas en total, fue contundente e inobjetable. Lo de
Gran Bretaña, destacadísimo. China, con su tercer lugar, quizás estuvo por
debajo de las expectativas. Rusia, golpeada por su escándalo de dopaje en su
atletismo, con su cuarto lugar, muestra que ya no es lo que era antes. Resulta
que predecir los resultados de los Olímpicos es un poco aburrido, porque son
altamente predecibles. Desde un punto de vista agregado, casi todo lo que uno
tiene que saber es cuál es la población del país y cuál es su ingreso per
cápita. Lo anterior sugiere que Estados Unidos sigue siendo la primera potencia
del planeta; que Gran Bretaña sigue pegando por encima de su peso; y que la
promesa china aún está por realizar. El día de China llegará algún día, pero
todavía no. Los 10 primeros países en los olímpicos son todos potencias mundiales:
Estados Unidos, Gran Bretaña, China, Rusia, Alemania, Japón, Francia, Corea del
Sur, Italia y Australia.
Los olímpicos sugieren que un país es
grande también por su deporte. Los países socialistas tuvieron eso claro. Por
eso Cuba, aún hoy, sigue siendo una potencia deportiva, aunque cada vez menos.
Un país grande tiene un deporte grande. Tener un deporte grande es una consecuencia
de ir logrando la grandeza. La grandeza se mide en la industria, en la ciencia,
en las artes y, por supuesto, también en el deporte.
En ese contexto, lo de Colombia, con sus
tres medallas de oro y sus ocho medallas en total, fue extraordinario. Con ese
resultado, Colombia, en América Latina, solo queda detrás de Brasil, una gran
potencia emergente y el país sede, y Cuba, una potencia deportiva que empieza a
demostrar sus fragilidades. Con nuestro puesto 23 entre más de 200 países, fuimos
más grandes que México, que fue un absoluto fracaso, y que Argentina, que tuvo
unos juegos aceptables. Los olímpicos van señalando que Colombia, en el
contexto latinoamericano y mundial, se abre paso, y no solo en el aspecto
deportivo. Los triunfos deportivos nos convencen de que la excelencia también
está a nuestro alcance, y de que un futuro mejor es posible para nuestro país.
Gloria a nuestros medallistas. Gloria a
Mariana Pajón, a Caterine Ibargüen y a Óscar Figueroa. Gloria a Yuri, a
Yuberjen, a Carlos Alberto, a Luis Javier, a Ingrit. Gloria, en general, a
nuestros deportistas olímpicos, que nos recuerdan que la gloria no siempre está
en ganar, sino en intentarlo, en tener siempre la ambición de superarse a sí
mismo. Gloria a la mujer colombiana; a nuestras minorías étnicas, que han visto
en el deporte una posibilidad cierta de redención; a nuestros nombres raros,
que identifican una nueva Colombia, que busca y merece nuevas oportunidades.
Es imposible ver a los atletas olímpicos
y no considerarlos un poco superhumanos. En un cierto sentido lo son. ¿Cómo
hace alguien para correr 100 metros en menos de 10 segundos, o saltar por
encima de dos metros, o correr 42 km en el filo de las dos horas? Eso es
extraordinario, y es el fruto de esfuerzos constantes, de años de entrenamiento
y privaciones. Uno se pregunta: ¿cuál es el límite?, y se abren paso
especulaciones filosóficas: ¿Pueden seguir cayendo indefinidamente las marcas
olímpicas y mundiales? ¿Qué pasará cuando el dopaje sea tan sofisticado que sea
indetectable? ¿Qué pasará cuando los humanos sean genéticamente modificados?
¿Qué es más meritorio: atletas extraordinariamente dotados para una
especialidad, como Usain Bolt o Michael Phelps, o atletas que, como los
decatlonistas, no son extraordinarios en ninguna prueba específica, pero que
son grandes deportistas de conjunto? El hecho de que probablemente sabemos
quién es Usain Bolt o Michael Phelps, pero no sabemos el nombre del ganador de
la medalla de oro en decatlón, sugiere que el signo de los tiempos es la especialización.
La pasión por la excelencia ha terminado por enterrar el ideal olímpico del
amateurismo. En los olímpicos queremos ver a los mejores, y para ser el mejor
en algo tienes que dedicar tu vida a ello. El deporte olímpico ya no es de
aficionados.
Los juegos olímpicos también son una
vitrina para celebrar al país organizador y la diversidad humana en un marco de
respeto. Ayer fue la hora de Brasil, antes de Gran Bretaña y de China. Ojalá,
en un futuro no muy lejano, Colombia pueda celebrar unos juegos olímpicos.
Sería un deseable reconocimiento mundial. Mientras eso ocurre, tenemos que
seguir trabajando en reconocernos nosotros mismos. Ojalá no tengan que pasar
muchas olimpíadas antes de llegar a ser lo que podemos ser como pueblo y como
país.
Monday, August 22, 2016
Saturday, August 13, 2016
A propósito de una malhadada cartilla
El 4 de agosto de 2014, un joven de 16 años, Sergio Urrego,
decidió poner fin a su vida, debido al acoso que recibió por su condición
homosexual. Se lanzó desde lo alto de un centro comercial, no sin antes dejar
unas dramáticas cartas justificando su decisión. Fue acosado por sus compañeros,
por los directivos de su colegio y por los padres de un muchacho que fue su
pareja.
No cabe duda de que cosas así no deben ocurrir. Nadie debe ser molestado por su condición sexual. En particular Sergio era un joven brillante (uno de los 10 mejores Icfes del país), con un gran futuro por delante, de modo que los matices trágicos de su muerte se acentúan por la pérdida de un ser especialmente valioso. El tema llegó a los estrados judiciales y, después de los usuales ires y venires, la Corte Constitucional falló, como debía ser, a favor de la familia de Urrego. Para vergüenza de la Procuraduría, esta hizo todo lo posible para entorpecer el fallo. Dentro de las disposiciones de la Corte estuvo obligar al colegio a dar una declaración pública “donde se reconozca que la orientación que asumió Sergio debía ser plenamente respetada por el ámbito educativo” y exhortar al Ministerio de Educación a revisar si los manuales de convivencia de los distintos colegios del país están dentro del marco legal. De manera ilegal, el manual de convivencia del colegio donde estudiaba Sergio tipificaba como “falta grave” la conducta homosexual.
El Ministerio de Educación, acatando el fallo de la Corte, produjo una cartilla, titulada “Ambientes escolares libres de discriminación: 1. Orientaciones sexuales e identidades de género no hegemónicas en la Escuela: Aspectos para la reflexión”. La cartilla contó con el apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), el Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (Unicef) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
La cartilla ha desatado la más increíble reacción adversa por parte de sectores conservadores y diversas denominaciones confesionales de la sociedad colombiana, incluida la Iglesia Católica. Hubo multitudinarias manifestaciones en diversas ciudades de Colombia en contra de la denominada “ideología de género”. Hubo comentarios abusivos en contra de la ministra de Educación, cuyas inclinaciones homosexuales son bien conocidas, lo cual hace preguntar: si la ministra puede ser acosada por su orientación sexual, ¿qué cosas terribles no pasarán con miles de jóvenes homosexuales en los colegios colombianos?
La triste verdad es que, a mi juicio, la famosa cartilla no está bien orientada. Esta comienza por hacer una distinción entre el “sexo” y el “género” de una persona: el sexo sería una condición biológica, que se manifestaría principalmente a través de los genitales, y el género sería una condición sociocultural, según la cual uno “escoge” ser hombre o mujer.
Tal vez la distinción entre sexo y género tenga alguna validez. Tal vez mi sexo es masculino si, simplificadamente, yo tengo genitales masculinos, y mi género es femenino si yo me siento mujer (independientemente de cómo sean mis genitales). Sin embargo, lo que sí me parece completamente equivocado es adscribir el sexo al ámbito de lo biológico y el género al ámbito de lo sociocultural. Me parece que esta es una aplicación inadecuada del debate pasado de moda entre naturaleza y crianza. Esto sugiere que las conductas homosexuales son aprendidas, y que, si son aprendidas, pueden ser enseñadas, y que, en una interpretación extrema, el ámbito escolar es un ámbito adecuado para enseñar las tendencias de género de las personas. No es sorprendente que esta visión equivocada levante la ira de los sectores conservadores.
La verdad es que me parece evidente que las definiciones de género no son definiciones socioculturales, sino que pertenecen al fuero interno más íntimo de las personas, donde operan factores tanto biológicos como psicológicos, que no creo que a la fecha de hoy estén totalmente entendidos. Muy pocos maricas, si es que alguno, lo son porque los “educaron” para ser maricas. Por el contrario, muchos homosexuales lo son a pesar de la presión social para no serlo. Sugerir que las definiciones de género son definiciones socioculturales es completamente equivocado, y, como vimos con las marchas de días pasados, es un error frente al cual la sociedad es muy sensible.
Lo que la sociedad y la cultura sí pueden ofrecer es un ambiente tolerante u hostil para quienes su sexo no coincide con su género. La lección que el caso de Sergio Urrego nos debió haber enseñado es que nadie puede ser molestado por su condición sexual. Otras lecciones a partir de ese caso no solo pueden ser equivocadas, sino que además pueden no contribuir a la causa del reconocimiento de los derechos de los homosexuales.
Hay que admitirlo, la famosa cartilla está desenfocada. Pero ese desenfoque no nos debe hacer perder de vista el enfoque fundamental: la diversidad sexual debe ser reconocida y respetada. No vale la pena, con los instrumentos diseñados para promover la tolerancia sexual, terminar promoviendo una homofobia que en estos tiempos ya debería estar completamente enterrada.
No cabe duda de que cosas así no deben ocurrir. Nadie debe ser molestado por su condición sexual. En particular Sergio era un joven brillante (uno de los 10 mejores Icfes del país), con un gran futuro por delante, de modo que los matices trágicos de su muerte se acentúan por la pérdida de un ser especialmente valioso. El tema llegó a los estrados judiciales y, después de los usuales ires y venires, la Corte Constitucional falló, como debía ser, a favor de la familia de Urrego. Para vergüenza de la Procuraduría, esta hizo todo lo posible para entorpecer el fallo. Dentro de las disposiciones de la Corte estuvo obligar al colegio a dar una declaración pública “donde se reconozca que la orientación que asumió Sergio debía ser plenamente respetada por el ámbito educativo” y exhortar al Ministerio de Educación a revisar si los manuales de convivencia de los distintos colegios del país están dentro del marco legal. De manera ilegal, el manual de convivencia del colegio donde estudiaba Sergio tipificaba como “falta grave” la conducta homosexual.
El Ministerio de Educación, acatando el fallo de la Corte, produjo una cartilla, titulada “Ambientes escolares libres de discriminación: 1. Orientaciones sexuales e identidades de género no hegemónicas en la Escuela: Aspectos para la reflexión”. La cartilla contó con el apoyo del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), el Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (Unicef) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
La cartilla ha desatado la más increíble reacción adversa por parte de sectores conservadores y diversas denominaciones confesionales de la sociedad colombiana, incluida la Iglesia Católica. Hubo multitudinarias manifestaciones en diversas ciudades de Colombia en contra de la denominada “ideología de género”. Hubo comentarios abusivos en contra de la ministra de Educación, cuyas inclinaciones homosexuales son bien conocidas, lo cual hace preguntar: si la ministra puede ser acosada por su orientación sexual, ¿qué cosas terribles no pasarán con miles de jóvenes homosexuales en los colegios colombianos?
La triste verdad es que, a mi juicio, la famosa cartilla no está bien orientada. Esta comienza por hacer una distinción entre el “sexo” y el “género” de una persona: el sexo sería una condición biológica, que se manifestaría principalmente a través de los genitales, y el género sería una condición sociocultural, según la cual uno “escoge” ser hombre o mujer.
Tal vez la distinción entre sexo y género tenga alguna validez. Tal vez mi sexo es masculino si, simplificadamente, yo tengo genitales masculinos, y mi género es femenino si yo me siento mujer (independientemente de cómo sean mis genitales). Sin embargo, lo que sí me parece completamente equivocado es adscribir el sexo al ámbito de lo biológico y el género al ámbito de lo sociocultural. Me parece que esta es una aplicación inadecuada del debate pasado de moda entre naturaleza y crianza. Esto sugiere que las conductas homosexuales son aprendidas, y que, si son aprendidas, pueden ser enseñadas, y que, en una interpretación extrema, el ámbito escolar es un ámbito adecuado para enseñar las tendencias de género de las personas. No es sorprendente que esta visión equivocada levante la ira de los sectores conservadores.
La verdad es que me parece evidente que las definiciones de género no son definiciones socioculturales, sino que pertenecen al fuero interno más íntimo de las personas, donde operan factores tanto biológicos como psicológicos, que no creo que a la fecha de hoy estén totalmente entendidos. Muy pocos maricas, si es que alguno, lo son porque los “educaron” para ser maricas. Por el contrario, muchos homosexuales lo son a pesar de la presión social para no serlo. Sugerir que las definiciones de género son definiciones socioculturales es completamente equivocado, y, como vimos con las marchas de días pasados, es un error frente al cual la sociedad es muy sensible.
Lo que la sociedad y la cultura sí pueden ofrecer es un ambiente tolerante u hostil para quienes su sexo no coincide con su género. La lección que el caso de Sergio Urrego nos debió haber enseñado es que nadie puede ser molestado por su condición sexual. Otras lecciones a partir de ese caso no solo pueden ser equivocadas, sino que además pueden no contribuir a la causa del reconocimiento de los derechos de los homosexuales.
Hay que admitirlo, la famosa cartilla está desenfocada. Pero ese desenfoque no nos debe hacer perder de vista el enfoque fundamental: la diversidad sexual debe ser reconocida y respetada. No vale la pena, con los instrumentos diseñados para promover la tolerancia sexual, terminar promoviendo una homofobia que en estos tiempos ya debería estar completamente enterrada.
Subscribe to:
Posts (Atom)